viernes, abril 24, 2009

La Termodinámica del asunto


Todo en el mundo se va deshaciendo lentamente, dice ella, sólo que tú no te das cuenta. Lo dice la Termodinámica, todo en el Universo ocurre de tal manera que aumenta el desorden, la entropía. Entonces ella coge un servilleta de papel en la que está impreso el nombre del bar, saca un bolígrafo del bolso y escribe una ecuación matemática:

S = k ln W

Cuando sabes matemáticas es todo más fácil, dice ella. Bueno, déjalo, quizás sea demasiado complejo, no me mires así. La vida es sólo una fugaz resistencia contra ese continuo disgregarse de las cosas y no podemos hacer nada contra ello, nos guste o no. Y además es irreversible. Venga, deja de mirarme así. Tengo una idea, quizás así lo entiendas mejor. Ella acerca el vaso de agua que acaba de traer el camarero y un sobre de azúcar del café que ya se ha tomado. Vierte el azúcar en el agua. Fíjate, dice ella, el azúcar es un sólido ordenado, sus moléculas están colocadas de forma geométrica formando una red, es lo que se llama un cristal. Pero si ahora meto la cucharilla y la giro en el sentido de las agujas del reloj... -ella mete la cucharilla en el agua, la hace girar en el sentido de las agujas del reloj y el azúcar se disuelve- ...entonces el azúcar se disuelve en el agua. Ya no es un cristal, dice ella, ahora las moléculas están desordenadas en el fluido: la entropía del Universo ha aumentado con este simple gesto. Y es irreversible, fíjate: si ahora giro la cucharilla en el sentido contrario... – y ella gira la cucharilla en el sentido contrario a las agujas del reloj- ...entonces el azúcar no vuelve a recuperar la estructura ordenada original, la estructura cristalina. Sigue disuelta. La entropía no ha disminuido, sino que se ha quedado igual ¿Entiendes? Aunque hagamos lo inverso no se vuelve al principio. Es irreversible, dice ella. Y así con todo.

Ya, dice él. Pero es que yo aún te quiero.


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En la imagen el Autor pensando en algo circa 2007.

viernes, abril 17, 2009

Un nabo

Sufro últimamente de cierta esquizofrenia textual. Al coincidir que mi currele y mi afición pasan ambos por la redacción de textos de toda índole, y al cultivar yo, insensatamente, todos los géneros, tengo una tormenta de letras en el hipotálamo que me inquieta profundamente cada vez que, cual pianista, me crujo los dedos ante el teclado. Me salen reportajes de ficción, relatos con ritmo y rima, poemas que no son más que versificación de la narrativa, posts donde todo se mezcla en un sindiós, sin orden ni concierto. Así que, metafóricamente, los hago una bola, los tiro a la papelera (de reciclaje) y vuelta a empezar, en una especie de ejercicio de prueba y error. Que se callen ya todas esas voces que hablan y se pisan, y hablan más alto para hacerse entender dentro de mi pobre y babeante chola. Tal jaleo me confunde y me hace tomar una mano por la otra, o una mano por un pie, o un pie por un poema. Imagínense luego la vergüenza cuando se lo enseño a alguien y me dice: que no es un poema que es nabo. Y resulta que yo había confundido previamente un vegetal con una parte de mi cuerpo o con un verso.

sábado, abril 11, 2009

Shiny boots of leather

La gente en Madrid es más guapa que en provincias. No es que lo diga una encuesta del CIS: imagínense el jaleo para decidir los criterios de belleza, quién es feo y quién no, si las rubias o los morenos, si tirillas o de curvas rotundas, si esto o lo otro. El amigo Isra, que tiene un gusto diametralmente opuesto al mío, dice que a mi me gustan las troncas anoréxicas, con cara de yonqui y con el pelo cortado a hachazos, y, en cierto sentido, tiene razón. No juzgaré aquí sus estrafalarios y poligoneros gustos. Como digo, no se trata de ninguna encuesta o barómetro, es sólo una impresión. Basta con pasearse un viernes por la tarde por el centro de la capi para confirmar mi tesis, Malasaña, Gran Vía, Sol, todo ese está lleno de gente bella, aunque también de algunos monstruos. Y es que aquí hay gente que se cuida mucho y otra que se cuida muy poco. En una burguesa y apacible capital de provincias, Oviedo, pongamos por caso, nadie iría por ahí con chándal o con las pintas que se traen algunos, pero tampoco se encuentran a esos jóvenes y jóvenas modernos, cosméticos, ultradiseñados.

