Y de pronto, un millón de martillos caen a destiempo
sobre el mismo yunque, y se quebraba el cielo con gran estruendo, parecía que
se iba a abrir y mostrar lo que hay detrás, todo rugía, y ella, tan menuda,
como animada por una fuerza subterránea, se levantaba de lo que estuviese
haciendo y salía corriendo, en violenta hipnosis, al patio de luces, a mirar el
cielo azul oscuro casi negro, violeta nocturno; se quedaba allí, bajo la
lluvia, con el espinazo electrizado por la tempestad y el vello de punta, dando
espasmos, y no es que no tuviera miedo, que lo tenía y mucho, pero era eso lo
que vibraba, sentir su invalidez, su patetismo pálido, quedar a merced de los
más crueles fenómenos naturales, imaginar que la Tierra iba a salirse de su
órbita y perderse en el eterno silencio del vacío, ver cómo todo se
derrumba, ser arrancada por el viento y llevada a otro lugar lejano, de rocas,
de cordilleras escarpadas, de ríos salvajes y de una lluvia tan intensa, como
un mar con agujeros, que le agujereara el cuerpo, que la hundiese en el fango y
le hiciese conocer a los insectos; por eso siempre hablaba de la tempestad y la
galerna, que se levanta de repente y sin aviso, y una vez en el Cantábrico,
según contaba, se había llevado la vida de más de mil marineros; luego todo
cesaba y ella entraba de nuevo en casa, mansa, húmeda y desnuda, como después de un
orgasmo, la amante de las tormentas, que llevaba en su vientre al vástago del
cielo, y se acurrucaba en la cama junto a mí, se hacía un ovillo mientras su
respiración se templaba, y yo la abrazaba, y se iba apagando como un animal
pequeño, se iba domando, convirtiendo en nenúfar, en estanque en calma sobre el
que yo pasaba la mano y soplaba.
(La imagen es la Tormenta de Nieve de Turner)
3 comentarios:
Una tormenta como esa cayó el otro dia en Vetusta, y seguro que la amante de las tormentas salió a ver que pasaba, a contar cada una de las gotas y cada uno de los rayos. Mientras algun que otro niño se escondía bajo la cama.
ay el oviedin del alma, siempre sorprende, al menos meteorologicamente
Qué descripción tan alocada y tierna, casi te ves (sin el casi) allí mismo en el ojo de la tormenta.
Un saludo!
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