La Policía Nacional se aplicó ayer frente al Congreso, y
como siempre en los últimos tiempos, con una entrega y una pasión por el
trabajo que recuerda a aquella de los moros que trajo Franco. O a la Legión de Millán Astray: ¡Viva la Muerte! No era para
menos: los jefes estaban muy cerca y muy atentos, en el lado azul del hemiciclo.
Los antidisturbios no son apolíneos atletas, aunque pudiera
parecerlo, sino en su mayoría señores barrigones con bigote, ratas de gimnasio con pelo
cenicero, extremoderechistas víctima del fracaso escolar (de estos conozco a
varios) o simplemente gente que no ha reflexionado demasiado sobre el trabajo
que un día tonto eligió. Pero lo peor de
los antidisturbios no es que realicen con ahínco su trabajo, si no que lo realicen
mal. En el fondo, que la policía tenga escorrer a la gente por las calles a cientos
de metros del núcleo de la manifestación, que se adentre en la Estación de Atocha
disparando pelotas de goma, cargando quién sabe por qué y contra quién, y poniendo en peligro
a los usuarios del Cercanías, o que sitie bares defendidos por heroicos
camareros, no deja de ser una medida del garrafal tamaño de su fracaso. ¿Cómo
puede el PP estar orgulloso de su actuación? ¿Actuaron en verdad "explendidamente", sr. Ministro? ¿Es un orgullo tener reprimir a
palo limpio a la población? Al parecer en ciertas mentalidades carpetovetónicas
como las del ministro de Interior, sí. La precisión, la inteligencia, la exactitud no son la especialidad de nuestros hombres de azul: más bien el garrotazo goyesco. Por lo demás, todas las cargas policiales son desproporcionadas, porque nunca, de mano, hay proporcionalidad de fuerzas entre los manifestantes desarmados (por muchas piedras y botellas que haya por medio) y los polis perfectamente equipados para hacer daño.
Se supone que los antidisturbios están ahí para evitar
incidentes y no para provocarlos, ni para responder de manera tan brutal a las
provocaciones, que muchas veces son fomentadas por infiltrados policiales
disfrazados de terroristas suicidas. ¿Cómo puede ser que con 1400 efectivos
desplegados, y todo el apoyo del Estado,
la Ley y el Gran Capital detrás, no puedan acabar de otra manera con los
supuestos conatos minoritarios de violencia? ¿Toda la Inteligencia del estado, el
adiestramiento policial y los avances tecnológicos dejan como única manera de
calmar los ánimos la pura y dura hostia limpia?
La policía carga a discreción contra todo y contra todos. A
mí me apalearon el 19J cuando estaba de espaldas yéndome a casa, después de un día de duro trabajo, y he estado dos
meses cojo por culpa de esos señores que, además, casi me roban la mochila
con el ordenador (#solidaridadconmigo). Se conoce que hay recortes. Cualquiera puede ver en los
numerosos vídeos y fotografías que se han difundido desde que el gobierno del
PP dio carta blanca a la brutal represión (hay que decir que Rubalcaba mostraba más templanza) que los policías no pegan toletazos
por debajo de las piernas (a mí me dieron en la cabeza), no disparan al suelo
las pelotas de goma (a veces apuntan al pecho y a pocos metros), no hacen
distinción entre jóvenes, ancianos, viandantes, mirones o combatientes, no
respetan a los periodistas, no se identifican y amenazan a los que les piden el
número de placa, entran en bares, en estaciones de metro y tren persiguiendo,
quién sabe si por placer, a un puñado de manifestantes aterrados. O sacan la
pistola y disparan al aire, como hicieron en Lavapiés contra (oh, qué miedo) un
inocente grupo de top mantas. La UIP se comporta más como una de esas bandas de
matones contra las que luchaba el Equipo A (¿por cierto, dónde está el Equipo A
cuando se le necesita?). Esto, señores antidisturbios, no es profesional. Esto
es cutre, es zafio, es tercermundista y está mal. Pero bueno, no carguemos las
tintas: nunca le hemos pedido profesionalidad a los animales.
Los políticos se escandalizan mucho porque la gente quiera
rodear el Congreso. Parece que a ninguno (con excepciones notables) le da la
materia gris para ir más allá y preguntarse por
qué la gente se ha visto impelida a tal acción inusual. Qué condiciones extraordinarias nos han llevado
a esta situación insostenible. Y quienes
son los culpables. Y luego están
aquellos que, como Soraya Sáenz de Santamaría y otros peperos, dicen que son los
legítimos representantes del pueblo surgidos de la urnas cuando han incumplido
punto por punto, con la minuciosidad del relojero, todo el programa el
electoral que sus incautos votantes un mal día votaron.