Mi teoría, que explica la proliferación de los guapos, es que existe un fuerte flujo migratorio de gente hermosa de la periferia al centro. Imagínense que usted es una joven muchacha hermosísima que nace en una minúscula aldea de la última montaña de la última provincia de la última Comunidad Autónoma de la piel de toro. Al verse como una extraterrestre en un ambiente, ¿cómo decirlo?, tan rural, tan telúrico, con sus vacas, sus casas de piedra, sus curtidos labriegos, su tonto del pueblo, su bar de viejos y su brutal aburrimiento, pensará que ha nacido en el lugar equivocado. Y que sólo por ser guapa está abocada al éxito. El siguiente paso en el proceso lógico es decidir emigrar a Madrid, tierra de sueño y plástico, donde el mundo se rendirá a sus pies, como está escrito. La excusa es lo de menos: actriz, cantante, modelo, ministra. Después de las consecuentes gestiones, cursos, ahorros, trabajillos, títulos, consigue plantarse en la ciudad que es villa y corte. Cuál será su desilusión cuando descubra que allí es una más, que de ser la más guapa del pueblo ha pasado al vagón de cola de la belleza, que hay muchos y muchas aún más guapas y que, por tanto, nadie le hace demasiado caso. Lo que viene después ya no se sabe a ciencia cierta. Conseguir un curro digno, aceptar la realidad, dar un braguetazo, pasarse años de casting hasta volverse a casa con madre, padre y los abuelos, o acabar haciendo la calle, todo puede ser. Porque para tener éxito no basta con ser guapa. Ni con trabajar duro, perseverar y bla bla bla, como algunos nos quieren hacer creer. Ni siquiera, créanme, con tener talento. Para tener éxito en la vida, queridos amigos, lo que hay que tener es, o mucha cara, o mucha suerte.

Ya que estamos con estos temas banales, le comentaré que me he comprado unas botas camperas. Ya saben, tacón de madera, punta de “besame la punta”, caña alta, cuero marrón con solera, todo eso. Como de vaquero del medio oeste o de rockero cocainómano. Siempre quise tener unas, pero nunca me atreví a comprarlas, me parecían un poco horteras y bastante caras. Hoy en el centro, rodeado de gente bella, vi unas chulísimas y tiradas de precio, y como ando en uno de esos cambios de la vida en los que hay que animarse, pues me hice el regalito. Aún ando tratando de domarlas, me cuesta caminar, hacen “clic, cloc, clic, cloc” anunciando mi presencia. Pero molan. A los vecinos de abajo les voy a hacer polvo: this boots are made for fuckin’!!!

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Aquí una entrevista con el autor en La Nueva España de Oviedo, cuando aún no tenía sus nuevas botas y había salido a muerte la noche anterior. Se nota.

lunes, abril 06, 2009

Arde Babilonia

Era uno de los antros más sórdidos que he conocido nunca, y mira que he pisado sitios infernales. Estaba en la calle Fuencarral, al lado de un Vips: por semana era un sex shop y durante los findes era el Babylon, el rey de todos los afters. Cuando íbamos al Babylon ya estábamos en la segunda fase del delirio, el garito abría a eso de las 11 de la mañana y por entonces ya tenías que haber estado en otro after previo, aunque a veces, en nuestro afán ahorrativo, dormíamos prontito el viernes noche y madrugábamos para ir a aquel agujero. Esas cosas hacíamos entonces.

Según entrabas en el Babylon, después de pasar el control de los rudos porteros del Este, estaba la zona sex shop, cerrada a esas horas; así que te conducían a lo que era el bar en sí, un lugar parecido a un garaje lleno de colgaos salidos de las entrañas de la noche, putas, travestis, camellos, gente que daba miedo, y a veces un famoso inopinado, todo ello salpimentado con una música oscura y atronadora. Aún sí, se podía acceder a las cabinas: en ellas la gente se drogaba, follaba o invitaba a alguien a drogarse con la intención de follar allí mismo, en una carambola del destino. Lo cierto es que muchas veces las presas aceptaban de buen grado. También se podían usar las cabinas para lo que realmente servían: ver películas porno de pésimo gusto durante un minuto por el precio de un euro, creo. Podías cambiar entre varios canales y, de pronto, podía aparecerte sexo con caballos o cualquier otra variante de la perversión. Otro lugar muy frecuentado era el parking al que se accedía por una puerta trasera, donde la gente iba también a trasegar droga. Si eras cliente frecuente, había la posibilidad de que los porteros te dejasen entrar gratis, en caso contrario te cobraban unos 15 euros. Uno de aquellos findes absurdos y descerebrados de mediados de la década en el que fuimos tres veces seguidas, los gorilas nos dejaron entrar gratis la última mañana.

En aquel sitio a medio camino entre la realidad y la fantasía viví alguno de los momentos más lisérgicos de mi vida. Una mañana en que lo veía todo rojo y rosa y aquella música, aquellos graves, parecían meterte la mano dentro y removerte los intestinos. Nosotros, ellos, todos, bailábamos aquellos sonidos salidos de lo más profundo de una selva del África Central. Bailábamos como salvajes, como animales, más como alimañas que como personas, sumidos en el total desenfreno, saltando con las gafas de sol puestas y los pantalones de campana. No nos importaba el mañana, nos daba igual palmarla. Luego, cuando salíamos, el sol nos dejaba aún más ciegos, y nos quedábamos tristes por lo menos hasta el miércoles.

Hoy he pasado por delante. Allí siguen aquellas escaleras que se hundían en el averno, pero el Babylon hace tiempo que no existe. Ahora me resulta extraño, pero disfrutábamos de aquello.