martes, septiembre 27, 2011

No tan chiflados III: Wilhelm Reich y el orgasmatrón


 
Si ustedes se tumban en la hierba y miran un rato al cielo impoluto verán, contra el azul celeste, unos puntitos blancos infinitesimales que se mueven frenéticamente en todas direcciones. Estos puntitos se deben, en realidad, a impurezas que flotan en el humor vítreo, dentro de los ojos, pero Wilhelm Reich pensaba que eran los orgones, las partículas elementales de la libido, la energía sexual. Si la luz viaja en forma de fotón, y la gravedad (dicen) en forma de gravitón, la cachondez se encarna en el orgón.

Wilhelm Reich, nacido en el Imperio Austrohúngaro en 1897, fue miembro de aquella hornada de freudomarxistas que, como su propio nombre indica, trataban de unir el psicoanálisis de Sigmund Freud con las teorías de Karl Marx. De aquella seminal quinta salió gente como Eric Fromm (autor de best sellers filosóficos como El Arte de Amar o El Miedo a la Libertad) y el más combativo Herbert Marcuse (autor de El Hombre Unidireccional e inspirador de la contracultura revolucionaria de los sesenta). Sólo que a Reich se le fue un poco la pinza, no hay más que ver el traje a cuadros que lleva en la foto: hay que tener valor o ser Johnny Rotten.

Interpretando a Freud, Reich concluyó que, ya que hay represión sexual, la liberación vendrá de la mano del sexo: hay que follar, eyacular, correrse, orgasmar, suliveyarse. En su obra La función del orgasmo, de 1926, Reich explica que el sexo reequilibra las funciones del organismo y produce salud. En La Revolución Sexual, habla de la revolución sexual, como es evidente. Dice Reich que el capitalismo es incompatible con la salud mental de la población, lo que tiene mucho sentido, y crea la SEXPOL, una organización juvenil y proletaria para organizar una política sexual. Acusado de inmoral, fue expulsado de casi todas partes, incluso de Partido Comunista, por escribir un libro que tildaron de contrarrevolucionario. La Asociación Psicoanalítica Internacional también le expulsó, por ser demasiado marxista. Los nazis le persiguieron a raíz de la publicación de la Psicología de masas del fascismo. Se exilió en Estados Unidos.
                                                        
Para desarrollar la Orgonomía, la ciencia de los orgones, Reich construyó el orgasmatrón (aquí los planos), una máquina fabricada con madera y zinc que acumulaba los hipotéticos orgones: la madera los captaba y el zinc los contenía. Acumulando orgones, se obtenían orgasmos y, en teoría, se curaría el cáncer, ya que este era producido por exceso de orgones negativos. Reich fue a ver a Albert Einstein, en Princeton, pues los dos vivían exiliados en los Estados Unidos, pero el físico, después experimentar con el orgasmatrón, le dijo que tenía que aprender un poco de escepticismo.

Reich no se desanimó y siguió ahondando en sus excentricidades. Él, que había sido un prestigioso y respetado psicólogo, cada vez perdía más la chaveta y se metía en proyectos tan descalabrantes como el del cañón rompenubes, unos tubos de aluminio metidos en cubos de agua que, apuntando hacia el cielo y canalizando orgones, serían capaces, como se habrán imaginado, de “romper las nubes” y provocar la lluvia. Además, Reich intuía que los ovnis utilizaban los orgones atmosféricos como forma de propulsión.

Reich dio con sus huesos en la cárcel por negarse a aceptar la prohibición a mover sus orgasmatrones fuera del estado de Maine. Sus trabajos fueron quemados por la Food and Drug Administration estadounidense (en plan nazi-inquisitivo) al ser considerados publicidad fraudulenta del orgasmatrón. Murió entre rejas en 1956, de un ataque al corazón, un día antes del día en el que iba a apelar. Ahora Wilhelm Reich folla en el cielo. O en el infierno.

