Estaría bien descuartizarte y comprobar que la belleza más perfecta habita solitaria en el interior de las personas y no en su profanada superficie; y que no existe nada más hermoso que una pareja de riñones en su jugo o la masculina solidez de un hígado cirrótico. Ven, no tengas miedo, toma mi mano que yo ya tomo con la otra un cuchillo de cocina: te partiré finamente en mil trocitos como tú te merecías y no habrá después pesabumbre ni tristeza pues nadie se marchita por un montón desordenado de fragmentos de otro cuerpo. Nadie llora, amor, al sumergir un hueso en un puchero y no hay luto ni dolor en el rostro curtido del charcutero.
viernes, diciembre 29, 2006
Cachito
Estaría bien descuartizarte y comprobar que la belleza más perfecta habita solitaria en el interior de las personas y no en su profanada superficie; y que no existe nada más hermoso que una pareja de riñones en su jugo o la masculina solidez de un hígado cirrótico. Ven, no tengas miedo, toma mi mano que yo ya tomo con la otra un cuchillo de cocina: te partiré finamente en mil trocitos como tú te merecías y no habrá después pesabumbre ni tristeza pues nadie se marchita por un montón desordenado de fragmentos de otro cuerpo. Nadie llora, amor, al sumergir un hueso en un puchero y no hay luto ni dolor en el rostro curtido del charcutero.
jueves, diciembre 28, 2006
Centollo!
martes, diciembre 26, 2006
?
Que la memoria es mentira y es mentira que viví mil años enredado como un títere en los finos hilos de la noche y que sucumbí una mañana de hielo al embrujo mágico de las palabras. Que los recuerdos no son algo resuelto y acabado sino que permanecen en constante revisión y que he llegado a recordar mentiras cien veces repetidas y hechos que nunca tuvieron lugar. Que la reminiscencia tiene la calidad de la fantasía o de la ficción y que tal vez todo aquello nunca ocurrió. Y que a veces sobreviene el olvido y hemos de enterrar a las caras y a las cosas y a los nombres de las cosas en cementerios sin nombre dentro de ataudes pequeños y blancos, que es como se debe de enterrar a los recuerdos. O quitarnos la vida arrojándonos a las espinas de un rosal.
sábado, diciembre 23, 2006
Seis años de trayectos Asturias-Madrid y viceversa en autobús dan para mucho, y puedo asegurar que yo no sería el mismo si no fuera por las personas que han viajado conmigo y que me han servido como modelo en tantos viajes. Modelos a no seguir, claro, como Pascual Duarte. El viaje de ayer fue, aún así, bastante notable teniendo en cuenta la extrema densidad de personas que había en el autocar y su delirio prenavideño. La que más me incomodó, sin duda, fue esa vieja que viajaba detrás de mí gritando periódicamente como una hiena histérica a un interlocutor telefónico que debía de ser su hijo tonto o su marido. Las señoras mayores van por ahí avasallando como si el mundo se acabara mañana: tratan de saltarse todas las colas, te sacan los ojos con el paraguas en los días de lluvia y comen pasteles compulsivamente los domigos después de salir de misa. Son precisamente los párrocos los que les dan su fuerza y su coartada moral todos los fines de semana desde los púlpitos y luego ellas se pasean toda la semana con el mismo gesto altivo que debía de lucir Napoleón subido a una colina antes de ser derrotado en Waterloo. Yo, en cambio, ayer me sentía un poco Pessoa, un poco Sábato y un poco Naranjito, por aquello de que tengo mucho jugo y me sentía especialmente ácido, y también porque somos casi casi de la misma quinta, qué coño. Aparte de la vieja chillona había dos chavales pijos un poco más jóvenes que un servidor que amenizaron el viaje con sus charlas sobre tetas mientras trataban de organizar un botellón telefónicamente. Ahora los hijos de la burguesía se dejan el pelo largo como Jose María Aznar, por aquello de que las greñas no son solo patrimonio del progrerío y la roja y gualda es para todos los españoles. Odio a la Derecha no solo por sus ideas, sino también por los argumentos que utilizan para defenderlas, por su discurso zafio y por su idiosincracia estética. Mariano Rajoy es transexual y sus segundos de abordo, Acebes y Zaplana, parecen dos mafiosos de película o dos Legionarios de Cristo, que es lo que en realidad son, es decir, ultraderechistas peligrosos. A la Derecha hay que calumniarla incluso con las mayores mentiras -aunque ni siquiera es necesario y yo solo he dicho una: adivinen-. Lo que realmente mola son las ministras socialistas que siempre tienen sus mejores ideas cuando departen informalmente con los periodistas. El otro día una dijo que el movimiento okupa era un movimiento cultural y una forma alternativa de vida, así que infiero que en su juventud visitó los squats holandeses y londinenses y buscó la playa bajo los adoquines o, en versión más cañí, corrió delante de los grises. La otra dijo que deberían prohibir la muerte del toro en las corridas y no puedo estar más de acuerdo con ambas cosas, lamentablemente sus compañeros de partido pronto desmintieron que éstas fueran declaraciones institucionales. He de decir además que yo, como soy muy guerracivilista, estoy a favor de la memoria histórica y de abrir otra vez la brechas del pasado y abrir las tumbas y las fosas comunes de los arcenes de todas las carreteras regionales de España y de que haya guerras fraticidas, que queda todo como más dramático y luego da para producir novelas y películas durante un par de siglos, con todos los beneficios que eso le reporta a nuestra cultura. Ah, y no trato de ser irónico. En serio.
El asco que me produjeron la señora y los pijos fue compensado por un un hombre madurito e interesante que leía a Houllebecq en el asiento de delante y, sobretodo, por el conductor que, aunque llegó una hora tarde por el atasco tenía tal labia cuando hablaba por el micrófono que, tras su última intevención ya en las puertas de Oviedo, recibió una increíble ovación de parte de todos los viajeros. Fue un momento tan emocionante y exaltado que estuve a punto de llorar de alegría, pues hacía tiempo que no vivía nada tan hermoso. Cuando llegué a casa mi madre se había olvidado de dejarme la llaves debajo del felpudo -ya ven, con esas andamos- así que me refugié en casa de la TiaVicen, que aprovechó para amonestarme un poquito, lo habitual, y que me dejó ducharme el cuerpo humano. Después fui de cena con los amigos-de-toda-la-vida y continuamos comprobando como nos hacemos mayores. La noche acabó, como es norma, en los bares más modernos de la ciudad, donde bebimos como macacos y constatamos de nuevo que, aunque ya no vivamos aquí, seguimos siendo algunas de las personalidades más populares y atrayentes de la noche carbayona.
jueves, diciembre 14, 2006
Objetos perdidos
Butch Dillinger abre los ojos después de seis horas de sueño. Ella ya se ha levantado, tal vez unos minutos antes, y corretea alegre por la casa: abre las ventanas y entra el aire fresco, enciende la computadora y un cigarrillo. Butch abandona la cama y la busca para darle un beso y los buenos días. "Hace soool" dice ella mostrando una enorme sonrisa. Butch le mira los dientes y también sonríe, después preparan dos tazas de café en la cocina inundada de luz y las toman en silencio. Ella está en bragas, distraída, él observa sus piernas, su vientre, sus pechos. Tiene la piel dorada. Le gusta, le encanta. Cuando ambos terminan con el café, Butch posa su mano sobre el muslo de ella y suena un ligero chasquido: "hazme el amor", le dice separando muy poco los labios, susurrando en su oído; y de pronto en su cabeza ya está ella saltándole encima como una pantera y las llamas surgiendo entre sus cuerpos; él la muerde en cada recoveco, ella le quita la ropa desesperada, y ya son una maraña caliente de carne, aliento y sudor; todo esto en su cabeza, claro.
martes, diciembre 12, 2006
Zevilla. Puente. Ozú.
Sevilla tiene un color especial, como las paredes naranjas del diáfano salón de Rafita, excompañero de piso y amigo que acogió en su hogar al grueso del grupo. Los otros se hospedaron en las dos casas de Virginia, amiga y excompañera de piso, a la que pillamos en mitad de un traslado de un pequeño piso moderno y luminoso a una casita con dos plantas y jardín, en la que el último día celebramos una de esas fiestas matinales que tan bien se nos dan, acompañados de nativos de dudosa procedencia, que acabó en doble desastre, primero con la vecina que rozó el delirio con sus quejas a un impertérrito Guillermo que aguantó el chaparrón por todos nosotros, en plan Jesucristo, y más tarde con el anterior inquilino de la casa –y también amigo- que volvió por sorpresa y encontró a una pareja desnuda en el salón (a la que le arrebató la manta que les tapaba) y toda la basura que se produce en este tipo de reuniones cubriéndolo todo, y que llegó finalmente, en un ataque de ira, a intentar agredir a la nueva inquilina, Virginia, que tras éstos incidentes decidió llamar a la casera –madre del exinquilino a la sazón- y renunciar a ocupar la casa, que, por otra parte, era estupenda. Una lástima.
