martes, noviembre 29, 2005

Mis compis de piso. Capítulo 1: Alejandra.


Esta japonesita agitanada que os tiende la mano desde la foto es Ale. Nos conocimos hace más de dos años cuando la perseguí a ella y a Virginia (ya la conoceréis) por varios afters madrileños. La fiesta se dilató (es increíble el poder de dilatación de las fiestas) y al final se fueron cuando terminó el finde. Y desde entonces somos amigos y hemos reunido a un nutrido batallón de incautos a nuestro alrededor. Nuestra familia. También los iréis conociendo.

La Ale ocupa la habitación cuya puerta da al salón. Tiene una estantería, una cama y unos cuantos libros y cd´s. El ordenador desde el que escribo todo esto es suyo. Es más buena que todos vosotros juntos y, curiosamente, nació en Algeciras, Cádiz, como mi papá. Se prepara para el mundo de las letras. Hizo un año de la Escuela de Letras y ahora un Máster en Edición. Espero que algún día sea mi editora o, al menos, me enchufe. Lo compagina con otros curros de esos que no tienen nada que ver con lo que te gusta y que parece que proliferan como los hongos, aunque ahora la Ale está de baja: le robaron el bolso el otro día a la pobre.

lunes, noviembre 28, 2005

Adiós

Todo ha ocurrido hoy. Yo estaba en una fiesta en casa de unos amigos. Era domingo nublado a mediodía. Entonces sonó el teléfono y la pantalla anunció que era Virginia. Hablamos.

- Ha pasado algo pero no sé si decirtelo porque estás de fiesta.
- No, no te preocupes, dímelo, estoy bien, sereno.
- M. ha muerto esta noche en un accidente de coche.

Y entonces la confusión y el miedo. La incredulidad. La impotencia y el sabernos vulnerables, débiles, perecederos. También a nosotros nos pueden ocurrir esas cosas que por lo general solo le ocurren a los demás.

Un beso.

sábado, noviembre 26, 2005

Apariencia

Quedo bastante bien paseando este invierno por entre los árboles del Paseo del Prado, arrastrando hojas secas con los pies, dentro de mi bufanda negra y mi abrigo verde oliva, con mi tez aceitunada. Deberían sacarme una foto en blanco y negro.

No, no estoy moreno, soy así. Medio gitano.

No, no es invierno aunque hace frío, es otoño todavía.

No, no estoy contento, sonrío por costumbre. En realidad estoy puteado.

No, no hay doble sentido, solo escribo lo que ocurre.

Gracias.

L' amour

Cómo es la vida, llena de casualidades. Ya ven, estoy esta noche recluido en casa viendo una peli con Ale, "Solo mía", salen Sergi López y Paz Vega. Suena además, en un volumen menor que el de la peli, la canción "Montones de basura", de los Planetas. Es una canción sobre miedo. Miedo a las relaciones. Relaciones sentimenales. La peli va de malos tratos.

Imagínense enamorarse de alguien. Imagínense que todo es estupendo, que piensan que es lo mejor que le ha pasado en la vida. Imagínense, por un momento, el amor (si es que existe): esto es, mariposas revoloteando en el estómago, pensamientos obsesivos, euforia al encontrarse y mitificación. Imagínense que, de pronto, casi sin darse cuenta, llega un momento en que alguien le parte las piernas y los brazos. Que le parte la mandíbula si dice algo. Imagínense levantarse doloridos y amoratados. Tener que esconder las marcas. Y que el que hace eso era la misma persona a la que amaba o a la que ama.

Es terrible ¿verdad?

No quiero unirme a la moda de denunciar los malos tratos como hacen los jugadores del Real Madrid y las ¿estrellas? de antena 3 como Andoni Ferreño.

