lunes, mayo 26, 2008

Tu niña

Ahora tu niña esta cogiendo los 50 euros que hay sobre la mesita de noche. Los guarda en la cartera y enciende la luz de la lámpara después de apagar la del techo. La luz amarillenta atraviesa el cuarto y el viejo, sentado en la cama matrimonial, se quita la camisa, botón por botón, con ciertas dificultades. Está borracho y casi no puede hacerlo solo. Cuando eligió a tu niña entre las demás compañeras ya estaba visiblemente borracho. Fue un error, piensa tu niña, ofrecerle otra copa al llegar al piso. Pero eso promete el anuncio.

Ahora tu niña retira el prepucio del viejo. No está sucio del todo, aún así tu niña le obliga a sentarse en el bidet. Él se tambalea. ¿Dónde estuviste cariño? No sé, por ahí, en algún bar. Dice, no me toques tanto la polla, eso es un truco de putas. Y tiene razón, si le haces media paja mientras se la limpias se correrá antes. Aunque está tan borracho que no se correrá, piensa tu niña, mientras rodea con su mano enjabonada el miembro del viejo.

Al menos tu niña no está en la calle, apoyada en un arbolito, casi desnuda. Hay mucho peligros en las noches, en las calles. Aquí sus clientes usan americana. Y pantalones de pinzas, que tu niña les quita cuidadosamente antes de introducirse su pene en la boca. Cuando el viejo se tumba en la cama –más que tumbarse se arroja como un peso muerto- tu niña se la sigue mamando. No es suficiente, porque es viernes y Amador –que así dice que se llama, qué ironía-, viene puesto de coca. Entonces tu niña le dice lindezas, guarradas susurradas al oído, deseando que llene su boca cuanto antes, deseando acabar pronto.

Como el viejo se da cuenta de la situación, de su incapacidad para el sexo, trata de conversar con tu niña, como en las películas. Se sienten mejor cuando las tratan como a personas, se sienten mejor pensando que son Richard Gere. Tu niña lo ha visto muchas veces. Pero tu niña ya ha cobrado mucho conversar, y sabe que, al final, se la acabaran metiendo en cualquier lado. Con un extra en la tarifa, eso sí, que no sale en el anuncio del periódico.

Cuando el viejo se recompone –solo necesitaba un instante- muerde en el cuello a tu niña, la ensarta con su polla enhiesta. Ella –tu niña- muerde el vello negro de su pecho y, cuando le da la vuelta –ponte así-, muerde la almohada. Se la folla por todas partes, como un héroe épico, tu niña gime y grita, le dice te quiero – y tú la quisiste como solo una vez, a una persona, se quiere en la vida-, pero todo es mentira. Siente el peso del cuerpo de Amador, ejecutivo de un banco nacional, hundiendo su cuerpo en el colchón. Siente su embestidas y el ruido tan feo que hacen dos cuerpos al amarse, sus muslos chocando contra su culo, periódicamente. Al final el viejo, que ha visto mucho porno, obliga a tu niña a ponerse de rodillas sobre la moqueta sucia de semen reseco –la limpian una vez al año. Tu niña pone cara lasciva, le dice córrete en mi boca, en su glande hay restos de lubricante y de heces. Tu niña recibe la mayor parte de la carga en la boca, aunque un poco en el ojo, lo que le impide ver bien durante un rato. Has estado fantástico, vuelve algún día de estos, le dice tu niña al viejo, ya apaciguado, después de darle dos besos en la puerta la habitación que tiene asignada.

Cuando tu niña vuelve te encuentra tumbado en la cama, iluminado por la lámpara de la mesita de noche, tratando de leer un best seller del que no leíste ni una línea. Es tarde, casi amanece, y has pasado la noche insomne, viendo al viejo, que tal vez no exista, su vello pectoral, su semen en los labios que ahora besas, todo dentro de tu cabeza. Vivís en un cuarto sin baño, en una corrala, hace falta dinero. Tu niña sonríe cuando entra –su sonrisa limpia y perfecta - pero sus ojos, sus ojos. Tú tambien le sonríes –pero tus ojos- y preguntas ¿cómo ha ido? Y luego te arrepientes de preguntar algo que no deseas saber. Y tu niña dice bien, como siempre, y se tiende junto a ti y te abraza, y después de un rato, en la oscuridad y el silencio, dice, esto pasará pronto y tú, agarrando su pelo, su nuca, su cuerpo entero, le dices, esto tiene que pasar. Y entonces ella se incorpora y te sonríe como sonríe una madre. Y hay un abismo, pero tu nariz se pierde en su cuello y huele a jabón y a frutas frescas, como siempre que se ha duchado antes de volver y está cansada, y quiere amanecer pero se queda la noche.

miércoles, mayo 21, 2008

¿Quién es ese hombre?

Es ese poder de barrio. Esa humildad aún cuando sabes que un edificio con tres escaleras y pasillos forrados de madera y apliques y cuadros feos de caza, depende de ti.

