Entonces, cuando todo volvía a empezar de nuevo, el año, la
legislatura, el horror, el horror, apareció el flamante ministro de Economía y
dijo: “está por ver si el Estado del Bienestar es sostenible”. Luis de Guindos
es una muy buena elección para su cargo porque tiene cara de malvado, de
supervillano, de ir a destruir la humanidad a la mínima de cambio, que es la
cara que tiene que tener un ministro de Economía cuando se avecinan recortes
catastróficos. Luis de Guindos debe de ser una especie de Cristopher Lee de la
política, siempre haciendo papeles de malo, y si no es así, que no lo he
comprobado, debería de serlo. Por lo pronto sabemos que trabajó en el insidioso Lehman Brothers
y colaboró con la pérfida FAES, que no es ninguna broma. He aquí la astucia de Rajoy a
la hora de hacer casting: coger a
este señor como uno de los sacos de arena (hay también una vicepresidenta, y un
ministro de Hacienda, y un ministro de Empleo con peluca) detrás de los cuales
probablemente se va a parapetar cuando empiecen a venir mal dadas. Que vendrán,
porque esto solo es “el inicio del inicio”, otro slogan de peli de terror en
boca de los populares. Por lo demás, Rajoy es amante del vino (“¡viva el vino!”),
de los puros, de la buena mesa y de la buena conversación. A mí no me
importaría darme una cenorra en su compañía.
El Estado del Bienestar es una cosa que, como somos unos
desmemoriados y vivimos mirando alternativamente nuestro ombligo y nuestro smartphone (el ombligo del futuro), nos
da la impresión de que siempre ha estado ahí y no valoramos, igual de
insensatos que las señoras que se quejan insistentemente en el Centro del Salud
por tener que esperar su turno para la consulta ("¡Qué mal funciona la sanidad pública!"). Pero no. Hubo un tiempo, y no
tan lejano, en el que los servicios públicos eran mínimos si no inexistentes, no había sanidad, ni educación,
ni subsidio de desempleo, ni unas condiciones laborales decentes, ni pensiones;
eran épocas en las que cada uno tenía que apañárselas como bien pudiera. El
concepto del welfare state como tal, aunque
sea una idea que podríamos rastrear hasta la Ilustración, nace en 1945, al
finalizar la II Guerra Mundial, que a su vez venía a finiquitar de una vez por
todas la Gran Depresión que venía coleando desde el 29. Por cierto, en 1948,
las Naciones Unidas proclamaron la Declaración Universal de los Derechos
Humanos. Durante la segunda mitad del s. XX gobiernos de diferente signo y
diferentes países convinieron adoptar las medidas sociales arriba mencionadas,
de claro signo socialdemócrata, aunque en las que todos colaboraron. Para
algunos, como Tony Judt, este fue el momento cumbre de desarrollo político en
la historia de la Humanidad, que algunos bautizaron como “la edad de oro del capitalismo”, porque,
además, produjo un crecimiento fuerte y sostenido. Esta cosa tan joven, tan bonita y tan frágil,
que tanto se peleó y por la que tanta sangre se derramó, hasta que el hombre reconoció
su propia dignidad, o, más bien, la de su prójimo, es lo que viene ahora a ser
desmantelado sin el menor recato o cuyo desmantelamiento empezó, según algunos,
con las políticas neoliberales de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, aquella
extraña pareja, durante los ominosos años 80.
