domingo, julio 30, 2006
martes, julio 18, 2006
Lipstick
Trazo con mi dedo una curva suave sobre tu espalda desnuda, me incorporo y la observo orgulloso creyendo ver el dibujo recién dibujado, como si mi dedo estuviera impregnado en tinta o fuera un lápiz de labios, qué bonito, un lipstick, aunque yo lo que dibujé fue un corazón y no un labio, y además rojo, sí, un corazón carmesí sobre tu espalda morena; al contemplarlo me divierte pensar que dentro de un rato dejarás la cama, te pondrás ese vestido verde que te muestra desnuda de la nuca a la cintura y saldrás a pasear alegre y en tacones por las calles del centro, donde todos te mirarán dándose la vuelta tras un fugaz encuentro con tu cuerpo lindo, todos seguiran tu estela con la mirada, todos te desearán, pero solo yo sabré el dibujo, solo yo veré el corazón bien rojo tatuado en tu espalda o que, tal vez, llevo yo tatuado en la mirada, quién sabe, yo y nadie más que yo, ni siquiera tú, pues duermes boca abajo entre mis piernas ajena a todo este enredo y respirando lento, mientras continúo mirándote e intuyendo cosas que pinto en la pizarra de tu espalda con mi dedo o mi lipstick, sentando a horcajadas sobre tu culo como quien cabalga un pequeño corcel.
sábado, julio 15, 2006
Amnesia
Parece que no recuerdan. Arbeit mach frei. Inscrito en letras de acero. En las puertas de Auschwitz. El trabajo os hará libres. Parece que no recuerdan. Las estrellas de David. Pintadas con pintura roja. Juden Raus. En las lunas de sus comercios. Judíos fuera. Ni el gueto de Cracovia. Las familias separadas. Largas colas de gente asustada en las plazas. Todos firmes. De pronto. Habían sido sacados de sus casas. De sus camas. En mitad de la noche. Parecen no recordar el hacinamiento. En los trenes. Cruzando páramos nevados. Camino de Dachau. O Mauthausen. O Bergen-Belsen. Tenían que orinarse encima. Y hacía frío. Parecen haber olvidado el humo. Saliendo de la fina chimenea. De la incineradora. Permanentemente. A veces no daba a basto. Y los cuerpos esqueléticos. Cadáveres. Apilados en las arcenes de la carreteras. La cámara de gas. La Solución Final. Las Joy Division. Mujeres mantenidas con vida. Para ser violadas a capricho. Los trabajos forzados. Acompañados de alegre música de orquesta. Parecen haber olvidado. Todo lo que contaban sus abuelos. Que sobrevivieron. Horrorizados ya para siempre. Cómo se tapaban el rostro con las manos. Cada vez que recordaban. La esclavitud. La tortura. La muerte.
Liberad Palestina.
Liberad Palestina.
viernes, julio 14, 2006
Si el toreo es arte el canibalismo es gastronomía
A finales de los años noventa tengo el pelo morado, un pañuelo palestino y formo parte de diversas asociaciones extremoizquierdistas. Anarquistas, antiglobalización, todo eso. En la que participo más activamente es un grupo de Liberación Animal. No comemos carne. Crucificamos peluches delante de peleterías como forma de protesta. Los niños sienten curiosidad por el montaje. Los padres los alejan de nosotros como si fuesemos Satán. Boicoteamos restaurantes de comida rápida. Ofrecemos, en la puerta, tortilla de patata, queso cabrales y sidra. Nuestra acción estrella es, sin embargo, la protesta contra las corridas de toros.
El grupo es dirigido -o algo así- por un catedrático de Neuropsicología que se disfraza de toro en cada concentración. Y porta un cartel que dice: atrevete a torearme. Cuando hacemos reuniones se le quedan las migas de los bollos colgando de las barbas. Un par de años después fallece: el corazón.
