miércoles, septiembre 26, 2012

Mamá, yo quiero ser Policía Nacional



La Policía Nacional se aplicó ayer frente al Congreso, y como siempre en los últimos tiempos, con una entrega y una pasión por el trabajo que recuerda a aquella de los moros que trajo Franco. O a la Legión de Millán Astray: ¡Viva la Muerte! No era para menos: los jefes estaban muy cerca y muy atentos, en el lado azul del hemiciclo.

Los antidisturbios no son apolíneos atletas, aunque pudiera parecerlo, sino en su mayoría señores barrigones con bigote, ratas de gimnasio con pelo cenicero, extremoderechistas víctima del fracaso escolar (de estos conozco a varios) o simplemente gente que no ha reflexionado demasiado sobre el trabajo que un día tonto eligió.  Pero lo peor de los antidisturbios no es que realicen con ahínco su trabajo, si no que lo realicen mal. En el fondo, que la policía tenga escorrer a la gente por las calles a cientos de metros del núcleo de la manifestación, que se adentre en la Estación de Atocha disparando pelotas de goma, cargando quién sabe por qué y contra quién, y poniendo en peligro a los usuarios del Cercanías, o que sitie bares defendidos por heroicos camareros, no deja de ser una medida del garrafal tamaño de su  fracaso. ¿Cómo puede el PP estar orgulloso de su actuación? ¿Actuaron en verdad "explendidamente", sr. Ministro? ¿Es un orgullo tener reprimir a palo limpio a la población? Al parecer en ciertas mentalidades carpetovetónicas como las del ministro de Interior, sí. La precisión, la inteligencia, la exactitud no son la especialidad de nuestros hombres de azul: más bien el garrotazo goyesco. Por lo demás, todas las cargas policiales son desproporcionadas, porque nunca, de mano, hay proporcionalidad de fuerzas entre los manifestantes desarmados (por muchas piedras y botellas que haya por medio) y los polis perfectamente equipados para hacer daño.

Se supone que los antidisturbios están ahí para evitar incidentes y no para provocarlos, ni para responder de manera tan brutal a las provocaciones, que muchas veces son fomentadas por infiltrados policiales disfrazados de terroristas suicidas. ¿Cómo puede ser que con 1400 efectivos desplegados, y todo el apoyo del  Estado, la Ley y el Gran Capital detrás, no puedan acabar de otra manera con los supuestos conatos minoritarios de violencia? ¿Toda la Inteligencia del estado, el adiestramiento policial y los avances tecnológicos dejan como única manera de calmar los ánimos la pura y dura hostia limpia?

La policía carga a discreción contra todo y contra todos. A mí me apalearon el 19J cuando estaba de espaldas yéndome a casa, después de un día de duro trabajo, y he estado dos meses cojo por culpa de esos señores que, además, casi me roban la mochila con el ordenador (#solidaridadconmigo). Se conoce que hay recortes. Cualquiera puede ver en los numerosos vídeos y fotografías que se han difundido desde que el gobierno del PP dio carta blanca a la brutal represión (hay que decir que Rubalcaba mostraba más templanza) que los policías no pegan toletazos por debajo de las piernas (a mí me dieron en la cabeza), no disparan al suelo las pelotas de goma (a veces apuntan al pecho y a pocos metros), no hacen distinción entre jóvenes, ancianos, viandantes, mirones o combatientes, no respetan a los periodistas, no se identifican y amenazan a los que les piden el número de placa, entran en bares, en estaciones de metro y tren persiguiendo, quién sabe si por placer, a un puñado de manifestantes aterrados. O sacan la pistola y disparan al aire, como hicieron en Lavapiés contra (oh, qué miedo) un inocente grupo de top mantas. La UIP se comporta más como una de esas bandas de matones contra las que luchaba el Equipo A (¿por cierto, dónde está el Equipo A cuando se le necesita?). Esto, señores antidisturbios, no es profesional. Esto es cutre, es zafio, es tercermundista y está mal. Pero bueno, no carguemos las tintas: nunca le hemos pedido profesionalidad a los animales.

