miércoles, diciembre 23, 2009

Dar la vuelta al mundo muchas veces,
vencer el miedo, quebrar el cielo en vuelo supersónico,
cruzar las nubes sin maletas y ver la Tierra desde arriba,
huyendo hacia a otro sitio. Dar la vuelta al mundo
muchas veces, surcar a nado los océanos, en las algas
enredarte y olvidar en el refugio de la jungla
cualquier sórdido secreto. Dar la vuelta
al mundo muchas veces en busca de algo nuevo
que traiga algo de brillo, que espante la niebla
que te envuelve, que borre el tatuaje trágico del tiempo.
Pasar por sitios aún más desiertos, cerrar las puertas a tu paso,
irse dando cuenta poco a poco de
–huir-
la banalidad de tu propósito.
Dar la vuelta al mundo muchas veces,
en míseros trenes, en blancos veleros cortando las olas
que impiden el paso, buscando el calor en el polo,
hallando el frío en el trópico. Dar la vuelta al mundo
muchas veces y no encontrar nada,
y volver con las manos vacías y la triste certeza
de que estaba en tu casa lo que buscabas.
Dar la vuelta al mundo muchas veces y comprobar,
a la vuelta, en la casa vacía, en la cama vacía,
en la almohada revuelta, en posos de café
aún calientes,
al fin,
que te has marchado.

jueves, diciembre 17, 2009

Feliz Navidad

Hola buenos días tengan ustedes… que tengan ustedes muy buenos días… sólo quería robarles un poquito de su valioso tiempo… ahora que se dirigen a sus puestos de trabajo, espero no ser molestia de ningún tipo…. soy un joven politoxicómano y enfermo de sida desde hace cuatro años y medio… las circunstancias de la vida me arrojaron a la Droga… en los años 80 nos vendían la Heroína como una panacea… una aventura… sólo somos unos enfermos sociales… me gustaría trabajar y ganarme la vida de manera digna pero… pero la sociedad no nos acepta… no quisiera molestarles señores y señoras con mis problemas… querría sólamente pedirles una ayuda para comer esta mañana… para un café y un bocadillo y para alimentar a mi hija y a mi mujer, también enferma… hace frío... estamos viviendo en la calle... no es para Droga, si alguno de ustedes tuviera a bien ofrecerme un puesto de trabajo me encantaría ganarme la vida dignamente… la sociedad no nos acepta, no tengo paro ni ninguna otra ayuda así que me veo obligado a pedir en el metro tristemente… pero peor es robar… si alguno de ustedes, señores y señoras, quisiera comprarme algo de comida, para mi y para mi mujer y mi pequeña niña de tres años, se lo agradecería enormemente… muchas gracias por su atención, señores y señoras, que tengan buen viaje... y muy buen día y una buena jornada laboral en sus puestos de trabajo… muchas gracias...gracias… feliz navidad.

jueves, diciembre 10, 2009

Puercoespín

Andrés me está contando que igual cogen el bar entre dos, que él no quiere todas las responsabilidades, yo me pregunto dónde estarás ahora, qué estarás haciendo y con quién, ¿otra caña?, yo sí, que sean dos, ah, y una de gambas, imagino tu cuerpo desnudo entre las sucias manos de otro, pongamos calvo y fornido, con algún tatuaje y barba de dos días, alguien que apareció en alguno de los últimos bares de la noche y te acogió inocentemente en su casa, tal y como yo hice una vez. Lo fundamental, dice Andrés, es hacerse con una clientela fiel, que venga cada noche, que se sienta identificada emocionalmente con el garito, claro, y tu espalda combada entre sus brazos, y tú gimiendo a cuatro patas, recuerdo cuando fuimos la última vez a la playa, tú jugabas con el hijo de Inés y Pablo, y yo apenas te hice caso aquel verano, me da cierta tristeza cada vez que pienso en ello, y dónde estás ahora, mientras Andrés me sigue hablando y gesticula con las manos y dice ‘responsabilidad’ y dice ‘miedo’; me imagino un televisor con la imagen partida en dos, y muerdo una gamba, y doy un trago, y me imagino que yo estoy a un lado de la imagen, en la barra, con Andrés que ahora me habla de una novela ‘deliciosa’, pensando en ti, y tú estás en la otra mitad de la pantalla, pero dónde, con quién, haciendo qué; una novela, dice Andrés, que no puedo dejar de leer, yo se la recomiendo a todo el mundo, pues habrá que leerla, acierto a decir para evitar que la conversación decaiga, para que Andrés siga hablando un rato más, mientras yo me digo: debería dejar de beber, o debería beber más, o tal vez debería irme a mi casa y meterme a oscuras en la cama, abrazar el sueño del Orfidal hasta mañana, pero ¿dónde estarás cuando amanezca ? tal vez no supe ver las cosas buenas. Un golpe del vaso vacío de Andrés sobre la barra me saca de la ensoñación, ¿qué, nos vamos a ir de copas?, sí, supongo, claro, digo, perdámonos en los callejones de la noche, tal vez debería asumir la situación, no, ya pago yo, pero es que hay un erizo detrás de mi esternón cada vez que te veo cogida a otro en mi cabeza, ciega, marchándote a su casa, desconectando el móvil, son trece euros diez, quédate la vuelta, pero es que hay un puercoespín girando dentro de mi vientre y no se cómo coño, vámonos, dice Andrés, lo tengo que matar.

