martes, noviembre 28, 2006

A ella le gusta la gasolina

Tal vez sea el silencio y la sombra, no sé, el leve murmullo del mundo que se pudre ahí fuera según entra el otoño, las pisadas ligeras de mi gato yendo y viniendo por el pasillo, inquieto, el viento en la ventana, empujando la persiana cadenciosamente hacia delante y atrás, en fin: los tenues latidos de mi corazón, el vacío rodeando mi cama y la luz pobre de la última lámpara que esta noche permanece encendida como una hoguera perdida a lo lejos cuyo calor no me alcanza, simplemente, tal vez, la ausencia de tus manos, por qué demonios no están aquí tus manos tomando mis zarpas rotas y heridas, cuáles son los demonios que se han conjurado para dejarme muda, gélida y enferma.

Si viniera ahora tendría miedo, si viniera ahora tu mano desde la lejanía –esta noche es un páramo sin horizonte- y la yema de tu dedo tentase mi hombro y mi nuca, si notase tu aliento naranja meciendo mi cuello me asustaría. Cómo se ha escapado el tiempo: mi piel se ha vuelto gris y está fría, una fina capa de escarcha recubre mi cuerpo. Si acudieras a mi alcoba esta noche me encontrarías acurrucada y temerosa, mi cuerpo enterrado bajo la manta intentando reunir algún resto del calor que te llevaste, zozobrante, como un animal escondido en la madriguera, mi cuerpo es un animal que espera. El miedo acechando en los bordes de mi lecho, también el sueño…

El sonido del tren quebró el cielo y hoy la ciudad ha amanecido furiosa, violenta, despeinada por el viento; un sol recién nacido cegado por las nubes. Desde la ventana de veo a un hombre gris que dobla aquella esquina. Hay también un periódico que vuela entre los cubos de basura, y hojas secas, y un niño con chubasquero de la mano de su madre, y otro niño que hace pucheros porque no quiere ir a la escuela, y coches que pasan muy rápido, rugen y pitan. Hay también una estación y un tren –vacío- que se va. El café frío entre mis manos te devuelve a mi cabeza, y me doy cuenta de que no viniste anoche, de que no vienes nunca, de que nunca regresaste.

Te esperaba anoche asaltando mi ventana, embozado en lo oscuro y supurando combustible, esperaba tus pasos acercándose a mi cama y tu cuerpo oliendo a gasolina. Todo el día he pasado asomada, sin dejar ni un solo instante de vigilar la calle que conduce hasta mi puerta y tiritando. Que te vengas, digo, que vuelvas y derritas el hielo de mi entraña, no queda otro remedio. Ven, hombre del Este, vestido de naranja y con una bombona en cada hombro, se acabo el butano hace tres días y desde entonces lo único que arde en esta casa es mi entrepierna.