Los políticos se escandalizan mucho porque la gente quiera rodear el Congreso. Parece que a ninguno (con excepciones notables) le da la materia gris para ir más allá y preguntarse por qué la gente se ha visto impelida a tal acción inusual. Qué condiciones extraordinarias nos han llevado a esta situación insostenible. Y quienes son los culpables. Y  luego están aquellos que, como Soraya Sáenz de Santamaría y otros peperos, dicen que son los legítimos representantes del pueblo surgidos de la urnas cuando han incumplido punto por punto, con la minuciosidad del relojero, todo el programa el electoral que sus incautos votantes un mal día votaron.

martes, septiembre 25, 2012

Los hijos de los hipsters




Los modernos comienzan a reproducirse. Como muchos ya hemos entrado sin ningún pudor en la treintena nos empiezan a salir canas (de los grey foxes hablaré otro día) y, a algunos, también hijos. Pero lo cortés no quita lo caliente, y tener un churumbel con mogollón de genes tuyos a tu cargo no quiere decir que se convierta uno en lo que era antes un padre, un integrador en la moral de la tribu, ese hombre recto que te hacía aceptar la Realidad y domar el Deseo: los modernos pueden seguir llevando camisas hawaianas y enormes gafas de pasta, yendo a conciertos en el Matadero, saliendo alguna noche, aunque cada vez menos, y rebuscando libros infantiles guays para hacer que la prole mole.

No sé si esto es nuevo pero es seguramente casi nuevo, como todo. Nuestros padres, los de los que ahora tenemos treinta y tantos, fueron jóvenes en los franquistas sesentas españoles y vivieron la sacrosanta Transición. ¿Había allí modernos? Claro, pero no eran iguales que ahora. Entonces lo moderno era afiliarse al Partido Comunista de España, llevar pantalones de campana, chaqueta de pana, media melena, Felipe González, Alfonso Guerra, la revista Ajoblanco, la Confederación Nacional del Trabajo y follar todos con todos, que si no eras un carroza y no estabas en el rollo. Murió el sátrapa en su camita y llegó esa mezcla de petardeo y punk que llamaron La Movida, pero creo yo que lo alternativo, lo moderno, no se instaló definitivamente en España hasta los 90, cuando el grunge, cuando el indie, cuando se popularizó la prensa musical independiente y festivales como el Badalona Pop Festival, y más tarde el Festival Internacional de Benicassim, y los brazos de la peñuki se cubría de moratones a causa del skate. La MTV entonces ponía música. El despiporre llegó, cómo no, en la década de los naughties y al calor de la expansión económica fundada fraudulentamente sobre el abundante ladrillo español. Porque no hay verdadera modernidad sin pastufi. Fue entonces cuando España, encabezada por Madrid y, sobre todo, Barcelona, se coolizó. Llegaron las decoraciones minimalistas para tiendas guays en las que solo había un par de prendas de ropa, los enormes platos cuadrados en los que casi no había comida, la música chill out para el día, el house, y luego el electro, y luego el minimal para por las noches y las mañanas subsiguientes, cierta democratización de las drogas y mucha de los tatus, el reconocimiento del matrimonio homosexual y la invasión de la publicaciones de tendencias gratuitas. Lo alternativo ya casi había dejado de ser alternativo, porque el FIB se convirtió en un baño de masas, y todo el mundo acabó siguiendo las tendencias: lo moderno se convirtió en el signo de nuestro tiempo, en lo normal, en lo mayoritario, en el negocio. La Cibeles Fashion Week elevada a la altura de las Bellas Artes y la claudicación de cualquier contenido político y/o subversivo que pudiera haber en la modernidad.  Los indies más fariseos descubrieron que, de pronto, se habían convertido en mainstream y que el dinosaurio seguía estando allí.

Son estos individuos, los que fueron jóvenes en el cambio de siglo los que ahora comienzan a tener cachorros. ¿Cómo será ser hijo de un moderno? El otro día vi por la calle a Carlos Galán, fundador del sello musical Subterfuge, epítome del alternativismo patrio en los 90, con el que debía ser su hijo, ya bastante crecidito. Me pregunté cómo sería ser el hijo de Carlos Galán: yo en los ’90 me sentía muy especial escuchando los ruidosos discos de Subterfuge que mi madre no entendía, metiendo mi cabeza en los subterráneos de la música indie y demás. Si tu padre ya es guay y alternativo… ¿contra qué te rebelas? ¿Serán los hijos de los hipsters en el futuro, y como reacción, bakalas de extrarradio o falangistas? ¿Aborrecerán u odiarán el Sónar Kids al que les llevan los pesados de sus padres? ¿Se reirán con La Hora Chanante o les parecerá humor de viejos? ¿Querrán tatuarse al ver el destrozo que hicieron papá y mamá, ya ancianos, con sus cuerpos pellejos y arrugados cubiertos de dibujos deformes? ¿Serán apocalípticos o serán integrados?

Y luego está Ramoncín, que tiene una hija que es casi tan vieja, o tan joven, como él.