Pero dejemos los detalles sórdidos y vayamos a lo que importa: el sano compañerismo que desplegamos por las serpenteantes calles de Sevilla, que recorrimos incansables como hacendosas hormigas, el trazado laberíntico de la ciudad, los callejones tortuosos de la zona vieja –algunos tan estrechos como el pasillo de mi casa, otros ciegos, sin salida, otros con un bakala al fondo- que alivian del calor en verano y son herencia de la época árabe y judía -aunque hoy en día están plagados de imágenes cristianas por doquier-, la religiosidad de los sevillanos, el mercadillo de chatarra cercano a la Alameda y el yonqui esquizofrénico tratando de vender un traje de novia, el desvarío estético de los señoritos sevillanos de clase alta acudiendo a una boda, las toneladas de tapas y vinos que degustamos en numerosas tascas y terrazas –con mención especial a esa Bola Picante traída del mundo de la fantasía-, y los múltiples lugares de los-que-hay-que-ver que visitamos como buenos turistas: la giralda, la torre del oro, el parque de Maria Luisa, y la Plaza de España, donde cada uno se fotografió delante de los azulejos que allí hay representando a cada región española. También nos dedicamos, como digo, al ocio nocturno y a nuestras peculiares eucaristías, y el viernes nos embarcamos en la ardua empresa de ir a ver pinchar a James Holden –el niño prodigio de la electrónica de hoy en día- a una discoteca periférica de la ciudad, todo un viaje psiconaútico y danzístico que desembocó en la fiesta matutina antes mencionada y que nos llenó a todos y cada uno de nosotros de gozo y zozobra sensual.
La vuelta, que se alargó más de lo esperado por el atasco de la Operación Retorno, pero que pasé agradablemente leyendo los suplementos dominicales de los periódicos, nos sorprendió con la profunda pena por la muerte de Lauren Postigo, que siempre me había caído bien por su melena leonina y su evidente bondad, pero sobretodo por la boda zulú que celebró hace unos años y que me produjo una mezcla de hilaridad y admiración –aquel tanga- y la alegría por la muerte del general Pinochet – a pesar que se escaqueó de ser juzgado un fascista cadáver siempre le alegra a uno la jornada-, que daba mucho miedo sobre todo cuando llevaba gafas de sol y bigote y que con la ayuda de la CIA y el secretario Kissinger –responsable de todos los desastres latinoamericanos y todavía activo en la sombra- masacró a miles de chilenos y acabó con el que fue, probablemente, el proyecto socialista más prometedor de entre todos los que se ensayaron en aquel castigado continente. Ya saben, socialismo o barbarie.
martes, diciembre 05, 2006
No me eche de menos
- No te preocupes. Ya pasará - le digo yo.
Él dice que no, que no las tiene todas contigo. Está preocupado. También me dice que yo debería salir más, que no puedo estar aquí todo el tiempo.
- No será para tanto - le digo fingiendo una sonrisa y rellenando su vaso de vino.
- Pues deberías comprarte un animal de compañía o algo -dice él.
- ¿Para qué? Tendría que darle muchos cuidados. Mira, tengo un molinillo -y señalo al balcón- No tengo ni que pasearle. Solo ponerle un poco de grasa.
Además no es cierto que no salga nunca. Voy al mercado a comprar carne y verduras. Me cae bien la gente del mercado, siempre están contentos y hablan mucho. He aprendido nuevas recetas. Cocinar no es tan difícil, el mecanismo es siempre el mismo. Me salen cosas ricas, lo único que no me gusta es que se invierte demasiado tiempo en preparar algo que luego me como en un momento. Tengo tiempo, de todas formas, eso me sobra. Y es que yo como muy rápido, siempre me lo dice mi hermana. Cuando hablamos por teléfono prometo invitarla a cenar alguno de los nuevos platos que he aprendido a cocinar. Pero luego nunca me acuerdo. Está bien mi hermana, acaba de sacar unas oposiciones para profesora de secundaria. No sé si podrá con los chavales, a esas edades son tan rebeldes y ella tiene tan poco carácter que se la van a comer. Además dice que ahora quiere tener un niño, le ha dado fuerte. Ya lo estoy viendo: empezará a trabajar y enseguida tendrá que pedir la baja por maternidad. Tal vez yo debería tener hijos, al menos para dejar constancia de mi paso por aquí, ya me estoy haciendo mayor. No me lo imagino, los niños son tan ruidosos y esta casa parece sumergida en un silencio perfecto (excepto por el chirrido del molinillo, tengo que engrasarlo). De todas maneras no tengo con quien criarlos, así que da igual. A ver si la veo un día de estos, a mi hermana. Podríamos ir a pasear por el parque. Yo a veces lo hago cuando en días soleados, pero también si está nublado y feo. Me siento en un banco y leo durante unas horas. Cuando el sol se hunde me acerco al mirador y ahí está la ciudad oscurecida y el cielo morado y luego naranja y las nubes teñidas de estos colores. Y mientras el sol se esconde lentamente yo busco formas en las nubes, aunque es mentira que sea fácil encontrarlas. Yo hace tiempo que no veo una cara o un dragón en una nube. No sé, quizá sea el cambio climático, hace que ocurran cosas raras en el cielo. O tal vez que mis ojos ya no están para estas cosas, tengo los ojos viejos y la inocencia rota. Cuando ya está todo oscuro y las farolas encendidas vuelvo a casa y me siento en el sofá después de comer algo y me miro las manos y canturreo algo. El cristal de la ventana me devuelve el reflejo de mi cara y pruebo a sonreír. Lo único que cambia en mi gesto es la boca, los ojos se quedan lo mismo, la mirada permanece igual, solo sonríe mi boca. Quisiera sonreír de otra manera. Me gustaría ser honesto con mi sonrisa. Sonrío como quien sale en una foto.
Algunas noches, ¿sabe?, las paso pensando en usted. Pienso: ¿qué tal le irá? ¿donde estará ahora? Pero no se preocupe, no me eche de menos, como ve todo va bien por aquí. Tal vez un día me asome al balcón y la vea caminando por mi calle. Si usted algún día pasa por aquí y decide mirar hacia arriba y no me encuentra asomado al menos podrá ver el molinillo que tengo ahí colocado, es bonito como una flor alegre y excesiva, puede que ya lo haya engrasado, estoy seguro de que le gustará. Tal vez en ese momento yo también lo esté mirando desde dentro, oculto en la luz amarilla, sentado en el sofá, así que no se preocupe, no me eche de menos, como ve todo va bien por aquí.
viernes, diciembre 01, 2006
Miedo
Escruto estos días polisémicos con mano temblorosa, inocente como un ciervo herido, como un niño, y no encuentro la estructura, la cadencia: no hay sentido.
Constato cada día minucioso en el espejo cada marca, cada línea esculpida por el tiempo en la fría superficie, y hay un hombre, como todos esos hombres que caminan por las calles encorvados con paraguas -ya no un niño-, que me observa con dos ojos que son cuervos escondidos en la cueva y no comprende.
Miradme ahora, tan patético: tratando vanamente de ocultar este miedo a los relojes. Tendiendo esta cortina con las manos que algún día serán huesos.
martes, noviembre 28, 2006
A ella le gusta la gasolina
Si viniera ahora tendría miedo, si viniera ahora tu mano desde la lejanía –esta noche es un páramo sin horizonte- y la yema de tu dedo tentase mi hombro y mi nuca, si notase tu aliento naranja meciendo mi cuello me asustaría. Cómo se ha escapado el tiempo: mi piel se ha vuelto gris y está fría, una fina capa de escarcha recubre mi cuerpo. Si acudieras a mi alcoba esta noche me encontrarías acurrucada y temerosa, mi cuerpo enterrado bajo la manta intentando reunir algún resto del calor que te llevaste, zozobrante, como un animal escondido en la madriguera, mi cuerpo es un animal que espera. El miedo acechando en los bordes de mi lecho, también el sueño…
El sonido del tren quebró el cielo y hoy la ciudad ha amanecido furiosa, violenta, despeinada por el viento; un sol recién nacido cegado por las nubes. Desde la ventana de veo a un hombre gris que dobla aquella esquina. Hay también un periódico que vuela entre los cubos de basura, y hojas secas, y un niño con chubasquero de la mano de su madre, y otro niño que hace pucheros porque no quiere ir a la escuela, y coches que pasan muy rápido, rugen y pitan. Hay también una estación y un tren –vacío- que se va. El café frío entre mis manos te devuelve a mi cabeza, y me doy cuenta de que no viniste anoche, de que no vienes nunca, de que nunca regresaste.
