En 1848, en alguna buhardilla miserable de Londres, me gusta
imaginar, Carlos Marx firmaba la última página de su Manifiesto Comunista, al
alimón con Federico Engels. En 1866 se celebraba el primer congreso de la Primera
Internacional, en Ginebra, y en 1917, Lenin guiaba al pueblo hacia el Palacio
de Invierno, dando paso a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
En 1919, la Tercera Internacional,
promovida por Lenin y el Partido Comunista ruso, adoptaba como símbolo la hoz
y el martillo, símbolos del proletariado industrial (el martillo) y el
campesinado (la hoz). En 1959, el barbudo Fidel Castro bajaba de la Sierra
Maestra para acabar con la dictadura de putas y casinos de Fulgencio Batista,
iniciando 40 años de Revolución Socialista, de Patria o Muerte. En algún
momento indefinido de los últimos años el Comandante deja de usar su uniforme
verde olivo, se retira y se compra unos vistosos chándals de táctel. En algún
momento de los 80 se funda en Oviedo el Rincón Cubano, un incombustible
chiringuito de apoyo a Cuba que anima las fiestas de San Mateo cada mes de
septiembre.
Yo estuve este año en San Mateo después de ocho sin ir y
comprobé, con una mezcla de satisfacción y horror, que todo seguía igual. Al
rincón cubano se va a beber mojito y a mover el búllate al ritmo de la música
sabrosona delante de una grave fotografía en blanco y negro del Fidel con el
Che, cuando aún eran héroes. A los ovetenses que colapsan el garito les da igual
todo esto, no es que sean castristas. De hecho la fiestas de San Mateo, al
margen de algunos conciertos que brillan por su cutrez (este año Maná y Carlos
Baute), son fundamentalmente un buen puñado de chiringuitos de izquierda (el
Pinón Folixa, o el Topu Fartón son los más reseñables) que llenan las calles de
la zona vieja, y que el alcalde caciquero Gabino de Lorenzo sueña húmedamente con
cerrar algún día.
En las fiestas uno se encuentra a mucha gente, porque todo
el mundo sale a las fiestas, y uno va chequeando el paso del tiempo en sus
rostros, en sus tripas, en sus cuentas corrientes, sus divorcios y sus coches. Los
lugares, más que lugares, son personas, de modo que ya puedes volver mil veces
a los sitios que antes frecuentabas que, aunque permanezcan iguales, no son los
mismos sin la misma gente o si esa gente ya no es la misma. Dicen que lo
difícil es cambiar: yo digo, con el Tao y Heráclito, que lo difícil es no
hacerlo. Oviedo siempre me produce esta mezcla de excitación y nostalgia. Últimamente
parece que el tiempo va demasiado rápido, pero la única cosa estática y segura del
tiempo es que nunca nos acostumbraremos a su paso. Cuando te haces a una edad,
ya estás en otra.
Nosotros, que ya calzamos 31 y tenemos el síndrome ese de Peter
Punk, hemos salido todos los días, más que cuando éramos niños, con la
precisión del cirujano y la vehemencia del guerrillero, como un travesti. Hemos
salido mucho y hemos salido bien, hemos utilizado nuestra dilatada experiencia
para lograr la excelencia en los bares y en las calles. Hemos brillado con luz
propia, o, al menos, eso nos ha parecido a las tantas de la mañana en cualquier
antro, bailando sobre la barra. Cuando ayer iba a tomar el tren de regreso a
Madrid, esperaba a una multitud enfervorecida aplaudiéndome y jaleándome, tú sí
que vales, Peligro, como cuando gana la selección; sin embargo no había allí ni
un alma. Esto es lo que nos espera a gente como nosotros, el recuerdo de las
sombras y el silencio de los cementerios, que es precisamente lo contrario del
alegre y esponjoso bullicio de los bares de última hora. ¡Patria o Muerte!
2 comentarios:
Volver a ciertos bares es de las sensaciones más entrañables para un ex-cliente habitual. Bueno, si te quedas mucho, puedes acabar desentrañándote entre dos coches, claro. Lo malo es cuando va aumentando la lista de los que cerraron y ya sólo viven en tu memoria cual memento mori.
¡BIrra o muerte!
lo peor es volver a un bar que frecuentabas y ver que no queda nada de lo de antes, solo los muros.
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