Ramón ojos perdidos,
baba en el labio, mente de crema,
se lo monta en el pueblo
con su hermana pequeña.
Como el musgo,
como el moho en la nevera,
brota silenciosa la vida,
en el útero ignorado.
Algún remedio casero,
el hechizo de la abuela,
los ritos ancestrales,
arrancan el tubérculo del vientre,
lo entierran en estiércol,
quizá no eche raíces.
Su viejo pastor alemán,
ya casi muerto,
halla escarbando el tesoro ignominioso.
Se pasea un domingo soleado por el pueblo,
después de misa,
con el feto entre los dientes.