sábado, noviembre 25, 2006

Manifiesto Malayo

A mi la Operación Malaya siempre me ha fascinado, desde que un buen día salió de la brillante cabecita de algún juez estrella o de un guionista venezolano. Y mola, aparte de por ese nombre tan exótico - tan de libro de viajes por Indochina, tan de prostíbulo tailandés, tan de las aventuras del capitán Richard Burton-, porque es una síntesis hegeliana en toda regla, esto es, la última fase del proceso dialéctico en el que un concepto y su contrario se funden en uno solo y se superan a sí mismos, en el caso que nos ocupa el corazón y la política, facetas de esta vida moderna que siempre andaron a la gresca y se posicionaron, de alguna manera, como polos opuestos: la política para la gente seria y lo rosa para las marujas, los debates políticos en la tele muy temprano o muy tarde (pues el resto del día los hombres comprometidos los pasan trabajando en sus oficinas) y los del corazón durante el resto de la jornada, cuando las amas de casa hacen las camas y limpian ventanas. Así que, como digo, llegó la Operación Malaya e hizo un revoltijo con temas tan fundamentales para la actualidad como la política municipal marbellí, la corrupción, la especulación inmobiliaria, el deterioro medioambiental de las costas malagueñas y los líos de faldas de la Pantoja; todo ello trufado de personajes de lujo: la propia Isabel -que reina en solitario desde la desaparición de la muy llorada Rocío-, Julián Muñoz y sus aventuras sanito-carcelarias, la rubia del PSOE, el fantasma de Gil siempre presente y volviendo del más allá cabalgando a un espectral Imperioso y hasta la ex de Julián que últimamente se ha revelado como una cocainómana de pret-a-porter. Y todo esto viene que ni pintado para estos tiempos tan posmodernos, tan de mestizaje y de todo vale y Dios a muerto, porque, digo yo, si la gente mezcla un inmaculado flequillo sesentero a lo peli de Nouvelle Vague, con la bambas all star de los Ramones, una blusa floreada toda jipi y esos pantalones de pitillo que ahora causan furor cuando hace un par de años, cuando solo los llevaba nuestro vecino el jevi, eran objeto de mofa e hilaridad, si se hace eso y se crea la ópera chill out, el tango trip hop, el flamenco fusión, el electrochotis y el hard pasodoble, si todo es ahora un sindiós de neo's, y post's y trans's y todo eso, ¿por qué los columnistas de los periódicos, los analistas políticos enfundados en sus trajes gris marengo y en esos pelos engominados que de seguro no les dejan pensar, se llevan las manos a la cabeza escandalizados por esta banalización de la política y desubstanciación de los grandes temas?

¿Acaso no se han leído La Sociedad del Espectáculo? ¿No enseñan ya este libro en las escuelas?

Lo cierto es que, como todos los grupos de poder, lo único que tratan es de mantener su posición ayudados, sobretodo, por un abstruso lenguaje alejado del pueblo (las marujas) y presentando su actividad a las masas como una disciplina más gris que sus trajes y más rígida que sus peinados, así los poderosos camparan a sus anchas, como siempre ha sido y será. Lo mismo ocurrió cuando los famosos dejaron de ser famosos por sus actividades artísticas o profesionales para dejar paso al nuevo famoso postmoderno, que apareció con gran estruendo y sonido de fanfarrias como el superhombre nietszchiano o el nuevo hombre soviético: el famoso profesional que es célebre gracias a su frikismo o simplemente a su voluntad y patetismo, véase el fenómeno del tamarismo, de gran interés desde el punto de vista de la teoría de la cultura y la sociología modernas. La democratización de la fama, señores. Fue entonces cuando los famosos de toda la vida, viendo peligrar sus plácidas poltronas, comenzaron una intensa labor de zapa y llegaron a convencer a gran parte de la sociedad y a mucha gente de buen corazón con la absurda idea judeocristiana de que la fama se gana con sudor y con trabajo, cuando todos sabemos que en el pueblo de nuestros abuelos el más famoso no era el más virtuoso sino la más puta o el más borracho o, mismamente, el tonto del pueblo.

Acerquemos, pues, el estrellato a la plebe, demos la vuelta a los focos y enfoquemos al gallinero, repartamos la gloria a cada uno según sus necesidades, que ya estamos hartos de esa prensa rosa del Hola y de las televisiones serias - Anne Igartiburu, Rosa Villacastín- donde solo se ocupan de aristócratas enseñando sus yates y monarquías europeas y viejas glorias musicales de paseo por el campo con sus niños y sus perros y de viejas burguesas enjoyadas que luchan contra el cáncer y de Pitita Ridruejo. Necesitamos un star system periférico y proleta -como dice Bigas Luna en Yo soy la Juani-, nuevas Belenes Estéban, más reality shows y más hijos del pueblo como Bisbal o Busta; y que el corazón sea como el Aquí hay tomate o no sea, que fabule y tergiverse, que mienta y destruya, y que ironice de esa forma incomparable, que sea el azote de los que viven del cuento. Va por vosotros. Salud.

