miércoles, agosto 30, 2006

Un truco

¿Cuándo sabes que tu hermana tiene la regla?

Cuando la polla de tu padre sabe a sangre.

domingo, agosto 27, 2006

Así

- Voy a un entierro, que ha muerto Pipi.
- ¿Pipi? ¿El de El Tizón?
- Sí, ese. Ha muerto. Me ha llamado Delia ahora para decirmelo, así que me voy al funeral, ahí, en San Juan.
- Bueno.
- ¿Y de qué habrá muerto?
- Pues supongo que de un infarto o algo así. Todo el día en los bares...
- Claro, todo el día bebiendo, bebiendo y bebiendo...
- Sí.
- Ay, no somos nada. Todavía estuvo la otra tarde ahí contándome chistes.
- Ya.
- Bueno, ¿qué quieres para comer? ¿Patatas fritas, huevos y carne?
- Vale.
- Pues tienes que ir pelando las patatas.

miércoles, agosto 23, 2006

Hermana

Recuerdo que era verano y la hierba era verde a la orilla del lago, y recuerdo tu cuerpo adentrándose en el agua hasta las rodillas y después deteniéndose un instante -estaba fría el agua-, agachándose para derramar un poco de agua sobre el vientre y tras la nuca, para tomar la temperatura, decidiéndose finalmente a zambullirse de cabeza, las manos juntas por delante y todo tu cuerpo sumergiéndose como un cuchillo caliente en la mantequilla, lo último los pies hundiéndose juntos y estirados, lo último que podía verse a este lado, y después de unos segundos tu cabecita de nuevo rompiendo la superficie plateada y emergiendo unos metros más allá y tus dos manos apartándote el pelo mojado de la cara y juntándolo detrás la cabeza a modo de coleta, quitándote el agua de los ojos. Recuerdo que no había ni una sola nube y recuerdo que nadabas de un lado para otro y nos saludabas a cada rato desde allí, haciendo señas con la mano, venid, el agua está riquísima, venid a nadar, pero nosotros -nuestros primos y yo- permanecíamos callados e inmóviles pues cuando tú nadabas ya no se hablaba de fútbol o de coches o de rifles o de caza, simplemente se miraba, con las bocas quietas y poco abiertas, arrancando nerviosamente algunas briznas de hierba con la mano, tratando de contener secretamente la revuelta que ocurría en la entrepierna. Lo mejor, recuerdo, era cuando ya te cansabas de nadar y decidías salir del agua, entonces caminabas con cuidado, titubeante, para no hacerte daño en los pies con las piedras de la orilla y tu cuerpo floreciente -¿cuantos? ¿doce? ¿trece años?- reaparecía poco a poco, paso a paso, cubierto de una fina pátina de agua que reflejaba la luz del sol haciendo más evidentes las superficies curvas de tu vientre y tus caderas o las cavidades cóncavas detrás de tus clavículas o tus pequeños pechos desnudos y había magia en aquello, hasta que llegaba mamá dando voces y nos sacaba del ensueño y se acababa el espectáculo en el que estábamos inmersos, como hechizados, pues a ella no le parecía nada bien que fueses mostrando así tus recién recibidos encantos, tus pezones duros por el frío, bañándote casi desnuda a tu edad -¿cuantos? ¿trece? ¿quince años?, al fin y al cabo su pequeña hija-, delante de mí y de todos nuestros primos sobretodo, porque mamá, desde luego, no era tonta, y sabía lo que había y lo que discurría por dentro de nuestras cabecitas.

