lunes, junio 29, 2009

Consejos para un observador de nubes

Lo más importante, como siempre, son las palabras. Por eso, el buen observador de nubes tiene que conocer los nombres de la nubes, de igual manera que el buen amante de la naturaleza -y el poeta, bueno o malo- ha de conocer los nombres de los árboles. Cirros, estratos, cúmulos y nimbos, cumulonimbos. También ha de conocer algo de su física y sus características: la nubes no están formadas por vapor de agua, como vulgarmente se cree -eso son pamplinas-, si no por gotas de agua (y a veces cristales de hielo, como en los cirros) que, al alcanzarse las condiciones adecuadas de temperatura, son lo suficientemente grandes para caer al suelo en forma de precipitación: la lluvia.

El buen observador de nubes debe guardar, además, una buena forma física. Antes de cada observación se recomienda realizar ejercicios de calentamiento para evitar desagradables lesiones en el cuello. A continuación se refieren algunos de estos ejercicios: 1. echar la cabeza hacia delante tratando de tocar con el mentón en la parte alta del pecho. Echarla luego lentamente hacia atrás. 2. Echar la cabeza hacia la izquierda, tratando de tocar con la oreja en el hombro. Hacer el mismo movimiento hacia la derecha. 3. Realizar movimientos circulares pasando la cabeza por los cuatro puntos cardinales. Primero en el sentido de las agujas del reloj, luego en sentido contrario. Hacer estos ejercicios de calentamiento unas diez veces, lentamente.

Observar nubes es una actividad peligrosa, por eso el observador de nubes, durante el desarrollo de su actividad siempre ha de mantener un ojo en la tierra. Se cuentan por miles, y está documentado desde la época de la Grecia clásica, los casos de observadores de nubes, algunos muy buenos, que acabaron atropellados por un carro, o un tranvía, o un coche, o cayendo a un pozo o a una zanja, o rompiéndose el cráneo contra un árbol o una farola, o tropezando con quien no debían y les apuñaló encolerizado. El mundo está lleno de desaprensivos, eso lo saben bien los observadores de nubes, tal vez sea esa la razón por la que se dedican a esta aficción: prefieren mirar hacia arriba y no ver el mundo hostil que les rodea. Pero el peligro existe, por eso el observador de nubes, debe permanecer alerta, por muy sublimes que sean las nubes que esté observando.

No son estos los únicos obstáculos con los que se topan. A veces, un ejemplar excelente se oculta, empujado por el viento, tras un edificio. Es preciso entonces trepar el edificio por un canalón, teniendo cuidado de no caer en la ascensión, y luego saltar de azotea en azotea siguiendo nuestra diana. Hace no mucho tuvieron que atender en el Hospital 12 de Octubre de Madrid a un hombre que se cayó de cara desde un tercer piso. El servicio de cirugía maxilofacial, que apodó al accidentado como Spiderman, se vio obligado, para salvar su rostro destrozado por el asfalto, a realizar una operación que le costó a la Sanidad pública varios millones. Si no queremos ganarnos la animadversión de la ciudadanía es preciso evitar estos dispendios en nombre de nuestros objetivos.

Cuidado con las metáforas a la hora de caracterizar las nubes en nuestro bloc de notas. Ya está bien de dragones, osos, caras, cuerpos. Igual que cuando se puso nombre a las constelaciones del hemisferio sur alejados de la mitología griega y se bautizaron con nombres más afines a aquella época, como la quilla o el microscopio, es hora de ver en las nubes otras cosas más afines a la nuestra. Microondas, dvd’s, redes sociales o drogas de síntesis, son las comparaciones más en boga en la actualidad.

En latitudes más septentrionales es común que el cielo este cubierto de nubes, blanco como leche diluida en agua. Para un buen observador de nubes esto supone una delicia, el no va más. Pero algunos heterodoxos en esas latitudes, movidos por cierto aburrimiento, según han manifestado, han comenzado a observar los claros entre las nubes: se hacen llamar observadores de claros. Esto es un vicio, una devaluación de nuestra actividad. Un buen observador de nubes, un observador de raza, un purista de lo nuestro sabe bien que nunca jamás de los jamases se debe mirar el cielo que hay detrás.

sábado, junio 20, 2009

No-lugares y no-cosas

Sobre los no-lugares teorizó el antropólogo francés Marc Augé (1935). Ya saben, se trata de esos sitios sin identidad, impersonales, cortados siempre por el mismo patrón y que los ciudadanos transitamos de forma efímera, cuando vamos de paso, sin establecer ninguna relación emotiva con el espacio. El ejemplo clásico es el aeropuerto, ese no-lugar donde cientos almas anónimas esperan durante horas su vuelo a otro lugar lejano –allí es donde realmente quieren estar, avión mediante. Se pasean, se echan una cabezadita donde pueden o se toman un café en cafeterías de plástico en un tiempo incómodo que nadie sabe muy bien para qué sirve y que todos desean ver acabado cuanto antes. Los aeropuertos no pertenecen a ningún país, en realidad es como si no estuviesen en ninguna parte. Sabemos que existen sólo porque los sufrimos. Hay otros no-lugares: los centros comerciales, autopistas, habitaciones de hotel, supermercados, algunas estaciones. Espacios en los que casi siempre estamos solos.

