miércoles, marzo 30, 2011

Hay un hombre en España que lo hace todo


Ha venido la casera con el Señor Enrique. El Señor Enrique es un peruano de 52 años que se sube a una silla y te arregla la lámpara, y se sube a otra y te arregla los estores, y se sube a otra y arregla las puertas de los pequeños armarios, y cuando se baja arregla la cisterna y cuando se agacha arregla los zócalos e intercepta alguna hermosa pelusa como un diente de león grisáceo. El Señor Enrique arregla lo que sea allí donde le pongas. Si le pones en medio de la calzada, empieza a dirigir el tráfico. Si le pones en un parque, recoge las hojas secas y arranca las malas hierbas. Si le pones frente al horno, te prepara un soufflé.

Le senté conmigo en el sofá y el Señor Enrique me preguntó por mis problemas.
- No tengo trabajo, ni dinero, ni esperanza – le dije.
El Señor Enrique me prestó 50 euros, hizo un par de llamadas y me consiguió un buen puesto como abogado de una empresa de import-export, y eso que nunca he estudiado Derecho. Luego, el Señor Enrique, me dio un abrazo. Fue como si me abrazara un árbol.

Me dice la casera que conoce hace tiempo al Señor Enrique. Me lo dice muy bajito, al oído, mientras el Señor Enrique riega las plantas de la terraza, porque nadie debe saber la verdad sobre el Señor Enrique. En realidad, me dice la casera, el Señor Enrique, bajo esa apariencia inofensiva y servicial, es quien mantiene a flote a la humanidad en contra de su propia tendencia a autodestruirse.

Cuando hay crisis aérea, lleva al Señor Enrique al aeropuerto y el Señor Enrique toma los mandos, él solo, de la torre de control. Cuando un petrolero naufraga, el Señor Enrique, en bañador, corre a tapar las fisuras por las que se escapa el crudo. El Señor Enrique, los jueves por la tarde, realiza operaciones secretas contra las redes mundiales de la Camorra. Los viernes, de 11 a 12, se va al Banco de España a ver cómo va el asunto de las Cajas de Ahorro. Últimamente anda muy ocupado orquestando el ataque a Gadafi, porque el Señor Enrique no quiere que haya víctimas civiles, ni que se encone el conflicto, ni que sea un nuevo Irak, por eso Obama dice lo que dice, porque se lo ha dicho el Señor Enrique (aunque Obama siempre negará tal extremo). El otro día en Bengassi, mientras, como incógnito, inspeccionaba la situación libia sobre el terreno, el Señor Enrique le desatascó la bañera a una señora y le puso unas baldas en casa a uno de los sublevados. Y luego se fue a Japón, por eso el Señor Enrique ahora luce un extraño brillo verdoso. Ojalá el Señor Enrique tuviera más tiempo o más manos o algún hermano para acabar con la crisis, para cambiar el mundo, me dice la casera cuando el Señor Enrique entra de la terraza con una maceta entre las manos.

- Lo que tienen los pisos de alquiler, señora, es que se van los chiquitos y no arreglan nada - dice el Señor Enrique sonriente mientras se lava las manos en el fregadero.

La casera y yo nos miramos con complicidad, porque entendemos sus metáforas.

sábado, marzo 26, 2011

Sí a la birra



Los que vivimos cerca de la Puerta del Sol, además de ser los más guapos de España, tenemos la oportunidad de comprobar casi diariamente las bondades de la Democracia (¡viva!) en ese manifestódromo que es la plaza. Colectivos de todo pelaje toman la calle para hacer oír, con desigual fortuna, sus reivindicaciones: los sindicatos, los partidarios de la memoria histórica, los guineanos opositores de Obiang, el personal sanitario de los hospitales públicos, en fin, de todo, además de los predicadores protestantes ultraconservadores (y conversadores), los chaperos y las guapas carteristas.

Ayer vinieron los pro vida, qué maravilla, para darle el SÍ a la vida. A mí todo esto me parece muy raro, decir SÍ a la vida es como decir SÍ al sol, o al amanecer, o al viento. Es algo que está ahí sobre lo que no habría que pronunciarse así, en general. Sí a la fotosíntesis. Sí a la glucólisis anaeróbica. Viva la vida y arriba el amor. En fin, vale, yo también digo SÍ a la vida.

Lo que estos señores quieren decir, hablando en plata, es que están en contra del aborto, la eutanasia y demás cosas del Demonio. Pero resulta perverso su SÍ a la vida, porque así, en este planteamiento ladino, da la impresión de que quién no está de acuerdo con ellos (por ejemplo, este su humilde blog) dice NO a la vida, y SÍ a la muerte, osea que es un psicópata peligroso. Y no es el caso. El aborto y la eutanasia son cosas bastante trágicas para todos los que se ven envueltos en ellos, así que, ojito pro vidas, y cuidado con este asunto.

