Aquí lo que hace falta es una guerra. Una guerra como las de
antes, una guerra como Dios manda, a la que vayan primero las mujeres y los niños, que llene los corazones
de los hombres con grandes himnos (hacen falta muchos himnos y poetas en las
guerras) y que ponga a funcionar las fábricas, que saque la aceitosa baba de
las máquinas y que haga escupir humo negro a las chimeneas hasta que se ciegue
el cielo y no llegue un rayo de sol al suelo. La guerra es siempre mejor a
oscuras, de noche, cuando podemos entrar en la casa del enemigo y cortarle el
cuello mientras duerme y violar el cadáver de su hijo, de sus cabras, del
abuelo, hasta de la prima Baasima que, mala suerte, solo estaba de visita. Hay
que bombardear países muy lejanos, hay que inventarse países muy lejanos y
poner o quitar dictadores (eso da igual, lo importante de una guerra es que
haya dictadores en algún lado), y llenar el territorio de bombas, gas mostaza y
napalm. Y fabricar muchos botiquines para nuestros soldados, y ametralladoras,
y cucharas de metal, y nuevas máquinas de radio. Tanques, ordenadores, nuevos
tejidos resistentes a las condiciones más adversas y satélites. Jóvenes
patrios: estudiad y haced carrera, hacen falta ingenieros y científicos en esta
guerra que viene, para inventar nuevas moléculas letales, y construir
submarinos que vayan bajo tierra y aviones que vuelen bajo el mar. Hay que
hacer una nueva bomba nuclear, la madre de las madres de las bombas nucleares y
colocarla en el mismo centro de la Tierra y
que todo tiemble, y que todas las ciudades se derrumben y mueran sus
habitantes aplastados por los edificios quebrados, o queden atrapados en
pequeños huecos durante días o meses hasta que se extingan por la sed y el hambre y la falta de aire fresco:
hay que incendiar las ciudades, los cimientos del mundo, hasta que salgan las
ratas y encontremos los cuerpos cocidos de los enemigos en los refugios y el
hedor a muerte y podredumbre anegue países enteros, países lejanos, enemigos,
con selvas o desiertos y armados hasta los dientes con piedras y con palos.
Nuestros hijos tienen que morir, pondremos nuestras banderas sobre sus ataúdes,
miles de banderas, miles de ataúdes, y sonarán los mismos himnos y vibrarán los
corazones. Haremos fosas comunes para los niños violados en las montañas
distantes. Que las flores escupan metralla y que baile y gire la economía,
feliz como un cerdo gordo y cebado en su exuberante pocilga. Que se engrase y
enloquezca la economía, que se cree riqueza en nuestras factorías y que todo el
resto se destruya. Hay que matar y hay que matar por doquier. Hay que matar más y mejor: es ley de vida. De los restos del mundo, de esta hermoso desguace sanguinolento, el hombre nuevo
resurgirá orgulloso y abnegado, fiel a su destino, y en poco tiempo estará
preparado para hacer una nueva guerra, a corto o medio plazo y con grandes
beneficios.
viernes, julio 06, 2012
martes, julio 03, 2012
El fútbol es así
En los últimos días, con el furor rampante de la Gloriosa
Eurocopa conquistada a sangre y fuego por la Selección Española, ha sido común
oír la cantinela de que ya vale de alegrarse de tal menudencia cuando este país
está siendo financieramente rescatado y buena parte de los bosques valencianos
han sido reducidos a cenizas, de manera idéntica que los servicios públicos,
también conquistados a sangre y fuego durante décadas de luchas diversas y de
los que poco parece que va a quedar. Tanto que un usuario de Facebook (intuyo
que futbolero y de izquierdas) se quejaba de que algunos izquierdistas
denuncian la actitud de los futboleros como banal y, lo que es peor,
derechista. Extremo que, visiblemente indignado, rechazaba de plano. La
cuestión que se plantea es interesante, y también algo estúpida: ¿es el fútbol
de derechas?
Vaya por delante que a mí el fútbol me resulta harto
indiferente, aunque a veces me desespera saber que tendrá una presencia
constante en mi vida hasta el día en que muera, y otras veces, en grandes (y
heroicos) eventos como ante el que nos encontramos hace unos días, vea los
partidos, aunque solo sea como excusa para obtener una dosis de adrenalina o
para beber (como si faltaran excusas para beber). El argumento de que no se
puede disfrutar del fútbol en esta coyuntura de crisis me resulta algo
calvinista: a mí tampoco me agrada el fútbol en demasía, pero siguiendo tal
regla de tres tampoco saldría por las noches a pasármelo teta o dormiría la
siesta después de los trágicos telediarios, sino que dedicaría todos mis
esfuerzos a luchar contra la recesión o, al menos, a reflexionar sobre ella. Y
ya le echo mi tiempo…
Bueno, entonces deberíamos empezar definiendo lo que es
izquierda y lo que es derecha, pero como ustedes habrán visto Barrio Sésamo o
alguna peli española sobre la Guerra Civil y, además, esto no es un sesudo
tratado filosófico o un blog de crítica literaria, nos saltaremos este paso.