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En la imagen, un ejemplo de genética mendeliana

miércoles, septiembre 12, 2012

Esos dos que se están besando




Esos dos que se están besando acaban de salir del bar, afortunadamente no hay mucha gente fuera, otro tipo, yo que fumo, un gato, y esos se han puesto ahí en medio de la calle a darse el lote, se están abrazando por todas partes, se están comiendo como si estuvieran muy famélicos y no hubieran probado bocado al menos en tres días; a él, que lleva una horrenda cazadora amarilla salmonela y unos pantalones blancos, se le ha caído la copa al abrazarla a ella con la mano derecha, es decir, cuando ha querido dar más énfasis a la escena y abrazarla con la mano (la derecha) con la que sostenía la copa; entonces la copa, un vaso de tubo relleno de ron Pampero con Coca-cola (lo sé porque le oí pedirlo en la barra) se le ha caído, o él la ha dejado caer, quién sabe, y se ha roto en el suelo en decenas (que no mil) pedacitos, como si una gota de vidrio del tamaño de un puño se hubiese estrellado contra el suelo ahí, al lado de esos dos, y se hubiese quedado desperdigada como una pequeña cantidad de agua, shattered que dicen muy gráficamente en inglés; ahora el suelo está lleno de gotitas de vidrio y por ahí pasa también un reguero de alcohol o de orina (no llego a olerlo desde esta pared), que discurre por en medio de las piernas de esos dos que se están besando; ella las lleva desnudas, las piernas, una minifalda muy torera que él, por fin a dos manos, puede manipular a gusto como si estuviese manipulando la masa para hacer el pan (precisamente a esta hora deben estar los cientos de panaderos de la ciudad amasando el pan que comeremos mañana, es decir, dentro de unas horas, si es que comemos pan), al tiempo que se amasan esas lenguas como babosas rosas, se pueden ver desde aquí, las babosas, ni siquiera las mantienen dentro de la boca, puedo ver su brillo desde aquí, el brillo de esas dos babosas de carne que parecen estar luchando a muerte al tiempo que a él, detrás del pantalón blanco hortera, se le aparece una erección, por qué no decirlo, como una breve barra de pan, si es que hay barras de pan breves o se puede utilizar ese adjetivo para adjetivar el pan nuestro de cada día: a mí me da un poco de vergüenza todo esto, me da vergüenza verlo, la verdad, menos mal que somos pocos: yo que estoy aquí fumando, el tipo que toma el aire enfrente porque debe estar borracho, el gato callejero que ya no está, el coche aparcado, la farola que da luz a todo esto y a esos dos que se están besando que, digo yo, deben de acabar de conocerse.

lunes, septiembre 10, 2012

Inventario de invertebrados




La febril escolopendra, las cuarenta y dos patas del ciempiés, las lombrices, los trematodos y los nematelmintos, los duros pelos de la reina Tarántula, las larvas, las larvas, las larvas y las babas de la babosa infame, todos estaban a mis pies, entre las sábanas al fondo de la cama. Eran aberraciones del mundo, la herencia biológica de una Naturaleza enferma, el diseño inteligente del Demonio. ¿Dónde estaba Dios el día que poblaron los lodos de la Tierra?

Cada día los veía en un gran libro titulado Invertebrados, el número 8 de una colección infantil sobre animales, cuya portada no me atrevía ni a tocar: me daba asco. Cada noche me encogía para que esos bichos vomitivos y hambrientos no alcanzasen las puntas de cristal de mis dos pequeños pies.

A mí me gustaba el libro de las aves, su elegancia ingrávida hilvanada en el viento fuerte de la tarde, pero no había aves volando en el cielo gris marengo de mis sábanas.

Tenía miedo a los invertebrados, al monstruo del pasillo que solía susurrarme, al que se escondía en el armario o debajo de la cama, a caminar en cuartos oscuros donde no veía los abismos, a que cualquier noche mamá no regresara para cogerme de la mano, y al gran ciervo volante: el Rey del Bosque.


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(Ilustración de Ángeles Agrela)

martes, septiembre 04, 2012

Los píxeles elementales




En este videojuego usted controla a un personaje pixelado que vive en una casa pixelada con jardín en un suburbio pixelado. Usted puede hacer que el personaje monte fiestas en su casa, compre muebles, busque un puesto de trabajo, vaya a hacer deporte, pinche discos. Puede incluso hacer que este personaje pixelado tenga un ordenador, y allí dentro un videojuego en el que controla a un personaje pixelado que vive en una casa pixelada con jardín en un suburbio pixelado. El personaje pixelado puede hacer que el segundo personaje pixelado monte fiestas pixeladas en su casa, compre muebles pixelados, busque un puesto de trabajo pixelado, vaya a hacer deporte pixelado, pinche discos pixelados. Puede incluso que el segundo personaje pixelado tenga un ordenador y allí dentro un videojuego en el que controla a un tercer personaje pixelado que vive en una casa pixelada con jardín en un suburbio pixelado, que monte fiestas locas y tenga un ordenador en un despacho, y en ese ordenador un videojuego y en ese videojuego viva usted.