martes, febrero 28, 2012

Los lugares de... Txe Peligro


Como es harto improbable que el periódico, en su edición fin de semana, me pregunte por mis lugares favoritos de Madrid, pues me lo pregunto yo mismo, que, como dicen los que saben, en Crisis hay que ser proactivo. No en vano, hace unos meses cumplí 10 años en esta ciudad.

 Lavapiés. Es un fastidio llegar a los lugares y que alguien diga: “esto ya no es lo que era”. Ibiza ya no es lo que era. Los Caños de Meca ya no son lo que eran. La vida, en general, ya no es lo que era. A principios del s. XXI, cuando yo  llegué, Lavapiés todavía era el sitio que era y, según parecía, el sitio en el que había que estar. O al menos eso me pareció a mí. El barrio era y es como un pequeño pueblecito pesquero: si uno se deja caer por las calles empinadas que se descuelgan de Santa Isabel, donde la Filmoteca, parece que va a llegar a la costa, en la calle Argumosa donde, como en buen puerto, suele haber marineros de todo el orbe. Pero si uno alza la vista, entre las sábanas limpias que cuelgan de las casas y el olor a comida casera, en vez del horizonte marino y la sal, se ven los bloques enladrillados de Aluche bajo una boina de smog.

El bar Moreno. El bar Moreno abría 24 horas durante el fin de semana, pero el momento adecuado para frecuentarlo era, sin duda, a las tantas de la madrugada. Se golpeaba una puerta trasera negra y metálica y se oía la voz del señor Cipri antes de abrir: “Bar Moreno, abierto 24 horas”. Cuando se popularizó el garito, Cipri puso a dos negrazos latinos que controlaban el paso. El bar Moreno era un grasa-bar cochambroso que ponía el electroclash de la época en un cassette destartalado. Cuando se acababa la cinta, una señora muy parecida a Margaret Thatcher le daba la vuelta, ella también servía las copas. En los baños del bar Moreno, en el sótano, vi como un tipo sacaba una pistola y encañonaba a una extraña mujer que decía no haber robado nada y ser madre de una niña pequeña. A mí, otra mujer, otra noche, me atacó sexualmente mientras meaba. Lo pasábamos pipa allí dentro mientras fuera amanecía. Estaba en la esquina entre la calle Colón y la calle Fuencarral. Hoy hay una odiosa zapatería fashion. Tal vez todo fue un sueño.

Ópera. Vivía ahí en medio y nunca sabía dónde, si en Ópera, o en Callao, o en Santo Domingo, en fin, que vivía enfrente del Senado. Ese lugar geográfico es el lugar en el que a Madrid le daría un infarto si Madrid fuese un corazón, sin embargo en ese puñado de calles se vive en un silencio postapocalíptico, y a un paso de toda la pomada. Viviendo aquí pasaron muchas cosas: se casaron los Príncipes (vino la bofia a pedir documentación), nos manifestamos contra la guerra (3 millones), hubo el atentado de Atocha (murieron 200), hubo un cambio de gobierno (por ZP) entre otros highligths. Aquí fue donde tuve la sensación de vivir por una vez en el centro de la Historia. Y sin embargo, ese silencio.

Los bancos públicos. Cuando acuñé el exitoso término fresh bankin’ muchos se me echaron al cuello diciendo que no inventaba nada nuevo: lo de sentarse en un banco público a beber era algo tan viejo como el hombre y, en algunos casos, se llamaba botellón (en otros tomar la fresca). Acepto que no inventé nada, pero como Steve Jobs, con el que comparto genio, supe coger algo tradicional, meterlo en un nuevo paquete, ponerle un lazo y presentarlo como algo excitante, incluso para gente que ya ha cumplido los 30 años. Además, se trataba de un detourment situacionista, al tomar un concepto propio de la pérfida banca para utilizarlo en la consecución de nuestros fines etílico festivos. En la llamada plaza de Antonio Vega (que es más bien un crossroads), en la de San Ildefonso (o de la Grunge) o en Argumosa, cualquier sitio vale si usted está a gusto y lejos de la Ley, sobre todo ahora que vuelve, como Perséfone, la primavera y los chinobirras abandonan sus palacios de invierno.

