Crees conocer una ciudad pero no conoces nada. Se puede comprobar en Google Earth: la superficie accesible al humilde ciudadano es un porcentaje mínimo: sólo están la calles. Pero luego, entre el laberinto de las calles, están los edificios y no sabemos qué contienen, quién vive ahí y por qué, cuanto pagan de alquiler, cuánto duermen, con qué sueñan, a quién, al despertar, desean: quiénes son. Y hay corralas con la ropa tendida y las voces de ventana a ventana se trenzan en las prendas húmedas, y los patios de luces sin luces, y los pasos de cebra sin cebras, y las canchas de los colegios, y los jardines internos de los monasterios donde salen a pastar las monjas. ¿Quiénes son las monjas?
Las piscinas de los complejos residenciales y esos espacios indeterminados de la periferia que no tienen nombre ni dueño, en los que se amontonan los hierros oxidados contra las malas hierbas y los violadores contra sus víctimas. Y los espacios ocupados por antenas e instalaciones eléctricas, y parabólicas y chimeneas y tuberías. Espacios anónimos de la ciudad a los que no tenemos acceso. Sólo conocemos, además, un tiempo de la ciudad, éste en el que vivimos. Pero en esa casa donde vives (o donde crees que vives) han vivido generaciones y generaciones de personas diminutas como tú que han paseado en los mismos bulevares, entre los mismos álamos, en días como hoy en los que muerde el invierno, y después se han muerto. Crees conocer una ciudad pero no conoces nada.
Crees conocer a una persona y sólo conoces su piel, sus manos, sus costumbres. Conoces su dirección postal y su número de móvil, su contacto en el Facebook y su marca de tabaco. Sabes lo que hace en días laborables y algo mejor lo que hace en los festivos. Conoces algo de su historia contada por su boca o por algún álbum de fotos amarillo, pero nunca estuviste ahí para saberlo. Sabes lo que dice que piensa pero no lo que piensa a oscuras, por la noche, cuando todo está en silencio y no llega el sueño. Oyes las palabras que te dice, pero no las que se dice a si misma en su cabeza. Crees conocer a una persona, pero no conoces nada.
Crees conocerte a ti mismo pero sólo conoces la piel del pensamiento. Y ¿quién de todas esas voces que resuenan muy adentro de tu cráneo eres tú? El cerebro es un intrincado laberinto del que van saliendo cosas al azar. Y ni siquiera puedes recordar todo lo que has visto o has vivido, y también están los sueños, qué misterio, que a saber de dónde salen y qué significado tienen, si es que al final tienen alguno y no es la propia descoordinación de la memoria. O las veces que perdemos el control y sale la bestia. O tantas noches sin ni siquiera ser tú mismo, ebrio de oscuridad y algunas lucecitas.
Crees conocerte a ti mismo y no conoces nada.
miércoles, enero 27, 2010
jueves, enero 14, 2010
Acróbata y nocturna
Caótica y perfecta,
acróbata y nocturna:
amo a esta ciudad enferma.
Lamo su áspero asfalto,
a cuatro patas,
y palpo la grietas de su cielo herido.
Esta ciudad se sobrepasa a si misma
y se desborda.
La amo como un perro.
Esta ciudad no es solo la suma
de las cosas que contiene
(las personas, los mendigos,
los agujeros negros del techno,
una colección completa de delirios)
Es la suma de todo eso y algo más:
esta ciudad es una bestia horrenda
que me engulle al atardecer
y que devuelve
-delicada-
mi cuerpo desvalido
al alba.
Oigo su respiración ronca,
sus latidos,
se levanta furiosa sobre dos patas,
vibra mi miedo,
clava sus garras.
Caótica y perfecta,
acróbata y nocturna
amo a esta ciudad invertebrada.
Madrid:
quiero follármela.
acróbata y nocturna:
amo a esta ciudad enferma.
Lamo su áspero asfalto,
a cuatro patas,
y palpo la grietas de su cielo herido.
Esta ciudad se sobrepasa a si misma
y se desborda.
La amo como un perro.
Esta ciudad no es solo la suma
de las cosas que contiene
(las personas, los mendigos,
los agujeros negros del techno,
una colección completa de delirios)
Es la suma de todo eso y algo más:
esta ciudad es una bestia horrenda
que me engulle al atardecer
y que devuelve
-delicada-
mi cuerpo desvalido
al alba.
Oigo su respiración ronca,
sus latidos,
se levanta furiosa sobre dos patas,
vibra mi miedo,
clava sus garras.
Caótica y perfecta,
acróbata y nocturna
amo a esta ciudad invertebrada.
Madrid:
quiero follármela.
viernes, enero 08, 2010
Su cuerpo era un tren de mercancías, su cuerpo
era un hongo nuclear, su cuerpo era las nubes, las tardes
de domingo, el olor a gasolina, la ansiedad.
Su cuerpo
era una gota de rocío en un ortiga, su cuerpo era un yunque
y un martillo, su cuerpo era una pista de despegue,
su cuerpo era otro cielo, un vertedero, el filo de una espada,
un pétalo cayendo en espiral hacia un abismo. Su cuerpo
era un supermercado de descuento, su cuerpo era un narcótico,
una constelación de pecas al azar, su cuerpo era la barra de un bar
de última hora mordiendo la mañana, los planetas
giraban alrededor, y toda la galaxia,
y todo el Universo, su cuerpo
era el eje del Cosmos conocido, y la energía oscura,
su cuerpo suplía la ausencia de un mal Dios.
No se si me he explicado: su cuerpo lo era Todo.
Mi cuerpo,
sin su cuerpo,
ya no es Nada.
era un hongo nuclear, su cuerpo era las nubes, las tardes
de domingo, el olor a gasolina, la ansiedad.
Su cuerpo
era una gota de rocío en un ortiga, su cuerpo era un yunque
y un martillo, su cuerpo era una pista de despegue,
su cuerpo era otro cielo, un vertedero, el filo de una espada,
un pétalo cayendo en espiral hacia un abismo. Su cuerpo
era un supermercado de descuento, su cuerpo era un narcótico,
una constelación de pecas al azar, su cuerpo era la barra de un bar
de última hora mordiendo la mañana, los planetas
giraban alrededor, y toda la galaxia,
y todo el Universo, su cuerpo
era el eje del Cosmos conocido, y la energía oscura,
su cuerpo suplía la ausencia de un mal Dios.
No se si me he explicado: su cuerpo lo era Todo.
Mi cuerpo,
sin su cuerpo,
ya no es Nada.
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