Lo que parece impepinable es que el drama de la prostitución no es tal, se me ocurrió la otra tarde, y que tal vez no sea tan terrible dedicarse a tan honrada tarea. Paseando por el expositor de carne que es la calle Montera uno no puede dejar de sentir lástima por esas jovencitas de atuendo extravagante que buscan un partenaire a cambio de una miseria o, peor aún, adentrarse en los sórdidos vericuetos de la calle Ballesta y comprobar ahí siguen esas señoras de edad avanzada cuya forma de sustento es practicarte una fellatio por veinte eurillos de nada. Pero a lo que voy es a que no me resulta tan terrible ser una prostituta de lujo y amasar una fortuna echando un par de polvos por semana –al menos es mejor que fregar escaleras y otros tropecientos curros que ahora mismo se me vienen a la cabeza, con jornadas laborales de ocho horas o más, sin incluir, claro está, los desplazamientos o las jornadas partidas que te parten la vida por la mitad-, de lo cual infiero que el drama no radica en la práctica de la prostitución en sí misma, sino en las condiciones en las que se realiza. Estas condiciones, para las putas que nos acechan por las calles del centro son del todo terribles, obligadas a emigrar de algún país empobrecido del Este o más abajo del Sáhara para acabar pasando las horas susurrando ternezas o lascivias a los transeúntes y teniendo que bregar con todo tipo de piojosos y desdentados que requieren de sus servicios. Es, por tanto, la pobreza y la marginación lo que diferencia la alegre vida de nuestra meretriz de lujo (“conocida t.v., demostrable”) de las lúgubres existencias de las putas callejeras, un problema político, a fin de cuentas.
Respecto a la supuesta inmoralidad de tales tareas lo que resulta evidente es que se trata de un condicionamiento de nuestra cultura impregnada y traspasada por el judeocristianismo aún vigente. En otros ámbitos culturales en ocasiones la prostitución es o fue considerada como una ocupación de prestigio (no en vano se trata del oficio-más-antiguo-del-mundo, del que se dice que fue practicado por la mismísima María Magdalena). Esta inversión de valores en el judeocristianismo fue provocada por Pablo de Tarso, que ustedes conocerán mejor como San Pablo, quién fue, a la sazón, el creador de esta desviación del cristianismo primitivo –del todo más respetable- en la que se convirtió la religión desde la Edad Media hasta nuestros días. Saulo –que era su verdadero nombre- era un neurótico histérico impotente, dicen los más freudianos, que se cayó del caballo cuado iba camino de Damasco ante una visión del propio Cristo que le hizo pasar de la persecución de los cristianos a ser su cabeza visible en una fascinante metamorfosis. Este hombre siniestro odiaba su cuerpo y decidió convertir a la doctrina en algo perverso y castrador. Por supuesto fue Pablo quien satanizó todo lo referente al sexo e introdujo en el corpus del cristianismo aquello que ensalza el sufrimiento y la martirización, cosas tan admiradas hoy en día por los católicos más extremos, leáse opusdeistas o legionarios de cristo, aunque solo sea de boquita. Es, pues, en este marco donde debemos colocar a la presunta inmoralidad de la prostitución.
Por lo demás imagino pocos trabajos que presten un servicio social de tal calibre, que extiendan el bienestar a los más necesitados –o a los más viciosos- y que, en fin, propaguen la felicidad y el disfrute como lo hacen las putas. Más que malas mujeres, pervertidas, inmorales, se me presentan como santas; los que realmente me parecen seres despreciables son aquellos que desde su poltrona o desde su púlpito hacen leña del árbol caído vituperando a las putas y, sobretodo, la asociación de comerciantes de la calle Montera, cuya única preocupación parece ser que el ayuntamiento eche a estas trabajadoras del ñiqui-ñiqui de su calle. Recuerden, fueron precisamente ellos quienes crearon a Floro, un simpático condón antropomorfo de un metro ochenta de altura que amenizaba todas sus manifestaciones y actos públicos: no son trigo limpio. A mí no se me ocurre en virtud a qué derecho –tal vez el derecho divino- se puede prohibir a una joven que esté tomando el fresco en la calle apoyada en un arbolito. Lo que si se debería hacer es regular la prostitución como el trabajo que es, como creo que se hace en Holanda, lo que implicaría su inclusión en la seguridad social, el control sanitario de las trabajadoras, y todos los más derechos conquistados por los trabajadores en los estados del bienestar.
