Si viven en Madrid deben fijarse, al pasar por la Puerta del Sol, en que allí se encuentran dos de los quedódromos oficiales de la villa.
Quedódromo es un término que yo mismo he acuñado y que sirve para designar esos lugares donde todo el mundo concierta sus citas. Concretamente se trata del Kilómetro Cero (esa plaquita en el suelo que señala el origen de la red de carreteras) y la estatua del Oso y el Madroño, constante e incomprensiblemente fotografiada por los turistas. Todos los que vivimos aquí hemos cometido alguna vez, quizás por pura desidia, por no pensar, el error de quedar con alguien en uno de estos sitios. Así que uno llega al punto de encuentro y descubre, estupefacto, que hay decenas o quizás cientos de personas en la misma situación: de pie inmóviles junto a la pared o deámbulando lentamente como fantasmas, eso sí, todos escudriñando a la masa en busca de su compañero/a/os/as. Si sumamos la gente que espera, los transeúntes que pasan, los manifestantes que casi siempre protestan por algo, los carteristas, los chaperos, ese predicador de
Jesús te ama anunciando el apocalipsis inminente, los turistas (que siguen fotografiando la estatua esperpéntica), resulta una muchedumbre donde resulta díficil encontrar a alguien. Entre tanto jaleo siempre hay alguna persona que durante un instante te mira abriendo mucho los ojos, sonriendo, dirigiéndose finalmente hacia ti hasta cambiar la cara por una mueca de sorpresa y bajar la cabeza avergonzado porque no eras tú a quien esperaba. Tambien suele ocurrir que uno mismo cae en la trampa al confundir unas gafas de pasta, una forma de caminar, una abrigo o un gorro cubriendo una melena castaña por otra que no era.
Lo que a mi se me ocurre, también, es que seguro que mucha de esa gente que mira de un lado para otro impaciente espera pero sin saber a quién. Siempre que paseo aburrido tengo la tentación de quedarme ahí de pie aguardando a que un desconocido se acerque, me estreche la mano sonriente y me de dos besos. Después iríamos a tiro fijo a un bar de cañas, como si todo estuviese ya planeado de antemano. Tomaríamos cerveza y charlaríamos del tiempo, de que la Navidad cada vez empieza antes, cuando lo exige El Corte Inglés, de cómo está el mundo, hay que ver, y de que estamos un poco resfriados este invierno y otra caña, yo también, gracias, se me está haciendo tarde, sí, ya anochece, y salir del bar para volver a la Puerta del Sol, pararse tal vez ante un escaparate o el Top Manta, y luego despedirse, saluda a tu familia, llámame, a ver si volvemos a quedar, claro, un saludo, adiós, y pretender todo el rato que en verdad nos conocíamos y que no estábamos solos y aburridos aquella tarde.