Los pro vida, gente sana, dijeron que en España se había instalado la Cultura de la Muerte (también otros nos asustan con la muerte de la cultura, por cierto). Luego subieron a una niña discapacitada mental (el lozano presentador dijo que tenía síndrome de Down, pero se columpió, de lo buen rollero que era), que respondía al nombre de Angelines, para darle las gracias a su madre por tenerla. “Gracias mamá por tenerme”. Qué manipulación más entrañable, lágrimas, abrazos, suspiros. Y luego una exaltada se acercó y le dijo “viva la madre que te parió”. Risas, orgullo, picardía. Luego un niño también quiso hablar (la cosa empezaba a parecerse a un sainete) y dijo que “viva la vida con salud y alegría”. Ovación. La cosa terminó con el lozano presentador levantando el puño en plan Operación Triunfo después de la lectura de un tendencioso manifiesto. Y, hala, todos a casa que hay que darle el potito a los críos.

Pero bueno, lo que yo quería decir es SÍ a la Birra. Esto sí es una causa a reivindicar. Empieza el buen tiempo y, como todos los años, la temporada de Fresh Bankin’ (bueno, también lo practicamos temblorosos en el frío invernal, pero da igual). Este año, con el Advenimiento de la Ley del Tabaco (por cierto ¿cómo es que había pro vidas fumando? ¿no mata el tabaco? ¿SÍ o NO al tabaco, pro vidas?) esperamos que nuestro libérrimo movimiento ciudadano llegué a más sectores de la población. Arriba una imagen de una de las primeras sesiones, en una zona de Lavapiés que parece Nápoles. Parece también un Caravaggio con ese claroscuro tenebrista. Noten las posturas de los personajes: eso es VIDA.

miércoles, marzo 23, 2011

Mi puta vida (feat. Esther Minia)


Me dejé la grabadora dos horas abierta por error después de una entrevista-comilona, de esas en las que luego la gente ve lo que comisteis en la última página de un periódico y siente envidia, sana o cochina, ad libitum. Lo que se produjo es un prodigio, un hallazgo.

Se oyen mis pasos, mis toses, mi conversación con el chino (un litro de cerveza, por favor, glasias), mi puta vida. Es extraño: la mayor parte de la existencia transcurre en silencio. No te das cuenta porque estas pensando, hablando contigo mismo. Ese run run de la mente que nunca calla (Nota: apuntate a meditacion trascendental). Pero fuera de tu piel, de tus fronteras, de tu cráneo y tus lascivias: nada. El ruido de la cerveza cayendo melancólica en el vaso, los suspiros o gruñidos que tú mismo das sin darte cuenta, al sentarte, al levantarte (te haces viejo), cuando un email de trabajo recibido no te hace fuckin’ gracia (no te compran tu texto esos cabrones). De pronto, el sonido del teléfono: las conversaciones telefónicas (solo se te oye a ti) en la que discutes con La Nini que esta de morros porque ha tenido un pésimo dia. La tele, de lejos.

Es como esas pelis de Jaime Rosales, real minimalistas. El mechero.

Nunca fui consciente de cuanto suspiro o cuanto gruño: debo de ser muy sabio. El ruido de las teclas escribiendo un mail.

Elvira Lindo por qué no.

Mi madre cuando yo era niño y tenía voz de pito.

Sí, eso, a ver si quedamos y tomamos unas cañas. (Somos tan jodidamente apañoles).

La mayor parte de tu vida transcurre en un silencio del que no eres consciente.

Cacho perro.

Puagh!

(en la imagen el Autor en 2008 en BCN escuchando el silencio circundante, by Esther Minia)

lunes, marzo 21, 2011

Princesas con metralletas



La Jessy, la Paqui, la Andrea y sus secuaces son hijas del proletariado industrial periférico a las grandes ciudades. Se expresan con suma dificultad, presentan problemas evidentes de sintaxis, vocabulario y pronunciación y hasta sus voces, salvo honrosas excepciones, son desagradables. La Jessy, la Paqui, la Andrea y sus secuaces son versiones devaluadas de lo que desean ser: son menos guapas de lo que les gustaría, su pretendida modernidad vistiendo resulta hortera, por supuesto no tienen ni una diezmilésima parte del dinero que les gustaría gastar. Una de ellas, cantante, quiere triunfar con sus propias canciones (no canta mal) pero languidece en una orquesta de pueblo recorriendo las fiestas patronales de los desiertos españoles. Otra quisiera presentar programas televisivos en prime time en los canales de mayor audiencia, sin embargo, echa las horas en una call tv, esos programas de madrugada donde una choni de estas trata de que los espectadores aburridos llamen para participar en algún concurso sospechoso y absurdo. Sus vidas son un sucedáneo de lo que deberían ser (por lo demás, esto nos pasa a casi todos). La Jessy, la Paqui, la Andrea y sus secuaces son Princesas de Barrio en el programa de La Sexta. Por lo pronto, eso las hace bastante felices.