No, no es eso. Solo querría decir que:

tampoco hay que irse tan lejos. Los malos tratos son una desviación patológica y extrema de algo que ocurre todos los días aquí y en China, en mi casa y en la de los vecinos de la puerta de al lado. En nuestro mundo tratamos de vivir un sueño instaurado por las canciones, las pelíclulas, los poemas, Tom Hanks y Meg Ryan: la Cultura. El 90% (así a ojo) de los productos culturales, el cine, la literatura, la música, tratan sobre esto. El amor cortés, el amor romántico, nació en la edad media (en el mundo grecolatino se entendía todo esto mejor: genitalmente) y aún lo seguimos sufriendo. Es un mito, una panacea. Nunca te voy a querer para siempre. Nunca serás lo mejor que me ha pasado. Es todo una mentira alimentada hasta el infinito por todos los que han fabricado cultura cuando están de bajón, cuando están enamorados, cuando no les quieren o cuando se sienten solos.

El enamoramiento es algo perecedero. Como los yogures. Como lo que compras en el supermercado. Como lo que se vende en el Dia o en el Lidl. Y encima tienes que pagar cinco céntimos por la bolsa de plástico. Así es: nadie gana en este juego; un juego perdido de antemano, aunque tal vez necesario.

Pero a vivir que son dos días y estoy borracho.

viernes, noviembre 25, 2005

El estado de las cosas.

Mis coordenadas espacio temporales son: sentado en un séptimo piso con vistas en el Paseo de las Delicias a las 20:18 de un viernes de noviembre. Tengo una estufa catalítica de gas butano a mi espalda. Si explota moriré.

jueves, noviembre 24, 2005

Cajón desastre

Mantener un cajón ordenado es tan difícil como mantenerse ordenado a uno mismo. Es decir: imposible.

En todos los escritorios que he tenido a lo largo de mi vida ha habido cajones llenos de chinchetas, papeles con números de teléfono no identificados, panfletos de bares y restaurantes chinos, algunas fotos viejas, bolis, cigarrillos rotos, servilletas con restos de poemas, cables, transformadores, migas de pan y todo lo demás. Trataba de ordenarlos cuidadosamente, apilaba las libretas y los folios, colocaba paralelamente los rotuladores, metía los clips en cajitas y limpiaba los restos de tabaco. Entonces cerraba el cajón satisfecho. Pero cuando lo abría de nuevo se había vuelto a instalar el caos (incluso los restos de tabaco), como si aquel hueco paralelepipédico (¡al loro!) albergase a un duendecillo travieso -o mejor, hijoputa.

Así somos, un saco de carne con un revoltijo dentro: recuerdos, emociones, fobias, alergias, emociones y manías. Hay días que se levanta uno con todo en su sitio pero ocurre un suceso aciago y todo se vuelve un lío. Pasa una nube y te da la ansiedad. Te tropiezas con algo y brota -como un grano- un recuerdo ponzoñoso. Hueles por casualidad el perfume de alguien mientras cruzas el paso de cebra y te trae a la cabeza a otro alguien que te pone de mala hostia, joder. O te provoca una erección, que casi es peor. Como si los olores conectasen a la gente en diferentes lugares del mundo.

Ocurre además que el aspecto de tu dormitorio es indicador de tu estado de ánimo. Cuando todo va bien y hace sol y buen tiempo las cosas están en su sitio, donde deben de estar. Las mantas dobladas sobre la cama, cada cd en su caja, los libros por orden alfabético y los monstruos (y los gays no declarados) dentro del armario. Pero cuando uno sufre un bache parece que la ropa, misteriosamente, sale de su lugar volando y se desperdiga por el suelo a jugar con los periódicos arrugados de la semana pasada. Si quieres saber cómo está alguien basta con echar un vistazo a su cuarto.