Un día viene a visitarnos una mujer defensora de los gatos. Ha localizado a un anciano que maltrata a estos animales. Quiere que vayamos, con cadenas, una noche, a visitarle. Que le demos una buena lección. Pensaba que érais anarcos, dice la mujer ante nuestra negativa.
Otra mujer, cuarentona, miembro del grupo, fantasea constantemente con una amenaza de bomba contra la Plaza de Toros: se trata de colocar un artefacto, falso, en el baño del segundo piso y luego avisar por teléfono, desde una cabina, de su colocación. Desalojarían la plaza. Parece sencillo.
Algunos de los miembros del colectivo son apaleados en actos por la defensa de los animales. Un compañero recibe una brutal paliza de manos de la cuadrilla de un torero. Hay un juicio.
La gente sale de las corridas de toros con la violencia en los ojos. Somos pocos y la policía, en vez de defender a la gente de bien, nos tiene que defender a nosotros de los paraguazos y bolsazos que tratan de propinarnos las ancianas burguesas que asisten a la corrida. Cuando los toreros salen les gritamos asesinos. En una ocasión, Francisco Ribera Ordoñez me hace un corte de manga. Me siento orgulloso durante días. Hacemos panfletos con citas de Schopenhauer o Unamuno a favor de la causa animalista. El público que sale de la plaza nos grita. Que nos busquemos un trabajo. Que somos terroristas. Que dónde estábamos el día que mataron a Miguel Ángel Blanco. Toda esa basura.
Cada vez que hablo con alguien sobre los toros tengo que oir la misma mierda.
Que el toreo es una tradición. Como la ablación o el linchamiento. Por ejemplo.
Que el toreo es arte. Bonita palabra que no se refiere a nada en concreto. Mi culo es arte. También.
Que el toreo permite que el toro de lidia sobreviva como especie. Y que los toros viven con todos los lujos hasta que llega la lidia. Me da igual el toro de lidia como especie, señora, lo que me importa es que la especie humana disfrute de la brutalidad. Brutalidad, voy a repetirlo. De ensañarse hasta la muerte con un animal acorralado. Asustado. Drogado. Debilitado. Con varios arpones colgando del lomo. Herido insistentemente por un hombre a caballo. Y probablemente con un alambre quebrado dentro del pene. Todo ello acompañado de alegres pasodobles. Y que lleven a sus hijos a ver ese espectáculo. Y lo muestren por la tele. A las ocho de la tarde. Que tengan la poca verguenza de pretender que ese animal derrotado sea el símbolo de este pais vergonzoso.
Me aburro y no se si me explico.
Lo que quiero decir es que no entiendo como podéis ser tan crueles e inhumanos como para disfrutar así con la tortura de un animal.
El grupo es dirigido -o algo así- por un catedrático de Neuropsicología que se disfraza de toro en cada concentración. Y porta un cartel que dice: atrevete a torearme. Cuando hacemos reuniones se le quedan las migas de los bollos colgando de las barbas. Un par de años después fallece: el corazón.
Un día viene a visitarnos una mujer defensora de los gatos. Ha localizado a un anciano que maltrata a estos animales. Quiere que vayamos, con cadenas, una noche, a visitarle. Que le demos una buena lección. Pensaba que érais anarcos, dice la mujer ante nuestra negativa.
Otra mujer, cuarentona, miembro del grupo, fantasea constantemente con una amenaza de bomba contra la Plaza de Toros: se trata de colocar un artefacto, falso, en el baño del segundo piso y luego avisar por teléfono, desde una cabina, de su colocación. Desalojarían la plaza. Parece sencillo.
Algunos de los miembros del colectivo son apaleados en actos por la defensa de los animales. Un compañero recibe una brutal paliza de manos de la cuadrilla de un torero. Hay un juicio.
