miércoles, mayo 23, 2012

Txe Peligro vs. la Gata Irma



La vida de los gatos consiste en muy pocas cosas: comer, cagar, jugar y dormir. Los gatos no ven la tele, ni van a la compra, ni pierden el tiempo en Facebook, ni componen versos, ni arreglan cañerías, ni nada. Solo comen, cagan, juegan, y duermen. Ni siquiera ejercen su derecho constitucional al voto durante la fiesta de la democracia. En otras cosas porque no lo tienen. Bien mirado, no estaría mal ser un gato.

Todas estas agudas observaciones vienen a cuento porque mi viejo amigo R. me ha dejado a su gata Irma durante un mes, mientras hace unas reformas en su nueva casa, y yo ando todo el día observando al animal, como un antropólogo en el trópico, tomando notas mentales, y sacando conclusiones que, si ustedes han tenido una mascota alguna vez, les parecerán absurdas. Menudos hallazgos… Pero oigan, qué quieren, uno pensaba que ya lo había visto todo y resulta que nunca había convivido con un animal. Un animal no humano, me refiero.

Observo a la atigrada gata Irma mirar todo el rato al mundo como si lo mirase por vez primera, olisqueando por las esquinas de la cómoda; luego da un salto y se sube al mueble, y camina alrededor del televisor, y mide milimétricamente las distancias durante un rato, lo ojos aquí y allá y acullá, y pone la pata en un sitio y en otro, hasta que se encoje y salta y aterriza en la cama, sobre el edredón, donde yo estoy tumbado, mirándola. Leo en algún sitio que lo que hacen los gatos es saciar su curiosidad. No tienen trabajo ni entretenimiento, pero el equivalente es ese: oler, mirar, medir, subir, bajar. Si no hay nada nuevo que les estimules, se aburren. Leo, además, que los gatos viven en una especie de eterna infancia, pues toman a sus dueños humanos como sus madres, vamos, que nunca maduran. Leo también que Irma tiene 32 músculos en las orejas que le permiten enfocar direccionalmente y oír mejor lo que le interese. Diantres. ¿Sabrá la gata Irma que su especie lleva acompañando al hombre 9.500 años?

Como a Julio Cortázar le gustaban mucho los gatos, yo me pongo cortazariano por las mañanas y me siento lánguidamente con el gato, a ver qué hace. Y casi siempre duerme. Al parecer los gatos duermen la mayor parte del tiempo, a veces en sueño profundo, pero muchas veces echando pequeñas cabezaditas muy ricas, que los ingleses llaman “cat nap”. Es curiosa la facilidad con la que caen dormidos, y también con la que se despiertan. ¿Se imaginan? Podríamos dormir en todos esos resquicios dolorosos de la vida: la cola del súper, los anuncios, el viaje en metro, los sermones de nuestros seres queridos. Podríamos ir al servicio durante la jornada laboral y dormir un ratico, hechos un ovillo, sobre la taza del váter. Aumentaría la productividad, se generaría crecimiento, saldríamos de esta dramática coyuntura económica. Eso sí, por mucho que duerma durante el día, la gata Irma abre los ojos inevitable y matemáticamente a las seis de la mañana, antes de que amanezca, y entra en su periodo máxima actividad, corretea por toda la casa, se sube por todas partes, lo rasca todo y salta como si el suelo fuera una cama elástica, porque los gatos cazan al amanecer, como los clientes de los after hours. Cuando amanece del todo parece que se tranquiliza, es como si quisiera darle la bienvenida al sol. No en vano había tantos gatos en el Antiguo Egipto, donde el culto al dios solar Ra era mayoritario.

