El buffet libre pone en un brete a los que, como yo, padecemos
una débil fuerza de voluntad, disciplina distraída, y, además, no nos
importa una mierda el mañana. Porque, aunque nos propongamos comer con tino y
mesura, acabamos saltando grácilmente la fina línea que separa el buen yantar
de la indigestión más aberrante. En los buffets libres, como en las barras
libres, siempre salgo a cuatro patas.
Mis favoritos son los buffets chinos, que ponen de todo, sea
chino o no chino. Cuando visito a Mamá Peligro en Asturias, nos gusta a ir a uno que
está en el centro comercial Parque Principado, que el año de su inauguración
fue premiado como el mejor mall europeo. Es el tipo de sitio que tiene un
pasillo lleno de tiendas bautizado como Boulevard de los Manzanos, o Paseo de
las Estrellas o Plaza de la Luna. En Asturias, a pesar de que vivimos en
permanente crisis, tenemos centro comerciales de la más alta gama, y fuimos
de las primeras provincias donde llegaron avances como el McDonalds, el Corte
Inglés y demás hits civilizatorios. Hay quien dice que, contrariamente a lo que
se puede pensar, la crisis fomenta el consumo. En Asturias parece que ha sido
así tradicionalmente. Total, no hay futuro. Pero me voy por las ramas: en ParquePrin mamá y yo
vamos a jugar a que somos una familia feliz, primero me compra ropa en el
H&M y luego cenamos en el buffet oriental. Esos días no solemos discutir.
Lo curioso es que, por muy oriental que sea, lo que más comemos son las
costillas de cerdo, que son iguales que las de cualquier asador occidental, pero mejores.
Estos buffets del lejano oriente suelen tener servicio de
wok o tepanyaki. Para el lector poco avisado: lo primero es una sartén muy
profunda y fina (yo tengo una metida en el lavavajillas) y lo segundo es la
plancha. Así uno coge un pupurrí de alimentos crudos y se los entrega al
cocinero, que en el acto y a la vista del público, los cocina con unas salsas
guays. Las mezclas que hace la gente son de lo más bizarro: pollo con
chipirones y pimiento verde, todo junto, con salsa picante, o ternera con
almejas y fideos, con salsa de soja. Los cocineros deben pensar que la gente
está muy pero que muy pasada de rosca, pero, con mucha gravedad y sin rechistar,
lo cocinan. Porque, mientras que los camareros de los restaurantes chinos son
sonrientes y amables, estos cocineros son de una seriedad propia de un sumo
sacerdote realizando un ritual milenario. Vaya aires.
Ayer fuimos a comer a uno de estos buffets en la calle
Campomanes, cerca de Ópera, Madrid. Espero que lean esto a tiempo: no vayan, es
una mierda. Si lee usted estas líneas ya sentado en una de sus mesas y a punto
de empezar a comer, cosa bastante probable, mis condolencias. En este sitio
tienen poca variedad de comida, el pescado del sushi tiene el grosor de un
papel de fumar y no tienen costillas. Lo peor de todo es que no te puedes dejar
nada: el hipster de la mesa de al
lado se dejó una empanadilla dim sum intacta en una esquina del plato y, entonces,
de la parte de atrás surgió un chino gordo, calvo, con coleta, con la tripa y
el torso al aire y le cortó la cabeza de un tajo con un extraña cimitarra.
Nos lo comimos todo.
2 comentarios:
Prueba el Rey del Tallarín, cerca San Bernardo, no es buffet, pero es muyy bueno ese chino, te parecerán una mierda el resto y más ese de ópera. Por cierto, totalmente real, hay un chino loco en Alonso Martínez que te pide 10 euros con una cara de psicópata que lo flipas, porque a su tío le ha dado un infarto, siempre la misma historia, pa coger un taxi y tal. Lo vi con una catana en tu post. Abz
conozco el rey del tallarín. tb me gusta el chino underground de plaza españa. al loco no tengo el gusto
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