La gente sale de las corridas de toros con la violencia en los ojos. Somos pocos y la policía, en vez de defender a la gente de bien, nos tiene que defender a nosotros de los paraguazos y bolsazos que tratan de propinarnos las ancianas burguesas que asisten a la corrida. Cuando los toreros salen les gritamos asesinos. En una ocasión, Francisco Ribera Ordoñez me hace un corte de manga. Me siento orgulloso durante días. Hacemos panfletos con citas de Schopenhauer o Unamuno a favor de la causa animalista. El público que sale de la plaza nos grita. Que nos busquemos un trabajo. Que somos terroristas. Que dónde estábamos el día que mataron a Miguel Ángel Blanco. Toda esa basura.
Cada vez que hablo con alguien sobre los toros tengo que oir la misma mierda.
Que el toreo es una tradición. Como la ablación o el linchamiento. Por ejemplo.
Que el toreo es arte. Bonita palabra que no se refiere a nada en concreto. Mi culo es arte. También.
Que el toreo permite que el toro de lidia sobreviva como especie. Y que los toros viven con todos los lujos hasta que llega la lidia. Me da igual el toro de lidia como especie, señora, lo que me importa es que la especie humana disfrute de la brutalidad. Brutalidad, voy a repetirlo. De ensañarse hasta la muerte con un animal acorralado. Asustado. Drogado. Debilitado. Con varios arpones colgando del lomo. Herido insistentemente por un hombre a caballo. Y probablemente con un alambre quebrado dentro del pene. Todo ello acompañado de alegres pasodobles. Y que lleven a sus hijos a ver ese espectáculo. Y lo muestren por la tele. A las ocho de la tarde. Que tengan la poca verguenza de pretender que ese animal derrotado sea el símbolo de este pais vergonzoso.
Me aburro y no se si me explico.
Lo que quiero decir es que no entiendo como podéis ser tan crueles e inhumanos como para disfrutar así con la tortura de un animal.
miércoles, julio 12, 2006
mar el poder del mar
El mar seguía ahí. Anoche. En Gijón.
De noche el cielo y el mar forman un único manto. Azul, oscuro. Excepto en el borde. Donde ya se puede ver la espuma de las olas que rompen. Y los reflejos de las farolas amarillas del Muro.Y las parejas que follan creyéndose ocultas. Con los genitales llenos de arena. Huele a algas y a sal. El Cantábrico es un mar violento y malcarado. Escarva las playas en la roca de los acantilados. A mordiscos. Sin piedad. Es, también, el más hermoso.
Dicen que el mar produce sosiego en quien lo contempla. No es así. Es, en cambio, una fuente de zozobra e inquietud. Si pensáis en ese algo desconocido que os roza el tobillo un día de resaca. Que se enreda. Si pensáis en los marineros naufragados que no regresan nunca. Y en los rostros de los hijos esperando hallar cualquier mañana los cadáveres varados en las playas. Cuando en realidad están amarrados por las algas al fondo marino. Pálidos e hinchados. Si pensáis en la condiciones extremas de presión, temperatura y oscuridad de las profundidades abisales. Y en esos peces esperpénticos con grandes dientes y ojos y linterna incorporada. Y en Moby Dick y el calamar gigante que atacó al Nautilus. Y en los inmigrantes que se ahogan tratando de llegar a nuestras costas. Y son condenados a la muerte. Por los opulentos. Si pensáis en que el sístole y diástole de las olas continuará siempre. Cada momento de vuestras vidas. Cada minuto. Cada segundo. Sin descanso. Y aún cuando muráis. Y hasta que la estrella se hinche y engulla la órbita terrestre. Y todo el planeta sea destruido.
El miedo más puro que existe. Zambullirse en el agua desde una embarcación lejos de la costa. Sumergirse un metro tras otro. Sentir como se enfría cada vez más el agua alrededor. Y no encontrar el fondo. Y entonces tratar de salir de nuevo a flote. Moviendo desesperadamente las extremidades. Y por fin la superficie. Y saber que bajo vuestros pies pedaleantes. Hay decenas de metros. De profundidad. De oscuridad. Y misterio.
