Básicamente soy un inútil. Si como pasa con el cerebro que está formado en capas desde el cerebro de reptil -en lo más hondo- hasta el córtex o en las muñecas rusas o en las cebollas, nosotros también nos construimos a capas dentro de mí hay, sin duda, un niño inútil, y esto me condiciona. De guaje cuando estábamos en el cole yo era el que siempre llegaba el último en el test de Cooper, el que menos potencia de escupitajo poseía y también el que perdía el balón en los partidos de baloncesto. Al llegar a la adolescencia la cosa mejoró al empezar a valorarse otro tipo de cosas como el don de gentes o los chistes malos. Pero algo de aquel niño inepto quedó y ahora existe una fuerza invisible que obra sobre mí y me impide cumplir con mis obligaciones más inmediatas.
Fumo ahora mi primer cigarro del día - son las ocho de la tarde- mirando por la ventana y pensando que Oviedo es una ciudad de juguete poblada por ciudadanos muñeco cuando se me ocurre que en vez de terminar la jornada haciendo un inventario de las cosas que he hecho mejor debería hacer lo contrario: listar las cosas que debo hacer y que nunca hago por pura desidia, como por ejemplo estudiar o visitar a mi TíaVicen. Al menos he conseguido escribir algunas cosillas en mi olvidado blog y por otra parte es preferible ser un inútil que un tonto útil, aunque menuda gilipollez, quien no se consuela es porque no quiere, eso está clarinete. Otro cuento que me cuento.
sábado, agosto 13, 2005
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