miércoles, agosto 10, 2011

Calamares gigantes, tetas calientes

Cuando se está cerca de la costa, el mar, con sus marineros muertos dentro y sus calamares gigantes, se convierte en un personaje más de la vida, como tu madre o Ramiro el portero, pero más atávico. Ahora mismo, según tecleo, el mar me está mirando fijamente a través del ventanal. Yo hago como si nada, pero su presencia es algo más que física.

Hay ciudades como Xixón que se meten a saco en el mar, sin ningún miramiento, como una ofensa. Ahí está la playa y aquí una muralla de horrendos edificios de más de 10 pisos de altura. Este orgullo arquitectónico de hierro y de cristal contra la brisa asilvestrada, que sopla cuando le peta: el choque entre Naturaleza y Civilización. Un drama cósmico que ocurre aquí enfrente, mientras los viejos con gorra de Caja Rural, apostados estratégicamente en la barandilla, tratan de ver las tetas de las pitukis en top less.

Estas playas de las ciudades mediograndes son muy raras. Uno está ahí, en la arena, hacinado contra el prójimo, el español medio, 1,75 metros, 800 euros/mes, cerrando los ojos y tratando de imaginar que está en comunión con lo Salvaje, la Naturaleza, lo Primitivo, con su Esencia Más Natural. La playa: la gran parrillada macabra de las carnes proletarias. Pero a diez metros pasa el tráfico rodado pitando, escupiendo gases raros con nitrógeno, y se escucha toda la vorágine de la ciudad reflejada en las hieráticas y crueles fachadas de los edificios. Los arquitectos deberían poder ser llevados a juicio, y condenados y encarcelados por el daño que sus obras hacen a la Comunidad y a la Vida tal y como la conocemos. Y los concejales de Urbanismo también, claro. Nadie te obliga a admirar los cuadros de un pintor que te desagrada, pero cómo evitar la presencia de horrendas moles que construyen justo a dos manzanas de tu existencia.

Por lo demás, yo digo que estas playas son para gente chunga, sin recursos, sin talento, sin el más mínimo gusto. Pero, bueno, al mar le da igual, porque el mar, con sus morenas, sus sepias, sus vertidos nucleares, sus esputos de viejas, sus tsunamis, siempre es el mismo, y es más grande que todos nosotros juntos en todos los sentidos. Lo respetamos, y lo tememos, lo admiramos como Kant ante lo Sublime. ¿Qué pensaría Kant de la playa de San Lorenzo? Bah, no sé, me voy de cañas.

2 comentarios:

Liber dijo...

Una duda ¿identificas carnes proletarias con gente chunga, sin talento?
Por lo demás, el texto y la reflexión me han gustado.
Saludos

Txe Peligro dijo...

era ironía, aunque la mediocridad abunda por doquier. las carnes proletarias son más bien mansas como lo bueyes.