Me enigma ese señor que se sienta abajo, en la portería. Le veo por las mañana cuando salgo y le digo hola y él me dice –alegremente- buenos días. Y yo me siento un poco mal por haber dicho solo hola y no buenos días, porque, de alguna manera, me parece que buenos días es un poco mejor que hola, porque en el hola solo hay un saludo, pero en el buenos días también hay, además del saludo, un buen deseo, para ti y para todo el día. Anyway, como salgo medio dormido, preocupado por colocar mis pelos locos en su correcto lugar delante del espejo grande del portal, nunca me acuerdo de decirle buenos días, y le digo siempre hola. En el camino al metro me remuerde la conciencia.

Debería hacerme su amigo, pienso a veces, pero siempre está muy ocupado. Al alba limpia todos los espacios comunes y al atardecer llena esos ominosos cubos de basura, unos negros, para materia orgánica, y otros, amarillos, para envases. Y cuando no hace eso esta activando ese fantabuloso mecanismo robótico que sube y baja sillas de ruedas por las escaleras, con señores sentados encima. O ocupado atendiendo, siempre con una sonrisa, a las cientos de miles de Señoras que viven en esta Comunidad y que siempre se quejan, como todas las Señoras, por algo. Y que le tratan de usted. Un día me dijeron que quitase mi cenicero del alféizar –bonita palabra, por cierto- de mi ventana por miedo a que se cayese al patio y provocase un inopinado incendio. Por si se incendiaban las baldosas, vamos. Pero no me lo dijeron a mí, sino a mi compi de piso que me lo transmitió amablemente, de tal manera que no tuve ocasión de entablar conversación con el portero. Dicen, aún así, que es un buen tipo y que presta la herramienta.


Richard Feynman, premio Nobel de Física por sus avances en la electrodinámica cuántica –los muy útiles Diagramas de Feynman de los que nunca hablaré aquí, o sí, o tal vez- cuenta en sus cachondas memorias cómo admiraba a los trabajadores de a pie, los mecánicos, los carpinteros, los albañiles, esa gente con trabajos manuales y laboriosos que parecen no contribuir al progreso intelectual de la humanidad pero que permiten que la vida, tal y como la conocemos, tenga lugar. A mí me pasa con mi portero, me da la impresión, ya digo, de que si él faltase, se desataría el caos en el sitio donde vivimos. Habría inundaciones, terremotos y huracanes, referéndums, primarias y periodistas del corazón. Las señoras comenzarían a tirarse por los balcones para quedar artísticamente estampadas contra la acera y los coches chocarían frontalmente en la calzada, frente al portal. Todo el barrio se lanzaría a la huelga salvaje, los tanques a la calle, subiría el nivel del mar. La Tierra se saldría de su órbita y el universo perecería engullido por un agujero negro supermasivo. Menos mal que él siempre está ahí.

Cuando vuelvo, ya tarde, el portero lee la prensa gratuita en su pequeño mostrador, después de un duro día de trabajo. A veces he fantaseado traerle El País de El País, que es de donde vengo, para que no lea siempre la Gaceta de Arganzuela o el diario Latino y para que no sea un portero malinformado o desinformado o mediatizado o lo que sea, que cualquier cosa la puede pasar a un portero cuando lee prensa gratuita -que se han visto casos muy raros. Pero, como siempre, nunca lo hago. Ay de mí.

