viernes, mayo 07, 2010

Con vistas al cielo

El edificio de El Corte Inglés de la plaza de Callao era durante la Guerra Civil un hotel donde se hospedaban los corresponsales extranjeros, entre ellos Ernest Hemingway, según contaba el otro día en Telemadrid un señor mayor que parecía saber lo que decía. (También informó a los telespectadores del cochambroso canal que en los bajos del edificio de enfrente, el Palacio de la Prensa, se compuso el tristemente célebre himno fascista Cara al Sol). Desde la terraza del edificio de El Corte Inglés, que ahora es la cafetería de los grandes almacenes, se domina una impresionante vista de Madrid: la Gran Vía que se tiende hasta la Plaza España, el Palacio y el Teatro Real, el mar de tejaditos madrileños, con sus antenas, sus buhardillas, sus azoteas, sus espacios absurdos, y la Casa de Campo, con su parque de atracciones y todo. Al fondo, las ciudades satélite que asoman en el horizonte y la sierra.
Lo sorprendente de la frontera Oeste de la capital es que se corta de repente, se acaba la ciudad y empieza la enorme extensión verde de la Casa de Campo que, por cierto, en ocho años de estancia aún no he visitado. No hay barrios periféricos, ni esas zonas disueltas que uno no sabe bien como calificar, si como polígono industrial, ciudad, autopista o erial. (Inciso: la semana pasada, en la entrega de los Premios Cajamadrid de Narrativa y Ensayo, en La Casaencendida, una de las jurado mencionó que alguien que no recuerdo había intentado en varias ocasiones salir de la ciudad a pie y no lo había conseguido, pues siempre que parecía que se aproximaba al borde surgía otra excrecencia de la urbe o una circunvalación que le cortaba el paso).

Lo bueno de la terraza de Callao, iba diciendo, a parte de que los corresponsales de antaño podían seguir la guerra en directo, puesto que se divisaba el frente, es que ahora cualquier mortal puede disfrutar libremente de las vistas mientras se toma algo en la cafetería. Al periodista Pablo León y a un servidor nos dio hace una buena temporada por intentar recuperar la sana costumbre de la merienda, que parece olvidada por las jóvenes e insensatas generaciones de españoles. Uno de esos días subimos a la terraza en pos de unas tortitas y recordé que, en una ocasión, hace ya unos años, me surgió una idea para un relato en ese escenario privilegiado.

La historia era como sigue: el narrador del relato, que en este caso concreto coincidía con el autor, que soy yo, subía las nueve plantas de El Corte Inglés hasta llegar a la cafetería. Allí me encontraba a mi padre, sentado en la zona de fumadores, agarrado a un Winston y a un gin-tonic, precisamente las cosas que le mataron hace ya quince años. Es curioso que mi papá se tomaba la ginebra con Schweppes, la tónica que se anuncia en la celebérrimas luces de neón multicolor que coronan el edificio Capitol, que se ve justo enfrente del ventanal. En primer momento, yo pensaba -en el relato- que su muerte había sido fingida y que en realidad nunca había muerto, pero papá, allí sentado, tan campante, tenía el mismo aspecto que antes de su muerte, como si no hubiera pasado el tiempo. Finalmente me confesaba que estaba muerto, pero que las cafeterías de El Corte Inglés era un punto de conexión entre el más allá y el más acá, por eso las ancianas siempre van allí a merendar, después del cine o la misa de ocho, para, ante su cercana muerte, ir haciendo contactos y un hueco en la intensa vida social del Cielo y, más aún, del Infierno. Además, claro está, de por la calidad de su servicio, sus productos, y por la garantía de calidad, eterna, que ofrece El Corte Inglés desde hace más de medio siglo a sus clientes.

Aquel día Pablo León y yo llegamos tarde y nos echaron amablemente, cosa que molestó a León, que casi inicia una disputa con el maitre. Una vez apaciguado, bajamos de nuevo a la calle y disfrutamos de un chocolate con churros en la chocolatería Valor, alegremente, sentados al aire libre. Por cierto, hace tiempo que no merendamos.

11 comentarios:

mis largos pies dijo...

Otra vez muy bueno. De punta a cabo. Ahora que lo dices, yo creo que los Vips son también un punto de conexión entre el más allá y el más acá. Mañana no se me pasa merendar.

Lalaith dijo...

Tiene gracia ese relato.

Ahora la moda es comer 5 veces al día, así que la costumbre de la merienda sigue ahí. Creo yo, pero no sé, últimamente parece que tengo el cerebro configurado al revés.

Un saludo.

vaderetrocordero dijo...

¿Pero no íbais a hacer Fresh Banking?

Txe Peligro dijo...

esto fue hace mucho... el fresh bankin, esa idea compleja, tardaria unos meses en configurarse. Y ahora el futuro, qué miedo! menos mal que crecimos un 0,1%

Belén dijo...

No era el edificio telefónica?

Dios, que lío llevo con la gran vía...

Besicos

Txe Peligro dijo...

algo tb he oido de la telefónica, las bombas y los corresponsales... Nu sé.

Anónimo dijo...

La merienda es el mejor momento del día, cuando llegas y te preparas ese bocadillo de nocilla, el chocolate con pan o el delicioso colacao (fresquito o calentito, dependiendo del tiempo), además es justo cuando te sientes en ese límite entre el más acá y el más allá, el más acá del trabajo y el más allá de la vida placentera...

Muy bueno tu relato!

629 dijo...

¡Qué enrevesado señor!

Me gusta la información que nos transmite desde la azotea (que no atalaya), pero me gustaría mucho más que desarrollara más el relato del que habla, porque tiene miga!!

Olalla dijo...

Gracias. Me recordaste de pronto un montón de cosas.

Txe Peligro dijo...

qué cosas

Anónimo dijo...

Las meriendascenas y su montón de cosas.

Olalla