Princesas de Barrio es un programa es bastante cruel. Estas chicas se creen que son estrellas cuando las convierten en el hazmerreír de aquellos que las miran. El programa reivindica y, de alguna manera, justifica y trata de dignificar (sin mucho éxito) la figura de la choni poligonera. Estas chavalas, poniéndonos marxistas, son víctimas de la injusticia y de las desigualdades de clase (¿eso existe?), y en La Sexta esto lo celebran con algarabía: el bajo acceso a la cultura, la falta de metas y de oportunidades a largo plazo, en resumen: la pobreza. Y ser pobres, lo pongamos como lo pongamos, no mola nada. Pero bueno: con este programa podemos contribuir a la paz social ya que ser un choni no es tan malo. Que nadie se queje: ya está aquí el sueño americano.

A continuación y en el mismo canal, emiten ¿Quién vive ahí?, un espacio (nunca mejor dicho) donde los ricos, en el otro extremo del espectro social, muestran unas casas que casi dan vergüenza de lo suntuosas y cojonudas que son cuando la mayoría vivimos en pequeñas, aunque decentes, madrigueras. Se ve en este programa que los ricos tampoco son tan malos: nos muestran alegres sus dormitorios y a sus nutridas proles, que corretean al borde de la piscina. Francesc, no corras por ahí que te vas a hacer daño. Al final siempre dicen, alejándose en un descapotable, que volvamos cuando queramos, que estamos en nuestras casas… En fin… Entonces: ¿La Sexta no eran un canal de izquierdas o algo así?

Yo cogería a las chonis, les calzaría una boina negra, un mono verde oliva y un AK-47, en plan Patty Hearst (en la imagen. Por cierto, entrevisté a su hija una vez para el EPS, una especie de Paris Hilton más propia de La Sexta) y haría un programa sobre sexys guerrilleras urbanas atracando los bancos de los centros comerciales. Ka-boom!

lunes, marzo 14, 2011

Una pequeña guerra tropical



Uno mete la casa en las cajas: los libros, la ropa, los discos, resulta tedioso y estresante, resulta extraño abandonar el lugar donde has vivido mucho tiempo y dejar que lo ocupe otro (la ciudad, en su orgullo arquitectónico de hormigón y de metal, permanece indiferente a quien la habita, los edificios prostituyen sus espacios internos al mejor postor para que cuelgue sus posters, coloque su cama, sus muebles y su absurda vida, sin acordarse nunca de quien los ocupó antes), pero lo más extraño son esos objetos que no encajan en ninguna de las etiquetas anteriores y que se quedan huérfanos, perdidos, entre las cajas ya selladas. Una calavera tallada en lava que me traje del Vesubio, un cochecito que me regalaron en Filipinas, un esbozo de poema escrito en una servilleta en el año 2007 (¡oh, qué literario!), el cinturón de leopardo que ya no me pongo, los parches que iba, un día ya lejano, a coser en mi chupa, las cariocas que me entretenían los veranos en la playa de Los Caños de Meca. ¿Qué hacer con esos retales del pasado que se obstinan en acompañarnos? Son nuestros pero ya no son nuestros porque uno ya no es el mismo que era entonces. Uno dice, bah, me los llevo, luego dice no, no, mejor los abandono, los tiro a la basura, yo qué sé, en cada mudanza uno se va deshaciendo de recuerdos, de cacharros inútiles cuya única utilidad, al final, es molestar en las estanterías y coger polvo, que no tienen lugar establecido. Al final, uno no es solo su cuerpo y su mente y sus temores, sino que también son parte de uno los objetos que posee, los extremos de la campana de Gauss que somos todos y que a veces cuesta recortar. Nos aferramos a ellos como quien se aferra a uno de sus miembros. Angustia.

