A mi la Operación Malaya siempre me ha fascinado, desde que un buen día salió de la brillante cabecita de algún juez estrella o de un guionista venezolano. Y mola, aparte de por ese nombre tan exótico - tan de libro de viajes por Indochina, tan de prostíbulo tailandés, tan de las aventuras del capitán Richard Burton-, porque es una síntesis hegeliana en toda regla, esto es, la última fase del proceso dialéctico en el que un concepto y su contrario se funden en uno solo y se superan a sí mismos, en el caso que nos ocupa el corazón y la política, facetas de esta vida moderna que siempre andaron a la gresca y se posicionaron, de alguna manera, como polos opuestos: la política para la gente seria y lo rosa para las marujas, los debates políticos en la tele muy temprano o muy tarde (pues el resto del día los hombres comprometidos los pasan trabajando en sus oficinas) y los del corazón durante el resto de la jornada, cuando las amas de casa hacen las camas y limpian ventanas. Así que, como digo, llegó la Operación Malaya e hizo un revoltijo con temas tan fundamentales para la actualidad como la política municipal marbellí, la corrupción, la especulación inmobiliaria, el deterioro medioambiental de las costas malagueñas y los líos de faldas de la Pantoja; todo ello trufado de personajes de lujo: la propia Isabel -que reina en solitario desde la desaparición de la muy llorada Rocío-, Julián Muñoz y sus aventuras sanito-carcelarias, la rubia del PSOE, el fantasma de Gil siempre presente y volviendo del más allá cabalgando a un espectral Imperioso y hasta la ex de Julián que últimamente se ha revelado como una cocainómana de pret-a-porter. Y todo esto viene que ni pintado para estos tiempos tan posmodernos, tan de mestizaje y de todo vale y Dios a muerto, porque, digo yo, si la gente mezcla un inmaculado flequillo sesentero a lo peli de Nouvelle Vague, con la bambas all star de los Ramones, una blusa floreada toda jipi y esos pantalones de pitillo que ahora causan furor cuando hace un par de años, cuando solo los llevaba nuestro vecino el jevi, eran objeto de mofa e hilaridad, si se hace eso y se crea la ópera chill out, el tango trip hop, el flamenco fusión, el electrochotis y el hard pasodoble, si todo es ahora un sindiós de neo's, y post's y trans's y todo eso, ¿por qué los columnistas de los periódicos, los analistas políticos enfundados en sus trajes gris marengo y en esos pelos engominados que de seguro no les dejan pensar, se llevan las manos a la cabeza escandalizados por esta banalización de la política y desubstanciación de los grandes temas?
¿Acaso no se han leído La Sociedad del Espectáculo? ¿No enseñan ya este libro en las escuelas?
Lo cierto es que, como todos los grupos de poder, lo único que tratan es de mantener su posición ayudados, sobretodo, por un abstruso lenguaje alejado del pueblo (las marujas) y presentando su actividad a las masas como una disciplina más gris que sus trajes y más rígida que sus peinados, así los poderosos camparan a sus anchas, como siempre ha sido y será. Lo mismo ocurrió cuando los famosos dejaron de ser famosos por sus actividades artísticas o profesionales para dejar paso al nuevo famoso postmoderno, que apareció con gran estruendo y sonido de fanfarrias como el superhombre nietszchiano o el nuevo hombre soviético: el famoso profesional que es célebre gracias a su frikismo o simplemente a su voluntad y patetismo, véase el fenómeno del tamarismo, de gran interés desde el punto de vista de la teoría de la cultura y la sociología modernas. La democratización de la fama, señores. Fue entonces cuando los famosos de toda la vida, viendo peligrar sus plácidas poltronas, comenzaron una intensa labor de zapa y llegaron a convencer a gran parte de la sociedad y a mucha gente de buen corazón con la absurda idea judeocristiana de que la fama se gana con sudor y con trabajo, cuando todos sabemos que en el pueblo de nuestros abuelos el más famoso no era el más virtuoso sino la más puta o el más borracho o, mismamente, el tonto del pueblo.
Acerquemos, pues, el estrellato a la plebe, demos la vuelta a los focos y enfoquemos al gallinero, repartamos la gloria a cada uno según sus necesidades, que ya estamos hartos de esa prensa rosa del Hola y de las televisiones serias - Anne Igartiburu, Rosa Villacastín- donde solo se ocupan de aristócratas enseñando sus yates y monarquías europeas y viejas glorias musicales de paseo por el campo con sus niños y sus perros y de viejas burguesas enjoyadas que luchan contra el cáncer y de Pitita Ridruejo. Necesitamos un star system periférico y proleta -como dice Bigas Luna en Yo soy la Juani-, nuevas Belenes Estéban, más reality shows y más hijos del pueblo como Bisbal o Busta; y que el corazón sea como el Aquí hay tomate o no sea, que fabule y tergiverse, que mienta y destruya, y que ironice de esa forma incomparable, que sea el azote de los que viven del cuento. Va por vosotros. Salud.