Pero la sensación más profunda que me provocan los gatos, y los animales en general, es una mezcla de ternura y pena. Y eso es por mi odioso antropocentrismo: me pongo en su lugar como si ellos fueran personas. Mis amigos de dicen: pero, joder, si viven de puta madre, tío, si no tienen que hacer nada más que comer y dormir, ¿no te gustaría estar en su lugar? Y yo digo que sí, que claro, pero luego me da pena de que no tengan amigos gatunos, ni salgan nunca de casa, ni puedan ejercer sus capacidades predadoras y luego la gata Irma, como no puede cazar pajarillos en el campo, se esconda debajo del sofá e intente cazar mis tobillos al vuelo cuando paso distraído. Vaya arañazos. Y vaya perfecta maquinaria depredadora, vaya precisa elasticidad desperdiciada en el salón de mi casa. Otras veces me da penica simplemente que la gata Irma no pueda razonar, que no pueda hablar con ella, que consiga engañarla una y otra vez con simples argucias que no engañarían ni a un niño. Pero joder, es que es un puto animal. A veces, veo a la gata Irma mirar por la ventana el cielo azul y a los pajarillos que enjaula el cabrón del vecino (¿qué tipo de monstruo enjaula lo que la naturaleza ha creado para volar?) y pienso que siente cierta nostalgia de lo salvaje.

Creo que la voy a echar de menos.

viernes, mayo 18, 2012

Camellos


El otro día, durante un paseo matinal lleno de sol, vi una mujer en un escaparate de la calle Fuencarral. Era menuda y estaba agachada, haciendo no se qué. Mostraba a los transeúntes, acaso sin saberlo, el comienzo de la raja del culo: el insert coin. Animado por esto, entré a la tienda. No había nadie en el mostrador. Al momento apareció otra chica de entre las profundidades multicolor de los expositores de ropa que, tras terminar de doblar un jersey, se acercó a mí sonriente.

-      ¿Qué desea? – dijo
-          Quiero eso que tienes en el escaparate.

La joven miró hacia allí y frunció el ceño.

-          No hay nada ahora en el escaparate. Lo están cambiando.
-          No, no, -dije- quiero aquello -y señalé a la mujer que había visto desde fuera y que ahora se había incorporado y ponía en pie un maniquí.
-          No entiendo –respondió poniendo los brazos en jarras.
-          Sí, a aquella mujer. Quiero comprarla.
-          Pero Concha es la escaparatista. No está en venta.
-          Que yo sepa, las cosas que están en el escaparate están a la venta. Para eso sirven, ¿no? Para mostrar la mercancía y hacer que el viandante distraído pique, entre y compre.
-          Ya, pero ella no es ninguna mercancía. Es la escaparatista. No se vende. ¿Si no quién montaría el escaparate las próximas temporadas? La necesitamos para lo que usted dice, para que entre la gente y compre.

La música machacona de la tienda comenzaba a aturdirme. Concha, enfrascada en su trabajo comenzó a cantar una copla, ajena a nuestra conversación y al estruendo del techno.

-          Vamos a ver –dije.- ¿Eres la dueña?
-          No, -dijo la chica- trabajo media jornada, por las mañanas, y luego estudio estilismo en el Instituto Europeo de Diseño–se sopló el flequillo cortado con escuadra y cartabón.
-          Bien: hagamos una cosa –dije-, te pagaré por esa mujer lo que pidas y te daré a ti un extra, una propinilla, para tus gastos. Seguro que aquí no ganas mucho.

La joven se mostró titubeante. Se dio la vuelta y se parapetó detrás del mostrador, en el que apoyó ambas manos.

-          La verdad es que sí, gano poco. Pero no sé... Concha es maja y trabaja bien, no sé que pensaría el jefe.
-          Seguro que al jefe le encanta. Los trabajadores con iniciativa están mejor valorados y, además, será un negocio sustancioso para la empresa. Luego podréis contratar a otra, los escaparates de esta ciudad están repletos de mujeres como Concha, enseñando el culo a los que pasan.
-          Ay, no sé. Y cuánto quieres pagar.

Miré a Concha. No era demasiado joven ni demasiado guapa, pero parecía fuerte y hacendosa. Me serviría para cuidarme, hacerme la declaración, echar la primitiva. Quizás supiese chistes.

