aún se adivinan los puntos sobre mi dedo tres siglos después
aunque sane la herida queda siempre la cicatriz
estaveznopodreis
A veces ocurre: uno sale de unos líos para meterse en otros, ya ven, mi agosto en Oviedo fue caótico y bombástico, y durante las últimas jornadas casi desfallezco inmerso como estaba en una vorágine de nocturnidad, estudio y todo tipo de angustias y ansiedades. En mi primera jornada de vuelta Madrid tuve el examen de Atmósferas Estelares, la asignatura más pétrea de la especialidad de Astrofísica. Creo que nunca había sufrido tanto con la preparación de un examen pero finalmente me sorprendí a mí mismo haciendo la prueba mucho mejor de lo que esperaba; todavía está por ver si la profesora, una de las más duras corrigiendo y con la que ya tuve muchos tormentos en otras ocasiones, piensa la mismo. Después del examen, y por motivos personales de los que prefiero no hablar, volví a chapotear en viejos fangos que ya deberían estar resecos y olvidados pero que inopinadamente han vuelto a escena. Una de las cosas que más me desespera es la imposibilidad de la comunicación entre las personas y no tanto porque el lenguaje sea defectuoso, que lo es, sino por las pocas ganas que tenemos unos y otros de entender nada de lo que ocurre y por la forma en la que vivimos instalados en la subjetividad, que al final es la única realidad que existe últimamente. Al final tuvo solución, no teman.
Ahora lo que me queda este mes es acabar la carrera en cuatro incómodos pasos, los cuatro exámenes que trufan mi futuro hasta finales de septiembre, cuando llega el abismo. Vuelvo a sentarme en bibliotecas repletas de estudiantes y compruebo desesperado que ellos son cada vez más jóvenes y yo cada vez menos, y rezo secretamente para que ésta sea ya la última convocatoria de mi vida, que ya me vale. Cuando coges años compruebas, algo horrorizado, que los hechos más nimios son agudos cinceles que perfilan la estima hacia uno mismo; y se ve uno azorado y ansioso por los acontecimientos futuros, por las puertas que habrán de cerrarse para que la existencia transcurra por caminos unívocos y rectilíneos hasta configurarse esa rutina ignominiosa que debe de ser lo que llaman vida adulta. Propongo una vida múltiple y expansiva. Y que no llegue el otoño, que da miedo.
Yo penetraba su vagina y tú le introducías al mismo tiempo tu miembro erecto por el culo; allí, dentro de ella, y a través del trozo de carne que separa el coño del recto, sentía el roce de tu verga, como dos espadachines cruzando sus espadas. Ella gemía, gritaba, farfullaba obscenidades y parecía poseída por todos los demonios del vicio sodomita, hasta que llegaba Juan y la dejaba muda en un instante con lo suyo. Era hermoso aquel silencio y era hermoso aquel amor.