jueves, agosto 17, 2006

Lo porno

Al final lo hicimos por nuestra cuenta, a nuestra manera, sin la ayuda de nadie, aunque mamá fuese progre, comprensiva y open-minded, y supiera pronunciar la equis en la palabra sexo -no como los curas que decían seso sin caer en la cuenta que eso era otra cosa, porque tal vez careciesen de tal cosa o la tuviesen pero no supìeran utilizarla-, y nos regalase la primera caja de preservativos -mamá- por si nos daba verguenza pedirselos al farmaceútico, y quisiera hablar de eso, de esa cosa extraña y ajena; aún así preferíamos conocer las cosas por libre, a nuestro ritmo, intercambiando informaciones secretas con nuestros iguales, aquellos descubrimientos que se propagaban de boca en boca por las esquinas más oscuras del colegio; y sobretodo la pornografía, nuestra gran maestra, recuerdo las primeras películas porno a las que accedimos, aquella en la que unos vaqueros enseñaban a montar a unas jóvenes en un rancho perdido en medio del oeste -y al final eran ellas las montadas- o aquella de un lechero que repartía cada mañana botellas de leche por las casas de un apacible vecindario y en cada chalet abría la puerta una mujer rubia que acababa de despedir a su marido que se iba al trabajo y no dudaba en arrodillarse ante el lechero y practicarle una felación allí mismo y en aquel preciso momento, en el porche de casa, ante la continúa sorpresa del repartidor que seguía asombrado aún cuando le ocurría lo mismo en todas las puertas y todos los días. Aprendimos de la mano de santas mujeres como Tracy Lords, Jenna Jameson -inolvidable Jenna-, Asia Carrera o Silvia Saint, mujeres vilipendiadas como guarras o como putas o inmorales, meros objetos de carne, cuando la realidad es que hicieron una labor social con nosotros que la sociedad -nuestra sociedad- desatendió, pues por entonces no había programas de buen rollo como ahora, ni era algo cool hablar de sexo en la tele, solo estaba la Dr. Ochoa que tenía un peinado de monja conversa y un traje de chaqueta que muy poca confianza o complicidad inspiraba, y aquel programa tan serio que ninguno de nosotros entendíamos, pues ya intuíamos por entonces que el sexo era una cosa que tenía más que ver con grandes pollas de plástico coloreado, condones de sabor tropical y pastillas afrodisíacas que con hombres trajeados debatiendo en aquel plató de color marrón mierda que tantos quebraderos de cabeza le trajo a Alianza Popular y a los obispos. Recuerdo la primera penetración anal que ví en un video de apenas veinte segundos, aquella hermosa mujer de cuerpo terso colocada a cuatro patas mientras un hombre con un poco de panza se la metía por el culo en una especie de puente de madera o algo parecido rodeado de un césped verde y perfecto, y la expresión inidentificable -¿qué era, era placer o era dolor o eran ambas cosas ala vez?¿qué significaban aquellos gemidos confusos?- en el rostro de aquella mujer de melena rizosa y avellana, y descubrir que había otras formas de sexualidad menos evidentes pero igual de interesantes, y la silueta de ambos, aquella perversa figura, recortada contra un cielo azul donde no había ni una sola nube que estropeara el lirismo de la escena y entonces me pregunté cómo lo hacían antaño cuando no había fotografía, ni cine, ni video y por tanto no había pornografía -tal vez solo en los versos picantes de algunos juglares y trobadores-, cómo hacían para aprender cosas nuevas, nuevas posturas, otros juegos, en la antiguedad clásica o en la Edad Media, tal vez solo practicaban el misionero o follaban a cuatro patas en los establos imitando a los caballos o a los cerdos o a los perros o a cualquier otro cuadrúpedo que hubiese en sus sucias granjas o en sus establos pues ellos no habían tenido tan buenas maestras, ni tan perversas, ni tan lascivas, ni tan hermosas y sacrificadas como nosotros, gracias.

miércoles, agosto 16, 2006

Procusto el estirador

Estaría bien que ustedes conocieran la historia de Procusto, aquel posadero del Ática obsesionado por la uniformidad en cuya posada, a la afueras de Eleusis, había una cama -el lecho de Procusto- en la que tendía a sus huéspedes o mejor, a sus vícitmas, y en la que les cortaba las extremidades si no cabían en la cama o les estiraba, con unos mecanismos diseñados a tal efecto, si eran más pequeños que las dimensiones del artefacto. La cama estaba encantada de tal forma que nunca nadie cabía exactamente, por arte de magia.

Y no es que haya locos o enanos o miopes, solo barras demasiado altas y carteles demasiado lejanos o escritos con letras demasiado pequeñas. O ideas -o voces susurrantes en el oido-demasiado geniales para ser entendidas y valoradas por el común de los mortales.

Finalmente se hizo justicia y Procusto recibió su merecido cuando el héroe Teseo, que venció al Minotauro en el laberinto de Dédalo, le tendió sobre su cama y le ajustó a su medida cercenándole los pies y la cabeza. Y por fin en los caminos del Ática se toleró la diferencia.

