jueves, septiembre 28, 2006

Y entonces la habitación se tornó en caverna y el silencio ocupó el espacio como una gelatina blanda y espesa, y era difícil para las cosas moverse, y se difuminaban las formas, y la vida y todas las cosas que ella contiene parecían tontas, inútiles y sin sentido y no lograban abrirse paso. La garganta seca.

Tú desnuda y tu cuerpo crepitando como los tambores de una tribu de indígenas con piel de ébano perdida en las selvas del África central tocando rituales de muerte. Imagino tu cuerpo pintado con pintura roja adornado con collares y colmillos de animales salvajes y conchas recogidas en la orilla de las playas de agua cristalina donde sopla un viento de sal. Imagino a una pantera morado oscuro agazapada en la espesura preparada para dar un salto y las garras esperando a desgarrar la carne y recibir la sangre. E imagino unos dioses paganos iracundos condenándonos con su dedo acusador y sus dientes amarillos y el hedor y su furia desatada mostrándonos un infierno de humo y sudor.

El atardecer nos cubre como la piel de un oso y se prepara una batalla. Las palabras se alejan como aves migratorias tomando la ruta errónea. Los soldados se arrastran por pasadizos subterráneos con el pecho desnudo.

Y después, el desprecio.

martes, septiembre 26, 2006

El sol

Y la madre de mi amigo cada vez se muere más deprisa. A veces la muerte llega en días soleados como éste. Y mi amigo se asoma por la puerta de mi habitación con los ojos húmedos y dice que se va. Y me pide algo de dinero para el autobús. Yo le doy un puñado de billetes que rebusco en mi cartera. Con esto servirá, dice. Gracias. Y su voz suena temblorosa. Cruzará media España en autobús. Viendo como el sol se hunde cada vez más en el oeste. Ocho horas para pensar. Una parada en un área de servicio. Tres peajes. Las metástasis pueden ser más rápidas que las autopistas. Y mientras la mente se mantiene lúcida el desastre va creciendo dentro de ti. Célula a célula. Segundo a segundo. Invadiéndolo todo. En silencio. La vida es una carrera hacia un abismo. Algunos corren mucho más rápido. Y a veces las velas se apagan de repente. Una ráfaga de viento. La verdad es que hoy hace un día estupendo y todo parece florecer. Las hojas verdes de los árboles mecidas por el viento. Susurrando. El aire cálido. El suave bullicio en las calles. Las terrazas. Pero yo solo deseo beber cerveza y fumar toda la tarde. Tendido en la cama. Bajar la persiana hasta la mitad. Penumbra. Fregar los platos, tal vez. Hasta que anochezca. Y el mundo ya no parezca un lugar tan hipócrita. Ni tan tristemente irónico.

jueves, septiembre 21, 2006

Acoso

Había una chica en el colegio que se llamaba Lucía Villa Torres. Tenía los ojos verdes y grandes. Verde esmeralda. Tenía el pelo negro azabache. Tenía la nariz un poco aguileña. Pero no tenía amigos. Lucía era la hija de una de las cocineras. Aquellas mujeres de aspecto proletario que trabajaban en la gran cocina industrial del colegio. El menú era bastante irregular. Las lentejas estaban buenas. Y la tortilla de patata. Había un plato de pasta con nata que los alumnos habíamos apodado como Puta Mierda Blanca. Y aún así nos encantaba. Luego había otros platos asquerosos. Todos ellos eran preparados por aquellas mujeres maduras vestidas de rosa en las ollas gigantescas de la cocina. Que tenía los techos altísimos. Y en cuyo suelo de baldosas amarillentas era fácil resbalar. Porque estaba siempre húmedo.

Recuerdo a Lucía de niña corriendo detrás de nosotros. Lucía tiene la peste. Si te toca Lucía te pega la peste. Corríamos en desbandada como si aquello fuera un encierro y ella fuera la bestia. Era extraño ver como Lucía conservaba la sonrisa cuando nos perseguía. Portando la peste que alguien le había diagnosticado.

Lucía era una pringada. Cuando yo ingresé en el colegio, a los cinco años, Lucía ya llevaba dos años allí. Y ya era una pringada. Así, tan joven. No sé quién decidió aquello. O si Lucía había nacido ya con esa condición. El caso es que la realidad era esa.