-          Te ofrezco cinco camellos- dije.
-          ¿Cinco? –dijo la dependienta-, me parece poco la verdad. Ya te dije que Concha es muy valiosa. Dame diez.
-          Seis – dije.
-          Nueve –dijo.
-          Siete y es mi última palabra.

Se quedó pensativa. Bajó la cabeza y se mordió un poco la uña. Luego se tocó el piercing del labio.

-          Bueno, vale –dijo después de unos segundos-. Siete, y que sea lo que Dios quiera.
-          Excelente –dije-. Mañana, a estas horas, vendré a por ella.
-          ¿Y mi parte?
-          ¿Qué parte?
-          Dijiste que me daría un extra. ¿Dos camellos?

No era tonta la chica. Acepté de mala gana.

-          ¿Y cómo lo vamos a hacer?
-          Tú asegúrate que Concha está aquí mañana. Yo vendré con un amigo y con los camellos, por supuesto. Le pondremos una bolsa de Carrefour en la cabeza cuando menos se lo espere. Yo la cogeré por arríba y mi amigo la llevará de los pies hasta la furgo, la aparcaremos a la puerta.
-          De acuerdo, hecho.
-          Hasta mañana, pues.

Estreché la mano de la dependienta y me dirigí a la salida. Entonces ella habló de nuevo.

-          Oye – gritó- una última cosa. Ven acércate.

Volví al mostrador y me habló en susurros. 

-          Y los camellos... ¿de qué?
-          De lo que quieras.
-          Pues los del jefe de farlopa. Pero los míos los prefiero de pastillas ¿puede ser?, que últimamente casi no hay en el mercado. Es un rollo, ya casi no me gusta salir. ¿Tú conoces camellos de pastillas?
-          Pues claro, con quién crees que estás hablando. Yo te los consigo. Así que siete de cocaína para tu jefe y dos de pastillas para ti. ¿Verdad?
-          Sí –dijo con la cara iluminada.

Cuando salí observe un rato a la hacendosa Concha. Una escaparatista como aquella por nueve camellos que encontraría arrastrándose por las esquinas de cualquier after. Sí, había hecho una buena compra.

lunes, mayo 14, 2012

Señores que bajan al bar



Montan guardia en cada esquina del bar. Uno acodado en la esquina de la barra, otro en la mesa de la entrada, encorvado y meditabundo, con un palillo entre los dientes, aquel jugando a la tragaperras, arrullado por las alegres melodías y las luces de colores, al fondo, en la penumbra, uno que habla bien poco. Los señores-que-bajan-al-bar miran, entre aburridos y aterrados, el férreo pasar del tiempo.

Yo, que ya voy amontonando años, también bajo al bar. Dicen que hay que hacer mucha barra para luego escribir, sentarse entre la gente y escuchar disimuladamente las cosas que dicen, hacer como si nada. Así que uno baja, y pide una cerveza y un periódico, pero el periódico es para disimular, para entretener la vista en algo mientras las orejas trabajan rastreando las historias más bizarras.

Los señores-que-bajan-al-bar no son tanto como amigos, pero tal vez son algo más que conocidos. “Drink buddies”, socios de beber, que dirían en inglés, aunque los señores-que-bajan-al-bar no son borrachos al uso. Se toman pequeños vasos de vino o botellines de un quinto, muy despacio, mientras observan a la gente que sí tiene cosas que hacer pasar al otro lado de las ventanas. Pocas veces se emborrachan, lo suyo es ir trabajándose el hígado poco a poco, con esmero y tenacidad.

La cosa se anima cuando hay partido de fútbol, aunque ahora los hay casi cada tarde. Añoro aquellos tiempos cuando el balompié se jugaba los domingos y resto de la semana nos dejaban pensar en paz, eran, sin duda tiempos más reflexivos. Pero ahora, con el fútbol a diario, todo se ha teñido de la excitación, del alboroto, de la inmediatez del deporte rey, y así va el mundo, como si todo se jugara a 90 minutos. El mundo está en tiempo de penalties. Y nos los están metiendo todos.