Así que no sé. Debería contratar a una asistenta para que me mantuviera en orden. Un psicólogo (o quizás un psiquiatra), creo que es el nombre que reciben estos profesionales, aunque uno de estos no me barrería el suelo. Por lo pronto la cosa es bastante triste: ayer metí mi mano en el cajón en busca de unas tijeritas de uñas y, confundido, extraje un recuerdo de hace muchos años que me mantuvo todo el día cabizbajo y murmurante.

miércoles, noviembre 23, 2005

Quedódromos madrileños

Si viven en Madrid deben fijarse, al pasar por la Puerta del Sol, en que allí se encuentran dos de los quedódromos oficiales de la villa. Quedódromo es un término que yo mismo he acuñado y que sirve para designar esos lugares donde todo el mundo concierta sus citas. Concretamente se trata del Kilómetro Cero (esa plaquita en el suelo que señala el origen de la red de carreteras) y la estatua del Oso y el Madroño, constante e incomprensiblemente fotografiada por los turistas. Todos los que vivimos aquí hemos cometido alguna vez, quizás por pura desidia, por no pensar, el error de quedar con alguien en uno de estos sitios. Así que uno llega al punto de encuentro y descubre, estupefacto, que hay decenas o quizás cientos de personas en la misma situación: de pie inmóviles junto a la pared o deámbulando lentamente como fantasmas, eso sí, todos escudriñando a la masa en busca de su compañero/a/os/as. Si sumamos la gente que espera, los transeúntes que pasan, los manifestantes que casi siempre protestan por algo, los carteristas, los chaperos, ese predicador de Jesús te ama anunciando el apocalipsis inminente, los turistas (que siguen fotografiando la estatua esperpéntica), resulta una muchedumbre donde resulta díficil encontrar a alguien. Entre tanto jaleo siempre hay alguna persona que durante un instante te mira abriendo mucho los ojos, sonriendo, dirigiéndose finalmente hacia ti hasta cambiar la cara por una mueca de sorpresa y bajar la cabeza avergonzado porque no eras tú a quien esperaba. Tambien suele ocurrir que uno mismo cae en la trampa al confundir unas gafas de pasta, una forma de caminar, una abrigo o un gorro cubriendo una melena castaña por otra que no era.

Lo que a mi se me ocurre, también, es que seguro que mucha de esa gente que mira de un lado para otro impaciente espera pero sin saber a quién. Siempre que paseo aburrido tengo la tentación de quedarme ahí de pie aguardando a que un desconocido se acerque, me estreche la mano sonriente y me de dos besos. Después iríamos a tiro fijo a un bar de cañas, como si todo estuviese ya planeado de antemano. Tomaríamos cerveza y charlaríamos del tiempo, de que la Navidad cada vez empieza antes, cuando lo exige El Corte Inglés, de cómo está el mundo, hay que ver, y de que estamos un poco resfriados este invierno y otra caña, yo también, gracias, se me está haciendo tarde, sí, ya anochece, y salir del bar para volver a la Puerta del Sol, pararse tal vez ante un escaparate o el Top Manta, y luego despedirse, saluda a tu familia, llámame, a ver si volvemos a quedar, claro, un saludo, adiós, y pretender todo el rato que en verdad nos conocíamos y que no estábamos solos y aburridos aquella tarde.

lunes, noviembre 21, 2005

Lafotorosa


Alguien ha pedido que cuelgue una afoto. He aquí una instantánea que fue tomada hace aproximadamente dos meses, cuando llegamos a la nueva casa. Fue una mañana de domingo, a la vuelta de la noche. En primer plano, con gafas de sol, aparezco yo y más atrás, con la cresta, un amiguete que pincha cosas de afterpunk, death rock, y todo eso. Parecemos una banda de música electrónica: yo sería el solista y él pondría la música. Como Fangoria, Depeche Mode o, incluso, ¡OBK!

viernes, noviembre 18, 2005

La vida secreta de las palabras

Resulta sorprendente, cuando menos, que existan palabras para designar sentimientos, emociones o percepciones que todos compartimos. Seguramente esta tarde en el parque yo y la chica con gorro que se sentó al lado miramos al cielo y nos dijimos: el cielo está azul.
Pero ¿cómo puedo tener la certeza de que lo que yo veo azul (al menos lo que yo entiendo por azul) no lo ve ella rojo o amarillo chillón? ¿Cómo saber si usted y el chino de la tienda entienden lo mismo cuando pronuncian la palabra acidez o melancolía?