Malasaña. ¿Qué decir de Malasaña? Que lleva décadas de moda y que los auténticos llevan décadas diciendo que se vende. Ya en los 60 los freaks como Eduardo Haro Ibars hablaban de que el barrio se perdía, y en esas seguimos, como si la discusión fuese nueva. De la Movida y los rockeros a los hipsters y la gentrificación de TriBall, lo que parece ser la última (que no será) metamorfosis del barrio. Recuerdos imprescindibles: Tierno Galván de alcalde presentando las fiestas (“el que no esté colocado que se coloque y al loro”) que yo no viví, claro, o aquellos tiempos cuando el Dos de Mayo de noche parecía una tribu india en fiestas, con tambores y hogueras, y cómo amanecía inundada en una capa de mierda que cubría hasta la rodilla. Esto si lo viví. Y la que se montó cuando acabaron con aquello.

El cielo. Hay dos cosas que merecen el reconocimiento unánime de la castigada población capitolina: el agua madrileña, que es óptima tanto para el consumo humano como, por su dureza, para el lavado de ropa, y el cielo. El cielo de Madrid: ese azul herido y los violentos violáceos del crepúsculo. Yo voy a mirarlo en la plaza de Oriente, cuando el sol se pone. Aquí, en vez de caer a plomo sobre el mar del oeste, cae sobre la Casa de Campo y sus putas, sobre el skyline de Pozuelo, y sus pijos.

La Estación de Autobuses de Méndez Álvaro. Tal vez fue el primer sitio que conocí de la ciudad yo solito. Ya en mis viajes al Sur adolescente parábamos aquí a hacer un trasbordo que a veces duraba horas, lo que nos daba tiempo a adentrarnos en breves escaramuzas al centro de la ciudad. Luego, cuando me vine a vivir, se convirtió en una constante debido a mis frecuentes viajes a Asturias. En 10 años la ciudad ha cambiado muchísimo, sin embargo la Estación sigue impertérrita al paso de los días, con sus carteristas, sus paredes blancas y sucias, su tiempo abolido, su espeso aburrimiento. Eso sí, ya no se puede fumar, con lo que fumábamos…

El patio del Reina Sofía. Ya no voy mucho, como tampoco voy a la Filmoteca ni a toda aquella oferta cultural que recién llegado me obnubilaba. La de cosas que había aquí que no había en otro sitio. Para los que digan que los museos no sirven para nada y que hay que quemarlos, decirles que en este patio pasé muy buenos ratos, fumando porros con Ruth, la primera amiga que tuve en Madrid y cuyo paradero desconozco hace años, todas aquellas mañanas en las que descuidábamos nuestras obligaciones porque éramos jóvenes y no había Crisis. Flipando con la mirada borrosa y enrojecida, mirando dar la vuelta otra vez más a aquella escultura móvil de Calder y recordando la frase de Salvador Dalí, que cuando veía un Calder decía que lo único que esperaba de una escultura es que se estuviese quieta. Y no le faltaba razón. Una vez nos echó el guarda.

Delicias. Y de pronto, sin haberlo planeado, varios amigos de la misma quinta e inquietudes coincidimos en el económico y entrañable barrio de Delicias. Pensamos: “vamos a convertir esto en el nuevo Williamsburg”. Para ello hicimos bien poco, solo encerrarnos en kilométricas fiestas paranoicocríticas o en siestas compartidas en días laborables. Yo tenía una casa traspasada por el sol desde la que se veía todo el hemisferio. Delicias combinaba esa juventud deshauciada de sitios más céntricos con bares de barrio, un Museo de las Patatas, gitanos vendedores de sandías en las anchas avenidas y millones de farmacias por metro cuadrado. Al final, algunos años después, parece que El País ha reconocido que era un sitio cool. Fuimos pioneros.

Mi cerebro. Madrid siempre sale más guapa de lejos o en el recuerdo, cuando la reconstruimos entre los pliegues blandos del cerebro. La vida aquí muchas veces agobia y desmoraliza porque, como una guerra de metal y asfalto, saca lo mejor, pero también lo peor de las personas. Pero tal es su influjo de meretriz malvada que basta pasar unos días fuera, en el cruel medioambiente de provincias o, peor aún, en cualquier cuadriculado sitio extranjero, para desear volver a este caos invertebrado. Porque, como dijo el poeta, Madrid más que para sacarla de paseo cogida de la mano, es para follársela.

jueves, febrero 16, 2012

Freedom



Ay, la libertad: qué rica está. Queremos ser libres. We want to break free. Ser un wild spitit. Queremos freedom, y la queremos now!. Y un coche grande.

Es la palabra más prestigiosa de todas las que están cautivas en los diccionarios, y no es para menos: ¿qué tipo de enfermo podría estar en contra de la libertad?