domingo, septiembre 25, 2011

La amante de las tormentas


 Y de pronto, un millón de martillos caen a destiempo sobre el mismo yunque, y se quebraba el cielo con gran estruendo, parecía que se iba a abrir y mostrar lo que hay detrás, todo rugía, y ella, tan menuda, como animada por una fuerza subterránea, se levantaba de lo que estuviese haciendo y salía corriendo, en violenta hipnosis, al patio de luces, a mirar el cielo azul oscuro casi negro, violeta nocturno; se quedaba allí, bajo la lluvia, con el espinazo electrizado por la tempestad y el vello de punta, dando espasmos, y no es que no tuviera miedo, que lo tenía y mucho, pero era eso lo que vibraba, sentir su invalidez, su patetismo pálido, quedar a merced de los más crueles fenómenos naturales, imaginar que la Tierra iba a salirse de su órbita y perderse en el eterno silencio del vacío, ver cómo todo se derrumba, ser arrancada por el viento y llevada a otro lugar lejano, de rocas, de cordilleras escarpadas, de ríos salvajes y de una lluvia tan intensa, como un mar con agujeros, que le agujereara el cuerpo, que la hundiese en el fango y le hiciese conocer a los insectos; por eso siempre hablaba de la tempestad y la galerna, que se levanta de repente y sin aviso, y una vez en el Cantábrico, según contaba, se había llevado la vida de más de mil marineros; luego todo cesaba y ella entraba de nuevo en casa, mansa, húmeda y desnuda, como después de un orgasmo, la amante de las tormentas, que llevaba en su vientre al vástago del cielo, y se acurrucaba en la cama junto a mí, se hacía un ovillo mientras su respiración se templaba, y yo la abrazaba, y se iba apagando como un animal pequeño, se iba domando, convirtiendo en nenúfar, en estanque en calma sobre el que yo pasaba la mano y soplaba.



(La imagen es la Tormenta de Nieve de Turner)

jueves, septiembre 22, 2011

Patria o Muerte



En 1848, en alguna buhardilla miserable de Londres, me gusta imaginar, Carlos Marx firmaba la última página de su Manifiesto Comunista, al alimón con Federico Engels. En 1866 se celebraba el primer congreso de la Primera Internacional, en Ginebra, y en 1917, Lenin guiaba al pueblo hacia el Palacio de Invierno, dando paso a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).  En 1919, la Tercera Internacional, promovida por Lenin y el Partido Comunista ruso, adoptaba como símbolo la hoz y el martillo, símbolos del proletariado industrial (el martillo) y el campesinado (la hoz). En 1959, el barbudo Fidel Castro bajaba de la Sierra Maestra para acabar con la dictadura de putas y casinos de Fulgencio Batista, iniciando 40 años de Revolución Socialista, de Patria o Muerte. En algún momento indefinido de los últimos años el Comandante deja de usar su uniforme verde olivo, se retira y se compra unos vistosos chándals de táctel. En algún momento de los 80 se funda en Oviedo el Rincón Cubano, un incombustible chiringuito de apoyo a Cuba que anima las fiestas de San Mateo cada mes de septiembre.

Yo estuve este año en San Mateo después de ocho sin ir y comprobé, con una mezcla de satisfacción y horror, que todo seguía igual. Al rincón cubano se va a beber mojito y a mover el búllate al ritmo de la música sabrosona delante de una grave fotografía en blanco y negro del Fidel con el Che, cuando aún eran héroes. A los ovetenses que colapsan el garito les da igual todo esto, no es que sean castristas. De hecho la fiestas de San Mateo, al margen de algunos conciertos que brillan por su cutrez (este año Maná y Carlos Baute), son fundamentalmente un buen puñado de chiringuitos de izquierda (el Pinón Folixa, o el Topu Fartón son los más reseñables) que llenan las calles de la zona vieja, y que el alcalde caciquero Gabino de Lorenzo sueña húmedamente con cerrar algún día.

En las fiestas uno se encuentra a mucha gente, porque todo el mundo sale a las fiestas, y uno va chequeando el paso del tiempo en sus rostros, en sus tripas, en sus cuentas corrientes, sus divorcios y sus coches. Los lugares, más que lugares, son personas, de modo que ya puedes volver mil veces a los sitios que antes frecuentabas que, aunque permanezcan iguales, no son los mismos sin la misma gente o si esa gente ya no es la misma. Dicen que lo difícil es cambiar: yo digo, con el Tao y Heráclito, que lo difícil es no hacerlo. Oviedo siempre me produce esta mezcla de excitación y nostalgia. Últimamente parece que el tiempo va demasiado rápido, pero la única cosa estática y segura del tiempo es que nunca nos acostumbraremos a su paso. Cuando te haces a una edad, ya estás en otra.