Aunque se venía hablando de la evolución biológica con
cierta anterioridad, no fue hasta 1859 cuando Charles Darwin, en El origen de las especies, puso orden y
coherencia en el asunto, aportó pruebas y, sobre todo, encontró un motor para
todo aquello: la selección natural, es decir, sólo los más aptos en determinado
ambiente sobreviven y son capaces de dejar descendencia. Así, al no
reproducirse las características de los menos aptos, las especies van
evolucionando cada vez más adaptadas a sus entornos, cada vez más
evolucionadas. La naturaleza, desde este punto de vista, es una cruel lucha por
la supervivencia (una idea que a Darwin le inspiró Malthus). Desde un punto
político el darwinismo fue recibido de diferentes maneras. Por un lado, Karl
Marx y Friedrich Engels vieron en la evolución un trasunto de su filosofía de
la historia, encaminada hacia el comunismo, y, en la lucha por la supervivencia,
un reflejo natural de la lucha de clases que preconizaban. Karl Marx llegó a
enviarle un ejemplar firmado de El Capital a Darwin, pero se dice que el
naturalista británico, un gentleman de ideas y procedencia conservadoras, ni siquiera llegó
a hojearlo. A los ateos y librepensadores también les vino muy bien el
darwinismo porque excluía a Dios del hecho biológico y negaba la creación tal
y como la relata el Génesis bíblico: las especies no habían sido creadas en uno
de los primeros seis días por Dios, si no que provenían todas de un antepasado
común. El Arca de Noé no tenía sentido.
Harina de otro costal fue el llamado darwinismo social. Este
venía a aplicar en toda su crudeza la naturaleza descrita por Darwin a la
sociedad: la lucha por la supervivencia, la ley del más fuerte, o del mejor
adaptado, que en la sociedad podía tener un correlato entre ricos y pobres.
Herbert Spencer, que fue un filósofo muy mediático e influyente en su tiempo, opinaba
que no tenía sentido dar ayudas sociales a los más necesitados, que eso
devaluaba la raza, y hacía que la población aumentase de forma insostenible,
haciendo posible, incluso, la extinción. Era sostener a los inútiles, los vagos,
los maleantes, los haraganes, todo esto lo argumentaba con una coartada supuestamente
científica. Era contrario a cualquier política o avance social, a cualquier
cosa parecida a socialismo: desde las bibliotecas públicas hasta la caridad. Unas
ideas bastante parecidas a las que podían tener Thatcher, Reagan y otros
ultraliberales (¿Esperanza Aguirre?).
La verdad, el desmantelamiento del Estado de Bienestar podría
verse como un retorno a la naturaleza: que la libre competencia entre los seres
humanos se haga efectiva, que cada palo aguante su vela, y que quién no
aguante: se muera. El darwinismo social redivivo. Sin embargo, el consejo
editorial de este, su humilde blog, considera que ya que no nacemos en las mismas condiciones (unos en palacios y otros en chabolas) no es posbile la justa competencia, pero que, además, ya que el hombre ha
desarrollado una conciencia y ha desarrollado
un cultura, y es capaz de sentir empatía y ejercer la solidaridad y, en fin, es
algo más que un animal movido por sus más bajos instintos (que es lo que parecen
los gobernantes, los banqueros, los patronos y sus secuaces), deberíamos mantener
las políticas sociales y no volver a la jungla de los salvajes, que parece
ser donde más le gusta a estar (como lo que son) a nuestros próceres, sean
estos cuales sean, en Madrid, en Bruselas o en oscuros despachos de qué se yo que entidades
financieras. ¡Fieras!
(En la imagen Charles Darwin le dice schhhhhh! al ministro de Economía)
7 comentarios:
Hablan de la sanidad como sinos la regalaran cuando la pagamos nosotros, igual que sus sueldos. Ya poca gente se acuerda de que en los años 70 aquí, en España, la gente moría bajo las balas de la policía y los sicarios de camisa azul por reclamar la jornada de 40 horas semanales. Fraga sabe mucho de esto.
digo!
Un análisis espectacular que suscribo totalmente. Te he descubierto a través de twitter. (allí soy @Juanmaasolas), te sigo y sería un honor para mí tenerte entre mis followers. Compartir blogs y twwets.
Encantado de leerte.
Salud.
hecho, te sigo, gracias!
Qué peligro tienes, Txe. Muy buen artículo, certero y divertidísimo. Gracias
d
EL CLUB BILDERBERG también da forma al final del estado del binestar, SHH Txe
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