Veo los solemnes actos conmemorativos de los atentados del 11S por televisión y pienso que hay infinitas violencias en este mundo, pero sobre todo dos violencias. Una es su violencia injusta y salvaje; incrustar dos aviones comerciales contra las torres más representativas de nuestro Imperio, o hacerse estallar en una discoteca de Tel Aviv repleta de gente, personas como nosotros, con los mismos peinados y las mismas ropas, con los mismos gustos y los mismos ídolos, con la piel del color de nuestra piel. La otra es nuestra violencia redentora, preventiva e inmaculada –porque Dios está de nuestra parte y en él confiamos-, bombardear países en la otra esquina del mundo cuyos nombres no conocíamos anteriormente y que la CNN nos presenta como lugares áridos y agrestes poblados por hombres barbudos y coléricos portando kalashnikovs de frío acero negro clamando venganza por sus muertos, que suelen llevar en lo alto de sus brazos por las calles. Sus muertos no tienen nombre ni cara, se contabilizan por numero: x muertos hoy en Irak, x muertos en los bombardeos al Líbano. En cambio nuestros muertos de piel clara tienen nombre y tienen rostro: el otro día, en los actos conmemorativos, se enunciaron todos sus nombres, varios miles y se pueden consultar en los monumentos a los caídos.
Cada vez que veo a alguien declarar en televisión que el Islam es una religión de paz no puedo hacer menos que reír o indignarme. Todas las religiones están hechas para la guerra, Jesucristo dijo venir con la espada y no con la palabra, la misma espada que Mahoma deseaba utilizar para extender sus doctrinas. Hay cientos de
suras en el Corán que predican la guerra santa. El problema de las religiones del Libro es que las escrituras siempre se pueden interpretar como uno desee haciendo la correcta selección de citas. Son libros tan polivalentes que a veces llego a creer que fueron realmente dictados por una voz divina. Cualquier cosa puede ser justificada en virud a estos textos, cualquier creencia, por absurda que sea, puede ser respaldada por la Biblia, el Corán o el Talmud, pues son textos mil veces contradictorios y si aquí dice haz el amor, allí dice haz la guerra, y si aquí dice practica el Talión, allí dice pon la otra mejilla.
La religión sirve, fundamentalmente, para mortificar al cuerpo, confundir a la mente, castrar al espíritu y anular a la persona. Ahora las religiones, al menos aquí donde vivimos, son algo anecdótico –aunque nuestra cultura está profundamente traspasada por el judeocristianismo y aun siendo ateos no podamos huir de ciertas concepciones o costumbres que han ido calando hondo en el inconsciente colectivo durante siglos-, pero hubo un tiempo en que suponían un código de conducta total que impregnaba completamente la vida de los hombres: desde la vestimenta hasta la alimentación, la vida sexual o familiar, cualquier acto o pensamiento, a veces los textos sagrados indicaban incluso con qué mano debía el fiel limpiarse el culo.
Pero a lo que iba: la religión católica es la religión propia del mundo dominado pues donde hay ira ella predica templanza, y son bienaventurados los pobres y los que sufren, y los últimos serán los primeros y habrá justicia algún día, el día del Juicio Final, y Dios pondrá a cada cual en su lugar y en el Reino de los Cielos se cambiarán las tornas y todo cobrará sentido. El cristianismo es un proyecto para la muerte, para la vida después de la muerte, es decir, es un proyecto para la nada, una mentira. Pero resulta muy fácil dominar a las masas católicas pues les hemos hecho creer que algún día llegará la justicia. Lo mismo ocurre con las leyes kármicas de las filosofías orientales: el sufrimiento aquí y ahora es una deuda que tenemos de vidas anteriores y que hemos de pagar para seguir progresando en la rueda de reencarnaciones. Estas dos filosofías de resignación y mansedumbre fueron las que permitieron a Occidente, es decir, Estados Unidos, explotar sistemáticamente América Latina, Oriente y el resto del mundo sin problemas, excepto, claro está, los países islámicos que para nada entienden de bajar la cabeza y aceptar la dominación sino todo lo contrario, lo que a todas luces parece una postura mucho más digna, aún con todas sus infinitas miserias.
Por lo demás, yo no me declaro ateo sino más bien antiteo, es decir, no es que no crea en Dios, ni no que estoy en contra de la idea de Dios.