Daré una breve definición personal de ataque de ansiedad: temor súbito a morir, gran peso en el pecho, dificultad para respirar, pensamientos obsesivos, depresión pasajera, taquicardia, inquietud, deseo de salir a un espacio abierto, desconcierto, posterior ingesta de benzodiazepinas; Lexatin u Orfidal. Durante algún tiempo me pasaba a menudo. El otro día me ocurrió en el metro, al volver a casa, aunque ya no es lo que era.

En cambio pasé un montón de tiempo con una chica para la que la ansiedad era necesidad compulsiva de fumar o comer pipas. Ya ven.

jueves, noviembre 17, 2005

Atasco

A las 9:30 de la mañana ha sonado el timbre.

- Fontanero.

La taza del váter (cómo se escribe el váter) llevaba atascada unos cuantos días y bajábamos en fila india a La Pepa para ir al baño. Era, sin duda, bastante triste: Ale sorprendió la otra tarde en el baño de la taberna a una señora con abrigo de visón tratando de defecar adoptando la postura del esquiador, ya saben, para no tener que sentarse y evitar coger enfermedades. A la señora le dio tanta verguenza que tardó un buen rato en abandonar el baño, esperando que no aguardásemos fuera.

En realidad tener que bajar a la calle para hacer nuestras necesidades -como los perros- no era tan incómodo, bastaba con hacerlo una vez al día, pero la situación en la casa nos provocaba cierta inquietud. El fontanero nos pareció de confianza, de la vieja escuela: entrado en años y con mono azul. Entró en el cuarto de baño, observó el desaguisado un instante y pidió una fregona. La sumergió en el agua estancada, hizo algo de fuerza y violá: desatascado. Nos quedamos de piedra, lo habíamos intentado con el desatascador repetidas veces sin ningún éxito, pero ya ven, la experiencia es un grado y el viejo fontanero con tan solo introducir la fregona lo solucionó en un momento.

Le preguntamos cuanto se debía.

- Son treinta euros.

Lo peor es que hace tres o cuatro semanas, cuando la avería se produjo por vez primera le habíamos pagado doscientos cuarenta europeos a un fontanero de urgencia - un sábado por la tarde- por repararlo.

Sí, definitivamente somos gilipollas.

domingo, noviembre 13, 2005

Esta casa es una ruina

Nuestros errores: la casa era bonita, eso de encontrarse dentro de una mancomunidad proletaria (ferroviarios de la RENFE) con plaza de aparcamiento y verja para los coches resultaba emocionante, el metro que lleva al centro en 7 minutos caía enfrente, los amigos vivían cerca y parecía que las paredes del piso se sujetaban solo por la presión de la luz que entraba por las ventanas. Así era de luminoso.

Ahora: nos empezamos a dar cuenta de cómo será un invierno sin calefacción, nos equivocamos con los colores con los que hemos pintado laz zonas comunes (dicen que es culpa de ese hombre que nos vendió la pintura recomendándonos pintar bebiendo güiski), la tapa del váter se ha caído, la instalación eléctrica del baño hizo plof, hace frío, el suelo esta lleno de manchas, el grifo de la cocina gotea, a veces discutimos, esta tarde la lámpara del salón se ha encendido sin motivo mientras veía una película y ahora no se apaga, el suelo del baño atrae a la mierda, hay grietas por las paredes y los cimientos son inestables. El otro día un cable se quemó sin motivo aparente. Podría haber sido un incendio. Podríamos haber muerto calcinados.