Nosotros, que ya calzamos 31 y tenemos el síndrome ese de Peter Punk, hemos salido todos los días, más que cuando éramos niños, con la precisión del cirujano y la vehemencia del guerrillero, como un travesti. Hemos salido mucho y hemos salido bien, hemos utilizado nuestra dilatada experiencia para lograr la excelencia en los bares y en las calles. Hemos brillado con luz propia, o, al menos, eso nos ha parecido a las tantas de la mañana en cualquier antro, bailando sobre la barra. Cuando ayer iba a tomar el tren de regreso a Madrid, esperaba a una multitud enfervorecida aplaudiéndome y jaleándome, tú sí que vales, Peligro, como cuando gana la selección; sin embargo no había allí ni un alma. Esto es lo que nos espera a gente como nosotros, el recuerdo de las sombras y el silencio de los cementerios, que es precisamente lo contrario del alegre y esponjoso bullicio de los bares de última hora. ¡Patria o Muerte!


domingo, septiembre 11, 2011

Tarantuleando



(Atención: contiene spoilers!!! Uno muy gordo!!!)

La última de Almodóvar (en la foto), cuyo título en inglés (The skin I live in) rima de forma encantadora, es un extraño crossover entre eso que se ha dado en llamar colorido universo almodovariano y el género del, digamos, terror psicológico. Sobre todo esas pelis en las que alguien está preso de un psicópata o de un científico chiflado que quiere moldearlo a su gusto y que al final escapa o no se escapa y se venga o no se venga, según el caso. Véase por ejemplo La Isla del Dr. Moreau, Misery, El Conde de Montecristo, El Secreto de sus ojos, Shutter Island, Old Boy, Centipedeman, Vértigo, Pigmalión o, sin ir más lejos, el Dr. Frankestein o, yendo más lejos, My Fair Lady. Creo que me he pasado. Pero bueno, todo eso ustedes ya lo saben.

Al manchego universal al final la cosa le ha quedado que ni chicha ni limoná. Ni transitamos de lo frívolo a lo profundo por el fino hilo de la alegre transgresión y nos quedamos tan flamencos (como nos hubiéramos quedado al ver una de Almodóvar de verdad), ni nos acongojamos hasta el tuétano, como deberíamos ante la impasible perversión del Dr. Legard encarnado Antonio Banderas (como nos hubiéramos acongojado si el director hubiese logrado tensar el filme). Falta garra y sobran garras (pero de esas garras hablaremos al final).

Últimamente siempre me parece que las pelis de Pedrooooo no son sólidas. Como si fueran de espuma, como si les faltara una garcillita para llegar a ser consideradas Gran Cine. Como si fueran de cartón piedra. Esta última es fría, esteticista y está trufada de errores, menos mal que hay unos violines que nos avisan cuando pasa algo trágico. Como alguien dijo por ahí, e igual que pasaba en Los Abrazos Rotos con Blanca Portillo, llega un momento en la peli en la que un personaje femenino, en este caso Marisa Paredes, en plan deus ex machina, se sienta y cuenta de viva voz la mitad del argumento, tal vez apoyada con imágenes. Esto es una forma un pelín torpe de narrar una historia, por qué no utilizar la herramientas que el cine ofrece si estamos haciendo una peli de buen presupuesto y no una sesión de cuentacuentos en el Libertad 8. Luego están esas cosas inverosímiles, como la profusión de pistolas en todos los cajones habidos y por haber, el tío que se come pastillas en su curro y se queda tan ancho, el colocón también inverosímil que se coje ese mismo individuo (por momentos llegué a creer que Almodóvar no se había comido una rula en su vida). Eso por no hablar de la vuelta a esos miedos monjiles a la inhumana investigación científica que tanto daño han hecho (luego querrán células madre y demás). Toda esa parte es bastante lenta y tediosa, la cosa se anima cuando ya intuimos (los más listos) que el Dr. Legard ¡va a convertir a ese chaval en una tipa! ¡En Elena Anaya nada menos! Esto mola bastante, es lo que mola de la película y, claro, es en esta parte cuando uno más lo goza y por lo que la peli lo merece. Sin embargo, al final la cosa se resuelve sin la tensión que merecía tal argumento demencial, bastante fácilmente, y, después de liberarse, Vera (E. Anaya), se presenta en su excurro y exhogar familiar contando su historia tal que así (“soy Vicente”, al que debían haber respondido, según un crítico amateur de Filmaffinity: "Sí, ya, el del culo en la frente"), seis años después, con otro jeto, otro sexo y como si nada (y encima le dan crédito), en un final que provoca lágrimas en la pantallas y risa en el patio de butacas. El final se disuelve, decepciona, nada en la nada. Ignoro si el director pretendía eso o no, pero, en fin, a mi me ha hecho gracia. Literalmente.