Pero la cosa no es tan fácil. Como dijo el poeta, no se puede generalizar, y es peligroso utilizar este término en genérico. Por ejemplo, los liberales económicos persiguen la libertad en los mercados: la mano de invisible de Adam Smith (que hace honor a su nombre no apareciendo por ningún lado) traería el progreso de un supuesto equilibrio entre el egoísmo de cada uno. Así que laissez faire, laissez passer, impongamos la jungla en el mundo económico. Entonces vienen Reagan, la Thatcher y, sobre todo, el presidente de la Reserva Federal estadounidense, Alan Greenspan, comienzan la desregulación de los mercados y de aquellos barros estos lodos. Todo vale, las finanzas se convierten en casino, y, voìla, una crisis económica arrasa el planeta, arrastrando el dinero de nuestros bolsillos y depositándolo, abracadabra, en los de los ejecutivos financieros y banqueros de diverso pelaje. Viva la libertad. Como escribió en el XIX nuestro querido Mijail Bakunin: "Libertad sin socialismo es privilegio e injusticia; socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad." Acertó punto por punto.

¿Qué libertad? Cuando el Parlament de Cataluña prohibió las corridas de toros en la región, con muy bien criterio (aunque luego se acojonaran con los correbous), a los aficionados a los toros, perdón, a los aficcionados a las corridas de toros, y, sobre todo, a los pérfidos empresarios taurinos, se les llenó la boca con la libertad. La prohibición era coartar la libertad, argumentaban, y estoy de acuerdo: se coartaba la libertad para torturar a un animal haciendo de ello un espectáculo público, no sé si más denigrante para el animal o para la sociedad que alberga tales prácticas bárbaras. Tampoco damos libertad para la extorsión, el asesinato, el estacionamiento en doble fila, o la violación, aunque algunos, supongo, les congratularía.

En una ocasión el ínclito José María Aznar, que había bebido unos vinos de más, apeló en un acto público a la libertad para conducir con las copas encima que quisiera. Luego, según me pareció a mí, se dio cuenta de lo que estaba diciendo y añadió con la boca trastabillante y pequeña “siempre que no ponga en riesgo a los demás”. Precisamente lo que provoca conducir bebido: poner en riesgo a los demás. Por seguir con el tema automovilístico. Cuando, en febrero del pasado año, el gobierno socialista impuso el límite de velocidad a 110 km/h en vez de 120, ya ven ustedes qué drama, se produjo un buen revuelo entre algunos automovilistas patrios que defendían su libertad para ir a la velocidad que les saliese del chasis. Unos meses después, en junio, comparecía el entonces ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, para anunciar el fin de la medida provisional, y volver al límite anterior. Dijo Rubalcaba, como recordó el profesor Carlos Taibo en Radio 3 el otro día, que la medida había sido un éxito: se había reducido el consumo energético, se habían ahorrado 450 millones en la balanza de pagos, se habían evitado accidentes, se habían reducido las emisiones de CO2 a la atmósfera. Tan buena había sido la decisión, tantos beneficios había traído, que el Gobierno había decidido eliminarla. Qué monstruosa lógica la de nuestros gobernantes.

La libertad tiene sus límites y debe tenerlos. Bakunin otra vez: "Yo soy libre solamente en la medida en que reconozco la humanidad y respeto la libertad de todos los hombres que me rodean". En plata: tu libertad acaba donde empieza la de los demás. Así que, ojito, y a ver qué hacen por ahí, que estoy mirando.

Y luego está Estados Unidos donde, como dicen, la libertad es una estatua.

lunes, febrero 13, 2012

Cultura al día



Por el supermercado descuento DIA de debajo de mi casa se puede ver desfilar a lo más florido de la cultura española. Está muy céntrico, en la Plaza de San Miguel, un barrio con solera muy apropiado para la bohemia, el arte y los letraheridos, al menos en apariencia (esas viejas callejuelas de piedra iluminadas por la tenue luz amarillenta de las farolas), porque en realidad es bastante caro y sus establecimientos, mayormente de hostelería, están dedicados a saciar las bocas, y esquilmar los bolsillos, de nuestros glotones turistas. Bien por ellos. Queremos sus ecus.

Anyway, por aquí vive mucho artista y agente de la cultura. Como el barrio carece de una buena red de supermercados, la gente de otros ámbitos mejor remunerados y que me consta también viven por aquí (léase arquitectos, ingenieros, catedráticos, políticos o emprendedores de éxito) se van a comprar a El Corte Inglés de Sol, porque su calidad y servicio son incomparables y si no te quedas satisfecho te devuelven el dinero. Pero en el DIA nos quedamos los que somos pobres y de izquierdas, precisamente por este orden, que si no ya nos replantearíamos las cosas. Aquí hace la compra la cultura alternativa, inconformista, indignada, desde los titiriteros de la ceja hasta el infinito y más allá. Y los mendigos. Aquí se ve nuestro zeitgeist abierto en canal como una res. La gente de la cultura del PP, véase Raphael, Arturo Fernández, o las hermanas Valverde, la verdad, no sé dónde compran las cebollas.

