La vida de los gatos consiste en muy pocas cosas: comer,
cagar, jugar y dormir. Los gatos no ven la tele, ni van a la compra, ni pierden
el tiempo en Facebook, ni componen versos, ni arreglan cañerías, ni nada. Solo
comen, cagan, juegan, y duermen. Ni siquiera ejercen su derecho constitucional
al voto durante la fiesta de la democracia. En otras cosas porque no lo tienen.
Bien mirado, no estaría mal ser un gato.
Todas estas agudas observaciones vienen a cuento porque mi
viejo amigo R. me ha dejado a su gata Irma durante un mes, mientras hace unas
reformas en su nueva casa, y yo ando todo el día observando al animal, como un
antropólogo en el trópico, tomando notas mentales, y sacando conclusiones que,
si ustedes han tenido una mascota alguna vez, les parecerán absurdas. Menudos
hallazgos… Pero oigan, qué quieren, uno pensaba que ya lo había visto todo y
resulta que nunca había convivido con un animal. Un animal no humano, me
refiero.
Observo a la atigrada gata Irma mirar todo el rato al mundo
como si lo mirase por vez primera, olisqueando por las esquinas de la cómoda;
luego da un salto y se sube al mueble, y camina alrededor del televisor, y mide
milimétricamente las distancias durante un rato, lo ojos aquí y allá y acullá,
y pone la pata en un sitio y en otro, hasta que se encoje y salta y aterriza en
la cama, sobre el edredón, donde yo estoy tumbado, mirándola. Leo en algún
sitio que lo que hacen los gatos es saciar su curiosidad. No tienen trabajo ni
entretenimiento, pero el equivalente es ese: oler, mirar, medir, subir, bajar.
Si no hay nada nuevo que les estimules, se aburren. Leo, además, que los gatos
viven en una especie de eterna infancia, pues toman a sus dueños humanos como
sus madres, vamos, que nunca maduran. Leo también que Irma tiene 32 músculos en
las orejas que le permiten enfocar direccionalmente y oír mejor lo que le
interese. Diantres. ¿Sabrá la gata Irma que su especie lleva acompañando al
hombre 9.500 años?
Como a Julio Cortázar le gustaban mucho los gatos, yo me
pongo cortazariano por las mañanas y me siento lánguidamente con el gato, a ver
qué hace. Y casi siempre duerme. Al parecer los gatos duermen la mayor parte
del tiempo, a veces en sueño profundo, pero muchas veces echando pequeñas
cabezaditas muy ricas, que los ingleses llaman “cat nap”. Es curiosa la
facilidad con la que caen dormidos, y también con la que se despiertan. ¿Se
imaginan? Podríamos dormir en todos esos resquicios dolorosos de la vida: la
cola del súper, los anuncios, el viaje en metro, los sermones de nuestros seres
queridos. Podríamos ir al servicio durante la jornada laboral y dormir un
ratico, hechos un ovillo, sobre la taza del váter. Aumentaría la productividad,
se generaría crecimiento, saldríamos de esta dramática coyuntura económica. Eso
sí, por mucho que duerma durante el día, la gata Irma abre los ojos inevitable
y matemáticamente a las seis de la mañana, antes de que amanezca, y entra en su
periodo máxima actividad, corretea por toda la casa, se sube por todas partes,
lo rasca todo y salta como si el suelo fuera una cama elástica, porque los
gatos cazan al amanecer, como los clientes de los after hours. Cuando amanece del todo parece que se tranquiliza, es
como si quisiera darle la bienvenida al sol. No en vano había tantos gatos en
el Antiguo Egipto, donde el culto al dios solar Ra era mayoritario.
Pero la sensación más profunda que me provocan los gatos, y
los animales en general, es una mezcla de ternura y pena. Y eso es por mi
odioso antropocentrismo: me pongo en su lugar como si ellos fueran personas.
Mis amigos de dicen: pero, joder, si viven de puta madre, tío, si no tienen que
hacer nada más que comer y dormir, ¿no te gustaría estar en su lugar? Y yo digo
que sí, que claro, pero luego me da pena de que no tengan amigos gatunos, ni
salgan nunca de casa, ni puedan ejercer sus capacidades predadoras y luego la
gata Irma, como no puede cazar pajarillos en el campo, se esconda debajo del
sofá e intente cazar mis tobillos al vuelo cuando paso distraído. Vaya
arañazos. Y vaya perfecta maquinaria depredadora, vaya precisa elasticidad
desperdiciada en el salón de mi casa. Otras veces me da penica simplemente que la
gata Irma no pueda razonar, que no pueda hablar con ella, que consiga engañarla
una y otra vez con simples argucias que no engañarían ni a un niño. Pero joder,
es que es un puto animal. A veces, veo a la gata Irma mirar por la ventana el
cielo azul y a los pajarillos que enjaula el cabrón del vecino (¿qué tipo de
monstruo enjaula lo que la naturaleza ha creado para volar?) y pienso que
siente cierta nostalgia de lo salvaje.
Creo que la voy a echar de menos.
13 comentarios:
No he sido capaz de tener ni tan siquiera una mini tortuga en su bañera con palmerita, y no es porque no me gusten los animales, me he sentido muy identificada contigo durante la lectura. :)
Una sonrisa entre bigotes!
Ay, con lo que adoro yo los gatitos, perfecto texto.
Yo por esto de que me daba pena la soledad de mi gato, Gato, le traje a un hermano de madre (que está desquiciado) para acompañarle, Brando, el loco del pelo rojo. Así, al menos, ahora tienen peleas de hermanos y están todo el día de gresca o dormiditos abrazados recreándose en sus Cat-naps... Eso sí, de vez en cuando, además de abriles el balcón para que respiren un poco de aire y cotilleen el mundo exterior, les traigo un ovillo de lana o una caja vacía, les encantan... pero la joya de la corona es la bolita de papel de alumnio. Se vuelven chiflados y les encantaaaaaaa. Regálale una bolita de esas a la gata Irma, ya verás lo feliz que la haces!!! ^_^
Como persona de larga convivencia con gatos, me ha encantado esta visión de recién llegado. Que sepas que aunque se lleve veinte años de relaciones gatunas algunos de esos estupores no se pasan nunca.
nostalgia de lo salvaje...mmm...
La gata mató la curiosidad.
es preciosa la foto, Txe. y el texto, tierno, cotidiano, bien documentado, serás un gran columnista, vaticino.
la gata se encoge en el párrafo 3, Txe...
besos!
Vaya precisa elasticidad desperdiciada en el salón de tu casa.
¿Y no nos pasa a todos un poco como a la gata Irma?¿no nos estamos desperdiciando en los sofás de nuestras casas, habiendo fuera tantas cosas por hacer y por vivir, y tan pocas que perder?
Que pases un buen día, Txe, te deseo la visión de cientos y cientos de resbalones de abuelas (;
Tengo una conejita,
pero los gatos dicen
que tienen 7 vidas,
¿Ganan en curiosos?
Estás más gordo.
¿Tú no sientes también alguna nostalgia de lo salvaje? Y, total, estamos encerrados en casas un poco más grandes, en ciudades, en trabajos (el que tiene), en horarios... Y tenemos dueños. No, no me dan penica los gatos, no me queda. Eso sí, me encanta mirarlos. Yo tengo uno por mirarlo y que me mire.
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