jueves, agosto 10, 2006

Queremos tanto a Julio

Encontré anoche mi primer volumen de relatos de Cortázar, que compré hace ya más de ocho años en aquella pequeña librería universitaria que hacía esquina enfrente de la Facultad y que estaba liquidando todo su material a bajo precio pues por entonces ya todos fotocopiábamos los libros de texto o los consultábamos gratuitamente en la biblioteca; y entre todo aquello que se vendía había algunos libros de la colección de bolsillo de Alianza -la antigua que tenía las tapas color sepia y que en aquel tiempo estaban cambiando por una nueva con un diseño distinto, más moderno, con las tapas en color- y entre aquellos libros hallé el tercer tomo de los cuentos completos, titulado Pasajes, que no dudé en llevarme por solo setecientas cincuenta pesetas de las de entonces -todavía se lee en la primera página, escrito a lápiz y con trazo distraído, 750-; recuerdo cómo me llenaba de satisfacción observar la cara de Julio impresa en la portada en blanco y negro, sus grandes dedos sujetando un purito encendido que acababa en sus labios, los ojos separados y las cejas juntas, su eterna barba, ese hermoso rostro compuesto por rasgos feos, el enorme cronopio, y cómo mientras esperaba a Marta Espeso sentado en la puerta de la facultad -su abrigo de piel con pelo, su pelo largo y rubio asomando bajo un gorro de lana verde- leí el primer relato del libro -también el primero que el escritor público: "Casa Tomada"- forzando la vista, iluminado únicamente por la luz una farola que lo teñía todo de naraja -pues, aunque era temprano también era invierno y anochecía pronto y hacía frío-, y cómo me sorprendió aquel relato y no pude dejar de preguntarme durante días quién había tomado aquella casa del cuento y por qué los ocupantes originarios no habían hecho nada por remediarlo y simplemente se habían ido y tirado la llave a una alcantarilla para que ningún pobre diablo pudiera entrar a robar.

martes, agosto 08, 2006

Desidia

Digamos crisis, bajón, desidia, podría decirse sequía creativa, mente en blanco, aburrimiento, yo qué se, todo eso, apatía, el caso es que el carrusel me ha vuelto ha dejar posado suavemente -como una pluma que se le cae a un pájaro- en este estado, habitual por estas fechas, que bautizo como de actividad difusa y que suele invadirme -o inundarme, más bien- en las temporadas vacacionales que paso en Oviedo en casa con mamá. Llega suavemente, casi sin avisar y se instala en mi como un tumor oculto, consiste fundamentalmente en un no parar de hacer nada, un absurdo frenesí, pasarse el día de la cama al ordenador y del baño a la cocina: leer el correo, comer un poco de queso, fumar un cigarro y escribir un párrafo, sentirme triste unos minutos y echarme de nuevo en la cama, leer solo unas páginas, cambiar el disco, tratar de estudiar, no poder hacerlo, decir hola a mamá, dar un paseo, volver a casa, llamar a un amigo, echarme en la cama, finalmente no hacer nada de lo que debía. Cosas bien sencillas. Lavar la ropa. Aprenderme unas fórmulas. Visitar a mi tía. Cosas que no hago. De esto te das cuenta cuando, como ahora, te cubre la noche.

El motivo de mi indisciplina congénita es la ausencia de figura paterna. Mi padre murió hace unos 12 años, aún así ni siquiera en mi primera infancia ejerció como tal. Odio a esa gente que vilipendia a Freud a la primera de cambio porque todo lo basa en el sexo o por decir que todos queremos matar a nuestro padre y follarnos a nuestra madre, vaya guarro, o porque de niño lo violaba su padre o porque era impotente y cocainómano. Miren, dejénme de zarandajas, que a veces parece que aún vivimos en laViena de principios de siglo. El complejo de Edipo es algo más que el deseo que fornicar con mamá -deseo algo absurdo, por otra parte-, sino un proceso que todos pasamos con mayor o menor gloria -de ahí sus neurosis-, y que se basa en la contraposición entre el amor de madre -incondicional, incluso cuando eres un asesino en serie- y el amor paternal que el padre solo da cuando el hijo cumple con las expectativas. Esta especie de chantaje emocional se hace necesario para que la persona acepte las normas que le impone la sociedad y que son transmitidas por el progenitor. El niño sale de la esfera materna -del útero- donde todo es cuidado, consentimiento y mimo, y por medio del padre entra en el medio social, donde hay que doblegarse, olvidar los placeres y joderse con lo que haya. Es el principio de placer contra el principio de realidad. Este paso de un lado al otro, esta salida del cálido vientre de mamá, esta horrible travesía, es lo que se representa en la Biblia y en otros mitos religiosos como la caída de un paraíso donde los hombres eran felices -y comían perdices- a un mundo cruel y hostil donde hemos de ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente y nadie viene a calmarnos cuando lloramos. El mundo que tenemos. Una de las enseñanzas paternas es, por tanto, la disciplina. Y es, precisamente, una de las cosas que a mi me faltan. Los que critican a Herr Doktor por las terrazas sin ni siquiera haber abierto uno de sus libros sufren tal indigencia mental que apenas pueden comprender una pueril metáfora. Por lo demás yo soy un hombre de ideas fantásticas, tan fabulosas que raramente las llevo a cabo. La última postura vital que he tomado -hace apenas dos días- es la abstemia en días laborables, que llevaba unos cuantos meses sin perdonar un solo día y comienzo a temer por mí hígado y él por mí. Aunque una clara es un refresco. Y unas cuantas también.