Como los dos elementos claves de la creatividad son el hambre y las toxinas, yo siempre fantaseo con crear entre las estanterías del DIA. Encontrarme a Bill Viola e idear un videopoema con guisante congelados, o encontrarme a Daniel Canogar y montar una rompedora instalación con latas de conserva de marca blanca, una obra transgresora y visionaria que luego, el finde que viene, triunfe en ARCO y flipe doble, y mole triple. Montarme una juerga flamenca con Bebe y Javier Limón y unos botes vacíos de Colón a modo de cajón. Uy, que rima. Poner a Javier Bardem en el papel de reponedor o a Verónica Echegui de cajera. No sé, entre pescado congelado y birras Lager a 70 cents/litro, las posibilidades se me presentan infinitas y fantabulosas. Ya está bien de Mostras, Niemeyers, Laborales, Musac’s y Festivales de Cine de Xixón. Que pongan más DIAs con cajeras expresidiarias. Porque el DIA va de lo central a lo periférico, de lo local a lo universal, de lo metonímico a lo metafórico y viceversa. Porque el DIA es la mejor forma de crear la marca España.

martes, febrero 07, 2012

5 econopoemas


desahucio

el deshauciado vive en un buzón de correos amarillo y ve el mundo  a través de la ranura por la que se echan las cartas de despido. el desahuciado vive dentro de una hucha, un cerdo rosa, donde hay mucho espacio para siestas infinitas. el desahuciado vive dentro de un cajón, donde duermen las tijeras esperando otro recorte.

dentro de los huecos de un ladrillo, caben seis desahuciados delgaditos.


tragaperras

una mujer normal ropa de zara
peinada en una peluquería del centro
chueca o malasaña entra en el bar
labios rojo carmín tacones
que resuenan contra la tragaperras
las alegres melodías de la tragaperras resonando
en un día gris plomo una mujer moderna
una mujer de su tiempo del mío casi
cuarenta años atractiva pendientes dorados
ejecutiva tal vez abogada de una empresa
temible e invencible una mujer con maquillaje
independiente y triunfadora
que se acerca a mi mesa donde tomo café
con leche dos de azúcar me intimida su presencia
y se dirige a mí y me dice por favor
necesito algo de dinero no creas que esto
no me da vergüenza pero todo está muy mal
y luego están las niñas seis
y siete años no sé
lo que puedas cinco euros


cielo

arriba, más arriba aún, cerca del cielo,
donde se huelen las nubes y la atmósfera se hace vacua,
allí donde los ángeles resuenan rozando sus alas con esferas,
cerca de dios, de la estrella de cristal más delicada,
donde gira y gira el hispasat tocando el cosmos,
cerca del sol

donde acaba la escalera del inem,
un hombre se rocía el cuerpo en gasolina
y prende fuego


anuncios

veía mi vida en los anuncios

el coche de mis sueños
surcando paisajes de delirio,
el fairy con que dar finalizadas
no se qué cenas familiares,
la cuenta naranja en la que guardar
mi improbable fortuna
a un buen tanto por ciento,
el abdominazer que, después de usado,
se podía plegar cómodamente
y guardar bajo la cama,
la mujer de mi vida,
tras un teléfono que empezaba por ocho,
gimiendo desnuda,
llama, llama ahora.
no sabéis cuánto la quería

a las tres de la mañana apagaba el televisor
y, a este lado de la pantalla,
mi vida se quedaba en silencio y a oscuras
 

dinero

te juro
que a final de mes
te lo devuelvo




jueves, febrero 02, 2012

¡Qué bello es vivir!

 A tiempos duros, cara de perro. Conseguido: si se trataba de hacer un Gobierno temible y malcarado, Mariano Rajoy lo ha conseguido de pleno. Hurra. Al  lado de alguno de sus ministros Rajoy parece una hermanita de la caridad democristiana. Yo ahora a Rajoy me lo imagino más eligiendo con Viri el color de los visillos de La Moncloa o preparando una caldeirada para sus colegas de Pontevedra (“Coño, Mariano, menuda choza te has agenciado”), que gobernando un Costa Concordia, que es lo que tenemos entre manos. Soltad los mastines, que cabalguen por los desolados páramos los cuatro caballeros del Apocalipsis. Hasta Alberto Ruiz Gallardón, el blando, el rojo, el enrollado, el Ned Flanders, el “a mí si tuviera que elegir a uno del PP elegiría a Gallardón”, se ha estrenado como ministro de Justicia con el recorte del aborto (quitando los plazos y permitiendo solo los casos de violación, malformación del feto o enfermedad mental de la madre en una medida que el calificó de ¿progresista?) y la cadena perpetua.  A tiempos duros, mano dura, y con fundamento.

