lunes, septiembre 29, 2008

El patetismo

¿Os acordáis del verano?

Ahora todo eso ya pasó, ahora cerramos las ventanas, arrastramos las hojas secas en nuestros paseos por los bulevares, nos ponemos así, y archivamos un verano más en la caja de zapatos llena de arena y de sal. Pero recordad la playa un momento, por favor, y a los bañistas, lo orgullosos que parecían cuando se erguían de la toalla y se sacudían el bañador, e iniciaban la carrera atlética, evitando el calor; recordad la gota de sudor arrancada por el viento de sus sienes, su pelo revuelto y aquel gesto decidido: eran héroes.

Parecía que se iban a comer el mar entero, que no había agua suficiente, que iban a embestir al océano, a nadar hasta el final, hasta llegar al borde del mundo donde una cascada gigantesca derrama el mar en el cosmos. Parecía incluso que iban a llegar mucho más allá, que iban a seguir nadando a través del universo, jadeantes y enérgicos, cruzando galaxias enteras, sobrepasando los cuásares más lejanos, sorteando agujeros negros, hasta al final llegar a los confines, donde se encuentra la nada, blanca y silenciosa, e incluso a entrar en ella, a desintegrarse en una explosión cósmica, a vibrar, por fin, en la frecuencia de Dios, eternamente.

Pero luego llega la decepción: esa frenada en la orilla, mojar primero un pie y comprobar que está muy fría, saltar tímidamente al ritmo de las olas, temiendo sumergir los genitales, mojándose la nuca y la tripa, ya excesiva, para no cortar la digestión. Y después de adentrarse lentamente durante unos diez minutos, sentir el miedo, reunir al fin el coraje para zambullirse y tiritar y sentirse congelados, pero aún así darse la vuelta y sonreír a la suegra que saca la tortilla del tupper y desenvuelve los filetes empanados del papel albal, al cuñado tratando inútilmente de clavar la sombrilla contra el viento, a ese par de mocosos desnudos rebozados en arena y esa mujer que de pronto no es la mujer que una vez amaron y a la que ya apenas pueden soportar; entonces gritar en voz aguda, mintiendo contra el mundo, venid, venid, familia, venid que está muy buena.

domingo, septiembre 21, 2008

Pescadilla

Yo era un hombre normal con una vida normal y un trabajo normal, más normal aún que contable o conductor de autobús. Tenía una mujer completamente estándar ni joven ni vieja, ni guapa ni fea, a veces simpática y a veces odiosa, dependiendo del día. Vivíamos juntos, con nuestros dos hijos, una niña y un niño -con notas en torno 6,5, excepto en matemáticas-, en un piso de Chamberí (no en un chalet con perro, no con piscina y vecinos amables, no éramos felices, éramos tan solo normales). Todos los días eran iguales y las semanas se sucedían sin novedad o mutación, los domingos leía El País y el suplemento, María hacía paella, lo niños jugaban a la Play. Las malas rachas pasaban pronto y las buenas brillaban tan fugazmente que apenas llegábamos a verlas.

De pronto me desperté de aquella pesadilla, azorado y sudoroso entre las sábanas revueltas. A mí alrededor el mundo estaba borroso y la identidad de las personas que estaban en aquel cuarto, que ya no era un cuarto sino una pradera, cambiaba constantemente. Y hasta mi cuerpo cambiaba sobre mi cama, que ya no era una cama sino un barco que subía en busca de las fuentes del Nilo, donde me esperaba mi madre, que en realidad era la tuya o Lucía Lapiedra y así hasta el infinito. Qué bueno era volver a estar despierto.

viernes, septiembre 12, 2008

Saritísima

Si ustedes leen los papeles, y espero que así sea, o al menos ven los informativos de la tele, y eso seguro que sí, a la hora del almuerzo, antes de la siesta, se habrán enterado del furor que está causando la señora Sarah Palin, candidata a la vicepresidencia por el partido republicano, en nuestros odioqueridos Estados Unidos. 

Resulta que esta mujer viene de un sitio aún más incomprensible para el europeo medio que los USA de toda la vida, la lejana y gélida Alaska, así que, como contaba un analista de la campaña yankee de RNE, si es que escuchan la radio, la Palin sabe asistir un parto, cazar renos con un rifle, cortar leña y desguazar un venado con sus propias manos para alimentar a sus hijos. Alaska es un estado duro, una frontera de la civilización y allí esas cosas están a la orden del día. Al parecer, eso explica su autenticidad a ojos de aquella sociedad extrema y la pleitesía que le rinden, de pronto, tantos estadounidenses de a pie. De sus orígenes norteños viene su rectitud moral, su oposición al aborto y a cualquier tipo de desliz sexual, su lucha contra la homosexualidad, su intento de censura de ciertos libros en las librerías del remoto pueblo que gobernaba, su apuesta por el creacionismo como ¿teoría? mejor que la evolución de Darwin, y también su bizarra, pero tristemente compartida por tantos, opinión de que “la guerra de Irak es una misión directa de Dios”. El personaje se las trae, tanto es así que al otro lado del charco ya han comercializado tres diferentes modelos de muñeca –congresista, sexy y heroína- a imagen y semejanza de la Palin, mientras que su marca de gafas se ha agotado y en las peluquerías de todos los states las mujeres demandan enfervorecidas su mismo corte de pelo. Ella es tu vecina, la americana media con problemas, con su hijo retrasado, su otro hijo soldado en Irak, y su hija preñada a los 17 –qué disgusto- que ni siquiera aborta. Solo la Palin quiere ser vicepresidenta.