Te esperaba anoche asaltando mi ventana, embozado en lo oscuro y supurando combustible, esperaba tus pasos acercándose a mi cama y tu cuerpo oliendo a gasolina. Todo el día he pasado asomada, sin dejar ni un solo instante de vigilar la calle que conduce hasta mi puerta y tiritando. Que te vengas, digo, que vuelvas y derritas el hielo de mi entraña, no queda otro remedio. Ven, hombre del Este, vestido de naranja y con una bombona en cada hombro, se acabo el butano hace tres días y desde entonces lo único que arde en esta casa es mi entrepierna.
sábado, noviembre 25, 2006
Manifiesto Malayo
A mi la Operación Malaya siempre me ha fascinado, desde que un buen día salió de la brillante cabecita de algún juez estrella o de un guionista venezolano. Y mola, aparte de por ese nombre tan exótico - tan de libro de viajes por Indochina, tan de prostíbulo tailandés, tan de las aventuras del capitán Richard Burton-, porque es una síntesis hegeliana en toda regla, esto es, la última fase del proceso dialéctico en el que un concepto y su contrario se funden en uno solo y se superan a sí mismos, en el caso que nos ocupa el corazón y la política, facetas de esta vida moderna que siempre andaron a la gresca y se posicionaron, de alguna manera, como polos opuestos: la política para la gente seria y lo rosa para las marujas, los debates políticos en la tele muy temprano o muy tarde (pues el resto del día los hombres comprometidos los pasan trabajando en sus oficinas) y los del corazón durante el resto de la jornada, cuando las amas de casa hacen las camas y limpian ventanas. Así que, como digo, llegó la Operación Malaya e hizo un revoltijo con temas tan fundamentales para la actualidad como la política municipal marbellí, la corrupción, la especulación inmobiliaria, el deterioro medioambiental de las costas malagueñas y los líos de faldas de la Pantoja; todo ello trufado de personajes de lujo: la propia Isabel -que reina en solitario desde la desaparición de la muy llorada Rocío-, Julián Muñoz y sus aventuras sanito-carcelarias, la rubia del PSOE, el fantasma de Gil siempre presente y volviendo del más allá cabalgando a un espectral Imperioso y hasta la ex de Julián que últimamente se ha revelado como una cocainómana de pret-a-porter. Y todo esto viene que ni pintado para estos tiempos tan posmodernos, tan de mestizaje y de todo vale y Dios a muerto, porque, digo yo, si la gente mezcla un inmaculado flequillo sesentero a lo peli de Nouvelle Vague, con la bambas all star de los Ramones, una blusa floreada toda jipi y esos pantalones de pitillo que ahora causan furor cuando hace un par de años, cuando solo los llevaba nuestro vecino el jevi, eran objeto de mofa e hilaridad, si se hace eso y se crea la ópera chill out, el tango trip hop, el flamenco fusión, el electrochotis y el hard pasodoble, si todo es ahora un sindiós de neo's, y post's y trans's y todo eso, ¿por qué los columnistas de los periódicos, los analistas políticos enfundados en sus trajes gris marengo y en esos pelos engominados que de seguro no les dejan pensar, se llevan las manos a la cabeza escandalizados por esta banalización de la política y desubstanciación de los grandes temas?
¿Acaso no se han leído La Sociedad del Espectáculo? ¿No enseñan ya este libro en las escuelas?
Lo cierto es que, como todos los grupos de poder, lo único que tratan es de mantener su posición ayudados, sobretodo, por un abstruso lenguaje alejado del pueblo (las marujas) y presentando su actividad a las masas como una disciplina más gris que sus trajes y más rígida que sus peinados, así los poderosos camparan a sus anchas, como siempre ha sido y será. Lo mismo ocurrió cuando los famosos dejaron de ser famosos por sus actividades artísticas o profesionales para dejar paso al nuevo famoso postmoderno, que apareció con gran estruendo y sonido de fanfarrias como el superhombre nietszchiano o el nuevo hombre soviético: el famoso profesional que es célebre gracias a su frikismo o simplemente a su voluntad y patetismo, véase el fenómeno del tamarismo, de gran interés desde el punto de vista de la teoría de la cultura y la sociología modernas. La democratización de la fama, señores. Fue entonces cuando los famosos de toda la vida, viendo peligrar sus plácidas poltronas, comenzaron una intensa labor de zapa y llegaron a convencer a gran parte de la sociedad y a mucha gente de buen corazón con la absurda idea judeocristiana de que la fama se gana con sudor y con trabajo, cuando todos sabemos que en el pueblo de nuestros abuelos el más famoso no era el más virtuoso sino la más puta o el más borracho o, mismamente, el tonto del pueblo.
Acerquemos, pues, el estrellato a la plebe, demos la vuelta a los focos y enfoquemos al gallinero, repartamos la gloria a cada uno según sus necesidades, que ya estamos hartos de esa prensa rosa del Hola y de las televisiones serias - Anne Igartiburu, Rosa Villacastín- donde solo se ocupan de aristócratas enseñando sus yates y monarquías europeas y viejas glorias musicales de paseo por el campo con sus niños y sus perros y de viejas burguesas enjoyadas que luchan contra el cáncer y de Pitita Ridruejo. Necesitamos un star system periférico y proleta -como dice Bigas Luna en Yo soy la Juani-, nuevas Belenes Estéban, más reality shows y más hijos del pueblo como Bisbal o Busta; y que el corazón sea como el Aquí hay tomate o no sea, que fabule y tergiverse, que mienta y destruya, y que ironice de esa forma incomparable, que sea el azote de los que viven del cuento. Va por vosotros. Salud.
martes, noviembre 21, 2006
me (di) vierto
que exista ahora tu mano, de repente, proveniente de lo oscuro y me agarre firme por la base de mi verga, y que entre yo en tu boca y emitas un sonido imperceptible, un gemido, una sorpresa, tus labios son ahora un anillo que me pongo en la entrepierna, más arriba, más abajo, bailando al compás con los dedos de tu mano en un dulce traqueteo que me vuelve delirante, y que sigas un buen rato, que me mires mientras tanto, y compruebes que consiento a ese dedo tan travieso que se mete por mi culo
y que sienta que algo viene, se aproxima sigiloso, en silencio lo primero, ahora fuerte, más potente, algo raro que procede de la nada, de la entraña catacumba y que sienta que ya emerge, que está cálido, que es caliente y que sienta que me vierto, que es extraño, y que dejo mi simiente en tu boca y en tus manos.
jueves, noviembre 16, 2006
Destruye
lunes, noviembre 13, 2006
Aquí unos amigos
Marta Espeso es la honestidad y la nobleza, pues para valorar justamente a una pareja es necesario mirar desde lejos, desde una atalaya donde la vista sea clara y diáfana y la mente no esté entorpecida por el amor o el desamor, por el rencor o la ausencia, hay que mirar atrás cuando ya hace tiempo que la sociedad se ha disuelto, y todo ha acabado, y ya solo resta de ella el recuerdo. Resulta tan difícil ser una buena ex como una buena novia y ella fue y es bien ambas cosas, cosa que poca gente puede decir. Marta Espeso me gusta porque cada vez está más guapa y por su sonrisa franca y por la risa fácil con la que ríe todas mis gracias, así que quedo con ella para tomar unas copas –nosotros no quedamos para tomar café- y felicitarle su vigésimo sexto cumpleaños -cómo hemos crecido, quién lo iba a decir, si a nosotros eso no nos iba a ocurrir nunca-, y resulta que ella además se ha citado paralelamente con otros dos amigos de esos de toda la vida que en realidad no ves nunca y que curiosamente son los dos que ya se han casado, qué fuerte. Perti es un hombre grande en todos los sentidos y un cachondo, recuerdo cuando de más jóvenes aseguraba que él jamás caería en la garras de una mujer mientras que los demás, pringaos, estábamos minuciosamente emparejados, echando por tierra, según él, nuestra juventud y nuestra independencia. Poco duró su soltería militante y finalmente fue el primero en casarse e incluso en tener un hijo, así que ahora es padre –un buen padre, se le nota en la mirada y en la palabra, ya tan distintas a las que antes eran- y me cuenta acodado en la barra del bar sus flamantes teorías sobre la paternidad, algunas muy acertadas y otras hilarantes. Aprovecho para saludarle desde aquí ya que he comprobado con alegría que es un fiel seguidor de este vuestro humilde blog. Bea, la otra amiga que acudió a la cita, es la inocencia hecha carne y hecha hueso, como un petit suisse, y se ha casado recientemente con un apuesto joven de tez morena; por lo demás sigue tan despistada y cariñosa como siempre y valoro en ella la ternura y que se nota que me quiere, y creo que es encantadora la forma en la que trata de que no me aburra y de que me integre en la conversación cuando yo me despisto un instante y me pongo a beber como un mandril y canturrear las canciones que suenan en el garito.