Al final he tirado algunas cosas. Las he metido en grandes bolsas de basura (supongo que, de pronto, mis cosas se habían transformado en basura), las he dejado en la calle al lado de los contenedores de reciclaje, en mitad de la noche. Cuando he vuelto del Opencor he visto mis cosas, algo de mi ropa vieja, tiradas por el suelo: alguien se había interesado, había abierto las bolsas, había curioseado y lo había dejado todo esparcido por la acera. Me resultó extraño ver mis cosas ahí, en la calle, porque siempre son las cosas de otros, otros de los que yo trato de imaginar la vida a raíz de su basura. Esta vez eran mis cosas y traté de imaginar mi vida inspirándome en aquellas prendas y salió un vida diferente que no era la mía. Por supuesto, me ofendió mucho que quien rebuscó no juzgase ninguna de mis antiguas pertenecias más íntimas de interés.

Una mudanza, pues, no es solo un cambio de cuarto o de casa, es un cambio más profundo, como un viaje; uno no regresa igual de una mudanza de la misma manera que uno no regresa igual de una guerra. Una mudanza, al fin y al cabo, es una pequeña guerra, de esas que ocurren en el Tercer Mundo y nadie oye, contra su propia memoria y su tendencia a preservarse de algún modo. Y la vida está hecha de cacharros que, al final, es lo que queda cuando mueres.

miércoles, marzo 09, 2011

Toda la verdad sobre la vida sexual de Txe Peligro



Bueno, mi vida sexual funciona más o menos así: estoy yo, ¿no?, y entonces empiezo a sentir un no sé qué que qué se yo en las entretelas más intimas que me suliveya, y entonces me quito la ropa y me quedo con la piel crepitante al aire y aquello se me pone de aquella manera y entonces…, entonces…

¡Han picado! Este post no va de mi vida sexual sino de… ¡la lectura! ¡lo contrario del sexo! (¡Oh! Abucheos y pitidos en el gallinero, decepción, pataleo, tristeza generalizada, decepción).

Para hacer la mudanza al pisazín (el pisazo piquiñín) he embalado los libros y han resultado unas 15 cajas llenas de letra impresa y un volumen mucho mayor del que ocupaban en las estanterías. Y eso que dicen que el saber no ocupa lugar. Por lo demás he tratado de deshacerme de unos 100 libros y, como le pasaba a Augusto Monterroso, no he sido capaz: en principio los amigos estaban encantados por venirse a buscar libros de gratelo (sí tio, nos pasamos el viernes fijo), pero pasa el tiempo y aquí no viene ni Dios. Seguro que si regalase las pelusas mutantes que tengo por los zócalos vendría más gente. Tíos, que es gratis, joder.

Y es que los libros están muy mal vistos, y la lectura en general. Hay gente a la que no le gusta leer. Así, en general, no le gusta leer. Esto me fascina, porque digo yo: todo el mundo tiene aficiones ¿no? Los perros, la música barroca, los coches, el sexo raro, los suelos de porcelana, la jardinería, la Guerra Civil. Pues bien, de todas estas cosas hay libros, porque los libros son una especie de resumen pret a porter del espaciotiempo. Entonces, si te gustan estas cosas, ¿por qué no lees sobre ellas? Infórmate joder. A mi no es que me guste leer, leer cuesta esfuerzo y cansa los ojos, lo que me gusta es lo que viene dentro de ciertos libros, tanto que me aguanto y sufro y me los leo. Y me sale a cuenta, oigan.

Imaginénse que pudiesen hacer una llamada telefónica a un tío que vivió hace 2.500 años. ¿Qué locura estoy diciendo, no? Hablar con Platón, por ejemplo. Esta tecnología no existe, pero existe otra que lo permite: el libro! Hay libros que se conservan de gente que vivió hace tropecientos mil años y que dicen lo que ellos vivían y pensaban. Y hay libros de ciencia ficción que explican como dentro de mil años escaparemos de la Tierra hacia un exoplaneta habitable en Alfa Centauro para escapar de la hinchazón del Sol convirtiéndose en una gigante roja. Leer es como vivir muchas vidas en muchos tiempos diferentes (lagrimilla, mecheros, emoción).

Lo mejor de los libros, sin embargo, es que decoran, son muy bonitos en las estanterías y te hacen parecer más listo, aunque menos simpático. Y además te permiten hablar de muchas cosas intempestivas y decir muchas veces en una conversación: “Yo una vez leí que…”, “hay un libro que dice que…” ¿Si no de qué hablas? Los treintañeros ya solo hablamos de hipotecas, ofertas de trabajo, guarderías, ventajas fiscales y cosas así, y los que no son treintañeros, del tiempo. Porque no se lee.

Pero bueno, decía el otro día Eduardo Mendicutti en la tele que no todo el mundo tiene que ser lector, que unos leen y otros non, como los pimientos de Padrón. Que no hay que leer porque sea sano como comer yogures con bífidus o verduritas frescas. A veces hay que usar el recurso del sexo, como se hizo más arriba: tetas, morbo, confesiones. Así que si usted quiere dejar de leer este post puede hacerlo… ¡Ya!