jueves, agosto 03, 2006

Dilema

Dicen que dos viejos amigos pasaron una larga temporada sin verse. Por casualidad, sin motivo aparente. Simplemente porque la vida a veces nos tira hacia lados distintos. Dicen que en ese tiempo ambos amigos se acostaron, en diferentes momentos, con la misma chica.

Dicen que ocurrió en Salamanca. Y dicen que ella era una joven estudiante de piel nívea, hermoso rostro y lacia melena castaña. Famosa por su belleza. Pero dicen también que lo que más asombraba de ella era su forma de caminar, una forma no vista antes: aquella cadencia, aquel bamboleo de las caderas, aquella forma de colocar un pie delante del otro. Unos andares que no eran de este mundo.

Dicen que un día los dos viejos amigos se reencontraron para ponerse al día, para contarse todo lo que les había sucedido durante aquel tiempo en el que no podían haberse visto. La sorpresa fue grande cuando descubrieron la coincidencia. Cuando descubrieron que ambos habían explorado el mismo cuerpo y las misma cama con solo unos días de diferencia. Entonces se tendió entre ellos una mirada de complicidad. Porque ambos, llegados al catre de la joven, recién salidos de los vericuetos de la noche y con la cabeza aún dando tóxicas vueltas se encontraron con la misma sorpresa al arrebatarle a la joven -entre jadeos y mordiscos- los pantalones vaqueros que tan sinuosa silueta le hacían: dentro de aquellos pantalones faltaba una parte del cuerpo de la chica: una pierna, de la ingle para abajo, es decir, de la ingle al infinito, que había sido diestramente sustituida por una prótesis de plástico casi perfecta. Llegados a este punto la coja recién descubierta les hizo, con toda naturalidad, la misma pregunta a ambos:

- ¿Prefieres que me la quite o que me la deje puesta?

Uno de ellos juzgó novedoso el probar el sexo con una minusválida hasta las últimas consecuencias y le pidió a la joven que se quitara la pierna ortopédica, cosa a la que accedió gustosamente. Y en verdad fue excitante -y también más cómodo para la cópula, digamos, de más fácil acceso- aquella nueva forma de hacerlo. El otro, en cambio, optó por no continuar, afectado por el shock, pensando -absurdamente- que aquello era un abuso, y dejando a la pobre joven fría, insatisfecha, decepcionada y un poquito más lisiada.

miércoles, agosto 02, 2006

Posesión

Ocurre a veces. Después de haber poseído un cuerpo un puñado de veces -si es que eso es posible, poseer algo, y menos aún que un cuerpo posea a otro cuerpo cuando difícilmente poseemos el nuestro -nuestro propio cuerpo-, que tose, que estornuda, que pasa frío, se resfría y enferma, que suda, se excita y se pone erecto, que entristece y que se tumora y finalmente muere y con él morimos nosotros sin tener control sobre nada de lo que acontece-, ocurre que entendemos equivocadamente que nos pertenece -ese cuerpo ajeno- para siempre y en exclusiva, cuando nada pertenece a nadie -la posesión es una forma errónea de entendimiento pues las cosas más bien fluyen y cambian y son incontrolables, inabarcables entre nuestros tristes y mínimos brazos que apenas sirven para agarrar el aire, pues el primero que puso cerco a una tierra y dijo: esta tierra es mía, fue el fundador de una sociedad injusta y asesina- y nuestra imaginación retorcida nos retuerce con imágenes de ese cuerpo supuestamente poseído cubierto por otro cuerpo, compartiendo un calor que no es el nuestro, otra voz que acaricia su oido y no es nuestra voz, no la que sale de nuestras bocas sino otra, otra boca desconocida que se pierde en su cuello desde la oreja hasta la clavícula, y otras manos que lo tocan minuciosamente en toda su geografía y que no son las nuestras, si es que nosotros tenemos manos o bocas o almas, si es que podemos tenerlas.