jueves, noviembre 09, 2006
Vuelta y vuelta
Llego a casa, le doy un beso a mi dulce madre y después un abrazo -ella se sube a un escalón para alcanzarme-, dejo la mochila, me deshago de mis urgencias en el baño y le enseño a mamá el libro donde sale un relato mío, y mamá me dice que muy bien, que vamos mejorando, que por fin un libro como Dios manda y no tanta revista subterránea. Satisfecho con el diagnóstico de mi progenitora sobre mi carrera literaria voy a la cocina y vuelvo a comprobar que el frigorífico de una mujer sola es siempre un electrodoméstico triste. Espárragos, queso fresco, algo de fruta, finalmente descubro en el corazón de la nevera unos gramos de jamón serrano cortado fino y pequeño, más hermoso que un amor adolescente. Y mientras saboreo el jamón -uno siempre puede saquear impunemente la despensa de una madre y si no es que no es una madre si no un monstruo desviado o una impostora- pienso en las que serán mis ocupaciones durante el fin de semana y me topo con el vacío más absoluto pues ya todos mis amigos viven fuera de esta región bella y abandonada como una mujer mitológica, y los pocos que quedan -dos o tres- están demasiado ocupados con sus vidas provincianas -sin que provinciano sea un calificativo despectivo, Dios me libre- como para hacerme mucho caso. Al pasear por las calles Oviedo de nuevo, al anochecer -cae la noche ya temprano-, veo a una banda de gaiteros rodeados de una muchedumbre que recibe a Bill Gates de visita por nuestra ciudad, y me encuentro a una conocida en pie, sola, apoyada en una esquina y charlo un poco con ella y me explica lo de Bill, la muchedumbre y los gaiteros; de vuelta a casa me invaden los pensamientos crepusculares: voy descubriendo que esto es ya más un escenario vacío o una escenografía de cartón piedra de lo que fue, una vez, hace tiempo, el teatro alegre y doliente de nuestras jóvenes vidas, pero que ya no es nada, pues nos hemos ido los actores y hasta el apuntador, y que la memoria, como bien sabían los antiguos, no reside entre las neuronas, sino en los lugares y en los olores, y cada calle, cada plaza, cada esquina me provoca el vómito de los recuerdos, incluso algunos que creía enterrados y olvidados, y descubro también que ya casi no me pongo triste, ni nostágico, ni filosófico y cavilante, si no que ya no siento nada al regresar, no como al principio cuando huí de aquí, cuando cada viaje de vuelta me sumía en la reminiscencia y en la poesía.
Hoy en día es todo como muy light. Como el contenido de la nevera de mamá.
Mañana visitaré a mi tía. Yo he venido aquí a hacer las cosas bien.
lunes, noviembre 06, 2006
Esto va de la eterna lucha entre la realidad y el deseo, y de las sábanas pegajosas los lunes por la mañana. Maldigo este otoño que vosotros, románticos ilusos, esperabais impacientes para vestir vuestras boinas y vuestras bufandas y pasear cabizbajos por los parques. Déjense de tonterías, por favor: el otoño ya es real y me corroe como un parásito secreto y llena con desánimo y desidia el hueco que deja . Las nubes están tan bajas que parece que puedo estirar el brazo y tocarlas con la yema de los dedos, después de levantarme.
Hago la compra antes del almuerzo y decido que quiero dirigir ese nuevo Mercadona –el segundo- que han inaugurado recientemente en el barrio. Amo su distribución ideada por un constructor de laberintos y su color verde bosque y su iluminación austera y acogedora y sus suelos brillantes y la sección de bollería construida en madera. Mercadona mola porque es proletario y andaluz, pero no es como Día o Lidl, donde las cajeras parecen sucias expresidiarias y donde piensan que los pobres, por ser pobres, han de comer mierda y elegir esa mierda de entre cajas de embalaje. Tal vez con una licenciatura universitaria me hagan encargado directamente, como pasa con los inspectores de policía, que, según dicen, no tienen que pisar la calle ni vestir uniforme.
viernes, noviembre 03, 2006
Anal intruder (el despertar de los sentidos 2)
martes, octubre 31, 2006
Técnicas masturbatorias
A veces a uno le sacan de los sueños suavemente, con una leve caricia o un beso casi inexistente que se posa en el cuello, justo detrás de la oreja y que hace que el sueño o la pesadilla se diluya lentamente ante la presencia de ese elemento extraño y dé paso progresivamente a una nueva realidad con forma de mañana. Otras veces en cambio, a uno le despiertan de forma brutal, y así es como solía hacerlo mi TíaVicen cuando me encontraba en mi cuarto un sábado por la tarde aún durmiendo la mona del día anterior. Ella era entonces el ejército alemán invadiendo Polonia en 1939 o las fuerzas especiales estadounidenses liberando a Eliancito, el niño balsero cubano. La TiaVicen, sin el menor reparo o respeto por mi sueño reparador, irrumpía en mi cuarto en penumbra sin ni siquiera llamar a la puerta o pronunciar tímidamente mi nombre, simplemente abría la puerta de par en par -con tal violencia que ésta solía impactar contra la pared haciendo un ruido ignominioso-, encendía la lámpara del techo –la que más luz daba- y comenzaba recitar sus monsergas a todo volumen ante mi cuerpo indefenso que, enzarzado en una maraña de sudor, mantas y sábanas, se retorcía como una babosa moribunda. El despertar de mi sexualidad ocurrió de la segunda de éstas maneras.
Hubo un día soleado en mi pubertad en el que yo no sabía aún, ni había oído hablar jamás en ningún lugar, de lo que era una paja. Aquel día primaveral estaba yo esperando en la cola del comedor del colegio a que nos diesen el almuerzo, cuando dos de mis mejores amigos sembraron en mí sin ningún pudor la semilla de la duda. N. nos contó un chiste a A. y a mí, que escuchábamos siempre interesados sus historias: un hombre va caminando por la calle y se topa con un buzón de correos en el que se lee “Correos”. Y entonces el hombre se hace una paja allí delante. A., que, al parecer era más experimentado que yo, se carcajeó durante un buen rato pero yo me quedé frío ante aquella demostración incomprensible de humor. Más adelante comprendí que “correos” es el imperativo del verbo “correr”, equivalente en jerga a “eyacular” y que, de ésta manera, el amarillo cilindro postal plantado en medio de la calle incitaba a los viandantes al onanismo público. Ese era el chiste tal como debía ser entendido. Como yo por entonces no poseía estos útiles conocimientos sobre la vida, les pregunté a mis informados compañeros qué era una paja. Me explicaron pacientemente que era el proceso mediante el cual, frotándose el pene adelante y atrás, uno obtenía un gran placer sexual. Tienes que frotarla primero hacia atrás, me dijo A., y luego hacía delante. Y expulsarás un líquido –primero será agua- por la punta y se te acelerará la respiración. Yo recibí esta revelación con una mezcla de asombro y de miedo. Me parecía una cosa rarísima pero, sin duda, tenía que probarlo. Esa misma tarde, tras salir del colegio, me senté en el inodoro de mi casa –como me habían recomendado mis amigos- y procedí a practicarme mi primera paja. Me agarré el miembro con mi por entonces todavía inocente mano derecha e hice lo que me habían indicado: lo froté una vez hacia atrás y otra hacia delante. Una vez hecho esto solté emocionado mi pene y esperé, mirándolo con cierto escepticismo, a que todo aquello que me habían prometido se cumpliese. Esperé la respiración acelerada, esperé el sístole y diástole loco de mi corazón, esperé la secreción de misteriosos líquidos y esperé con ansia el placer total. Pero nada de eso llegó. Decidí entonces dejar el cuarto de baño y regresar a mi habitación, pensando que tal vez debía de esperar más. Pasaron los minutos y las horas y nada llegó. Al caer la noche lo intenté de nuevo sin resultado. Tres veces más.