Esto me recuerda el ensayito que se publicó hace unos meses por la Complu, No pienses en un elefante. Un libro pequeño y brillante del lingüista progre George Lakoff, en el que explica que la gente no actúa como el homo economicus de toda la vida que solo busca su propio interés y sobre el que se fundamenta la teoría económica y política: hay gente que antes que votar en busca de su interés, vota por identificación con sus valores. Esto explica, en opinión de Lakoff, las victorias del partido republicano con los votos de los trabajadores más pobres: a los obreros no les importaba que las políticas de Bush les perjudicasen gravemente, solo se identificaban con el nacionalismo y la religiosidad exacerbada que vendían los neocons. Ya ven, la gente no tenía en cuenta las medidas políticas reales, lo que importa es votar a alguien como tú, alguien que piense igual, aunque reduzca tus beneficios social, tu sanidad pública, tu subsidio deedesempleo, sobre todo si eres de los más humildes, por decir algo.

La aparición de la Palin parece haber eclipsado el fulgurante carrerón de Obama y yo pienso: es que queremos la misma historia. Barack tenía su encanto: un negro café-con-leche nacido en Hawai que hablaba como Kennedy y se convirtió en un icono pop. ¿De donde había salido? No sé, pero molaba, ese desconocido enjuto y juvenil de voz grave que hacía poesía en sus discursos hasta poner los pelos como escarpias. Obama era cool, Obama iba a ganar y el mundo iba a cambiar bajo su sonrisa. Pero la sobreexposición mediática, en todas partes y a todas horas le hizo aburrido. Ahora tenemos un nuevo juguete: La fachorra encantadora Sarah Palin, que de joven fue la más guapa de su pueblo marciano, la mamá opusdeista del mundo, la mujer que sale de la nada, del hielo, el bosque, de las entrañas más guarras dela Biblia para imponer la pureza. Alguien que antes no existía y ahora coge al mundo por los cuernos: otra vez el sueño americano.

jueves, septiembre 04, 2008

Alegrías del incendio

Era hermoso, cogerte de la mano y subir contigo al monte. Subir bajo el sol de algún domingo filtrado entre las hojas, jugando entre los árboles. Como cuando niños subíamos solos a recoger castañas, y era el primer resquicio de libertad que nos dejaban. Era hermoso ver que el bosque era nuestro entero, que durante toda una jornada nadie aparecía, como si el mundo estuviese vacío por un rato y sólo los dos lo recorriésemos. Era hermoso volver a pasar, volviendo a otros otoños, ante el lecho de hojas secas y amarillas sobre el que por primera vez nos acostamos, pasados ya los quince años. Siempre volvían a estar allí las hojas, como invitándonos de nuevo. Invitación que, aunque el tiempo iba pasando, nunca rechazamos. Porque era como ganarle al tiempo otro pequeño instante, hacerlo nuestro. Era hermoso constatar que te ibas haciendo una mujer a cada nuevo encuentro, cada año después de un largo estío. Las caderas ya anchas, las tímidas arrugas al borde de los ojos, el rostro cobrando significado con el poso amargo de los días, aunque tu mano, ya curtida, seguía teniendo el mismo tacto, agreste y suave. Subir, tocar la cima, ver el mismo valle verde a nuestros pies, los pueblos creciendo como musgo, y respirar el mismo aire revolviendo nuestro pelo, arreglando nuestros rostros, ya mellados por la edad.

Cuando ya la vida nos iba separando decidimos que aquel monte fuera nuestro para siempre, cerrar el libro, fijar la historia, tomar posesión de la memoria. Y eso fue lo más hermoso. Vernos por última vez, furtivos en la noche, y escabullirnos en silencio hasta la cima. Yo llevaba el bidón de gasolina y tú, borracha, llevabas el mechero. Nos costó esparcir bien el combustible, sin casi ver donde pisábamos, pasando algo de frío. Pero luego llegó el calor, cuando yo le prendí fuego a todo aquello, era un infierno. Y bajamos corriendo y tropezando, algo asustados, escapando de las llamas. E imaginábamos las portadas de la prensa al día siguiente, potentes titulares anunciando un gran incendio forestal. Enormes pérdidas económicas, terrible impacto ambiental, posibles víctimas humanas, todo eso daba igual, no nos importaba. Y desde abajo vimos arder el viejo monte. Cómo se quemaba, cómo las llamas teñían el cielo e iban consumiendo el bosque poco a poco y el humo negro iba velando a los demás lo que había sido nuestra historia. Ya para siempre nuestra, solo nuestra. Y aquello, aquel olor, tu cuerpo tembloroso pegado mi costado sollozando, como digo, aquello fue lo más hermoso.

No volvimos nunca vernos. Quemamos nuestro monte. Nuestro monte había ardido.