martes, noviembre 21, 2006

me (di) vierto

Que me toques los cojones, eso sí, pero que sea con caricia dilatada y no con ímpetu ni urgencia, que tu mano sea pluma y se pose tu lengua húmeda en mi escroto, que dibuje ochos, infinitos, mariposas, y que escale tu lengua dura y rosa el espinazo de mi polla, que no se pierda, que llegue a la cabeza, que la lama, que la mezca, detente tres mil años en la superficie morada y esponjosa, ¿no ves que es una fresa?, ¿no ves que es una fruta que te metes en la boca?

que exista ahora tu mano, de repente, proveniente de lo oscuro y me agarre firme por la base de mi verga, y que entre yo en tu boca y emitas un sonido imperceptible, un gemido, una sorpresa, tus labios son ahora un anillo que me pongo en la entrepierna, más arriba, más abajo, bailando al compás con los dedos de tu mano en un dulce traqueteo que me vuelve delirante, y que sigas un buen rato, que me mires mientras tanto, y compruebes que consiento a ese dedo tan travieso que se mete por mi culo

y que sienta que algo viene, se aproxima sigiloso, en silencio lo primero, ahora fuerte, más potente, algo raro que procede de la nada, de la entraña catacumba y que sienta que ya emerge, que está cálido, que es caliente y que sienta que me vierto, que es extraño, y que dejo mi simiente en tu boca y en tus manos.

jueves, noviembre 16, 2006

Destruye

Siempre fantaseando con que me destruyas, me destroces, con que acabes conmigo para siempre y de una vez por todas; yo inmerso en una mediatarde suave de sol sobando una siesta amarilla como mil domingos fundidos y entonces unos fuertes golpes en la puerta, parece que la van a tirar abajo -Dios mío-; abro la puerta asustado, adormecido y legañoso y me encuentro con todos tus ejércitos, hombres de gesto severo que me empujan con violencia y entran en avalancha, dando gritos por el pasillo, avanzando con la espalda pegada a las paredes y las piernas flexionadas, apuntando con sus armas en todas direcciones; lo ponen todo patas arriba, vacían los cajones sobre el parquet, y mis discos, nuestras fotos, mis papeles tirados por el suelo, revisan todos mis libros, incluso los que aún no he leído, cabrones, el interior de la olla express y los bricks de leche vacíos y me tiran en el suelo, me esposan las manos a la espalda y un oficial de mandíbulas de acero pone su bota grande, negra y manchada de barro reseco sobre mi cabeza y mi cabecita allí apresada, ridícula, mi cara de tonto entre la suela y el suelo pensando únicamente en ti y en que me destruyas, me destroces, que acabes conmigo de una vez por todas, por las mañanas, por las tardes y por las noches, domingos y festivos, que no me permitas hacer nada de lo que me gusta: arroja a la basura mis paquetes de tabaco barato, prohíbeme salir con mis amigos a tomar un vino tinto, apágame la tele después de la comida y enciérrame en tu cuarto dulce de persianas bajadas hasta que pierda la noción del tiempo y del espacio y todos los kilos que me sobran, yaciendo encadenado a la pata de tu cama, viéndote aparecer cada noche o lo que sea, con un traje de vinilo negro que te llega hasta el cuello, la cremallera plateada desde tu ombligo subiendo entre tus pechos, y tu látigo de siete colas, ven a mi vera y abofetéame fuerte, hazme acupuntura con tus tacones de aguja, arráncame los labios a mordiscos, ábreme el pecho con las manos desnudas y las uñas pintadas de rojo, y escupe dentro que para eso está mi pecho, que sin ti mi corazón no es más que una pieza sangrienta en la vitrina del charcutero, atrezzo de peli gore, ven, tú, destrúyeme, destrózame, acaba conmigo para siempre y de una vez por todas, tú, sí, tú, tus ojos, tu pelo, tu olor, te quiero, mi amor.