Luego están las no-cosas, que se me acaban de ocurrir a mi y no a Marc Augé. Al crear esta nueva y fascinante categoría filosófica he pensado sobre todo en dos objetos: el boli y el mechero. Cosas que desde su creación hasta que alguien las pierde y acaban en una alcantarilla o al fondo de un cajón desordenado o en un vertedero, pasan de mano en mano sucesivas veces en un viaje alucinante. Porque los mecheros y los bolis no son de nadie ni están sujetos a las leyes de la propiedad privada: son bienes universales. Yo llevo años sin comprar un boli o un mechero, no sé quien lo hace, quienes son los benefactores de la humanidad que los ponen en circulación. Sólo se que llegan de forma misteriosa hasta mis manos y pasan un breve lapso de tiempo conmigo, hasta que por alguna razón, igual de misteriosa, desaparecen y pasan al bolsillo de otra persona. Y esto es hermoso. (Conozco un caso de un sumidero de mecheros, el amigo M. que colecciona encendedores anónimos sacándolos invariablemente de la circulación para arrojarlos en un cajón que ya apenas puede cerrar. Ha tenido algún problema con algún dueño y, cuando estamos con él charlando alegremente en una terraza, procuramos, algo tensos y vigilantes, no dejar nuestros encendedores sobre la mesa). Destacan entre estos objetos los mecheros con publicidad de ferreterías o desguaces (‘Motohostiazo’, por ejemplo) y los sacrosantos bolis Bic azul marino, patrimonio de la humanidad.

Ahora, que he perdido el móvil, Esther me ha cedido su Nokia. Y todo Nokia tiene su cargador de Nokia. Ay, cuantas veces soñé con ser yo esa persona que grita por la redacción, o por la casa, o por el bar ¿alguien tiene un cargador de Nokia? Estos aparatos también son universales, como los mecheros de desguaces y los bolis Bic. Son un no-objeto. Nadie pide uno de Siemens, o de Ericsson, todos quieren lo mismo, como siempre, ya se sabe: un cargador de Nokia. Ya estoy deseando perder esta no-cosa y entrar en la rueda.

Por cierto: ¿alguien....?


Actualización 30-06-2009:

Leo con estupor en la prensa que la UE quiere unificar los cargadores de todas las empresas de telefonía. El 90% de estas empresas se han comprometido a "armonizarse", entre ellas, claro está, Nokia. ¿Qué pasará ahora con los cargadores de Nokia? ¿Seguirán los nuevos cargadores universales siendo no-cosas o pasarán la línea y se convertiran un burdas y aburridas cosas normales? Está claro que tengo la negra.

jueves, junio 11, 2009

Contra el muro

Entre el cajero automático Bancaja y el portal de barrotes de acero ves, estás llegando, a una pareja que se soba contra la tapia, no tendrán ni veinte años. Él cubre el cuerpo de ella con violencia contra el muro y la devora, ella le pone las manos en la nuca rapada.

Y cuando pasas ella pierde su mirada perdida en el fondo de tus ojos, mientras él le mordisquea el cuello, perdido irremisiblemente entre su pelo. Y aprecias las ligeras embestidas que soporta, y algún cabello que nubla su mirada, y ves como entreabre la boca, y se muerde el labio húmedo mientras mira y jurarías poder oler su lascivia, su porno, su fuego adentro. Pero cómo eres tan guarra.

Te alejas, te aferras aún más fuerte a tu periódico, y no quieres volver la cabeza, pero, claro está, la vuelves. Allí sigue, la adolescencia insolente en el coral de su pupila, los párpados entrecerrados, ese me gusta que me mires mientras este me camela y soy tan niña. Incluso crees que dice algo sin sonido y que no llega a tus oídos pero que crees imaginar.

Cuando te das cuenta de tu cuerpo recuerdas de pronto a Lorca, el Romancero, esa metáfora: en el musgo de los troncos la cobra desnuda canta.

viernes, junio 05, 2009

Una poética como otra cualquiera

Si uno escribe, uno tiene que ser orgulloso y altivo, arrogante, ir a por todas, ser el mejor, saberlo, y no tener ningún tipo de piedad con el enemigo -que es el lector. No hacer -en apariencia- ningún caso a la crítica, pero tampoco al halago. Es preciso estar estratosféricamente por encima de eso, o, al menos, mostrarlo así. Hay que sentir el desprecio, escupir en el suelo, fumar negro. Si uno escribe, tiene que ejercer una nietzscheciana escritura de señores. Porque si uno escribe como un esclavo, si uno duda, si sólo lo intenta, si tiene miedo, si escribe como un niño dickensiano, le salen textos sucios y harapientos.

Aunque por lo general, si uno escribe, uno es principe y mendigo al mismo tiempo.