Hala, que disfruten.
lunes, enero 29, 2007
viernes, enero 26, 2007
Acerca de una discusión con mamá en torno a la incomunicabilidad del mundo y el sinsentido de los enunciados metafísicos, de compras en un Mercadona
he comprado mortadela. he comprado mortadela, pan y queso. he comprado mortadela, pan y queso y una botella de cava. y después me he puesto triste. quizás todos ustedes deberían haber leído a Ludwig Wittgenstein. quizás todos ustedes deberían haber leído a Ludwig Wittgenstein –su mirada melancólica- y no haberlo comprendido en absoluto.
martes, enero 23, 2007
Entomología
Coleccioné durante algún tiempo, ya lo saben, palabras que significan mariposa y comprobé, maravillado, que todas son palabras hermosas pues se refieren a un hermoso bichejo. Empecé por las más obvias: papillon, mariposa, escapitina, butterfly y más tarde mis amigos comenzaron a regarlármelas en las barras de los bares –tximela, farfalla, borboleta- o a mandármelas en emails desde la India: titili.
Pero me cansé de retener a estas palabras clavadas con un alfiler en un corcho y un buen día abrí la ventana y las vi alejarse revoloteando y no volvieron. Ahora colecciono palabras, otras, que se refieren a la falta de las cosas, a las cosas que no hay: olvido, ausencia, vacío, nada. La mejor de todas, sin duda, la joya de la corona que guardo celosamente en una pequeña caja de caudales es una palabra que casi no es palabra o que es eso y mucho más, una palabra que se rompe con decirla y que se niega a sí misma la existencia. La palabra más extraña y terrorista, que parece estar hecha de cristal.
¿A qué suenan las cosas que no suenan?
Ahí lo tienen.
Silencio.
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En la imagen las plantas de los pies del Autor como alas de mariposa sobre fondo de bigote mexicano.
viernes, enero 19, 2007
las palabras nunca fueron suficiente y he aquí un pájaro negro que despliega sus alas en mi pecho.
palpo tu abdomen tenso y convulso por el llanto y comprendo que el lenguaje es zafio y es inútil, un juguete roto en nuestras bocas.
si encontrara el verbo necesario para encender una luz en tu cabeza. si existiera.
que lo más tonto es perder algo por el puro miedo de perderlo.
te diría. que entres por la puerta que se abre y que disfrutes. que la vida está aquí, en tu regazo, y no en las crueles fantasías que te cuentas.
y que dejes de llorar, cojones.
palpo tu abdomen tenso y convulso por el llanto y comprendo que el lenguaje es zafio y es inútil, un juguete roto en nuestras bocas.
si encontrara el verbo necesario para encender una luz en tu cabeza. si existiera.
que lo más tonto es perder algo por el puro miedo de perderlo.
te diría. que entres por la puerta que se abre y que disfrutes. que la vida está aquí, en tu regazo, y no en las crueles fantasías que te cuentas.
y que dejes de llorar, cojones.
lunes, enero 15, 2007
Qué fácil recordarlo, era un mañana limpia y la vida parecía tener sentido. Un sol soberbio y orgulloso imponía su dominio y yo desayunaba café con leche y pastas. La planta en la ventana era verde como nunca y la palabra miedo carecía de sentido por un día. Decidí leer la prensa y encender un cigarrillo, había guerras en las letras y hambrunas en otros continentes, pero todo parecía muy lejano y no importaba. Leí, en cambio, un artículo sobre casas de montaña y valles verdes en el norte que quería visitar. Elegí, después, mi disco favorito del estante y lo puse en el stereo, la suave melodía invadió toda la casa mientras yo, asomado al balconcillo, observaba a los niños del vecino jugar con una lata. Qué sencillo. Levanté la aguja del vinilo para atender a una llamada telefónica que irrumpió desde la nada. Y entonces una voz siniestra y oxidada, procedente de otro mundo, me dijo que habías muerto.
Qué fácil recordalo. No creas, si me oyes, que no duele.