Al día siguiente cuando conté en el colegio que me había hecho cuatro pajas no sabían si tomarme por un loco o por un dios de la virilidad. Después de unos instantes de confusión y revuelo expliqué minuciosamente como había procedido para masturbarme cuatro veces en un intervalo de tiempo tan corto. Cuando se descubrió que mis presuntas pajas consistían en una sola oscilación genital, en un pasito p’alante y otro pasito p’atrás, reinó la hilaridad. Me explicaron entonces que debía perseverar en el frotamiento y que así, al cabo de un rato y progresivamente, comenzaría a experimentar los síntomas ya citados, que culminarían en una gloriosa y flamante primera eyaculación -o corrida-. Mi primer orgasmo no tardó en llegar, días después, mientras mamá dormía la siesta en su habitación y en la tele emitían una corrida de toros. Y he de decir que se abrió ante mí un mundo fascinante. Pero eso ya es otra historia. Disfruten.
viernes, octubre 27, 2006
Yo soy la Juani
La cartera, una de esas de hilo de colores con algún símbolo esotérico o jipi que se venden en mercados de artesanía y que la gente suele utilizar para guardar el hachís, el papel de fumar u otras sustancias ilícitas –la droga en estos días es un valor a la alza-, resultó pertenecer, a juzgar por lo contenía, a una tal Verónica. Esparcí todo lo que había allí dentro sobre la mesa de la cocina: un dni, una tarjeta de videoclub, otra del banco, un carnet de gimnasio…, y pensé que era fácil reconstruir la vida de una persona en base a lo que uno encontrase dentro de su cartera, de igual manera que se puede conocer a alguien completamente urgando en su basura. La chica que me miraba desde la foto del dni era guapa y de aspecto moderno, tenía el pelo recogido, un flequillo cuadrado de esos que tanto se estilan ahora y entonces, y dos grandes pendientes de aro plateados que muy bien podrían pertenecer a una flamenca. Verónica tenía unos 22 años y vivía al norte de Madrid, en la zona rica que yo casi nunca piso, según pude comprobar tras buscar la dirección que figuraba en su carnet en un plano de Madrid incluido en la guía telefónica. También sabía que hacía ejercicio y que veía películas alquiladas; por supuesto, su gimnasio y su videoclub estaban en su barrio. Pero lo que me permitió localizarla finalmente fue una nota de papel cuadriculado y arrugado donde se leía garabateado un número de teléfono y un nombre presumiblemente extranjero, Romana o algo así. Al día siguiente telefoneé a ese número y al otro lado de la línea se escuchó una voz efectivamente extranjera. Traté de explicarle que había hallado fortuitamente la cartera de Verónica en la calle y que no la conocía, pero que si ella podía facilitarme el teléfono de la chica yo haría lo posible por devolvérsela. Romana, o como se llamara aquella mujer, pareció confusa en un primer momento, como si no entendiese nada o no conociese a Verónica. De pronto parecieron aclarársele las ideas y recordó –o eso me pareció a mí- de quién le estaba yo hablando. Posteriormente Verónica me explicaría que Romana –o lo que sea- y ella se habían conocido justamente el fin de semana anterior y que no eran amigas, lo que tal vez explicase el despiste de mi interlocutora.
Tras mi ardua investigación y con el número que me proporcionó Romana pude contactar con Verónica, que se mostró agradecida y encantada de concertar una cita conmigo el jueves siguiente –creo recordar- en un bar de la Puerta del Sol para recuperar su cartera. Ese día por la mañana la luz atravesaba el mundo y había una huelga de taxistas que se manifestaban por la calles del centro tocando el claxon para llamar la atención sobre sus reivindicaciones. Una vez en la Puerta del Sol y, algo aturdido por lo pitidos, llegó la duda: habíamos quedado en un bar con nombre caribeño o tropical y allí había dos, el Jamaica y el Hawai. Entré en ambos intentando reconocer a Verónica en la barra o en alguna mesa, pero resultaba harto difícil con la única foto de la que disponía. Así que, después de algún momento de indecisión, pedí una cerveza en el Hawai, que me parecía más amplio y luminoso. Al cabo de unos minutos, en los que me sumí en la lectura de no se qué, apareció en el bar una joven con vestido florido y primaveral y media melena, un aspecto algo más recatado del que yo había imaginado a juzgar por la foto del dni, en la que mostraba gesto duro y ceño fruncido. Aún así la reconocí al instante y ella a mí, pues me levante del taburete escrutándola con la mirada. Verónica era sonriente y había elegido la opción inversa a la mía: estaba en el Jamaica aunque, afortunadamente, se había dado cuenta de la ambigüedad de la cita y había decidido pasar por el Hawai por si yo estaba allí. Así que, como yo ya había acabado mi consumición, regresamos a donde ella estaba. Me sorprendió, al llegar a la mesa donde se había instalado, ver, al lado de la caña demediada que había pedido, un libro autobiográfico de Gonzalo Suárez, en cuya portada aparece él de joven luciendo una hermosa barba y una profusa melena. Por ahí comenzó la conversación, le expliqué que Gonzalo nació en Oviedo, como un servidor, y que además, y curiosamente, vivía actualmente en mi misma manzana, en Ópera, por la parte de atrás, cerca del monasterio de la Encarnación y que regularmente le veía por las calles del barrio donde siempre tentaba la posibilidad de decirle algo pero nunca le decía nada, de pura vergüenza. Ella confesó no conocerlo aún mucho pero aseguró que el libro le estaba gustando. Además me contó que era actriz y que actuaba en la obra Inferno basada en la Divina Comedia del divino Dante. Yo extendí sobre la mesa todas mis virtudes como escritor diletante y físico en ciernes, y caña tras caña hablamos de ciento un mil cosas, como el mercado inmobiliario, los after hours más desaconsejables o la difícil carrera del que quiere abrirse un camino en el mundo de la interpretación. Sinceramente, y aunque Verónica parecía extrovertida y echada p’alante, la visualicé en un negro futuro plagado de barras de bar y castings, como tantas otras chicas simpáticas y bonitas, trabajando como camarera eternamente en busca de su gran papel en una publicitada producción del cine patrio, tal vez un papel secundario. Tras cinco o seis y cañas y tras compartir la última la acompañé a Callao –ella tenía que visitar a su agente- y prometimos volvernos a ver, intercambiamos los teléfonos –yo ya tenía el suyo-, apalabramos un par de fiestas que uno y otro vislumbrábamos en el horizonte. La realidad, como suele pasar, fue que cruzamos un par de mensajes en las semanas siguientes y lo prometido se disolvió en la marea del tiempo y nunca, nunca más nos volvimos a ver.
Cómo de grande fue mi sorpresa cuando, viendo el trailer de la nueva peli de Bigas Luna, “Yo soy la Juani”, descubrí asombrado que la nueva gran promesa del cine nacional y la chica que posa en pose provocativa en los gigantescos carteles de la Gran Via –el mismo rostro de gesto duro que vi en su dni-, no es otra que Verónica, Verónica Echegui, la chica cuya cartera yo salvé del abismo del olvido y que ahora llena las páginas de los periódicos y la revistas de tendencias gratuitas que reparten en los lugares más tendenciosos. Y fantaseé entonces con la posibilidad de que Verónica se convierta en una gran estrella, la más rutilante de la historia española, como Marilyn o Audrey Hepburn, y que en el futuro se imprima su rostro en bolsos y camisetas y la gente la considere un mito, y su memoria persevere generaciones y generaciones, pero al fin y al cabo yo sepa que es una persona de carne y hueso, que duda y que pierde carteras y que se cita con los que se las encuentran, e imaginé también haber vivido en otro tiempo y haber coincidido en clase, en la escuela, con Sofía Loren, o haber jugado en mi pueblo con Grace Kelly al escondite, y saber que todos y cada uno de los dioses tienen los pies de barro, y mocos, y legañas cuando se despiertan después de una mala noche y, además, resaca.