Con el partido, los señores-que-bajan-al-bar, y que habitualmente visten de marrón y tonos pardos, incrementan su nivel de conversación. A veces, si el partido es importante, el bar se llena de señores-que-bajan-al-bar y hablan a gritos con los camareros. Hay uno que es culé  al que tienen amargado. Los señores-que-bajan-al-bar son, por lo general, además de grandes conversadores, son grandes conservadores. Así que, cuando no hay fútbol, ponen los toros, y el bar se llena de sangre.

Intento imaginarme qué es lo que hace que los señores-que-bajan-al-bar bajen al bar a asesinar las horas de la tarde, cuál es el motivo. Tal vez traten de olvidar a una mujer, a una mujer muerta, o huida, o a una mujer que les espera en casa, con rulos y en bata, para hacerles la vida imposible a modo de espejo de lo que ellos son, mostrando en qué triste parodia se ha convertido la vida. Tal vez traten de llenar de algo el desempleo rampante, de buscar un sentido a la existencia en el fondo del botellín o al fondo de las redes de las porterías del Estadio Santiago Bernabéu. Estos luego volverán a una buhardilla cochambrosa a pocas manzanas, cuando ya haya pasado el telediario y el edificio ya esté en silencio, y se tumbaran en una cama desecha de noventa a devorar el techo y preguntarse dónde irán mañana, y, sobre todo, para qué.

Yo estoy ahí por las tardes, bebiendo cerveza y haciendo que leo el periódico. Yo también seré un señor-que-baja-al-bar en un futuro no muy lejano (no hay ningún futuro lejano), pero por el momento, como no me reconocen como uno de ellos, me miran con cierto recelo y no me dirigen la palabra.

jueves, mayo 10, 2012

Radikal



 El mundo que nos presenta el neoliberalismo rampante, eso sí que es radical, con casi la totalidad de la riqueza radicalmente saqueada y llevada a manos de unos pocos, con una ciudadanía cada vez más radicalmente pisoteada y radicalmente desesperanzada, con un medio ambiente cada vez más radicalmente esquilmado y radicalmente contaminado, con una democracia radicalmente arrinconada y radicalmente ninguneada, con unos radicales rescates financieros a costa del dinero público, y unos responsables radicalmente impunes, en sus radicalmente esplendorosas mansiones, disfrutando de sus radicalmente inflados sueldos y bonus, y sus radicalmente deliciosos daikiris en sus radicales piscinas bajo un muy suave baño de sol. Y los demás, radicalmente desesperanzados y radicalmente iracundos, en las radicales colas del paro mientras se endurece radicalmente el acceso a la educación y a la sanidad y se recortan radicalmente los derechos sociales y laborales conquistados con sangre, sudor y lágrimas durante radicales años de lucha y explotación.

¿Quiénes son, pues, los radicales? Los otros radicales, los buenos, al fin y al cabo lo que proponen es la justa distribución de la riqueza, la atenuación de las diferencias sociales, la justicia, el castigo a los culpables, la vida en armonía con el medioambiente, porque si no hay medioambiente no puede haber nada más. A mí esto no me parece nada “radical”, tal y como lo hablan algunos, tal y como lo define la RAE en su cuarta acepción como ““extremoso, tajante, intransigente”. A mí todo esto me parece bastante sensato y mesurado, qué quieren que les diga, algo a lo que podría aspirar hasta un monaguillo. Ellos dicen que los radicales son esa “violenta minoría” que enturbia “el legítimo derecho a la manifestación ciudadana” rompiendo los ventanales de los bancos y quemando contenedores. Pero, bien  mirado, lo realmente radical es lo que nos quieren hacer tragar como inevitable y natural, el retorno a la naturaleza salvaje del sálvese quien pueda, como si después de tantos años de proceso civilizatorio ahora nos viésemos obligados, quién sabe por qué designios divinos, a volver a la jungla más hostil.