Recuerdo a Lucía cuando teníamos diez años. Acurrucada sola debajo de un árbol durante los recreos. Ensartando pequeñas margaritas en un palo. Como si fuera un pincho moruno de flores. Recuerdo a Lucía jugando sola con los bichos que cazaba. Las arañas. Los bichos bola. Sentada al borde de la calzada. A los trece. Recuerdo a Lucía paseando sola por el colegio a media mañana. Y ya éramos adolescentes. Y la veíamos pasar sentados en los bancos. Recuerdo a Lucía quedándose sola en la clase durante los ratos libres. Sentada en su pupitre. Garabateando en papelitos. En la penumbra. Murmurando. En el silencio.

Algunas veces me tocó sentarme al lado de Lucía durante algunas clases. Lucía parecía una chica normal. Tenía un estuche de tela cilíndrico repleto de rotuladores de colores. Y fluorescentes. Cuando escribía –con la zurda- se mordía suavemente la lengua con el lado izquierdo de la mandíbula. A veces se volvía hacia mí y me dirigía la palabra. Y era sonriente. Y tenía algo en los ojos que parecía esperanza. Verde esmeralda. Y yo siempre la trataba cordialmente. Porque no veía motivo para todo aquello. Y nunca llegué a entender cual era el problema con Lucía.

Los profesores tampoco lo entendían. Durante los quince años que fue marginada sistemáticamente por, no solo un pequeño grupo de personas, sino por toda una clase, por todo un curso, por todo un colegio con cientos de alumnos, ellos trataron de encontrar soluciones. Le hacían irse de clase con cualquier excusa. Lucía vete a por los bocadillos. Lucía vete a por folios a secretaría. Y cuando Lucía se iba los profesores nos preguntaban qué ocurría. Cual era el problema con Lucía. Esta escena se repitió demasiadas veces durante toda nuestra vida escolar. Una vez un profesor nos hizo escribir a cada uno en un papel nuestra opinión al respecto. Luego se leyeron uno a uno. La mayoría escribió que no sabía lo que pasaba. Algunos pusieron que Lucía era una marginada. Que Lucía no hacía nada por tener amigos. Que Lucía era un bicho raro. Entonces ya teníamos diecisiete años. Y todo era mentira. Y Lucía lloraba cuando la ponían al corriente de aquellas reuniones.

Algunos dicen: los niños son así. Los niños son crueles. Es normal. En mis tiempos también pasaba. No. Lo que hicimos con Lucía fue un crimen. Algunos fueron criminales activos. Otros solo colaboramos con nuestra complicidad muda. Para que se haga el mal solo hace falta la indiferencia de la gente de bien, dicen. Lucía fue ignoraba por el mundo durante quince años ante nuestros ojos. Ocho horas al día inmersa en la más absoluta soledad. Hablando entre dientes. Contándose historias en las que todo iba mejor. Después de esto, cuando el colegio acabo y la vida continuó su curso Lucía Villa Torres fue vista regularmente por la ciudad. Con botas altas. Con minifalda. Y mucho maquillaje en la cara. Montada en las motos de tipos de aspecto peligroso. Parecía una mujer dura. Daba la impresión de que había olvidado todo aquello. Pero estoy seguro de que aún dolía la enorme herida que le habíamos inflingido. Y ya no había remedio. Pues la niñez había pasado por entre nuestros dedos. Como el viento del otoño.

martes, septiembre 19, 2006

Pasen y crean

Veo los solemnes actos conmemorativos de los atentados del 11S por televisión y pienso que hay infinitas violencias en este mundo, pero sobre todo dos violencias. Una es su violencia injusta y salvaje; incrustar dos aviones comerciales contra las torres más representativas de nuestro Imperio, o hacerse estallar en una discoteca de Tel Aviv repleta de gente, personas como nosotros, con los mismos peinados y las mismas ropas, con los mismos gustos y los mismos ídolos, con la piel del color de nuestra piel. La otra es nuestra violencia redentora, preventiva e inmaculada –porque Dios está de nuestra parte y en él confiamos-, bombardear países en la otra esquina del mundo cuyos nombres no conocíamos anteriormente y que la CNN nos presenta como lugares áridos y agrestes poblados por hombres barbudos y coléricos portando kalashnikovs de frío acero negro clamando venganza por sus muertos, que suelen llevar en lo alto de sus brazos por las calles. Sus muertos no tienen nombre ni cara, se contabilizan por numero: x muertos hoy en Irak, x muertos en los bombardeos al Líbano. En cambio nuestros muertos de piel clara tienen nombre y tienen rostro: el otro día, en los actos conmemorativos, se enunciaron todos sus nombres, varios miles y se pueden consultar en los monumentos a los caídos.