lunes, diciembre 07, 2009

Otra maldita crónica de un viaje a Asturias

Todo empezó como empieza siempre: una resaca de colores, carreras por el metro para llegar a tiempo, coger el autobús in extremis cuando ya se está yendo, tratar de conciliar el sueño en posturas incómodas, el dolor en el cuello, mientras el tedioso paisaje de Castilla la Vieja pasa al otro lado de la ventana y una tipeja sentada al lado dice chorradas durante horas a través de su teléfono móvil. Al llegar a Oviedo, la heroica ciudad dormía la siesta, que diría Clarín, y yo tenía mucho sueño.

La tarde del viernes fui a la tertulia de los poetas a ver si me ayudaban para el reportaje. Allí Javier Almuzara contó una anécdota: al parecer anda dando talleres literarios para niños en torno a los diez años y uno de los educativos ejercicios que les propone consiste en construir un diccionario. Estas son algunas de las definiciones que han ideado:

- Abuelita: señora mayor que me da lo quiero cuando mis padres no me lo dan.
- Juguete: cosa que me compra mi padre para no tener que jugar conmigo.

Y la mejor:

- Tiempo: reloj que no existe pero que se nota.

Aaayyyy, diablillos… Los niños de hoy tienen un toque entre irónico y despiadado que me asusta.

Al día siguiente, sábado, viajé a un pueblecito de la costa a recabar información para el otro de los reportajes que tengo entre manos. Allí conocí a un tipo, el anciano P., que me hizo de guía. Vive en un lujoso chalet, de esa arquitectura que en los 60’s era moderna y que ha envejecido un poco mal, como de mansión de malo de James Bond, encaramado en el monte, y desde el que hay unas vistas increíbles (el Cantábrico, las montaña metiéndose a saco en el mar, la niebla). El chalet, sin embargo, no es suyo, sino de su cuñado, un anciano empresario que tiene la casa llena (y cuando digo llena es que no quedan huecos libres en las paredes) de fotos de sus viajes por todo el orbe terrestre, simbología franquista a tutti y decoración de lo más rancia, en un claro desaprovechamiento de aquel espacio y aquellas vistas maravillosas. P., en cambio, es un viejo intelectual de izquierdas, periodista, que vivió más de una década en el París de Sastre, Foucault, el estructuralismo y el 68 (que le cogió fuera), que estudió mil carreras desarrollando los más variopintos oficios, y llegó a altos cargos en la agencia France Press y Efe.

Después de la visita al pueblo, P. habló un par de horas (comiendo un pote asturiano casero delicioso), con mucho tino, templanza y criterio, sobre aquellos tiempos frenéticos, sobre poesía, sobre inmigración. Lo que une a estos dos personajes casi antitéticos, el empresario facha y el romántico periodista afrancesado, es la hermana de P. y mujer del empresario, que murió hace seis años después de cuatro en coma, tras sufrir un ictus. Su viudo ha construido un parque en la ladera de la montaña, de su propiedad, en honor a su amada desaparecida, con estatuas de la susodicha, poemas en su memoria escritos por varias personas, retratos de todos los reyes asturianos y, como en la plaza de España de Sevilla, un lugar dedicado a cada comunidad autónoma del Estado (¿). Puro kistch.