Por lo demás, supongo que el balompié es tan de derechas como el badmington, el
curling o el tennis: o sea nada de derechas, simplemente es una actividad
deportiva, los tan cacareados “22 tipos que corren en calzones detrás de un
balón”. Músculo, hueso, cuero, y una miguita de cerebro para coordinar los
movimientos. Ni siquiera el pádel es intrínsecamente de derechas, y ya es
decir.
Por lo demás, ¿qué se puede objetar a la práctica deportiva?
Mejora la salud y el estado de ánimo, alarga la vida, fortalece las vísceras y
es un buen modelo para nuestra juventud. La selección española está formada por
un grupo de buenos chicos, esforzados y empáticos, sin ningún ego sediento de
protagonismo, como bien se han encargado los medios de comunicación de
grabarnos en la cabeza. Son como los grandes castigos: ejemplarizantes.
Trabajo, sudor, humildad, así es la Selección Española, ¡qué diferente a
España! ¡Si parecen suizos! Así que nada, a este respecto todo está OK con el
fútbol.
Lo que puede ser banal, o de derechas, en todo caso, es la
“cultura” del fútbol (por decir algo), o su “espectáculo”, todo aquello que lo
rodea: las masas enfervorecidas, los periodistas deportivos, las caras
pintadas, los UltraSSur, el Butanito o, qué se yo, las juntas directivas. Desde luego el mensaje del fútbol es más de confrontación y rivalidad, por mucho
que se empeñen algunos, que de emancipación y fraternidad universal. Así
que… ¿qué se le puede objetar al fútbol?
Que es irrelevante, en el sentido de que no tiene ninguna
trascendencia palpable en la situación de la sociedad o de las personas. La
economía o la política, incluso la cultura, emana de, e influye en, los
individuos y en la sociedad en su conjunto, cambiando las condiciones de vida,
para bien, para mal o para lo mismo. Los resultados deportivos son triviales:
nada cambiará en la vida de un ciudadano de a pie o en un país porque gane un
equipo u otro una competición u otra. Habrá quien diga que los triunfos de un
equipo pueden insuflar coraje y ánimo en una sociedad, que me expliquen
entonces como una sociedad tan derrotada y ninguneada como la española puede
albergar una selección nacional tricampeona.
El futbol es, además, gregario y arbitrario. No hay razones
para ser de un equipo u otro. Lo normal es que uno sea del equipo del sitio en
el que nació, aunque luego la mayoría de los jugadores sean de fuera. Cuando tu
equipo local no se come una mierda, pues nada, se hace uno de otro y listo. En
España todos somos o del Madrid (estos, según la sabiduría popular, son más de
derechas) o del Barça. Hay quien dice que el Real Madrid de Mourinho es
intrínsecamente de derechas, por su forma de jugar, y el Barça de Guardiola, de
izquierdas. Algo de esto dijo también Vázquez Montalbán antes de morir. El
fútbol es la continuación de la política por otros medios. Y la política es la
continuación de la guerra por otros medios. Luego, el fútbol es la continuación
de la guerra, en pantalón corto. Pero en fin… La mayoría de las personas son de
un equipo porque lo “han mamado desde pequeños”, porque su familia era de ese
equipo de toda la vida, la abuela, el abuelo, el tío Alberto, que en paz
descanse. Esto es también irrelevante, la verdad, lo preocupante es cuando se
eligen religión o tendencia política de la misma manera, porque sí y sin
atender a razones o neuronas. Como si fuera el fútbol.
Otra crítica que se le hace tradicionalmente al deporte rey
es que ocupe el papel de circo actual en aquel “pan y circo” con el que los
emperadores romanos narcotizaban a las masas. Lo cierto, y esto nadie lo puede
negar, es que aquí se presta demasiada atención a las cuestiones balompédicas.
El espacio que se le dedica en los informativos es completamente
desproporcionado (recordemos que el fútbol, en realidad, solo influye realmente
en las cuentas de los clubs de fútbol y en los negocios periféricos, de los que
forman parte, claro, los propios medios de comunicación), y no deja de ser algo
descorazonador que el diario más leído de este país sea el Marca. ¿Qué coño
importa la actualidad futbolística de un martes? Lo peor es que también ocupa
demasiado espacio en la mente de los ciudadanos, ya de por sí bastante estrecha.
Si la vía correcta es la del dominio de las bajas pasiones,
el fútbol tampoco parece muy ejemplar: frecuentemente se ve violencia verbal o
física en los estadios, o fuertes disturbios después de los partidos, además,
sin ningún sentido, por puro, nunca mejor dicho, “deporte”. Además, la pasión
futbolística se le suele atribuir a la gente inculta, cosa del todo falsa pues
futboleros, desgraciadamente, se hallan hasta en las mejores familias. El
escritor Javier Marías, el periodista Enric González o el líder de Los
Planetas, J, son reconocidos futboleros y no son en absoluto sospechosos de
indigencia mental. Pero se me hace raro ver como se le saltan las lágrimas a
personas inteligentes cuando su equipo (luego “ellos”) han perdido un partido o
un título, qué quieren que les diga.
Pero bueno, como digo, no seré yo quién le quite el disfrute
al personal. Si les gusta el fútbol disfrútenlo con mesura y moderación. Que ya
saben que el fútbol es asín. Como un toro.
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