Cada vez que veo a alguien declarar en televisión que el Islam es una religión de paz no puedo hacer menos que reír o indignarme. Todas las religiones están hechas para la guerra, Jesucristo dijo venir con la espada y no con la palabra, la misma espada que Mahoma deseaba utilizar para extender sus doctrinas. Hay cientos de suras en el Corán que predican la guerra santa. El problema de las religiones del Libro es que las escrituras siempre se pueden interpretar como uno desee haciendo la correcta selección de citas. Son libros tan polivalentes que a veces llego a creer que fueron realmente dictados por una voz divina. Cualquier cosa puede ser justificada en virud a estos textos, cualquier creencia, por absurda que sea, puede ser respaldada por la Biblia, el Corán o el Talmud, pues son textos mil veces contradictorios y si aquí dice haz el amor, allí dice haz la guerra, y si aquí dice practica el Talión, allí dice pon la otra mejilla.

La religión sirve, fundamentalmente, para mortificar al cuerpo, confundir a la mente, castrar al espíritu y anular a la persona. Ahora las religiones, al menos aquí donde vivimos, son algo anecdótico –aunque nuestra cultura está profundamente traspasada por el judeocristianismo y aun siendo ateos no podamos huir de ciertas concepciones o costumbres que han ido calando hondo en el inconsciente colectivo durante siglos-, pero hubo un tiempo en que suponían un código de conducta total que impregnaba completamente la vida de los hombres: desde la vestimenta hasta la alimentación, la vida sexual o familiar, cualquier acto o pensamiento, a veces los textos sagrados indicaban incluso con qué mano debía el fiel limpiarse el culo.

Pero a lo que iba: la religión católica es la religión propia del mundo dominado pues donde hay ira ella predica templanza, y son bienaventurados los pobres y los que sufren, y los últimos serán los primeros y habrá justicia algún día, el día del Juicio Final, y Dios pondrá a cada cual en su lugar y en el Reino de los Cielos se cambiarán las tornas y todo cobrará sentido. El cristianismo es un proyecto para la muerte, para la vida después de la muerte, es decir, es un proyecto para la nada, una mentira. Pero resulta muy fácil dominar a las masas católicas pues les hemos hecho creer que algún día llegará la justicia. Lo mismo ocurre con las leyes kármicas de las filosofías orientales: el sufrimiento aquí y ahora es una deuda que tenemos de vidas anteriores y que hemos de pagar para seguir progresando en la rueda de reencarnaciones. Estas dos filosofías de resignación y mansedumbre fueron las que permitieron a Occidente, es decir, Estados Unidos, explotar sistemáticamente América Latina, Oriente y el resto del mundo sin problemas, excepto, claro está, los países islámicos que para nada entienden de bajar la cabeza y aceptar la dominación sino todo lo contrario, lo que a todas luces parece una postura mucho más digna, aún con todas sus infinitas miserias.

Por lo demás, yo no me declaro ateo sino más bien antiteo, es decir, no es que no crea en Dios, ni no que estoy en contra de la idea de Dios.

martes, septiembre 12, 2006

Aterrizaje

Y te quitas toda la ropa. Y te duermes tendida sobre la sábana verde. Yo me siento en la silla y al otro lado de la ventana se ve la noche. Poblada de luces de edificios lejanos. Y grúas. Y finas chimeneas. Y algunas estrellas. Que me hacen sentir el vértigo de las distancias intergalácticas. Y del vacío. Mientras todo lo demás es silencio. Así que fumo. Y el humo se dispersa lento -muy lento- por la estancia, atravesado por la luz amarilla de la lámpara vieja. Está aquí el aire en calma. Y tu cuerpo se hincha y se deshincha al ritmo suave de tu respiración. Y emites sonidos imperceptibles mientras tratas de lidiar en sueños con un exceso de alcohol. Y pienso, ¿sabes?, no tenemos por qué odiarnos. Y después pienso, no debemos tener miedo. El miedo nos paraliza y no nos deja ver. Nos nubla la vista y pronto la niebla alrededor nos hace creer que estamos solos y en peligro. Pero ahí está la superficie de tu espalda indicando el camino. Como una pista de aterrizaje iluminada. Y tus hombros poligonales. Y tus piernas que no se acaban. Cuando te desnudas el mundo toma la forma y el tamaño de tu cuerpo. Y ya no hay nada más. Y nada importa. Ni el vacío, ni el silencio, ni las distancias intergalácticas. Y me levanto de la silla y corro hacia ti. Como quien corre a refugiarse al calor de la lumbre de un hogar perdido en la tormenta.