Pero sigue siendo bonito que el sol salga por la ventana de mi habitación, tener estas vistas suburbanas, un cielo taaaan grande (cientos de nubes) y plaza de aparcamiento, un salón apañao y fogones de butano.

Somos unos románticos.

¿O somos gilipollas?

sábado, noviembre 12, 2005

Foto

Se trata de una foto de ella al borde del mar Cantábrico.

Aparece tomada desde arriba, dormida sobre la hierba, muy pálida -debería hablar más bajo para no despertarla-, con los labios-gajos muy rojos y el pelo enredado en las briznas muy verdes; hay también algunas flores amarillas rodeándola y sus ojos cerrados negando al mundo lo que esconden los párpados: sus ojos son demonios.

Parece estar muerta y es hermosa.

jueves, noviembre 10, 2005

Excusa

No he hecho el estúpido trabajo de física de primer curso. Hoy tendré que decirselo a ese profesor joven que nos trata como si fueramos coleguitas. Seguro que algún día me lo encuentro en algún bar. Aunque no creo que frecuente los mismo lugares que yo. Su asignatura es una mierda.

Estoy pensando qué decirle:

- Se me ha estropeado el pc. No sé, algo raro en el disco duro.
- Mi tía. La pobre, tan joven. La enfermedad fue fulminante. Un día está uno perfectamente y al siguiente te han metido en una caja de pino. No somos nada.
- He tenido que salir de la ciudad unos días. Asuntos familiares. Ocho horas en un autobús. Horroroso.
- No solo yo, parece que todo el mundo se ha resfriado por estas fechas. Será gripe aviar.

En realidad me he pasado dos días de fiesta. He estado en tres bares, una discoteca y dos casas de amigos cuando ya era de día. Tomé cerveza y ron con cola. Llevaba los pantalones de campana verdes que he recuperado del armario para el invierno, son calentitos. La camiseta que llevaba también era verde. Me han dicho cosas bonitas cuando me estaba quedando dormido, preferíamos estar despiertos pero se nos caían los ojos, un beso.

martes, noviembre 08, 2005

El sueño de la razón produce monstruos.

- ¿Y qué nos dice la ecuación 8? - dice el tipo con gafas y frente ancha sacando mis ojos de la ventana y mi cabeza de las ramas de los árboles del parque de ahí enfrente.

Bien, pongo los pies sobre las baldosas del suelo, me siento correctamente y la busco entre las fotocopias. Aquí está, la ecuación 8. Mmmm. La miro y agudizo el oído. Acerco un poco la oreja derecha pero nada. No oigo nada. No dice nada. Intento iniciar el diálogo.
-¿Hola?- susurro. El tipo que se sienta al lado me mira. Lleva una horrible camisa de cuadros. Vuelvo a lo mio.
-¿Hola?- Y la ecuación 8 no me responde. Es una ecuación tímida o, acaso, muda.

Me quedo mirándola un poco chafado. En verdad es bonita: hay una integral y una derivada segunda. También un par de sinuosas letras griegas, psi y epsilon. Y un sumatorio. No tengo ni idea de lo que quiere decir, si es que quiere decir algo. Así me quedo un rato, perdido en sus curvas, mecido suavemente por el ronroneo del profesor, comenzando a sentirlo todo un poco borroso -el sol calentándome levemente la nuca- y perdiendo progresivamente rigidez en el cuello. Y entonces la oigo. La ecuación 8 me habla:
- Siente como pesan tus párpados. Siente que son de plomo y que caen irremediablemente. Ven conmigo, ven. Duerme, mi niño, duerme.