lunes, noviembre 13, 2006

Aquí unos amigos

Marta Espeso es la honestidad y la nobleza, pues para valorar justamente a una pareja es necesario mirar desde lejos, desde una atalaya donde la vista sea clara y diáfana y la mente no esté entorpecida por el amor o el desamor, por el rencor o la ausencia, hay que mirar atrás cuando ya hace tiempo que la sociedad se ha disuelto, y todo ha acabado, y ya solo resta de ella el recuerdo. Resulta tan difícil ser una buena ex como una buena novia y ella fue y es bien ambas cosas, cosa que poca gente puede decir. Marta Espeso me gusta porque cada vez está más guapa y por su sonrisa franca y por la risa fácil con la que ríe todas mis gracias, así que quedo con ella para tomar unas copas –nosotros no quedamos para tomar café- y felicitarle su vigésimo sexto cumpleaños -cómo hemos crecido, quién lo iba a decir, si a nosotros eso no nos iba a ocurrir nunca-, y resulta que ella además se ha citado paralelamente con otros dos amigos de esos de toda la vida que en realidad no ves nunca y que curiosamente son los dos que ya se han casado, qué fuerte. Perti es un hombre grande en todos los sentidos y un cachondo, recuerdo cuando de más jóvenes aseguraba que él jamás caería en la garras de una mujer mientras que los demás, pringaos, estábamos minuciosamente emparejados, echando por tierra, según él, nuestra juventud y nuestra independencia. Poco duró su soltería militante y finalmente fue el primero en casarse e incluso en tener un hijo, así que ahora es padre –un buen padre, se le nota en la mirada y en la palabra, ya tan distintas a las que antes eran- y me cuenta acodado en la barra del bar sus flamantes teorías sobre la paternidad, algunas muy acertadas y otras hilarantes. Aprovecho para saludarle desde aquí ya que he comprobado con alegría que es un fiel seguidor de este vuestro humilde blog. Bea, la otra amiga que acudió a la cita, es la inocencia hecha carne y hecha hueso, como un petit suisse, y se ha casado recientemente con un apuesto joven de tez morena; por lo demás sigue tan despistada y cariñosa como siempre y valoro en ella la ternura y que se nota que me quiere, y creo que es encantadora la forma en la que trata de que no me aburra y de que me integre en la conversación cuando yo me despisto un instante y me pongo a beber como un mandril y canturrear las canciones que suenan en el garito.

Pero dejemos ya de chuparnos las pollas.

Se levantó de nuevo el indómito y admonitorio dedo índice de la mano derecha mi Tía Vicen, ése con el que tantas veces me ha enseñado o regañado o señalado o acusado, y me dijo que no sabe qué pinto yo viviendo solo en Madrid, sin familia ni nada. Yo le digo que vivo con amigos, que no estoy solo Tía Vicen, y ella me dice que no me puedo fiar de los amigos, que lo que cuenta es la familia. Esto es comprensible porque ella tiene pocos amigos y mucha familia y vive rodeada de ella por todos los flancos. En cambio la actitud de la familia conmigo ha tomado dos caminos, salvo muy honrosas excepciones: o se ha establecido una relación de mutua indiferencia o se han muerto. Lo cierto es que la familia es neurótica, sucia y problemática porque dentro de ella las personas se pierden el respeto y no existe ninguna censura a la hora de juzgar, criticar, sopesar, opinar, ponderar, insultar o ejercer cualquier tipo de poder o de chantaje. Todos se creen con derecho a todo. En cambio, en las sanas relaciones amistosas, que son más o menos voluntarias y elegidas, se respeta mayormente al individuo y no se habita en una jungla de intereses creados; así pues han sido mis amigos los que siempre me han apoyado, guiado y comprendido, los que más han contado conmigo y mejor me han aceptado, sin que por ello tuviese que afeitarme las patillas o cambiar de hábitos o de posturas políticas o filosóficas, y aunque desaprobasen, en su fuero interno, mis actos. Que duren.

