lunes, diciembre 26, 2005

Seafood

A mi el tema del marisco siempre me ha fascinado.

Una vez, cuando niño, mamá compró un centollo bastante grande en una cetárea de Gijón que estaba al borde del mar. A la vuelta compartí el asiento de atrás del coche con aquel centollo supermasivo, el pobre iba metido en una bolsa del Pryca y alguien le había dejado una patita fuera que movía lentamente, porque los mariscos son animales muy serenos. No se si trataba de decirme algo, en cualquier caso no oí ninguna palabra que saliera de su ¿boca?. Al llegar a casa me enteré de que no era una nueva mascota sino que lo que en realidad le esperaba al bichejo era una olla llena de agua hirviendo y no paseos por el parque cada noche persiguiendo una pelota de tenis. Me sentí desolado y decidí, ya que nos lo íbamos a comer para cenar, darle un agradable último dia. Llené la bañera de agua y ahí lo solté, esperando que rememorase sus días de juventud en el fondo del mar. Pero claro, los centollos viven en agua salada y supongo que por algún mecanismo osmótico o algo parecido la palmó y dejó el agua de la bañera de un triste color rosado.

Por lo demás estos días son como el Holocausto del Langostino. Y eso a mí la verdad es que me gusta. ¿Saben ustedes que cuando viven en libertad los langostinos son transparentes y, en vez de estar en posición fetal, caminan rectos sobre la arena? Inquietante, ¿no es así? Luego se encogen y se ponen coloraos cuando uno los cuece. Este año mamá compró unos langostinos bastante poderosos, el día de Nochebuena casi no me atrevía a entrar en la cocina, sabiendo que estaban allí, acechantes. Una vez cocidos no eran tan imponentes, estaban todos puestos de perfil en el plato -¿han visto alguna vez a una gamba de frente?-, creo que lo que hacían, los muy insolidarios, era tratar de pasar desapercibidos, disimulando como si la cosa no fuera con ellas, intentando decir: no me comas a mi, cómete al de al lado; que bien podría ser su primo o su cuñao. Así que al final nos los comimos a todos untados en mayonesa, por hijosdeputa.

5 comentarios:

kade dijo...

Yo jamás olvidaré el día que mis padres decidieron traer una langosta viva a casa para cocerla. Nunca he oido a nada ni a nadie gritar tan fuerte por estar sufriendo. Una vez y no mas. Lo que costo, no paraba quieta en la olla encima. Al final encima nos acabo sabiendo mal, yo creo que porque nos sentiamos culpables o algo.

Por cierto, que te he contestado en mi blog, pero no se si aparece (yo no veo mi comentario), precisamente hoy he estado de charleta con la cantante de Quinto Parpadeo. Me ha soplado que tocan en Enero dos veces en Madrid, una en la sala Sol y otra en Copernico. Seguro ire al menos a una de las dos actuaciones. Sera la cuarta vez que les vea en directo.

Y Canteca repite el 21 en la sala Sol, por si a alguien le interesa. Pedazo concierto el de hoy. Ha merecido mucho la pena. Y encima son majisimos...

Las Tartitas de Llanetes dijo...

Me alegro de que los matéis a todos, son unos hijosdeputa.Yo, si los como, me muero, que me dan una alergia que flipas...

Xan dijo...

Mmmmmm que buenos que estan con mayonesa. Mmmm. A casa suelen llegar muertos.

Besos,

Ashavari dijo...

El otro día fui con mis padres a comprarme trastos para mi futura casa. Y mi padre se emocionó con un juego destripador de marisco. Quería comprarmelo. A lo cual me opuse, porque soy incapaz de comerme una gamba. Insistía, hasta que le dije a la dependienta. NO ME GUSTA EL MARISCO, PARA QUE COÑO LO QUIERO! Mi padre me respondió: Para cuando tengas visita...

lidia dijo...

A mi casa han venido unos mariscos grandes que dicen que son carabineros, venían muertos, así que no nos dío pena comernoslos, me encanta cenar con las cuerpas de seguridad del mercado. Las flemas bien gracias