Qué fácil recordalo. No creas, si me oyes, que no duele.
miércoles, enero 10, 2007
poemas esta tarde de amor endecasílabo y después fumarme un piti en la ventana. echar muy lento el humo por la boca y pensar en guarrerías imposibles. que trepe la noche sibilina hasta mi pecho y que vengas feliz como una adolescente drogada. no tenemos que hacer nada que no quieras, no seas tonta, y al final ya verás que es mentira lo que dicen. que todas esas cosas tan bonitas que te cuento susurrando en el oído no duelen en el fondo, muy al fondo, si te dejas porque quieres.
viernes, enero 05, 2007
Pescuezo
Has de tener cuidado cuando te pones un jersey de cuello alto porque lo más probable es que sobrevaloren tu cultura y tu inteligencia y eso puede acarrearte problemas y malos tragos. Yo tenía un amigo muy tonto muy tonto que una vez se puso un jersey de cuello alto y esa misma noche le preguntaron en la barra de un bar su opinión sobre la metafísica de Heiddegger y él, como era muy tonto muy tonto y jamás había oído el nombre de ese señor, no supo que responder y el color cada vez más rojo de sus mejillas fue diana de todas la miradas y de todas las burlas que volaron como dardos envenenados por el humeante aire de aquel local. Yo con eso no tengo problema porque soy culto desde hace unos cinco años, cuando me leí un libro muy gordo muy gordo titulado La Cultura. Todo lo que hay que saber; un libro insólito tanto en sus propósitos como en su forma ya que en él se hace un repaso por la cultura occidental en todas sus vertientes (literatura, ciencia, filosofía...) e incluso te da unas útiles directrices, en la segunda parte, para aparentar ser entendido en algo sin serlo y que consiste básicamente en cambiar de tema de la forma más descarada y hablar cínicamente de lo que tú domines. Así que si alguien te habla de la gravedad cuántica y tú en realidad en lo que tienes el culo pelao es en psicoanálisis freudiano pues le respondes con todo eso del yo, el ello y el superyó. Ya ven, como está el patio.
Por estas fechas de frío polar, y con las espaldas bien cubiertas con la cultura que me proporcionó aquella obra monumental, me pongo algunas tardes jerseys de cuello de cisne pues soy muy susceptible de enfermar de la garganta. La gente me dice entonces cosas la mar de extrañas: que si parezco un existencialista, que si un actor francés, que si un sesentero de Mayo del 98, que si fan de Brigitte Bardot, que si un pintor nihilista, siempre, curiosamente, cosas relaccionadas con Francia aunque no me consta que la prenda que nos ocupa tenga nada que ver en concreto con nuestro país vecino. Me recuerda vagamente a aquello de la Escuela de la Gestalt que ustedes estudiaron en filosofía de COU y que seguramente también venía reseñado en el sacrosanto libro gordo de la cultura, y que consistía en aquel cubo que a veces veías de una forma y luego de otra, o aquellos dibujos en los que no sabías si había peces o conejos. En fin, que en la percepción colectiva si te pones un jersey de cuello alto puedes pasar fantasmagóricamente –violá- por todos los estereotipos culturales franceses sin ningún esfuerzo, cosa que haría las delicias de muchos francófilos, a los que recomiendo fervientemente el uso de tan elegante prenda. El pensamiento debe residir en las amígdalas porque a los listos, ya ven, se nos inflaman.
Por estas fechas de frío polar, y con las espaldas bien cubiertas con la cultura que me proporcionó aquella obra monumental, me pongo algunas tardes jerseys de cuello de cisne pues soy muy susceptible de enfermar de la garganta. La gente me dice entonces cosas la mar de extrañas: que si parezco un existencialista, que si un actor francés, que si un sesentero de Mayo del 98, que si fan de Brigitte Bardot, que si un pintor nihilista, siempre, curiosamente, cosas relaccionadas con Francia aunque no me consta que la prenda que nos ocupa tenga nada que ver en concreto con nuestro país vecino. Me recuerda vagamente a aquello de la Escuela de la Gestalt que ustedes estudiaron en filosofía de COU y que seguramente también venía reseñado en el sacrosanto libro gordo de la cultura, y que consistía en aquel cubo que a veces veías de una forma y luego de otra, o aquellos dibujos en los que no sabías si había peces o conejos. En fin, que en la percepción colectiva si te pones un jersey de cuello alto puedes pasar fantasmagóricamente –violá- por todos los estereotipos culturales franceses sin ningún esfuerzo, cosa que haría las delicias de muchos francófilos, a los que recomiendo fervientemente el uso de tan elegante prenda. El pensamiento debe residir en las amígdalas porque a los listos, ya ven, se nos inflaman.
