Jorge se arrepentía hasta el infierno, se sentía una puta
mierda cruel por ocultar aquello tan terrible a Matilde, pero lo mejor era no contárselo
a nadie, ya se sabe que lo que nadie sabe no transciende, que casi no existe.
Pero tal era su remordimiento cada tarde al verla entrar tan contenta por la
puerta, que no pudo más que confesar, escupirlo todo, poner las cartas sobre la
mesa, aunque no fuera ante Matilde. Se lo contó a Diego un día que salieron
solos de copas: Diego le dijo que ya le valía, que le parecía fatal, que
tendría que decírselo a Matilde, pero que, bueno, al fin y al cabo era su mejor
amigo, y los amigos tienen que estar a las duras y a las maduras. Y que
confiara en él: era una tumba. Por supuesto, al llegar a casa medio borracho, y
como no se pueden guardar secretos con quien se comparte almohada, se lo soltó
a Ximena, que, aunque estaba medio sopa, en seguida se despejó ante tan suculenta
información. Pero no se lo digas a nadie, que Jorge me mata. Vale, vale. A la
mañana siguiente Ximena telefoneó a Maru para contarle lo de Jorge, y Maru, en
la mani contra los recortes en educación se lo dijo a Joan. Joan aceptó en no
difundir esas noticias tan suculentas, qué mundo, vive Dios, vaya con el Jorge,
pero como Joan era camello de esas drogas nuevas y raras (se le podía
telefonear y venía a tú casa), una tarde que estaba consumiendo con un cliente
desconocido (porque Joan hacía mal y tomaba de su propia mierda), se lo contó,
todo ciego, al cliente. Hostia, dijo, pues yo conozco a ese Jorge. Menuda
historia, dijo, y es que Jorge era muy conocido en el barrio y eso tenía sus
peligros a la hora de contener un secreto de tal índole. El cliente este
resultó ser compañero de trabajo de Olguita, mi compañera de piso, que esa
tarde vino azorada contándome “lo de Jorge”, porque lo de Jorge ya se había
convertido en “lo de Jorge”. Yo, la verdad, lo flipé, aluciné bellotas, y
prometí por mi vida, y que me muera ahora mismo, no contárselo a nadie jamás,
porque si Matilde se enteraba de “lo de Jorge”, se iba liar una buena, no, lo siguiente:
una buenérrima. Lo siguiente que yo hice, ese viernes, fue establecer contacto
sexual con una incauta que respondía al absurdo nombre de Piti, algo pija, a la
que no había visto en mi vida. Me parecía tan buena y salvaje, tan dura y
desoladora la historia de Jorge que se lo conté a la tal Piti con el afán de
impresionarla y llevármela a la cama, cosa que, como digo, finalmente conseguí
(Desde aquí, gracias, Jorge) Piti no me dijo nada, pero conocía a Jorge, como
todo el mundo, y a Matilde, porque iban al mismo gimnasio. Qué casualidad. Un
día, por aquello de hacer el mal, y aunque no hablaban mucho, la pérfida Piti
se colocó estratégicamente en la bicicleta estática al lado de Matilde y, tras
una animada charla intrascendente, soltó la bomba. Soltó “lo de Jorge”. Matilde
se quedó blanca y sintió que una presa de hormigón se quebraba dentro de ella.
Tuvo que irse al vestuario, esconderse a llorar, volver a casa buscando las
esquinas. Aquella noche, cuando Jorge llegó de ver el fútbol con Diego en el
bar de abajo, se encontró a Matilde sentada en el sofá muy recta, con un kleenex arrugado en la mano y los ojos enrojecidos.
Creo que hace tiempo que tienes que decirme algo, le dijo Matilde, hace tiempo
que me estás engañando. Vamos, dímelo, quiero oírlo de tu boca. Jorge se sentó
algo azorado, rascándose la nuca y dijo
-
- De acuerdo. Vengo del planeta Zordon, situado a tres kilopársec tirando a la derecha según vas a Alpha Centauri. Tengo tres
corazones y dos páncreas. Soy un extraterrestre. Pero soy tu extraterrestre.
4 comentarios:
Es que en estos tiempos que corren, unos simples cuernos ya no dan para conseguir que te presten atención. Muy bueno.
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