jueves, octubre 26, 2006
Pequeña autobiografía intelectual
Ay, que bien frecuentar la Facultad de Filosofía para cursar mis minuciosamente elegidas asignaturas de libre elección y comprobar que es una Facultad de verdad, que huele a añejo y que es fea y amarilla y tiene las paredes cubiertas de planchas de madera marrón oscura –yo siempre asocié este tipo de madera al pensamiento e imaginaba a Einstein o a Nietzsche dictando clases magistrales en sitios semejantes repletos de humo-; no como la mía – la de Física- que recién reformada parece el Corte Inglés o un tanatorio de reciente construcción, con sus suelos de mármol y su moderna cafetería y donde, al acercarse a la ventanilla de secretaría, más bien parece que vas a hacer un ingreso en Caja Madrid o a pedir un Happy Meal en el McDonalds, aunque sea solo por el juguete de regalo, que era por lo que lo pedíamos. La Facultad de Filosofía es una facultad de verdad, como las que yo imaginaba de niño –cuando comía, insensato, hamburguesas-, o las que veía en la tele, donde huele a partes iguales a rancio y a conocimiento, y la gente pierde el tiempo en la taberna haciendo planes para cambiar el mundo o ideando revistas literarias o subversivas, y las alumnas son regordetas pero hermosas y usan gafas de pasta para ver más allá de donde ven los demás, porque ellas se saben a Hegel y a Marx, y ellos saben Lógica y Ética y lucen estilosas medias melenas, jerseys de lana y perillas, y todos con pañuelos por el cuello y fumando de liar. ¿Saben? yo siempre me considere de letras –o de Humanidades como dicen ahora-, y siempre se me dieron mal, fatal, las matemáticas, pero como se me daba bien la ciencia y no había que empollar tanto, ni echarle horas, sino deducir, inducir y entender, acabé eligiendo ciencias puras en el bachillerato y finalmente Astrofísica como carrera, inspirado por los documentales sobre el Cosmos que Carl Sagan presentaba en las sobremesas de la 2. Así acabé estudiando esta cosa, que resultó –como todo supongo- menos excitante de lo que en principio yo imaginé, aun así siempre me sentí un estudiante de filosofía frustrado. Lo cierto es que, ya pensando como un adulto, la Física ofrecía más salidas –dicen que no hay paro- y la Filosofía era más bien un callejón sin salida, razón por la cual se instaló en mí una suerte de fascinación por aquellos que, ajenos a los dictados de Capital y del mercado laboral, habían elegido el camino hacia el abismo, valorando más el pensamiento abstracto que la futura estabilidad económica. Así que en tercero de Física, en un arrebato de intelectualidad y coincidiendo con mi traslado desde la nublada y entrañable Asturias al salvaje y soleado Madrid, decidí simultanear estudios, esto es, estudiaría lo mío presencialmente y la Filosofía a distancia, por la UNED. El resultado, tras un año, fue el previsible, un desastre académico y una crisis de identidad galopante. Ahora cuando visito la Facultad de Filosofía mi sentimiento es la mezcla del que deben sentir el desertor del ejército y el niño que va a Disneylandia, y mato el tiempo entre las clases leyendo los programas de las asignaturas y los resultados de los exámenes en los tablones, como si eso fuera conmigo, y a veces rezo secretamente para que ninguno de los que tuvieron el valor de elegir ese camino me identifique como infiltrado, un cobarde o un extraño.
Cada día anochece más temprano.
domingo, octubre 22, 2006
Coche
Papá era calvo y tenía una barba canosa y vestía con una horrible cazadora amarillo salmonela y olía siempre a ginebra. El coche de papá, en cambio, olía siempre a tabaco y el aire allí dentro parecía más denso -como la atmósfera de algún planeta extraño y peligroso-; la tapicería, estampada en blanco y negro -ajedrezada- se veía amarillo nicotina y en el cenicero no cabían más colillas. Papá unos días me decía que era agente secreto de la policía y otros días me llevaba de bares y financiaba generosamente mis partidas a los videojuegos mientras él, acodado en la barra, se ponía tibio a Gordons tónica. Papá desapareció un día y ya no tuve que esconderme más por las calles de Oviedo, buscando las esquinas y bajando la cabeza, de regreso a casa; o sorprenderme cuando le veía plantado muy erguido y orgulloso en la parada del autobús del colegio cuando mis compañeros me preguntaban, quién ese hombre raro que te espera, y yo intentaba decir algo pero no decía nada. O tener que soportar el desgarro de mi padre tirando de mí por una manga y mi madre y mi tía a dúo por la otra, y sentir mis brazos en cruz como un pelele crucificado al que algún día iban a partir salomónicamente por la justa mitad. Tengo la patria potestad, decía papá, es mi derecho, y yo no entendía nada, porque aquellas palabras, patria potestad, me sonaban absurdas y anodinas, sobre todo potestad, porque patria sí lo entendía, aunque ahora, más viejo, ya no lo entiendo. Lo cierto es que pensábamos que su desaparición se debía a un viaje a Algeciras, su tierra natal, donde habitaba su (¿mí?) familia, constituida básicamente por un tropel de suicidas, contrabandistas, esquizofrénicos y alcohólicos. Nunca pensamos que había muerto.
De lo de la muerte nos enteramos meses después, nueve tal vez. La casera del pequeño apartamento en el que vivía, aledaño a mi casa, al final de un pasillo largo y oscuro, y consistente en habitación, baño y un salón cocina en el que ambas estancias se separaban por una puerta corrediza plegable que imitaba a la madera -pero que era de plástico malo-, dejó un día de recibir el pago mensual por el alquiler. Al cabo de unos meses, cuatro o así, y en vista de la ausencia injustificada de mi padre, decidió entrar con su llave en el inmueble. La sorpresa fue mayúscula o superlativa al descubrir que mi padre no se había ido a Algeciras ni a Tombuctú ni a ninguna parte, simplemente se había tumbado una noche cualquiera –presumiblemente tarde, amaneciendo y muy cocido- en su cama de noventa a esperar lo inesperado -pero bastante esperable-, un infarto de miocardio –el corazón, el corazón- que le dejó seco -literalmente- allí tumbado y que impidió que pagara la renta a la casera durante los meses siguientes, y que también impidió que me invitara en adelante a su casa a ver el fútbol merendando canapés de atún con mayonesa sobre pan recién hecho que comprábamos en la panadería de abajo, y también que me esperara en la parada del autobús del cole con gesto orgulloso o que tirara de la manga de mi cazadora que mi madre y mi tía dejaban libre tirando al mismo tiempo del otro lado, porque él tenía la patria potestad y yo no entendía nada, como Jesucristo en el Gólgota clamándole al cielo.
Todo esto llegó a mis oídos, y nunca mejor dicho, una noche en la que, contando catorce primaveras, abandoné mi habitación sigiloso en mitad del sueño para echar una meada. En la cocina, contigua al servicio, aún se mantenían despiertas mi madre y mi tía, que había decidido visitarnos a esas horas intempestivas. Mientas mi orina iba cayendo en el agua del inodoro pude oír, entremezclado con el ruido del agua cayendo sobre el agua, como mi tía le relataba a mamá la historia. Luis ha muerto, dijo, y yo lo oí y oí también algunos detalles, porque aunque se pueda dejar de ver no se puede dejar de escuchar pues los oídos no tiene párpados ni nada que los separe de lo que existe ni nada que los preserve del horror o de lo real, que viene a ser lo mismo, los oídos son honestos y no pueden esconder lo que ocurre al que los posee. Yo volví a mi habitación algo turbado y, contrariamente a lo esperado, concilié el sueño sin dificultad. Al día siguiente, al despertar, digerí la situación y le dije a mi madre, mamá, sé que papá ha muerto, y después me reí, y con aquella risa quería simplemente expresar que no deseaba ser objeto de lástima o de pena o de nada. No quise ser una víctima ni quise ver los ojos piadosos de mis familiares posándose en mí. Reí como diciendo no os preocupéis, aquí no pasa nada. Nada pasa. La muerte de papá supuso un impacto más filosófico que emotivo pues lo cierto es que me libraba de la tristeza de soportar a un padre alcoholizado y plasta, y de las comidillas de los compañeros y de las miradas de pena de los adultos que estaban al tanto de mi problemática. El cadáver de papá fue misteriosamente trasladado a su tierra y enterrado o incinerado y sus cenizas, tal vez, esparcidas por las aguas del atlántico o del mediterráneo, quién sabe, y nadie nos avisó a mi o a mi madre o a mi tía o a nadie de la familia, de tal manera que aún desconozco donde reposan sus restos o si estos reposan en paz.