(Qué alivio que ya se acabó ¿no? En la imagen el Autor a punto de experimentar un orgasmo literario. Foto by Oscar Carriquí, photographer,genio y figura).

sábado, marzo 05, 2011



Tiene que haber una vida mejor,
pero no está aquí.

Destartalados parques de extrarradio
donde el metal muerde la grava,
y los niños buenos muerden polvo.

Medio día gris y se abren los barrotes del colegio:
salen los anoraks chillones de las chicas malas
bajo una lluvia muy fina que no es del todo lluvia.

Una vez hicisteis ruido
ahora seguís la vida a la mitad de vuestros padres,
ya no hay cielo que romper con vuestros pueriles
puños blancos.

Otra vez tuvisteis miedo,
pero ya ni siquiera eso,
ahora tenéis ladrillo visto
y toldos verdes de botella.

Nada es del todo lo que es en esta periferia,
todo está sin acabar, mal dibujado,
todo está a medio hacer o duerme en ruinas.

Esclerosis en las venas de la vida,
mientras las bolsas de plástico juegan con viento
al ralentí, baila el silencio.

El extrarradio no es un lugar físico
sino un estado del alma
cuando el alma ya no existe
como todo el mundo sabe
entre la grava.



(Sara Herranz lo ha dicho mucho mejor con su dibujin de arriba. Gracias)

martes, marzo 01, 2011

Litrona = Vejiga



El cuerpo por dentro: una vez, en mi casa de Delicias (siempre echamos de menos su luz y sus gentes) se nos estropeó el baño. Meábamos en la bañera y hacíamos de cuerpo (es decir, caca) en algún bar de abajo, sobre todo el Jamaica, limpiérrima franquicia donde una vez Ale, que se estaba cagando, se encontró a una vieja subiéndose el abrigo de visón para defecar en la postura del esquiador. Se asustó mucho: esa mezcla de la rancia burguesía y la mierda. Todo encajaba: era una imagen reveladora y potente.

A lo que iba: cuando habíamos bebido muchas litronas (y eso pasaba y pasa a menudo) nos entraba el picor urinario y, antes de volver a mancillar la bañera, meábamos en las litronas vacías, como quien devuelve a la Madre Tierra lo que la Madre Tierra le ha dado (en Asturias esta es una explicación mitológica de por qué el culo de la sidra se arroja al suelo). Lo dicho: meábamos allí dentro, dentro de la botella de Mahou clásica, arrejuntando la boca de la uretra a la boca de la botella. Era una experiencia curiosa: el cristal se iba calentando, en virtud de las leyes de la Termodinámica, y uno absorbía ese calor de su propio cuerpo con sus propias manos. La litrona se iba llenando y parecía, en cierto momento, que uno la iba a desbordar con su agüita amarilla. Nunca ocurría: una especie de control fisiológico externo y parasimpático hacía que la meada acabara justo en el momento cuando la capacidad de la botella estaba al límite. Nosotros, allí, siempre al límite, la juventud. La botella, al borde.

Luego viví en casa de Guillermo Aguirre un mes en el que me acogió como el buen amigo que es (a veces) y también allí meé y cagué en bolsas y botellas del Mercadona, porque el laureado escritor estaba en obras en casa, sin baño y sin cocina, con muchos obreros del mundo picando sus suelos y paredes. Pero no les quiero aburrir con historias escatológicas, la movida de todo esto es: en sus vejigas cabe una litrona y pico de cerveza. La vejiga en los gráficos de clase de biología (bachillerato o ¿COU?) es una vesícula pequeña, asquerosa y triste relegada al olvido y al amoniaco desactualizado. Pero, ahí, en tú dentro más adentro, cabe una litrona: lo hemos comprobado: es Ciencia.

Nuestro cuerpo es un extraño animal dentro de nosotros mismos. Yo a veces pienso en mi hígado y en mi páncreas (os quiero aunque no os lo diga), y pienso que nunca han visto la luz del sol, aburridos en mi oscuridad interna, eclipsados por mi músculo y mi piel, pero trabajando cada fuckin’ segundo de mi azarosa existencia, y que sigan. Que siempre han estado dentro, que siendo tan nuestros no los conocemos en persona, que no los hemos tocado ni visto, y que así es difícil de querer a una persona. O a una víscera.

(la rubia de arriba sale en google images cuando pones "mujer vejiga". ¿Se llamará así? ¿Vejiga Jones?)