De noche el cielo y el mar forman un único manto. Azul, oscuro. Excepto en el borde. Donde ya se puede ver la espuma de las olas que rompen. Y los reflejos de las farolas amarillas del Muro.Y las parejas que follan creyéndose ocultas. Con los genitales llenos de arena. Huele a algas y a sal. El Cantábrico es un mar violento y malcarado. Escarva las playas en la roca de los acantilados. A mordiscos. Sin piedad. Es, también, el más hermoso.
Dicen que el mar produce sosiego en quien lo contempla. No es así. Es, en cambio, una fuente de zozobra e inquietud. Si pensáis en ese algo desconocido que os roza el tobillo un día de resaca. Que se enreda. Si pensáis en los marineros naufragados que no regresan nunca. Y en los rostros de los hijos esperando hallar cualquier mañana los cadáveres varados en las playas. Cuando en realidad están amarrados por las algas al fondo marino. Pálidos e hinchados. Si pensáis en la condiciones extremas de presión, temperatura y oscuridad de las profundidades abisales. Y en esos peces esperpénticos con grandes dientes y ojos y linterna incorporada. Y en Moby Dick y el calamar gigante que atacó al Nautilus. Y en los inmigrantes que se ahogan tratando de llegar a nuestras costas. Y son condenados a la muerte. Por los opulentos. Si pensáis en que el sístole y diástole de las olas continuará siempre. Cada momento de vuestras vidas. Cada minuto. Cada segundo. Sin descanso. Y aún cuando muráis. Y hasta que la estrella se hinche y engulla la órbita terrestre. Y todo el planeta sea destruido.
El miedo más puro que existe. Zambullirse en el agua desde una embarcación lejos de la costa. Sumergirse un metro tras otro. Sentir como se enfría cada vez más el agua alrededor. Y no encontrar el fondo. Y entonces tratar de salir de nuevo a flote. Moviendo desesperadamente las extremidades. Y por fin la superficie. Y saber que bajo vuestros pies pedaleantes. Hay decenas de metros. De profundidad. De oscuridad. Y misterio.
lunes, julio 10, 2006
Foto
viernes, julio 07, 2006
Fragmento
Nadie habla nunca, nadie, aunque la gente mueva los labios y la lengua y las cuerdas vocales y emitan sonidos nunca nadie dice nada. Nada de lo que importa. Lo importante no se dice, se susurra, lo importante son los susurros, que atraviesan la vida como los gusanos atraviesan la tierra y los cadáveres y como los hilos atraviesan la ropa, de un lado a otro, casi imperceptibles, no lo que se dice en voz alta o se grita y llega a oídos de todos, lo importante son los susurros porque son lo más parecido al pensamiento, que no se dice ni se oye y solo lo escucha uno mismo, si es que lo escucha; así se susurran las cosas más graves, se susurra la confesión de un crimen bajo una luz cegadora en los bajos de una comisaría y se declara el amor susurrando una boca cálida a un oído sobre la misma almohada, a oscuras. En susurros se conspira y se hacen sucios negocios, los susurros de las putas acarician los oídos de los transeúntes en los callejones. Con susurros se entrega al sueño a los niños y en susurros invierten los moribundos su último aliento, su despedida. En susurros viajan las verdades mientras que las mentiras se gritan. Por favor, bajen la voz. O mejor, no digan nada.
miércoles, julio 05, 2006
La piel
El éxito en la práctica de la magia depende de una elección adecuada del momento, el lugar y el deseo. Es tan fácil como desear lo posible en el momento y lugar adecuado. Se acaba ya la tarde y Marco cierra los ojos bajo un cielo naranja y morado. Desea, tras la oscuridad de sus párpados, que el Sol se ponga, aprieta los dientes y cierra fuerte los puños. Y el sol se pone, abracadabra, víctima del sortilegio. Es la primera vez que Marco admira un crepúsculo y piensa que el Sol, tan rojo, hundiéndose en el Atlántico, debe de ser una fruta o un vegetal. La playa está orientada al oeste y, sumergiendo los dedos de los pies en la arena, Marco dice: “míralo, tan anaranjado y rojo, solo puede ser un tomate, una naranja o un pomelo”. La marea sube y las olas le lamen las piernas.