Lo que evidencia la tierra de nadie en la que nos hemos quedado con este filme es el personaje del brasileiro mafioso y cachas ridículamente disfrazado de tigre (de ahí lo de las garras) que viene a violar al Vicente transexuado en Vera en la primera parte de la peli. Parece sacado de una peli de Sacha Baron Cohen, Bruno o Borat, no sé. Ese colorido disfraz, ese personaje absurdo, representa ese impuesto que Almodóvar ha venido a pagarse a sí mismo. Es decir: mirad, esto es una peli del genero este de terror psicológico o como se llame pero, atención, todavía estamos en la cabeza almodovariana, estamos todavía en estas coordenadas en color pastel, todavía puede mearse alguien en cualquier momento. Esto es de autor. Las secuencias protagonizadas por este personaje intempestivo (ignoro si es así en la novela Tarántula en la que se basa la peli) tampoco se sabe si quieren provocar el asco, el horror, o la risa, en una subtrama de ¿humor? inmersa en una historia carente de tal cosa. A mí me provocaron risa y también asco, pero no asco por la violación en sí, que también, sino por la manera freak, algo manierista, en la que Almodóvar la trató.

La moraleja de la peli es esta: aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Pero esto ya lo sabía yo. Y mi madre opina lo mismo.

jueves, septiembre 08, 2011

El mundo por Montera


En la calle Montera hay una prostituta rumana con un brazalete republicano. Rojo, gualdo y morado. Se sienta en un portal enseñando el muslo más allá de lo decente y fuma, es una puta rumana y republicana que ha venido desde el país transilvano, pálida y rubia, a decir NO a la jefatura del Estado hereditaria, a decir NO a la tiranía borderline de los Borbones, y a decir SÍ a muchas otras cosas. Ojalá todas las meretrices fueran así de comprometidas, aunque ya comprobamos durante el JMJ que estaban en nuestro bando, el de los buenos, cuando tentaban a los inocentes peregrinos venidos del más allá con sus infinitas virtudes. Olé sus ovarios.

La calle Montera, para los lectores poco avisados, es una de las calles más floridas, macarras y concurridas del centro de Madrid. La calle en la que los que vienen de provincias se atreven a hacerse un tatuaje, la calle donde la musa de los 90 Silke (¿qué fue de Silke, tan mona?) ponía piercings a media jornada, la calle que mola y no mola al mismo tiempo. Pero a pesar de las tiendas de parafernalia marihuanera, los sex shops, las zapaterías de baratillo, los compro oro, los dunkin donuts y las amables terrazas, las protagonistas absolutas son esas a las que nadie mira y todo el mundo mira al mismo tiempo: las putas. Ellas sostienen los arbolitos y los portales, a veces me da la impresión de que la calle se derrumbaría si las putas no estuvieran ahí apuntalando la Realidad, sea lo que sea eso. Las mujeres heterosexuales las miran con asco y desafío, los hombres las miran con disimulo y curiosidad, pero siempre intentando que ellas no les vean mirar y se amarren a su brazo, o que algún conocido en este pueblo grande que es Madrid piense que va de putas, que es un putero.

Cuando mi madre me visita, viene de Oviedo, pasamos por Montera a hacer puta spottin’, porque en las ciudades de provincias las putas no están en la calle expuestas como aquí, sino ocultas en pisos ignotos, al fondo de la sección de clasificados de los periódicos, o en más ignotos clubs de carretera de la cuenca minera, neón azul y rosa. Mamá las mira con una mezcla de curiosidad y lástima. Me dice: “¿y esa es… es… es puta?”. Su mirada no está todavía acostumbrada, como el biólogo primerizo que no distingue una mitocondria al microscopio. Yo le digo: claro, ¿no lo ves? ¿no ves esa falda cinturón, esa actitud? Yo las miro con admiración y respeto.