¿Qué hacía Rajoy diciéndoles a dos primeros ministros europeos en Bruselas que su reforma laboral le iba a costar una huelga general? ¿Es eso lo que se estila en los pasillos del poder? Eso parece: presumir de ser el más duro a la hora de hacer los recortes, de que a uno no le tiembla la mano a la hora de enfrentar su heroico Destino, de que una caterva de sindicalistas trasnochados o de ancianitas hambrientas no le va a impedir caminar orgulloso en el sentido en el que corre la Historia, que es aquel que señala Angela Merkel y que, muy probablemente, conduce al abismo. Pero, caramba, ahí vamos, y sin miedo. Veamos quién la tiene más larga.

De este Grupo Salvaje de ministros (de Luis de Guindos ya hablamos la otra tarde), el que más ganas tenía de ser famoso es José Ignacio Wert (el super titular de Educación, Cultura, Deporte y a saber cuántas cosas más), pues se le venía viendo hace tiempo como opinador en medios de comunicación como Intereconomía o El País (tío ecléctico) y porque desde que ha tomado posesión parece un rabo de lagartija: que si la recuperación de la Ley Sinde (ahora es Sinde/Wert, ¡estamos haciendo Historia!), que si su aparición en los premios Forqué, que si la supresión de Educación para la Ciudadanía, entre otros highlights. Estoy deseando ver su modelito en los Goya. Dicen nuestros nuevos próceres que, respecto a esta asignatura, que ahora se va a llamar Educación Cívica y Constitucional, van a tratar de evitar todos los temas que puedan implicar un adoctrinamiento ideológico.

La verdad, parecen querer dar la impresión de que no vivimos en un ideología, de que somos libres, neutrales, de que nuestro pensamiento no está secuestrado. Ya vivimos en una ideología, nos despertamos y desayunamos en una ideología, mojamos una esponjosa ideología en el Cola Cao, nos lavamos los dientes y vamos al trabajo a bordo de una ideología, pululamos por un mundo creado en el marco de una ideología. Esa ideología es el capitalismo salvaje y rampante, el neoliberalismo voraz. Pero es que ya estamos viendo que esa ideología (se ve cada día en cualquier periódico, porque es imposible de maquillar, se ve en cada calle), que esa forma de moldear la Realidad  (si es que tal cosa existe) para el beneficio y los dividendos de unos pocos es un fracaso total y estrepitoso, en el caso de que el objetivo fuese crear un mundo justo y sostenible, o un éxito total, si el objetivo era el contrario, es decir, la injusticia y la destrucción.

Los keynesianos, con el premio Nobel Paul Krugman a la cabeza, no se cansan de repetir que resulta absurdo recortar en tiempos de crisis: hay que hacer una política expansiva, con gasto público, construcción de infraestructuras, carreteras, escuelas, empleo público, para que la gente tenga trabajo, dinero, consuma y la noria en la que nos vemos arrastrados vuelva a girar alegremente. Sin embargo, y aunque en esto consistió el exitoso New Deal que pusieron en práctica Roosevelt & Keynes para salir de la Gran Depresión, ahora la doctrina parece distinta, porque ahora parece que ya no hay grandes hombres de Estado, sino mezquinas ratillas buscando los resquicios del poder. Rescates y recortes que, en una espiral viciosa, empeoran cada vez la situación. Los que primero le vienen a uno la cabeza para revertir esta situación, es decir, los partidos socialdemócratas europeos, no se terminan de aclarar de en qué bando están, aunque últimamente han estado del lado de la destrucción total siguiendo las políticas descritas. ¿Coca Cola o Pepsi? ¿H&M o Zara? ¿Rubalcaba o Chacón? Por lo pronto, tras el rescate de Portugal, las cosas vuelven a estar chungas, su prima de riesgo tocando el cielo, y, según las últimas informaciones, en Grecia ya andan repartiendo mantas para dormir en la calle. Eso sí, a cuenta de las empresas privadas, porque el muy recortado presupuesto público no da ni para eso.


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En efecto: vamos de culo