sábado, julio 09, 2011

El hijo de la bailarina

Mi madre tenía una compañía de danza y yo

vivía rodeado de mallas y calentadores, era curiosa

la naturalidad con la que los bailarines trataban sus cuerpos:

daba igual el desnudo, el tocarse, con indisimulado orgullo

clavaban la punta en el parquet y,

conservando el momento angular,

giraban cada vez más rápido cuanto más replegaban

sus piernas, sus brazos, sus pétalos,

sus cuerpos plásticos y cimbreados que jugaban

con las leyes de la Física sin saber nada.

Cuerpos roca emulando el giro de la Tierra

mientras en la tele echaban Fama, iban igual vestidos,

el negro Leroy y las calles de Brooklyn,

era casi la única cosa salvable de esa década decadente

y hortera que fueron los ochenta y había una voz en off que decía

“la Fama cuesta y aquí vais a empezar a pagarla

con sudor”,

una frase casi bíblica surgida entre el humo y la montaña,

que parecía real, una profecía, una ley divina

pero que pronto un niño, por muy niño,

por muy hijo de la bailarina,

descubre que es mentira.

2 comentarios:

Txe Peligro dijo...

este poema se me ocurrió mientras dormía.

luxy dijo...

mola!!!! :)