“Qué rico el limón, ¿eh?” Hay gente que dice este tipo de
cosas, que se admira de las cosas buenas de pronto, después de haber convivido
con ellas durante muchos años, porque, precisamente, es la gente mayor de 50
años, según he observado, la que más pronuncia estas sentencias. “Qué rica la
leche entera, ¿eh?”. “Qué rica la carne, ¿eh?”. Llevan varias décadas aliñando
los mejillones hervidos con limón, o bebiendo vasos de leche antes de dormir o
comiendo carne poco hecha. Sin embargo, un día cualquiera, repararan de nuevo
en las bondades de los productos. No este
limón, ni esta leche, ni esta carne. Si no el limón, la carne, la leche, así, en general. Es como tomar
conciencia de nuevo de la vida en esencia una vez que ya están demasiado
acostumbrados a ella, cuando los días pasan uno tras otro si apenas rascar,
como cuando se bebe agua. “Qué rica el agua cuando se tiene sed, ¿eh?”, dice
mucho mi madre con un vaso en la mano.
Una vez conocí a un poeta mayor que, caminando por la calle,
siempre te señalaba las cosas buenas de las cosas que nos cruzábamos. Señalaba
un árbol y lo nombraba por el nombre, porque los buenos poetas saben el nombre
de todos los árboles y de todos los pájaros, aunque no de todos los estados del
alma, si es que el alma existe. “Mira que árbol tan impresionante”, decía, yo ya
no recuerdo que árbol era. Y se ponía nervioso esperando el postre y me hablaba
de gente talentosa que le caía bien, como si no tuviese interés en la gente
odiosa, como si eso fuera una pérdida de tiempo. Muy al contrario de lo que
hacen la mayoría de los escritores y de la sociedad en la que fermentan, que
siempre prefieren hablar mal y acertar mucho.
Luego hay gente que prefiere detenerse en los aspectos más
sórdidos de la existencia, las corrientes de aire traicioneras o los descuidos
del camarero, que revisa los tickets y las vueltas minuciosamente, que no
quiere que se le cuelen en el cine, pero trata de colarse, que no se fía de su
madre. Pero de esos limones, como diría el poeta, mejor no hablemos.
1 comentario:
Hay gente que morirá chupando su limón amargo. A mí lo que me molesta es que ese gesto amargo se quiera hacer pasar tantas veces por rebeldía o sinceridad, cosas buenas que saben a naranja. Se llama mentir.
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