- ¿Qué es el sol -pregunta Marco-, y por qué cuando muere se pone tan rojo?
- El sol es una estrella, como los puntos blancos que ahora comienzan a aparecer -le responde Sara señalando al cielo oscurecido-. Se pone rojo porque la atmósfera difunde en diferentes ángulos las diferentes longitudes de onda de la luz, el rojo difunde totalmente y solo queda el azul. Es por esto que el cielo es azul.
- ¿Y qué son las estrellas? - pregunta Marco insaciable apoyando la cabeza sobre las manos.
- Las estrellas son esferas de gas autogravitantes; albergan furiosas reacciones termonucleares en su interior que las iluminan.
- Yo creo que las estrellas son pomelos - y después silencio.
En momentos como este Marco ama y odia secretamente a Sara. Allí, tendido en la playa, a su lado, tiene la convicción de que lo único alrededor de lo que él giraría eternamente era el fino cuerpo de Sara sobre la arena húmeda. El amor es algo así como uno de esos peluches que hablan al apretarles el vientre o las cajitas musicales que liberan, al abrirlas, una melodía melancólica y el baile de una bailarina de nácar: cosas dulces y amables en apariencia pero animadas interiormente por un mecanismo cruel, frío e implacable.
- ¿Qué es el sol -pregunta Marco-, y por qué cuando muere se pone tan rojo?
- El sol es una estrella, como los puntos blancos que ahora comienzan a aparecer -le responde Sara señalando al cielo oscurecido-. Se pone rojo porque la atmósfera difunde en diferentes ángulos las diferentes longitudes de onda de la luz, el rojo difunde totalmente y solo queda el azul. Es por esto que el cielo es azul.
- ¿Y qué son las estrellas? - pregunta Marco insaciable apoyando la cabeza sobre las manos.
- Las estrellas son esferas de gas autogravitantes; albergan furiosas reacciones termonucleares en su interior que las iluminan.
- Yo creo que las estrellas son pomelos - y después silencio.
En momentos como este Marco ama y odia secretamente a Sara. Allí, tendido en la playa, a su lado, tiene la convicción de que lo único alrededor de lo que él giraría eternamente era el fino cuerpo de Sara sobre la arena húmeda. El amor es algo así como uno de esos peluches que hablan al apretarles el vientre o las cajitas musicales que liberan, al abrirlas, una melodía melancólica y el baile de una bailarina de nácar: cosas dulces y amables en apariencia pero animadas interiormente por un mecanismo cruel, frío e implacable.
domingo, julio 02, 2006
Working class heroes
Oigo a los obreros trabajando encima de mi casa. Primero llegan unos muy delicados, hacen pliqui-pliqui con pequeños martillos y colocan azulejos con sus finas manos pálidas, beben de botellas de agua cristalina. Después vienen otros diferentes, otros que imagino como hombres gigantescos de piel curtida portando enormes mazas, las dejan caer con todo su peso sobre el suelo: poooom, pooooom, poooooom. Hay veces que descansan, fuman tabaco negro, maldicen y escupen en el suelo. Me gustaría que bajasen algún día hasta aquí y me abrazasen fuerte, que casi me asfixiasen entre sus brazos, oler su olor a cuero y a sudor y los cosquilleos de sus mostachos rozando mi cuello. Venid y dadme vuestra fuerza de trabajo, acariciadme con vuestros gruesos dedos peludos, dadme un poco de vuestra solidaridad sindical, un poquito, aunque sea, de vuestro amor proletario, gigantes de Turquía pagados con el sucio oro moscovita. Hombres sin camisa de cabellos revueltos, venid a mí, que tengo los huesos curvos de tanto abrazar a una sombra.
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