jueves, septiembre 07, 2006

Música, por favor

Cómo definir esa sensación que me embarga cuando veo a esos triunfitos que sacan un disco de folk acompañados de una austera guitarra acústica y declaran que han grabado su trabajo más personal, que se han apartado del circo mediático y que han sabido digerir una experiencia televisiva de masas; o las camisetas estampadas y ceñidas que le ponían a Bisbal o a Busta cuando eran aún unos cachorros de la academia; esa horrible sensación que me provocan los famosos del corazón cuando recitan las virtudes de Alejandro Sanz, sin duda lo más de la música española, un verdadero genio, me encanta el Corazón Partío –y lo tatarean-; o el libro de sonetos de Sabina, o la gente que piensa que mola que te mole Sabina porque es un maldito y tiene unas letras preciosas y dice la palabra cocaína –¡oh!- y hasta se la metía –la droga, no la palabra-, pero ahora ya no porque ya no sale de noche y está reformado y blande un cigarro de plástico y visita a Sánchez Dragó; o los Estopa que son tan campechanos y que trabajaban en una fábrica en Cornellá y escuchaban jevi -vamos que son como tú y como yo, gente normal, aunque yo nunca he trabajado en una fábrica en Cornellá ni he escuchado jevi-; o el guitarrista de Amaral dejando bien clarito que Amaral son los dos, son el grupo, no solo ella sino él también, que es un gran compositor –pero ella está más buena-; o las caras que pone el cantante del Canto del Loco como si fuera un demente –que siempre queda muy punk y ellos quieren pasar por punks cañeros y escriben letras de contenido social como Zapatillas, que habla de la injusticia que supone que no te dejen entrar en la disco por tu calzado- y que le copió a aquellos Green Day de mediados de los noventa; o esos que se llaman Pignoise y que también van de punks pero son del barrio de Salamanca o algo así y jugaban en el Real Madrid y en el Rayo hasta que se lesionaron y se hicieron punk rockers –unas lesiones aciagas para la historia de la música, con lo bien que le daban patadas al esférico- y que ni siquiera se hacen bien las crestas; o los chicos de Pereza que aseguran ser muy roqueros pero luego se van de gira con los Hombres G y gente similar; o Andrés Calamaro declarando que cuando las Fuerzas de Seguridad del Estado interceptan un barco lleno de farlopa es una tragedia –tampoco seré yo el que lo niegue-, en fin, ese asquito que me produce el que la gente crea que Paulina Rubio sabe cantar cuando oyendo su voz se nota a la legua que es más propia de un rudo marinero tatuado o de un estibador que de la damisela supersexy que pretende ser,

Ups, al final se me olvidó hablar de música.

Vaya.

sábado, septiembre 02, 2006

De vuelta


Y regreso a Madrid después de casi dos meses inmerso en la desidia natural que sufro en Oviedo y todo sigue igual en casa, tal vez todo un poco más desordenado, y veo a Isaac que lleva todo el verano de rodríguez machaca, repartido entre dos curros y encerrado en casa como un Robinson Crusoe cañí y recibo la visita de Txavi que anda de tour por la piel de toro, y me llena de satisfacción ver un relato mío publicado en la revista Fábula ilustrado con unas fotos que no se de dónde han salido, y por fin me concentro en estudiar –ando ahora entre transistores y amplis y filtros y chips- y coincide todo esto con la última ola de calor del verano así que mantenemos las puertas del balcón abiertas y es como estar en la calle o en una terraza y ahí enfrente sigue el barrio de las Delicias y todos esos árboles que pronto amarillearan y después se quedarán desnudos, y casi sin darnos cuenta habrá llegado el invierno sórdido y cruel y tendremos que encender esa estufa de butano que da tanto miedo pero que calienta que es un primor. Pero por el momento disfrutemos del aquí y ahora, hic et nunc, carpe diem y todos esos latinajos, y olvidémonos de la estufa, pues no disfrutar porque vamos a sufrir es como suicidarse porque vamos a morir. Vamos, digo yo.


En la imagen el Autor sobre fondo rojo, divertido y orgulloso, de vuelta en su domicilio madrileño.