Un beso.

jueves, noviembre 09, 2006

Vuelta y vuelta

Dicen que todo viaje exterior implica un viaje interior, eso yo no lo puedo asegurar, pero quién sabe, ocurren cosas tan extrañas en este mundo...; lo cierto es que en ésta mi enésima visita a Asturias -ahora con motivo del madrileño puente de La Almudena- pude comprobar de nuevo y casi elevar a la categoría de enunciado científico, que todo viaje por la meseta castellana es un viaje coñazo y sigo sin entender dónde los poetas de principios del siglo pasado le veían la belleza a los campos de castilla, lugar inhóspito a medio camino entre una manta de patchwork y el desierto de Gobi. Lo mejor del viaje a través de la comunidad de Castilla-León, anyway, son las pelis que proyectan en el autobús -jackie chan, jean claude van damme, meg ryan y otros filmes de calidad, tampoco es plan de pedirle al viajero que piense-, el pueblo hundido del pantano de Caldas de Luna, León -que se puede ver gracias a la tan poco comprendida sequía- y la parada en Villalpando, un pueblo situado en la justa mitad de la nada zamorana y que consiste, básicamente, en una estación de servicio de precios desorbitados, un cuartelillo de la guardia civil y un prostíbulo que siempre fantaseé con visitar, ya saben, para hacer más agradable la espera.

Llego a casa, le doy un beso a mi dulce madre y después un abrazo -ella se sube a un escalón para alcanzarme-, dejo la mochila, me deshago de mis urgencias en el baño y le enseño a mamá el libro donde sale un relato mío, y mamá me dice que muy bien, que vamos mejorando, que por fin un libro como Dios manda y no tanta revista subterránea. Satisfecho con el diagnóstico de mi progenitora sobre mi carrera literaria voy a la cocina y vuelvo a comprobar que el frigorífico de una mujer sola es siempre un electrodoméstico triste. Espárragos, queso fresco, algo de fruta, finalmente descubro en el corazón de la nevera unos gramos de jamón serrano cortado fino y pequeño, más hermoso que un amor adolescente. Y mientras saboreo el jamón -uno siempre puede saquear impunemente la despensa de una madre y si no es que no es una madre si no un monstruo desviado o una impostora- pienso en las que serán mis ocupaciones durante el fin de semana y me topo con el vacío más absoluto pues ya todos mis amigos viven fuera de esta región bella y abandonada como una mujer mitológica, y los pocos que quedan -dos o tres- están demasiado ocupados con sus vidas provincianas -sin que provinciano sea un calificativo despectivo, Dios me libre- como para hacerme mucho caso. Al pasear por las calles Oviedo de nuevo, al anochecer -cae la noche ya temprano-, veo a una banda de gaiteros rodeados de una muchedumbre que recibe a Bill Gates de visita por nuestra ciudad, y me encuentro a una conocida en pie, sola, apoyada en una esquina y charlo un poco con ella y me explica lo de Bill, la muchedumbre y los gaiteros; de vuelta a casa me invaden los pensamientos crepusculares: voy descubriendo que esto es ya más un escenario vacío o una escenografía de cartón piedra de lo que fue, una vez, hace tiempo, el teatro alegre y doliente de nuestras jóvenes vidas, pero que ya no es nada, pues nos hemos ido los actores y hasta el apuntador, y que la memoria, como bien sabían los antiguos, no reside entre las neuronas, sino en los lugares y en los olores, y cada calle, cada plaza, cada esquina me provoca el vómito de los recuerdos, incluso algunos que creía enterrados y olvidados, y descubro también que ya casi no me pongo triste, ni nostágico, ni filosófico y cavilante, si no que ya no siento nada al regresar, no como al principio cuando huí de aquí, cuando cada viaje de vuelta me sumía en la reminiscencia y en la poesía.

Hoy en día es todo como muy light. Como el contenido de la nevera de mamá.

