viernes, mayo 20, 2005

El amor y la ciencia

No sé si lo he dicho ya, pero cada vez que veo una pareja de enamorados me sale un sarpullido. Es primavera y las parejitas salen a la luz del sol como los caracoles cuando pasa la lluvia. Están por todas partes, tirados por los parques en posturas obscenas, tratando de acercarse lo más posible a eso que se llama sexo sin sobrepasar el límite de lo ímpúdico, esto es, frotándose los genitales unos contra otros con los pantalones puestos. Luego claro, se agarran unos calentones que no veas. Como diría un viejo amigo: ¿¡¿¡qué pasa, que no teneis casa?!?!? Lo más probable es que no, claro con esos alquileres... - aprovecho para hacer aquí una comprometida denuncia de la situación inmobiliaria en este país (cuando uno se queja hay que decir "este país").

El caso es que ahí algunas parejitas en la facul: por la mañana llegan juntitos y cogen sitio -también juntitos- en primera fila. En los descansos se da arrumacos. A la hora de comer almuerzan en la cafetería en compañía de amigos. Y por la tarde se suben a la biblioteca o hacen alguna práctica de laboratorio -la física entre dos siempre es más llevadera, a mi me ha tocado ser una especie de científico onanista o freelance. Al final del duro día de estudiante se van al metro cogiditos de la mano, tal vez comentando los conocimientos adquiridos o tratando de resolver satisfactoriamente los siempre inquietantes problemas propuestos. Tendrían que hacer los exámenes a medias, digo yo.

Hay un par de ellos en mi especialidad y coincido en la mayoría de las clases con ellos. Hoy ha sido gracioso: ella ha llegado primero y ha cogido sitio al frente de la clase. El profe ha comenzado a hablar de estrellas por dentro y cosas así. Hemos oído la puerta abrirse y luego cerrarse. Me he girado y era él, el novio de ella. Nos hemos quedado sorprendidos al escuchar como se sentaba en una de las últimas filas dejando a su parejita sola ahí delante. Me he girado para comprobar la certeza de mis sospechas y, efectivamente, allá atrás estaba el enamorado con cara de pocos amigos. Al volver a mirar a la pizarra ella se ha girando a su vez, con cara de pocos amigos y diciéndole sin voz, sólo moviendo los labios: "Eres idiota". No he podido evitar sonreirme, ahora resulta que todos vamos a ser testigos de sus crisis matrimoniales, qué descaro. Al térnino de la clase ella se ha dirigido muy derecha a discutir con él, yo me he ido, que ya me parecia demasiado obsceno tener que presenciar aquello. Me pregunto qué pasaría la noche anterior.

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