(Ya hablé en otra ocasión de la perversión de otra palabra, la sacrosanta palabra libertad). Por eso este sábado 12 de Mayo, en el aniversario de la erupción del movimiento 15M, deben ustedes acudir radicalmente a tope a las manifestaciones y concentraciones que florecerán por todo el orbe terrestre. A ver si les hacemos bajar radicalmente la cerviz y aceptar las legitimas reivindicaciones de la ciudadanía.

Y ahora, como radical broche de oro de estas palabras, recordemos las del Chivi, que hace unos diez años nos llenaban de estupor y satisfacción: “Solo porque me masturbo pensando en sacerdotes / solo porque me he anillado la punta del cipote / solo porque me produce excitación anal / el visualizar un vídeo de Cascos con Aznar / solo porque colecciono películas snuff / me señalan con el dedo y me laman radical”.

Es otra forma de verlo.

viernes, mayo 04, 2012

Whiskas



Hoy Erika ha llegado más tarde de lo normal, cuando ya había acabado el telediario y yo ya había cenado, y al verla aparecer por la puerta con esa cara de cansancio me he preocupado un poco, pero he seguido trabajando en el ordenador como si nada, para no preocuparla a ella. Las ojeras tatuadas. Erika ha arrojado el bolso sobre el sofá y el bolso ha caído como el saco de arena de una trinchera, igual que, acto seguido, ha caído ella misma sobre los cojines.

-         - Estoy hecha polvo – ha dicho

Yo he dejado el teclado del laptop, donde estaba afilando unos informes importantes.

-         - Vaya, cariño, lo siento. Ahora podrás descansar. Qué bien que ya estés aquí.

Erika entonces se ha desnudado completamente y, como suele hacer al llegar a casa, ha empezado a olisquear las esquinas del salón, sobre todo aquella de la estantería que siempre está llena de pelusas. Después de olisquearlo todo, ha mordisqueado un poco, siempre a cuatro patas, la puerta del pasillo. A mí no me gusta que mordisquee la puerta del pasillo, que la deja llena de marcas de los colmillos, pero como si se lo digo se pone como una tempestad y me llena de arañazos, me callo y me vuelvo a meter en mis informes. Menos mal que al cabo de unos minutos se ha puesto a juguetear con ese muñeco de goma babado, creo que es un extraterrestre, cuya forma original ya casi no se reconoce. Luego, más calmada, ha abierto su ordenador y se ha puesto con el Facebook.

-      -----  Joder, hemos tenido un juicio terrible hoy- ha dicho Erika-. Uno de mis clientes, el empresario siderúrgico, ha perdido unos 200 millones de dólares por no sé qué vertidos tóxicos.
-   -   ----  Bueno cariño – he dicho yo- 200 millones no son tanto. Lo cierto es que esos putos ecologistas podían dejar ya sus denuncias impertinentes y ser solidarios con la producción, que es lo que hace falta para salir del hoyo económico, y no tanto salvar el medio ambiente.
-    -   ----- Eso ya lo haremos después, lo del medio ambiente – ha dicho Erika-. Ahora hay otras prioridades.

Me he levantado y he cogido la fregona para limpiar los orines que Erika ha dejado por las cuatro esquinas, incluso sobre su maletín de cuero, se lo perdono porque ha tenido un día muy malo. Después he buscado los paquetes de Whiskas.

-        - --- ¿Qué te apetece cenar cariño? – he dicho- ¿Cordero con verduras? ¿Atún y sardina? ¿Pollo?
-       -----   Creo que hoy tomaré atún y sardinas. Muchas gracias cariño, tengo la cabeza como un bombo, puto fiscal…

Le puse los Whiskas de atún y sardinas en su recipiente y la observe comer con fruición, la observé resoplar y salivar, y casi atragantarse con los Whiskas de atún y sardinas. Siempre me dice que están muy buenos, pero no sé, yo no me atrevo. Me serví en su lugar un whisky con dos hielos en vaso bajo y, mientras me lo iba tomando,  observando a Erika comiendo, agachada sobre el plato, solo esperaba que mi esposa no se cagara fuera de la arena esa noche.