Para más inri había allí una pareja cincuentona que se acerca cada fin de semana al pueblo para cuidar de los dos ancianos y prepararles la comida hasta el próximo viernes. Me enteré, mientras visitaba el pueblo con el marido, que llevaba 20 años sufriendo depresión crónica y crisis de ansiedad aunque no se le notaba nada. “Estoy bien porque voy hasta arriba de antidepresivos y ansiolíticos”, me dijo muy sonriente. Al parecer, fue uno de los primeros casos de acoso laboral en España (lo que ahora se llama mobbing), y está prejubilado por esa depresión que todavía colea.

Todo aquello me pareció flipante, no sólo el caso de este hombre, sino el ambiente general de aquella casa, aquellas cuatro personas con extrañas relaciones en un espacio que parece que duerme todavía soñando con otro tiempo. Habría que escribir una novela. Y luego hacer la peli, algo en plan documental como El Desencanto, de Jaime Chavarri.

Y por la noche, cómo no, salir por Oviedo. De mis correría en Vetusta ya he escrito bastante (aquí, por ejemplo, y aquí). La cosa fue más o menos como siempre, o mejor, porque siempre es mejor recorrer los bares de Oviedo y quedar con unos y con otros, y encontrarse con el resto, en esa vorágine neblinosa que es la noche ovetense. El amanecer me cogió refugiado en el pesebre del belén a tamaño real que coloca el ayuntamiento en la plaza de la Catedral, en sintonía con lo que fue el resto de la noche.

Fue una visita relámpago: ayer me volví, y todo acabó como acaba siempre: una resaca de colores, el sueño incómodo del viaje de vuelta ante el tedioso paisaje castellano, y una tipeja al lado que, por suerte, no habló por teléfono en todo el viaje. Al vislumbrar el skyline de Madrid refulgiendo en el horizonte, el Palacio Real, las torres KIO, los edificios de Plaza de España, me invadió una extraña emoción, recordando de golpe, todo a la vez, los años que he pasado en esta salvaje ciudad, una de las dos que amo. Porque sí se puede amar a dos ciudades a la vez, y no estar loco.

martes, diciembre 01, 2009

Apisonadora

El día primero de cada mes uno es tragado por la boca de metro y al fondo, donde deberían de estar sus cuerdas vocales y su campanilla (las de la boca del metro, me refiero) pero hay, en cambio, una máquina expendedora, se compra uno el abono mensual que le permitirá tomar todo tipo de transporte público durante los siguientes 30 días. Y en el abono, ese todopoderoso y pequeño cartón, uno lee, en tres cifras y dos letras, las exactas coordenadas temporales: DIC 09. ¿No se siente usted como arrollado por una apisonadora?

Recuerdo mi primer abono transporte, decía: OCT 01. Eran aquellos días extraños de recién llegado a la ciudad y fantaseaba con que alguna vez aquel cartoncito dijera, 03 o 04, y no conseguía imaginar como sería llevar aquí tanto tiempo. No sólo dijo esas cifras, el abono, si no que llegó a decir 07 y 08 y hasta este DIC 09 al que nos asomamos con vértigo. El último mes de la década.

El tiempo te arrolla y uno no puede más que sentir esta impotencia y este miedo. El devenir es como ese momento cuando el avión va a despegar y a uno no le gusta volar, y sabe que la máquina tremenda va a rugir como una bestia horrenda y va a alzar el vuelo traqueteándose y uno no va a poder hacer nada para evitarlo. Simplemente va a ocurrir y ya está. Como esperar con el culo al aire la inyección del practicante cuando se es niño. Como observar la salida del vello púbico, el crecimiento de la barba, la caída del pelo, la deficiente metabolización de las grasas, la decadencia inexorable de los cuerpos. Sin que uno pueda hacer nada.

Al menos el metro es un lugar donde el tiempo parece que no pasa. Su luz es igual a primera hora de la madrugada que a última de la noche, como si ahí los relojes, los calendarios, todo estuviese abolido, excepto la fecha de los periódicos gratuitos y el reflejo que te devuelve, en el vagón, entre las cabezas de otros dos viajeros, el cristal de enfrente. Y viéndose uno cambiar muy poco a poco, cada día, en ese cristal, observa horrorizado en su mano el abono transporte, sus tres cifras y dos letras, y se pregunta cuáles serán el último día de la vida.