martes, enero 02, 2007
Esquizo
Mi abuelo era ganadero y tenía una fábrica de embutidos así que, detrás de la casa donde vivía mi familia en un pueblo de la cuenca minera, entre ríos y montañas, había una pequeña nave industrial donde los cuerpos despellejados de las reses colgaban de grandes ganchos de metal negro sujetos al techo. A pesar de la agresividad intrínseca a tal actividad dicen que mi abuelo era un hombre dulce, cariñoso y sonriente, cosa que yo atribuyo a que podía comer solomillo muy tierno a diario redodeado de sus ochos hijos -mis ochos tíos- alrededor de una gran mesa de madera oscura. Pero esto no es lo que importa ahora, lo realmente importante es que con cierta fortuna que reunió pudo construir un edificio de ocho plantas en lo que entonces eran las afueras de Oviedo y es ahora el puro centro. Los ochos pisos se repartieron entre los ocho hermanos y, aunque la mayoría fueron vendidos o alquilados, aún a día de hoy hay tres facciones de mi familia que resisten en el inmueble: mi mamá en el cuarto y dos de mis tíos -entre ellos la inefable TiaVicen- en el sexto. Así que cuando estoy en casa de mamá y quiero visitarles solo tengo que subir dos pisos y en estas fechas tan señaladas celebramos todos juntos en uno de los pisos los banquetes y las celebraciones. En estos días el ascensor y las escaleras que median entre el cuarto y el sexto son fuertemente transitadas por miembros de la familia de toda edad y condición que suben y bajan centollos, corderos, regalos y buenos sentimientos.
Fue el año pasado en Nochebuena cuando, subiendo por las escaleras una bandeja repleta de langostinos, la alegría ante la inminente ingestión de marisco se vió reemplazada por un pútrido hedor que procedía del quinto piso, el que media entre unos y otros dominios familiares. En el descansillo de la escalera y sobre el alféizar de la ventana que da al patio de luces encontré todo tipo de dulces y de pequeños juguetes de baratija, un arco iris de gominolas y caramelos, cochecitos y pequeños muñecos, pero también fajas, bragas amarillentas y sujetadores talla grande, lencería, toda ella, de mujer madura. Me sorprendió el exótico contraste entre la imagen entre edénica y circense de aquellos objetos infatiles y coloridos regados por todas partes y la ropa interior y el olor ignominioso que parecía colarse por debajo de la puerta cerrada del quinto derecha. En ese piso había vivido desde que el mundo existía una extraña pareja compuesta por una anciana mujer y su sobrina cuarentona. Recuerdo que durante mi infancia fueron mujeres normales y decentes, anodinas, pero la anciana, un día, pareció empezar a marchitarse víctima de una severa depresión justo cuando florecía mi adolescencia, como si de alguna manera su vigor y vitalidad fueran traspasadas de una a otro través del patio, las tuberías o los tendales de la ropa. Aquella mujer acabó viviendo en un silencio perpetuo tras una mueca de indefinible terror cada vez que me la cruzaba en el portal, moviéndose muy lentamente como si desease que la muerte la alcanzase pronto. Su sobrina, en cambio, era una mujer alegre y conversadora que siempre te ofrecía la mejor de sus sonrisas y un poco de charla intranscendente, y ella permaneció en el edificio incluso después de que su tía fuera trasladada a otro lugar que desconozco a seguir, supongo, asustada del mundo y con la boca bien cerrada. Aquella Nochebuena de hace un año después de presenciar aquella escena en el descansillo subí los escalones de tres en tres hasta llegar al sexto piso, donde ibamos a cenar, y conté con verbo exaltado lo ocurrido. Tras algunas investigaciones por parte de la familia se descubrió que aquella sobrina de apariencia tan normal había enloquecido de repente y, en un ataque de esquizofrenia, había colocado todo de aquella manera –los dulces, las bragas, el confetti- y había, incluso, untado con su orín y sus heces las paredes interiores de su piso dando origen así a aquel hedor que se escapaba por debajo de la puerta. Hablamos largo y tendido sobre esto durante la cena y cada uno pareció revelar opiniones o saberes entre susurros que nunca los demás habían conocido, y se tensaron los oídos y se abrieron bien los ojos, y muchas historias se vertieron sobre aquella mesa en torno a la tía depresiva y la sobrina loca y así, gracias a estos dos personajes y a los rumores que las rodeaban, evitamos felizmente volver a caer en el sempiterno tema de la política que corroía nuestras cenas familiares como años antes había dividido a este país en dos mitades, y nos quisimos mucho más, y logramos evitar los traumas y rencillas familiares, y por fin, pasamos unas entrañables y felices navidades teniendo buenas digestiones y, en fin, como Dios manda.