miércoles, mayo 14, 2008

Un sueño manchego

Se veía el puente de Brooklyn. Su estructura iluminada en mitad de la noche neoyorkina. Detrás, el skyline: todos esos edificios legendarios perlados de luces, el Chrysler, el Empire State Building e incluso la Torres Gemelas que aún no habían caído. Era hermoso. Un hermoso póster que había colgado en la caseta de Rodrigo, donde pasábamos las tardes huyendo del calor que asfixiaba La Mancha aquel verano. Al lado del póster, por el ventanuco, se veía el terreno árido, amarillento y un árbol desnudo, seco y solitario sobre el que el sol caía a plomo. Nos tirábamos, a eso de las cuatro, en el sofá destartalado que allí había, con el torso desnudo cubierto de sudor y dormitábamos contemplando Nueva York. En silencio. Por si el sopor no fuera poco, aquel día Rodrigo empezó a liarse un porro. Yo saqué una botella de agua bien fría de la nevera de playa que teníamos en la caseta y volví al sofá. Tendríamos que viajar a Nueva York, dije tras dar un trago a la botella. Rodrigo, sentado a mi lado, casi tumbado, asintió levemente concentrado en el canuto. Luego buscó una boquilla dentro del paquete de tabaco. Ver todo aquello, continué. ¿Sabes?, en la zona central de Manhattan las calles forman cuadriculas perfectas y están numeradas en orden. Además hay grandes avenidas que recorren la isla de norte a sur. La quinta avenida ¿te suena?, la de las películas, esa divide la isla entre este y oeste. Es casi imposible perderse. Rodrigo se incorporó para encender el porro. Dio una buena calada. No empieces otra vez con lo de Nueva York, dijo, voy a acabar quitando ese puto póster de ahí. Callé un rato mientras el humo comenzaba a flotar frente a mis narices. Pero eso no es lo mejor –hablé de nuevo- lo mejor es que hay una calle, Broadway, que, entre todo ese orden, recorre la isla en diagonal, cortando todas las calles y avenidas ortogonales. Se dice ortogonal ¿no? Qué locura. Tal vez por eso sea la calle de los teatros y los musicales. Mira tío, dijo Rodrigo, ni tú ni yo vamos a ir nunca a Nueva York, al menos por el momento. Con tu trabajo en el taller y yo trabajando en el campo no creo que podamos pagarnos un viaje. El padre de Rodrigo había muerto hace poco y ahora él se ocupaba enteramente de los terrenos familiares, de los que malvivía cultivando ajos y berenjenas. Quizás tú vayas algún día, dijo, eres mecánico y coches averiados hay en todas partes. Pero yo estoy atado a mis tierras, tengo que alimentar a mi madre y a mi hermana. Mi vida va torcida, como la calle rara esa de la que hablas. Rodrigo me pasó el porro, sus manos estaban curtidas y su piel enrojecida por el sol. Me repantigué en el sofá, con el porro entre los labios. Qué se yo, dije, tal vez las cosas cambien algún día para bien. Rodrigo necesitaba ánimos. Lo de su padre había ocurrido hacía tan solo un mes. A su muerte la familia ya estaba en la ruina. No pudieron ni costearle un entierro digno. El dueño de la funeraria, un hijodeputa, no quiso ceder, pedía demasiado dinero. Al menos le dio la oportunidad de hacérselo él mismo. Tuvo que cavar la tumba de su padre con sus propias manos. Yo le ayudé. Estuvimos horas dándole a la pala. Acabamos exhaustos. Cuando le quise devolver el porro a Rodrigo, ya se había quedado dormido. La cabeza se le había caído hacia un lado. Dejé el porro en el cenicero. Miré el árbol seco encuadrado en la ventana. Parecía que la luz lo iba a aplastar. Miré después las luces que adornaban el puente de Brooklyn. El Skyline detrás. Iremos algún día, pensé. En esa tierra crecen las oportunidades en vez de las hortalizas. Entonces todavía creíamos en esas cosas.

viernes, mayo 09, 2008

Algunas certezas

Me hicieron, al principio, buscar la verdad en las iglesias. Hallé la luz lóbrega de los confesionarios. Las manos húmedas de los párrocos y sus sonrisas perversas. El olor a humedad, a madera rancia. Solo había allí oscuridad y silencio.

Me ocupé durante un tiempo de los números. Inmerso en álgebras extrañas y geometrías curvas aprendí más cómos que por qués. Había muchas leyes y principios, teoremas, postulados, que decían cómo son las cosas cuando son. Cuando miré debajo de ellos, cuando ya más me deslumbraban, encontré amontonados más enigmas.

La palabras, me dije, serían la clave. Retorcí las palabras a mi antojo. Permití que brillaran un instante y luego deje que se apagaran. Las lancé sobre el mundo como redes, pero todo se escapaba. La palabras resultaron esquivas y embusteras. Parecía que servían para mucho y no servían para nada, engañaban a la mente con supuestos problemas filosóficos donde solo había enredos del lenguaje.

Finalmente comprendí que no había nada que buscar para entenderlo todo. Solo mirar con un ojo que está detrás de los dos ojos. Una anciana se derrumba tras chocar con un bordillo. Una hoja que cae en el otoño. Una esquina de las bragas que se esconde entre las nalgas. La silueta de un pájaro que se pierde en el crepúsculo. La sonrisa atontada de un amigo. Esas fueron mis certezas.

lunes, mayo 05, 2008

De viaje

No me sirven los viajes rápidos y cómodos, con reparto de caramelos y regalo a fin de trayecto: el viaje ha de ser duro, largo, doloroso, por eso es preciso viajar en autobús de línea y no en tren de alta velocidad o avión, hay que sufrir las estrecheces, el dolor de espalda, el tedioso paso del paisaje más allá de la ventana, las horribles películas que proyectan. De nada sirve tomar el AVE y llegar a Sevilla en dos horas, o en tres a Barcelona, eso es como no haber salido de casa, no significan nada los viajes rápidos, las tardes de museos, las visitas a los rincones más típicos de la ciudad visitada. Todo viaje exterior es también un viaje interior, una catarsis, un nuevo nacimiento, por eso hay que viajar como quien es alumbrado en el parto, como quien es arrancado dolorosamente de un lugar y es arrojado a otro. Para que sirva, para que el viaje sea viaje, tiene que ser un trauma que se sublima, una heroica hazaña, una Odisea con parada en cada estación de servicio, en cada bar de carretera, comiendo bocadillos de tortilla, oyendo los cantos de sirena ardiendo bajo el sol vertical del verano, muy poco a poco, a bordo de un coche viejo y caliente. Para lo demás es preferible viajar sin salir de la cama, oculto bajo la sábana, en la penumbra amarilla, o hacer viajes astrales en los baños de los bares.