Hay gente que piensa que las putas de Montera, y en general, son unas guarras. Que hacen lo que hacen porque les satisface estar ahí, follando con desdentados. Hay gente que les tiene mucha lástima. Luego hay gente que compra sus servicios. Yo creo que ya es hora de reconocer a las putas, y ninguna forma mejor que regulando sus derechos. Las feministas y los derechistas que piensan que es una forma de explotación navegan en el mismo barco. Por supuesto hablo de putas freelance, como las de la asociación Hetaira, que no sean esclavizadas por ninguna mafia o chulo, putas autónomas. El libre contrato entre dos personas, un demandante y un oferente de sexo no es inmoral. Feministas de izquierda y católicos de derecha siguen influidos por la moral judeocristiana que dicta que el cuerpo y el sexo es un asco. ¿Acaso es mejor vender tu tiempo (8 horas diarias) en una cadena de montaje en una fábrica o en una gris oficina, que vender tu cuerpo? ¿No era esta la obsesión del perversor San Pablo después de darse un hostión a caballo? Las putas no son ellas: vosotros, asalariados, también sois putas.

domingo, septiembre 04, 2011

No tan chiflados II: Cicatriz

La historia de Cicatriz (los Zika para sus seguidores) ya empezó bastante mal. Estos cuatro chiflados se conocieron en 1983 en un centro de desintoxicación vitoriano y formaron la banda a modo de terapia de grupo. Eran los años del llamado Rock Radikal Vasco, que venía a ser el punk vascuence, una variante muy gualtrapera, marginal y también politizada del género, donde también militaban otros grupos como los R.I.P., Eskorbuto, Kortatu o La Polla Récords, por citar algunos de los más destacados. Eran también, como se ve, los años en los que el caballo galopaba a sus anchas por las jóvenes venas patrias, algunos dicen que tolerado por las autoridades para sofocar los posibles polvorines. En lugares potencialmente conflictivos y muy industriales como la margen izquierda de la ría de Bilbao, o la cuenca minera asturiana (como yo mismo comprobé en algunos miembros de mi familia) la heroína circulaba casi libremente, mientras la Guardia Civil hacía la vista gorda. Tampoco nadie conocía bien lo que tenía entre manos con el jaco, claro, pero eso es otra historia. Eran los tiempos, en fin, de pelis como El Pico de Eloy de la Iglesia o Perros Callejeros de José Antonio de la Loma. Los tiempos de los quinquis de los 80. Los tiempos de los Zika.

Los Cicatriz grabaron cuatro álbumes, tres de estudio (Inadaptados, 4 años, 2 meses y un día, y Colgado por ti) y uno en directo. Algunos de sus títulos más ilustrativos, para que se hagan a la idea del percal, son Fuck furcias, En comisaría, Goma 2, Vicio en el servicio o Hay que joderse qué bien se está tumbao.

Aquí algunas historietas de Cicatriz: El hermano del cantante Natxo Etxebarrieta, genio y figura, al que llamaban Polvorilla, murió de zirrosis en 1988. Natxo, que estaba en Amsterdam, regresó para el entierro con muy mala suerte: en Barajas la bofia le interceptó unos gramos de speed. Fue condenado a cuatro años de trullo aunque salió en tres meses tras pagar la fianza recaudada en conciertos solidarios extramuros. Poco después, y mucho antes de que los tipos de Jackass tomaran como escudo la calavera y las dos muletas cruzadas, en vez de las dos tibias de la bandera pirata, Cicatriz ya lo habían hecho. Y además, con mucha justicia. Poco después, Natxo tuvo un accidente de moto que le rompió la espalda y le dejó una pierna chunga, pues en algunos hospitales se negaron a operarle porque había pasado una hepatitis, y cuando le cogieron, le cogieron tarde y mal, ya ven ustedes como estaba la Sanidad. Desde entonces tuvo que valerse de muletas para caminar, en los conciertos se sentaba en un taburete y, de vez en cuando, se levantaba para darse un pequeño garbeillo y apuntar con las muletas al público, como si tuviese una ametralladora entre las manos, todo muy punk. En aquella época, muchos de los conciertos que daban Cicatriz y sus adláteres por los pueblos de la piel de toro acababan con disturbios, destrozos, y un más que posible intento de asalto a la comisaría local.

Todos los miembros originales de Cicatriz murieron víctimas de la sobredosis o el Sida. También los tres miembros de Eskorbuto acabaron igual. Los Eskorbuto merecen mención aparte, eran tan yonkis y barriobajeros que eran repudiados incluso por muchos miembros del movimiento. Iosu, su último miembro superviviente, terminó haciendo campaña y anuncios televisivos contra la heroína, pero, aún así, fue arrastrado al infierno por ella. ¿Es punk morir de esta manera? Podría decirse que desde que Sid Vicious abrió las compuertas y durante una buena temporada, el jaco y el demacre fueron cosas muy punkies. Pero prefiero pensar que solo fue una confusión en los términos. ¿Entonces, qué es el punk?, preguntas clavando tu jeringa en mi antebrazo. ¿Y tú me lo preguntas? El punk eres tú.