Mañana visitaré a mi tía. Yo he venido aquí a hacer las cosas bien.

lunes, noviembre 06, 2006


Esto va de la eterna lucha entre la realidad y el deseo, y de las sábanas pegajosas los lunes por la mañana. Maldigo este otoño que vosotros, románticos ilusos, esperabais impacientes para vestir vuestras boinas y vuestras bufandas y pasear cabizbajos por los parques. Déjense de tonterías, por favor: el otoño ya es real y me corroe como un parásito secreto y llena con desánimo y desidia el hueco que deja . Las nubes están tan bajas que parece que puedo estirar el brazo y tocarlas con la yema de los dedos, después de levantarme.


Hago la compra antes del almuerzo y decido que quiero dirigir ese nuevo Mercadona –el segundo- que han inaugurado recientemente en el barrio. Amo su distribución ideada por un constructor de laberintos y su color verde bosque y su iluminación austera y acogedora y sus suelos brillantes y la sección de bollería construida en madera. Mercadona mola porque es proletario y andaluz, pero no es como Día o Lidl, donde las cajeras parecen sucias expresidiarias y donde piensan que los pobres, por ser pobres, han de comer mierda y elegir esa mierda de entre cajas de embalaje. Tal vez con una licenciatura universitaria me hagan encargado directamente, como pasa con los inspectores de policía, que, según dicen, no tienen que pisar la calle ni vestir uniforme.

Por lo demás, y como viene siendo habitual, he pasado el fin de semana en lugares que no existen, en espacios que no pertenecen a este mundo sino a otros, múltiples, psicotrópicos, nocturnos y matinales. Desde allí les envío esta foto, llena de misterio y de mal rollo.

viernes, noviembre 03, 2006

Anal intruder (el despertar de los sentidos 2)

Aunque hoy en día estoy dispuesto a cualquier arriesgada exploración en pos de mi Punto G, de aquella aún consideraba mis entretelas anales como un lugar sacro y, sobretodo, impenetrable; así que imagínense la turbación y el desasosiego cuando mamá aparecía con aquella cosa blanca y sospechosa en la mano, te voy a poner un supositorio, decía, y yo pensaba que aquello que llevaba en la mano tal vez no me cupiese en la boca. Cuando me explicaba, seguidamente, el modo correcto de utilización de aquel pequeño y grasiento misil, mi negativa era ya rotunda y sin condiciones. Que no, que no, que eso yo no me lo meto por ahí. Así que, como no había manera de convencerme para que tomase una postura más abierta ante la realidad del supositorio, mamá decidía que mejor jugábamos al escondite, para pasar el rato y eso. Después de unos minutos de sana diversión buscándonos por la casa, bajo las camas y las mesas o dentro de los armarios –te pillé-, mamá proponía una feliz idea para mejorar el juego: jugaríamos desnudos. Así que yo me quedaba tal como mi madre me había traído al mundo y mamá se quedaba tal y como la abuela, que en paz descanse, la había traído a ella, mucho tiempo antes. Me tocaba entonces a mí contar la centena, muy pacientemente apoyado en la pared, con los ojos cegados por el antebrazo para no ver de ningún modo donde mamá se escondía y con el culo en pompa, y era en ese preciso momento cuando ella –veintinueve, treinta- se acercaba sigilosamente –cincuenta y siete, cincuenta y ocho- por la retaguardia – setenta y cinco, setenta y seis- sin hacer ni el más mínimo de los ruidos de este mundo – ochenta y tres, ochenta y cuatro- y aprovechaba para –noventa y cinco, noventa y seis- introducirme el torpedo de glicerina -¡cien!- a traición hasta lo más profundo de mi ser. No se lo creerán pero caí como un tonto en este sucio truco materno en incontables ocasiones, hasta que finalmente, como un animalillo de Pavlov, aprendí la lección. Desde entonces no confío ni en mi propia madre. Y tengo el recto engrasado.