Hoy me he dado cuenta de las ventajas que me reporta el haber practicado la danza durante tantos años. Llovía en Madrid y por las aceras se habían instalado unos charcos harto incómodos, aunténticos ríachuelos arrastraban las hojas caídas calzada abajo. Cruzé una calle por el paso de cebra y al llegar a la otra orilla descubrí un charco gigantesco que se interponía entre la acera y yo. Así que, ni corto ni perezoso, ejecuté con maestría inigualable un grand jeté que me dejó sano y salvo al otro lado del charco, con los pies secos sobre la acera. Para quien no lo sepa un grand jeté es un salto de ballet de largo alcance y con las piernas abiertas en ángulo cercano a los 180 grados.
Porque sí, yo de joven era bailarín de danza clásica y contempóranea. Fui un Billy Elliot latino. Les explico: mi madre vió a las cuatro años Las Zapatillas Rojas y entonces decidió hacerse bailarina. Un puñado de años después creaba una compañía de danza en Oviedo, el Joven Ballet de Asturias, e inaguraba su propia escuela. Así que me tocó pringar toda mi niñez y preadolescencia tomando clases y actuando, de tanto en tanto, por los escenarios de la región. Lo cierto es que era una ocupación dura, tenía que ensayar después de clase cuando mejor hubiera estado tomando magdalenas con colacao y viendo aquel programa tan simpático con Rita Irasema, Miliki y aquel gorila llamado Borondongo. La cosa tenía sus ventajas: adquirí una sensibilidad especial, un preciso sentido del ritmo que aún conservo y podía contemplar sin reservas los frescos cuerpos semidesnudos de mis compañeras e incluso, a veces, sobarlas. Así es el mundo de las artes escénicas, sin complejos. Por otro lado, en el colegio, decían que aquello era de maricas: eran tiempos en que lo gay era malo y no bueno como ahora. Pero a mi me daba bastante igual lo que dijeran, estaba contento siendo el gallito del corral en la escuela de mi madre, el pequeño danzarín hijo de la directora.
Lo dejé a eso de los quince años y por fin pude dedicar las tardes a ver los programas de las cadenas privadas, Hablando se entienda la basca y todo aquello. A mí madre, claro está, nunca le hizo mucha ilusión que dejase la danza. En una ocasión, incluso, una examinadora londinense propuso llevarme a su tierra para que el Royal Ballet me formase, pero nos negamos. Era bastante bueno -hay algún video por ahí-, como se dice en el mundillo tenía condiciones, apuntaba maneras. Desde luego que ahora mi vida sería muy diferente. Anyway lo que dije por ahí para justificar mi distanciamiento de la danza es que me habían echado por marcar mucho paquete con aquellas mallas tan estrechas. Nadie quiso creerme.
Pero no crean, aún bailo en lugares oscuros los fines de semana. Aún intento poner la mano encima a mis compañeras de baile. Gracias mamá.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Eres una caja de sorpresas o_0
Curioso... si señor...
Ya lo decías en tu anterior post: ...Pero la fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar
Publicar un comentario