El coche de mi padre, un Ford Fiesta metalizado y con múltiples abolladuras en su carrocería, permaneció aparcado en una calle cercana a la mía durante meses y cada vez que pasaba por allí me asomaba a su interior y posaba las yemas de mis dedos en la ventana y me preguntaba si allí dentro seguía encerrado aquel aire saturado de humo o si su aliento todavía seguía contenido en aquel coche y también si todas las palabras que en algunos viajes me había dicho todavía revoloteaban por allí sin oídos distraídos que las acogieran. El coche finalmente desapareció envuelto en el mismo misterio en el que desapareció él mismo –papá- o su cuerpo inerte, tal vez se los había llevado la grúa municipal, a ambos. Todavía podría ir a allí, a la calle donde estaba el coche aparcado –que han peatonalizado quizás en honor de papá-, y señalar aquel sitio exacto con el dedo.
martes, octubre 17, 2006
Manzana
¿Recuerdas que amabas los manzanos y lo habías olvidado? Y yo bajaba la vereda con la fruta entre las manos, brillante, verde y soleada. Madre, enséñame qué cosas son las buenas. Y por allí caía el valle y en él los prados de los bueyes y el abuelo, que se parecían tanto. Y abajo la casa oscura de la vieja tía Práxedes que no moría nunca y olía a antiguo y a tierra y a humedad y no tenía ni luz ni agua corriente y parecía de otro mundo. Su rostro lo surcaba un dédalo de líneas subcutáneas. Hijo, las cosas buenas de la vida serán las que tu quieras que lo sean. Solo tienes que cogerlas con las manos y morderlas.
lunes, octubre 09, 2006
Plan de fomento de la lectura
Fue estupendo descubrir que los cuatro tipos que ocupábamos los asientos de ese flamante vagón de la recién estrenada línea tres de metro teníamos buen gusto literario o que teníamos, al menos, gusto literario fuera como fuese. El más molón sin duda un grueso volumen en edición inglesa e ilustrada de Alice in wonderland de Lewis Carrol, aunque tampoco se quedaba a la zaga la más modesta edición de bolsillo de La espuma de los días de Boris Vian que sujetaba entre sus escuálidas manos el tipo sentado al lado del primero. Por lo demás enfrente de mí un calvo cercano a los cuarenta se ocupaba en algo de Mario Vargas Llosa mientras yo, cuarto y último, aparte de registrar todo esto, trataba de no perder el hilo de un Antonio Muñoz Molina corto y divertido que me ha dejado Ana. La quinta en discordia no completaba el póker sino que era una mujer bien madurita y sin libro, sentada entre Boris Vian y Vargas Llosa, que me escudriñaba ávidamente tras sus pequeñas gafas de sol de lente redonda manteniendo una postura digna y erguida; yo sentía como sus ojos leían en mí como si mi cuerpo fuera un libro o un poema y estuviera recubierto de palabras aquí y allá, en las manos, en el pelo, en el pecho, en las mejillas, y cada vez que yo interceptaba su mirada con la mía ella movía rápidamente sus ojos huidizos para enfocar hierática al frente, tratando de disimular su lascivia menopáusica, hasta que de nuevo me sumía en la lectura para después de un rato levantar instintivamente la cabeza y encontrar otra vez a la mujer observándome y disimulando. Me pregunté qué pensarían sus hijos, probablemente de mi edad, de aquello y me pregunté también si dado el caso me llamarían Txe o simplemente papá, e iríamos juntos de copas, e imagine vívidamente su cuerpo pálido y enjuto, y su ropa ocre y anodina tirada por el suelo y sus gafas y sus joyas esperando sobre la mesita de noche. Y sentí desagrado y repulsión por aquella mujer que nada leía en un vagón tan literario y que solo simulaba mirar al frente distraída, pero después, perdido entre las líneas de mi libro, experimenté cierta pena y nostalgia adelantada, pues seguramente a esas alturas se echan de menos el ángulo de erección y la algarabía de la juventud desenfrenada.
miércoles, octubre 04, 2006
Otoño, Madrid
Yo amaba las flores y las danzas del estío.
No es que me entristezcan las grietas grises del asfalto ni los paseos encorvados de los ancianos de este barrio. No es que vea a los niños jugando delante de mi portal con balones y bicicletas ajenos a esta tragedia y piense, ilusos, no siempre es así. No es que Perséfone regrese a su rapto infernal y a su paso el mundo muera y languidezca de nuevo y las hojas se caigan y los cielos se nublen de plomo. No es solo que quejarme en Octubre me parezca estéticamente perfecto y que tu garganta supure pus y tu cuerpo aterciopelado tiemble lejos en la sierra y tengas frío. Es todo esto junto, revuelto, y mucho más.
jueves, septiembre 28, 2006
Tú desnuda y tu cuerpo crepitando como los tambores de una tribu de indígenas con piel de ébano perdida en las selvas del África central tocando rituales de muerte. Imagino tu cuerpo pintado con pintura roja adornado con collares y colmillos de animales salvajes y conchas recogidas en la orilla de las playas de agua cristalina donde sopla un viento de sal. Imagino a una pantera morado oscuro agazapada en la espesura preparada para dar un salto y las garras esperando a desgarrar la carne y recibir la sangre. E imagino unos dioses paganos iracundos condenándonos con su dedo acusador y sus dientes amarillos y el hedor y su furia desatada mostrándonos un infierno de humo y sudor.
El atardecer nos cubre como la piel de un oso y se prepara una batalla. Las palabras se alejan como aves migratorias tomando la ruta errónea. Los soldados se arrastran por pasadizos subterráneos con el pecho desnudo.
Y después, el desprecio.
martes, septiembre 26, 2006
El sol
Y la madre de mi amigo cada vez se muere más deprisa. A veces la muerte llega en días soleados como éste. Y mi amigo se asoma por la puerta de mi habitación con los ojos húmedos y dice que se va. Y me pide algo de dinero para el autobús. Yo le doy un puñado de billetes que rebusco en mi cartera. Con esto servirá, dice. Gracias. Y su voz suena temblorosa. Cruzará media España en autobús. Viendo como el sol se hunde cada vez más en el oeste. Ocho horas para pensar. Una parada en un área de servicio. Tres peajes. Las metástasis pueden ser más rápidas que las autopistas. Y mientras la mente se mantiene lúcida el desastre va creciendo dentro de ti. Célula a célula. Segundo a segundo. Invadiéndolo todo. En silencio. La vida es una carrera hacia un abismo. Algunos corren mucho más rápido. Y a veces las velas se apagan de repente. Una ráfaga de viento. La verdad es que hoy hace un día estupendo y todo parece florecer. Las hojas verdes de los árboles mecidas por el viento. Susurrando. El aire cálido. El suave bullicio en las calles. Las terrazas. Pero yo solo deseo beber cerveza y fumar toda la tarde. Tendido en la cama. Bajar la persiana hasta la mitad. Penumbra. Fregar los platos, tal vez. Hasta que anochezca. Y el mundo ya no parezca un lugar tan hipócrita. Ni tan tristemente irónico.
jueves, septiembre 21, 2006
Acoso
Recuerdo a Lucía de niña corriendo detrás de nosotros. Lucía tiene la peste. Si te toca Lucía te pega la peste. Corríamos en desbandada como si aquello fuera un encierro y ella fuera la bestia. Era extraño ver como Lucía conservaba la sonrisa cuando nos perseguía. Portando la peste que alguien le había diagnosticado.
Lucía era una pringada. Cuando yo ingresé en el colegio, a los cinco años, Lucía ya llevaba dos años allí. Y ya era una pringada. Así, tan joven. No sé quién decidió aquello. O si Lucía había nacido ya con esa condición. El caso es que la realidad era esa.
Recuerdo a Lucía cuando teníamos diez años. Acurrucada sola debajo de un árbol durante los recreos. Ensartando pequeñas margaritas en un palo. Como si fuera un pincho moruno de flores. Recuerdo a Lucía jugando sola con los bichos que cazaba. Las arañas. Los bichos bola. Sentada al borde de la calzada. A los trece. Recuerdo a Lucía paseando sola por el colegio a media mañana. Y ya éramos adolescentes. Y la veíamos pasar sentados en los bancos. Recuerdo a Lucía quedándose sola en la clase durante los ratos libres. Sentada en su pupitre. Garabateando en papelitos. En la penumbra. Murmurando. En el silencio.
