El otro día Antonio Banderas declaró a nuestros siempre
necesarios y aguerridos periodistas de la prensa rosa que su hija, Estela del
Carmen, apuntaba maneras en el mundo de la literatura más que en el del cine,
como lo hacen sus padres, Melanie Griffith (hija de Tippi Hedren) y el propio Banderas.
Dijo el malagueño, que es muy majo, que lo bueno de la escritura es que basta con
la imaginación, un boli y una servilleta, mientras que ellos, mummy and daddy, necesitan mucha gente y mucho dinero
para poder hacer cine. Y es cierto.
(Recuerdo un chiste que decía que para hacer matemáticas
solo hace falta un boli, un papel y una papelera, y que para hacer filosofía,
podemos prescindir de la papelera. Pero eso es otra historia).
Escuchar a Antoniouuu me recordó a Mamá Peligro, que es
coreógrafa. Siempre me dice que tengo suerte de dedicarme a la escritura, por las
mismas razones que presentó nuestro actor más internacional. Y se queja de la
continua lucha que ella ha tenido que librar para llevar a buen puerto sus
espectáculos durante toda su carrera. Reclutar bailarines, formarles desde la infancia, buscar teatros,
giras, recaudar dinero y subvenciones para elaborar escenografías y vestuario,
pelearse con la SGAE y, lo peor, cuidar su dieta, y la del cuerpo de baile. Yo
le digo que no se queje: haberse hecho poeta, que tampoco hace falta papelera.
Y ella me dice que me vaya a la mierda, aunque con el lenguaje propio de una
bailarina. A mí la práctica de la danza siempre me pareció que tenía ventajas: ver a
gente semidesnuda, poder tocarla. Pero más desventajas: decidí dejar de bailar (académicamente)
porque prefería quedarme por las tardes merendando madalenas con colacao y
viendo en la tele al gorila Borondongo.
Todo esto viene a cuenta de mi primera experiencia en el
mundo del teatro, como autor de la microobra Este sistema me pone nerviosa, estrenada con gran éxito este mes
que acabó en el Microteatro por dinero y magistralmente interpretada por dos
bestias pardas de la escena como son Mario Tardón y Joan Carles Suau. Otra de
las cosas que mi madre lamentaba de su trágico amor por las artes escénicas es
que, una vez se acaban, se pierden en el tiempo como lágrimas en la lluvia.
Mientras que la palabra escrita permanece para la eternidad, el teatro, la
danza y demás, empiezan y acaban y, cuando acaban, acaban. Se documentan a
veces mediante video pero nunca es lo mismo, muy especialmente en la danza, que
pierde mucho en una pantalla, sobre todo cuando a los realizadores les da por
enfocar insistentemente los pies de los ejecutantes, como si ahí residiese toda
la bondad de un bailarín, en cómo pone los pies.
Por lo demás, me ha parecido cojonudo ver mis palabras en
boca de otras personas, y también ver la reacción del público en tiempo real,
verles descojonarse como si estuviésemos manipulando sus cerebros con nuestra
obra. ¡Ahora ríe! ¡Ahora no! Cuando uno escribe en periódicos o en este blog o
lo que sea, casi nunca presencia en directo como la gente lee sus textos, yo,
particularmente, suelo imaginarme a mis lectores sentados en la taza del váter,
que es donde mejor se lee, o donde mejor leo. Además, por muy mala fama que
tengan los actores y su competitivo mundillo fraticida y cainita (como el mundo
danzístico donde tradicionalmente todas las bailarinas desean secretamente que la
primera figura se rompa la tibia y el peroné), me ha parecido casi más sano que
el de los poetas y letraheridos, sobre
todo porque no beben tanto y, aún así, pueden resultar ingeniosos. Lo que he
percibido durante este mes es un sano compadreo y apoyo mutuo, aunque quién
sabe: son actores. Igual llevaban máscaras.
Sólo me queda una pregunta: ¿quién mató al comendador?
---------------------------
En la imagen, de izq. a dcha., Mario Tardón, Un Servidor, y Joan Carles Suau, en una imagen tomada para un reportaje en la web Esta Nuestra Televisión. Nota mental: no mezclar birra y vino tinto antes de ir a ser entrevistado.
1 comentario:
Genial la nota mental ;)
Publicar un comentario