36 kilómetros así, en tierra firme horizontal no son muchos,
es la típica distancia que dices: venga
va, cogemos el coche y en 40 minutos estamos ahí,
comiendo una parrillada en cualquier asador o visitando el centro comercial ese
que acaban de abrir y que dicen que está de la hostia. Pero 36 kilómetros en
vertical no son moco de pavo. No nos
damos cuenta de lo horizontal que es mundo en el que vivimos.
Yo, que tengo vastos conocimientos universitarios de
Astronomía & Geodesia no sospechaba que a la altura a la que iba a subir el
globo del Red Bull Stratos se iba a poder ver la curvatura de la Tierra y el
profundo negro del espacio interplanetario. Al fin y al cabo, si el radio de la Tierra es
del 6730 km, la altura a la que subió el globo, que al final fue de unos 39, es
casi despreciable. Pero así es la educación superior, uno se pasa unos cuantos
años con el culo pegado a una silla de la biblioteca de la Facultad de Ciencias
Físicas de la Universidad Complutense de Madrid resolviendo ecuaciones de
trigonometría esférica y calculando eclipses con precisión centesimal para
dentro de diez siglos; y a nadie se le ocurre, en todo ese tiempo, montarle en
un globo, llevarle a la estratosfera y decirle: mira, esto es el Universo.
Al que si subieron fue a Felix Baumgartner, 43 años, el paracaidista austriaco especializado en
realizar los saltos más cortos y los más largos, siempre los más arriesgados.
Al parecer este señor que ha cruzado el canal de La Mancha y que se ha arrojado
sin miramientos de rascacielos, fue entrenado por el ejército austriaco para
realizar aterrizajes en zonas muy pequeñas. Es decir, que se tiraba de un avión
a 10.000 pies y podía aterrizar sobre un peón de ajedrez y mantener el equilibrio
sobre él, o sobre un peón de la construcción, e ídem, aunque estos están más
acostumbrados a que les salten encima y, además, ya son difíciles de encontrar
en campo abierto.
Total, que yo, como
muchos, veíamos este salto publicitario (porque lo que os han contado del
interés científico de la misión es pura patraña; ni siquiera lanzar a Yuri
Gagarin tuvo más interés científico que tratar de ganar la carrera espacial)
como una comedieta, un espectáculo tonto más propio de la MTV rampante que,
encima, no paraban de retrasar de forma vergonzosa debido a las condiciones
meteorológicas. Una jaimitada, como dicen ahora con esta curiosa palabreja que está de revival.
Sin embargo, me puse
a verlo vía web (los comentarios en Teledeporte eran vergonzosos, el tipo de la
web, en inglés, contaba al menos los entresijos técnicos del vuelo), sobre todo
por si ocurría algún accidente, y Félix moría de forma horrible y luego
censuraban las morbosas imágenes y me quedaba sin ver la tragedia del año. Pero
me quedé obnubilado, mirando a aquel tipo en aquella misión absurda, subiendo
en un globo que parecía un condón usado (era así para que no se rompiera cuando
la presión atmosférica disminuyese y el helio se inflase). Supongo que todos
los que no estábamos sobre la faz de la Tierra (nunca mejor dicho), cuando Neil
Armstrong dio el pequeño salto para un hombre, envidiamos en cierta manera
el asombro que debió sentir toda la Humanidad en plan Fuenteovejuna aquel
día de 1969. Ese vértigo de cruzar fronteras definitivas. De pronto me pareció estar viendo una gesta como la de Armstrong, como
la de Ernst Shackleton en pos de la Antártida, como las de Scott y Amundsen en el Polo Norte, o como la de Charles
Lindberg cruzando el Atlántico en a bordo del Spirit of Sant Louis. Como las de Miguel de la Quadra Salcedo en
Ruta Quetzal. Solo eché de menos la locución de Jesús Hermida.
El salto de
Baumgartner, desde luego, no tiene nada que ver con la hazaña lunar (algunos
siguen diciendo que aquello fue hoax),
pero como vivimos en tiempos mediocres en lo que el enaltecimiento del espíritu
humano y a la aventura (que no sea financiera) se refiere, pues supongo que a los de mi generación, sea eso lo que sea,
nos sirve. Vimos en directo la curvatura de la Tierra, vimos al tipo
encaramarse a la cápsula y decir unas frases no tan históricas como las de
Armstrong. Y luego le vimos tirarse y se nos encogió el estómago y el corazón. Y lo comentamos todo en Facebook y Twitter. Y
el resto es historia.
Hay quien dice que
es inmoral que Redbull se gaste tropecientos millones en un salto así. A mí, si
fuera dinero público destinado a causas mejores, quizás también me lo
parecería. Si RedBull fuera a donárselo a las monjitas del Monasterio de Yecla
(¿hay monasterio en Yecla?), cosa que dudo, condenaría este salto. Pero seguramente
se lo iban a embolsar en bonus
millonarios los excelentísimos miembros del consejo de administración de la
empresa, o lo iban a invertir en promoción, en esos coches marcianos con un
RedBull gigante encima y unas chavalas ligeras de ropa plateada repartiendo dosis
gratuitas alrededor. Pero miren, es hora de que haya inversión privada en las grandes
gestas ¿científicas? de la humanidad. Como decía Juan Soto Ivars, el último
salto lo pagó el ejército, que es una institución que tampoco nos merece mucha
confianza.
Con este salto vemos lo frágiles que somos y lo solos que estamos. Debajo de los pies de Baumgartner ya estaba la mayor parte de la capa de ozono, y se sometía a una radiación ultravioleta mortal. La temperatura era de veinte grados bajo cero y la presión de una centésima de atmósfera. Sin su traje Félix se hubiera achicharrado, congelado y explotado, ignoro en qué orden. Nos vamos a Aranjuez, pero para arriba, y llegamos a la indiferente crueldad del Universo. Y seguimos jodiendo la Tierra, que al final, resulta que no era plana.