Mmm.

sábado, noviembre 05, 2005

Every teeth a wanted teeth

Llevo un par de días tomando pastillas. No me malinterpreten: se trata de antibióticos y antiinflamatorios. Me diagnosticó Álvaro por teléfono (Alvaro es médico) pericoronosis. Suena mal, ¿verdad?, pues se trata de una simple infección en la mandibula producida por la erupción de una de mis muelas del juicio. ¿Recuerdan que hace unos días me preguntaba si mis nuevos molares molaban? Pues definitivamente no molan. No disfruto de la comida, me duele al mover la boca y me cuesta hablar. Y a mi me gusta mucho hablar. No sé a cuento de qué me tienen que nacer a mi ahora otras muelas. Con las que tenía hasta el momento me iba estupendamente. Nunca he tenido una caries ni una muela picada ni un empaste ni nada parecido. Estaban todas en su sitio. Y ahora aparecen estas invitadas inesperadas y se me hincha media cara. Es como un embarazo no deseado. No quiero, no. Que se vayan por donde han venido.

miércoles, noviembre 02, 2005

Hipnosis

Acabo la noche hipnotizado, con un Ducados Rubios humeando entre mis dedos y la voz de Beth Gibbons en los oídos -"...god knows how I adore life..."-, asomado a la ventana de mi cuarto desde donde se domina el cielo rosado, un bosque de grúas de construcción levantando un complejo de bloques allá al sur, las luces azules del Carrefour, una chimenea fina y alargada, humo, aviones que cruzan sin censar, un puñado de estrellas y a veces la Luna, la estación de cercanías de Delicias y otra estación antigua de estilo modernista que ahora alberga un Museo, la cúpula semiesférica del Planetario, algunos árboles que susurran y pocas voces que gritan, barrios cuyo nombre desconozco, edificios de ladrillo visto repletos de gente dormida, el aire fresco en la cara... Aunque no lo creáis esto es belleza.
Siempre soñé que dentro mi ventana cupiera un cielo tan grande.

martes, noviembre 01, 2005

Todos tus muertos

Más que acordarme de los muertos me acuerdo cada año por estas fechas de los días de Todos los Santos de mi infancia -entonces lo de Halloween sonaba todavía muy raro por estos lares- cuando la familia se reunía para visitar, en el corazón de la cuenca minera, el cementerio donde todos, en teoría, vamos a acabar. Cogíamos los coches e íbamos casi en caravana desde Oviedo a Caborana, el pueblecito donde nacieron y se criaron mamá y sus 7 hermanos/as y toda esta historia, la de mi familia materna, comenzó. Según uno se acerca a la cuenca por la carretera -ahora ya hay autopista- los montes se van escarpando, las laderas se hacen más empinadas y las casas decrépitas parecen sostenerse por arte de magia. Todo se torna verde musgo y el cielo se cubre de plomo. Los valles de la cuenca son oscuros y las minas grandes estructuras metálicas casi abandonadas, cubiertas de óxido y sucias de carbón. Los edificios son grandes barracones para los obreros y el cuartelillo de la guardia civil recuerda los tiempos de la Revolución de Octubre del 34 y la guerra civil. Esta tierra horadada tiene algo de amenza silenciosa, de peligro inminente: una furia contenida que degeneró en tristeza. El cementerio está construido sobre una ladera que tiene una inclinación bastante pronunciada, desde lejos parece que los nichos se amontonan unos sobre otros, en realidad hay estrechos pasillos que separan un bloque de los otros. Cuando llegábamos allí casi no cabíamos, todos vestidos de negro y reunidos en torno a la tumba de mis abuelos, algunos tios, un primo heroinómano y otros familiares que no recuerdo o nunca conocí. Venía también un cura, creo recordar, y hablaba. Todo mezclado entre aquellas montañas y bajo el cielo gris: sacerdotes y guardias civiles, dinamita y sindicatos, minas y montones de carbón, mujeres deprimidas, prejubilados alcohólicos poblando los bares y jóvenes drogadictos como fantasmas en las esquinas. Era más bien el Día de Todos los Muertos, en una tierra que parece morirse.

Después nos íbamos a comer fabada alrededor de grandes mesas alargadas.