Algunas veces me tocó sentarme al lado de Lucía durante algunas clases. Lucía parecía una chica normal. Tenía un estuche de tela cilíndrico repleto de rotuladores de colores. Y fluorescentes. Cuando escribía –con la zurda- se mordía suavemente la lengua con el lado izquierdo de la mandíbula. A veces se volvía hacia mí y me dirigía la palabra. Y era sonriente. Y tenía algo en los ojos que parecía esperanza. Verde esmeralda. Y yo siempre la trataba cordialmente. Porque no veía motivo para todo aquello. Y nunca llegué a entender cual era el problema con Lucía.
Los profesores tampoco lo entendían. Durante los quince años que fue marginada sistemáticamente por, no solo un pequeño grupo de personas, sino por toda una clase, por todo un curso, por todo un colegio con cientos de alumnos, ellos trataron de encontrar soluciones. Le hacían irse de clase con cualquier excusa. Lucía vete a por los bocadillos. Lucía vete a por folios a secretaría. Y cuando Lucía se iba los profesores nos preguntaban qué ocurría. Cual era el problema con Lucía. Esta escena se repitió demasiadas veces durante toda nuestra vida escolar. Una vez un profesor nos hizo escribir a cada uno en un papel nuestra opinión al respecto. Luego se leyeron uno a uno. La mayoría escribió que no sabía lo que pasaba. Algunos pusieron que Lucía era una marginada. Que Lucía no hacía nada por tener amigos. Que Lucía era un bicho raro. Entonces ya teníamos diecisiete años. Y todo era mentira. Y Lucía lloraba cuando la ponían al corriente de aquellas reuniones.
Algunos dicen: los niños son así. Los niños son crueles. Es normal. En mis tiempos también pasaba. No. Lo que hicimos con Lucía fue un crimen. Algunos fueron criminales activos. Otros solo colaboramos con nuestra complicidad muda. Para que se haga el mal solo hace falta la indiferencia de la gente de bien, dicen. Lucía fue ignoraba por el mundo durante quince años ante nuestros ojos. Ocho horas al día inmersa en la más absoluta soledad. Hablando entre dientes. Contándose historias en las que todo iba mejor. Después de esto, cuando el colegio acabo y la vida continuó su curso Lucía Villa Torres fue vista regularmente por la ciudad. Con botas altas. Con minifalda. Y mucho maquillaje en la cara. Montada en las motos de tipos de aspecto peligroso. Parecía una mujer dura. Daba la impresión de que había olvidado todo aquello. Pero estoy seguro de que aún dolía la enorme herida que le habíamos inflingido. Y ya no había remedio. Pues la niñez había pasado por entre nuestros dedos. Como el viento del otoño.
martes, septiembre 19, 2006
Pasen y crean
Cada vez que veo a alguien declarar en televisión que el Islam es una religión de paz no puedo hacer menos que reír o indignarme. Todas las religiones están hechas para la guerra, Jesucristo dijo venir con la espada y no con la palabra, la misma espada que Mahoma deseaba utilizar para extender sus doctrinas. Hay cientos de suras en el Corán que predican la guerra santa. El problema de las religiones del Libro es que las escrituras siempre se pueden interpretar como uno desee haciendo la correcta selección de citas. Son libros tan polivalentes que a veces llego a creer que fueron realmente dictados por una voz divina. Cualquier cosa puede ser justificada en virud a estos textos, cualquier creencia, por absurda que sea, puede ser respaldada por la Biblia, el Corán o el Talmud, pues son textos mil veces contradictorios y si aquí dice haz el amor, allí dice haz la guerra, y si aquí dice practica el Talión, allí dice pon la otra mejilla.
La religión sirve, fundamentalmente, para mortificar al cuerpo, confundir a la mente, castrar al espíritu y anular a la persona. Ahora las religiones, al menos aquí donde vivimos, son algo anecdótico –aunque nuestra cultura está profundamente traspasada por el judeocristianismo y aun siendo ateos no podamos huir de ciertas concepciones o costumbres que han ido calando hondo en el inconsciente colectivo durante siglos-, pero hubo un tiempo en que suponían un código de conducta total que impregnaba completamente la vida de los hombres: desde la vestimenta hasta la alimentación, la vida sexual o familiar, cualquier acto o pensamiento, a veces los textos sagrados indicaban incluso con qué mano debía el fiel limpiarse el culo.
Pero a lo que iba: la religión católica es la religión propia del mundo dominado pues donde hay ira ella predica templanza, y son bienaventurados los pobres y los que sufren, y los últimos serán los primeros y habrá justicia algún día, el día del Juicio Final, y Dios pondrá a cada cual en su lugar y en el Reino de los Cielos se cambiarán las tornas y todo cobrará sentido. El cristianismo es un proyecto para la muerte, para la vida después de la muerte, es decir, es un proyecto para la nada, una mentira. Pero resulta muy fácil dominar a las masas católicas pues les hemos hecho creer que algún día llegará la justicia. Lo mismo ocurre con las leyes kármicas de las filosofías orientales: el sufrimiento aquí y ahora es una deuda que tenemos de vidas anteriores y que hemos de pagar para seguir progresando en la rueda de reencarnaciones. Estas dos filosofías de resignación y mansedumbre fueron las que permitieron a Occidente, es decir, Estados Unidos, explotar sistemáticamente América Latina, Oriente y el resto del mundo sin problemas, excepto, claro está, los países islámicos que para nada entienden de bajar la cabeza y aceptar la dominación sino todo lo contrario, lo que a todas luces parece una postura mucho más digna, aún con todas sus infinitas miserias.
Por lo demás, yo no me declaro ateo sino más bien antiteo, es decir, no es que no crea en Dios, ni no que estoy en contra de la idea de Dios.
martes, septiembre 12, 2006
Aterrizaje
jueves, septiembre 07, 2006
Música, por favor
Ups, al final se me olvidó hablar de música.
Vaya.
sábado, septiembre 02, 2006
De vuelta
Y regreso a Madrid después de casi dos meses inmerso en la desidia natural que sufro en Oviedo y todo sigue igual en casa, tal vez todo un poco más desordenado, y veo a Isaac que lleva todo el verano de rodríguez machaca, repartido entre dos curros y encerrado en casa como un Robinson Crusoe cañí y recibo la visita de Txavi que anda de tour por la piel de toro, y me llena de satisfacción ver un relato mío publicado en la revista Fábula ilustrado con unas fotos que no se de dónde han salido, y por fin me concentro en estudiar –ando ahora entre transistores y amplis y filtros y chips- y coincide todo esto con la última ola de calor del verano así que mantenemos las puertas del balcón abiertas y es como estar en la calle o en una terraza y ahí enfrente sigue el barrio de las Delicias y todos esos árboles que pronto amarillearan y después se quedarán desnudos, y casi sin darnos cuenta habrá llegado el invierno sórdido y cruel y tendremos que encender esa estufa de butano que da tanto miedo pero que calienta que es un primor. Pero por el momento disfrutemos del aquí y ahora, hic et nunc, carpe diem y todos esos latinajos, y olvidémonos de la estufa, pues no disfrutar porque vamos a sufrir es como suicidarse porque vamos a morir. Vamos, digo yo.
En la imagen el Autor sobre fondo rojo, divertido y orgulloso, de vuelta en su domicilio madrileño.
miércoles, agosto 30, 2006
domingo, agosto 27, 2006
Así
- ¿Pipi? ¿El de El Tizón?
- Sí, ese. Ha muerto. Me ha llamado Delia ahora para decirmelo, así que me voy al funeral, ahí, en San Juan.
- Bueno.
- ¿Y de qué habrá muerto?
- Pues supongo que de un infarto o algo así. Todo el día en los bares...
- Claro, todo el día bebiendo, bebiendo y bebiendo...
- Sí.
- Ay, no somos nada. Todavía estuvo la otra tarde ahí contándome chistes.
- Ya.
- Bueno, ¿qué quieres para comer? ¿Patatas fritas, huevos y carne?
- Vale.
- Pues tienes que ir pelando las patatas.
miércoles, agosto 23, 2006
Hermana
jueves, agosto 17, 2006
Lo porno
miércoles, agosto 16, 2006
Procusto el estirador
Y no es que haya locos o enanos o miopes, solo barras demasiado altas y carteles demasiado lejanos o escritos con letras demasiado pequeñas. O ideas -o voces susurrantes en el oido-demasiado geniales para ser entendidas y valoradas por el común de los mortales.
Finalmente se hizo justicia y Procusto recibió su merecido cuando el héroe Teseo, que venció al Minotauro en el laberinto de Dédalo, le tendió sobre su cama y le ajustó a su medida cercenándole los pies y la cabeza. Y por fin en los caminos del Ática se toleró la diferencia.