Algún día la ternera moverá el mundo.
Fue el año pasado en Nochebuena cuando, subiendo por las escaleras una bandeja repleta de langostinos, la alegría ante la inminente ingestión de marisco se vió reemplazada por un pútrido hedor que procedía del quinto piso, el que media entre unos y otros dominios familiares. En el descansillo de la escalera y sobre el alféizar de la ventana que da al patio de luces encontré todo tipo de dulces y de pequeños juguetes de baratija, un arco iris de gominolas y caramelos, cochecitos y pequeños muñecos, pero también fajas, bragas amarillentas y sujetadores talla grande, lencería, toda ella, de mujer madura. Me sorprendió el exótico contraste entre la imagen entre edénica y circense de aquellos objetos infatiles y coloridos regados por todas partes y la ropa interior y el olor ignominioso que parecía colarse por debajo de la puerta cerrada del quinto derecha. En ese piso había vivido desde que el mundo existía una extraña pareja compuesta por una anciana mujer y su sobrina cuarentona. Recuerdo que durante mi infancia fueron mujeres normales y decentes, anodinas, pero la anciana, un día, pareció empezar a marchitarse víctima de una severa depresión justo cuando florecía mi adolescencia, como si de alguna manera su vigor y vitalidad fueran traspasadas de una a otro través del patio, las tuberías o los tendales de la ropa. Aquella mujer acabó viviendo en un silencio perpetuo tras una mueca de indefinible terror cada vez que me la cruzaba en el portal, moviéndose muy lentamente como si desease que la muerte la alcanzase pronto. Su sobrina, en cambio, era una mujer alegre y conversadora que siempre te ofrecía la mejor de sus sonrisas y un poco de charla intranscendente, y ella permaneció en el edificio incluso después de que su tía fuera trasladada a otro lugar que desconozco a seguir, supongo, asustada del mundo y con la boca bien cerrada. Aquella Nochebuena de hace un año después de presenciar aquella escena en el descansillo subí los escalones de tres en tres hasta llegar al sexto piso, donde ibamos a cenar, y conté con verbo exaltado lo ocurrido. Tras algunas investigaciones por parte de la familia se descubrió que aquella sobrina de apariencia tan normal había enloquecido de repente y, en un ataque de esquizofrenia, había colocado todo de aquella manera –los dulces, las bragas, el confetti- y había, incluso, untado con su orín y sus heces las paredes interiores de su piso dando origen así a aquel hedor que se escapaba por debajo de la puerta. Hablamos largo y tendido sobre esto durante la cena y cada uno pareció revelar opiniones o saberes entre susurros que nunca los demás habían conocido, y se tensaron los oídos y se abrieron bien los ojos, y muchas historias se vertieron sobre aquella mesa en torno a la tía depresiva y la sobrina loca y así, gracias a estos dos personajes y a los rumores que las rodeaban, evitamos felizmente volver a caer en el sempiterno tema de la política que corroía nuestras cenas familiares como años antes había dividido a este país en dos mitades, y nos quisimos mucho más, y logramos evitar los traumas y rencillas familiares, y por fin, pasamos unas entrañables y felices navidades teniendo buenas digestiones y, en fin, como Dios manda.
Algún día la ternera moverá el mundo.
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