Mi abuelo era ganadero y tenía una fábrica de embutidos así que, detrás de la casa donde vivía mi familia en un pueblo de la cuenca minera, entre ríos y montañas, había una pequeña nave industrial donde los cuerpos despellejados de las reses colgaban de grandes ganchos de metal negro sujetos al techo. A pesar de la agresividad intrínseca a tal actividad dicen que mi abuelo era un hombre dulce, cariñoso y sonriente, cosa que yo atribuyo a que podía comer solomillo muy tierno a diario redodeado de sus ochos hijos -mis ochos tíos- alrededor de una gran mesa de madera oscura. Pero esto no es lo que importa ahora, lo realmente importante es que con cierta fortuna que reunió pudo construir un edificio de ocho plantas en lo que entonces eran las afueras de Oviedo y es ahora el puro centro. Los ochos pisos se repartieron entre los ocho hermanos y, aunque la mayoría fueron vendidos o alquilados, aún a día de hoy hay tres facciones de mi familia que resisten en el inmueble: mi mamá en el cuarto y dos de mis tíos -entre ellos la inefable TiaVicen- en el sexto. Así que cuando estoy en casa de mamá y quiero visitarles solo tengo que subir dos pisos y en estas fechas tan señaladas celebramos todos juntos en uno de los pisos los banquetes y las celebraciones. En estos días el ascensor y las escaleras que median entre el cuarto y el sexto son fuertemente transitadas por miembros de la familia de toda edad y condición que suben y bajan centollos, corderos, regalos y buenos sentimientos.
Fue el año pasado en Nochebuena cuando, subiendo por las escaleras una bandeja repleta de langostinos, la alegría ante la inminente ingestión de marisco se vió reemplazada por un pútrido hedor que procedía del quinto piso, el que media entre unos y otros dominios familiares. En el descansillo de la escalera y sobre el alféizar de la ventana que da al patio de luces encontré todo tipo de dulces y de pequeños juguetes de baratija, un arco iris de gominolas y caramelos, cochecitos y pequeños muñecos, pero también fajas, bragas amarillentas y sujetadores talla grande, lencería, toda ella, de mujer madura. Me sorprendió el exótico contraste entre la imagen entre edénica y circense de aquellos objetos infatiles y coloridos regados por todas partes y la ropa interior y el olor ignominioso que parecía colarse por debajo de la puerta cerrada del quinto derecha. En ese piso había vivido desde que el mundo existía una extraña pareja compuesta por una anciana mujer y su sobrina cuarentona. Recuerdo que durante mi infancia fueron mujeres normales y decentes, anodinas, pero la anciana, un día, pareció empezar a marchitarse víctima de una severa depresión justo cuando florecía mi adolescencia, como si de alguna manera su vigor y vitalidad fueran traspasadas de una a otro través del patio, las tuberías o los tendales de la ropa. Aquella mujer acabó viviendo en un silencio perpetuo tras una mueca de indefinible terror cada vez que me la cruzaba en el portal, moviéndose muy lentamente como si desease que la muerte la alcanzase pronto. Su sobrina, en cambio, era una mujer alegre y conversadora que siempre te ofrecía la mejor de sus sonrisas y un poco de charla intranscendente, y ella permaneció en el edificio incluso después de que su tía fuera trasladada a otro lugar que desconozco a seguir, supongo, asustada del mundo y con la boca bien cerrada. Aquella Nochebuena de hace un año después de presenciar aquella escena en el descansillo subí los escalones de tres en tres hasta llegar al sexto piso, donde ibamos a cenar, y conté con verbo exaltado lo ocurrido. Tras algunas investigaciones por parte de la familia se descubrió que aquella sobrina de apariencia tan normal había enloquecido de repente y, en un ataque de esquizofrenia, había colocado todo de aquella manera –los dulces, las bragas, el confetti- y había, incluso, untado con su orín y sus heces las paredes interiores de su piso dando origen así a aquel hedor que se escapaba por debajo de la puerta. Hablamos largo y tendido sobre esto durante la cena y cada uno pareció revelar opiniones o saberes entre susurros que nunca los demás habían conocido, y se tensaron los oídos y se abrieron bien los ojos, y muchas historias se vertieron sobre aquella mesa en torno a la tía depresiva y la sobrina loca y así, gracias a estos dos personajes y a los rumores que las rodeaban, evitamos felizmente volver a caer en el sempiterno tema de la política que corroía nuestras cenas familiares como años antes había dividido a este país en dos mitades, y nos quisimos mucho más, y logramos evitar los traumas y rencillas familiares, y por fin, pasamos unas entrañables y felices navidades teniendo buenas digestiones y, en fin, como Dios manda.
Algún día la ternera moverá el mundo.
martes, enero 02, 2007
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32 comentarios:
ja ja ja! que família mas entrañable en su cotidianeidad! hasta cuando se cuela emparedada alguna novedad que anima el ambiente. cada vez te conocemos un poco mas, pues creo que hace tiempo que ya distingo las ficciones de las realidades de tus textos. ;)
feliz año, tu que puedes!
siempre nos unimos a la hora de curear a un tercero jijiji
saludos
bueno, siempre hay temas chistosos de los que se puede hablar, nosotros al polonio le dimos mucho jugo...
o se lo sacamos, q ya no sé ni lo q digo... bueno, mientras no nos lo comamos!
Esta narración es fabulosa. ¿Me autorizás a mandarselo a algunos amigos, siempre, por supuesto, aclarando de dónde lo saqué?
Es que la ternera es todo corazón
saludos
¿Esquizo? ¡Uf, mi padre ha tratado a muchos! Menos mal que a tu vecina le dio por lo de las bragas y no por algo más peligroso.
Saludos.
No se si quedarme con la historia de la vecina, o la de su familia. Mejor me quedo con la de su abuelo.
Y la ternera ya mueve el mundo. O mejor dicho la carne. O mejor aún la inexistencia de carne suficiente para abastecer al primer mundo. Si vieras los documentales que me he tragado a altas horas de la noche agradecerías que tu abuelo tuviera una fabrica de embutidos y pudiera saber que era exactamente lo que se llevaba a la boca.
La tia y su sobrina parecen sacadas de "La comunidad" de Alex de la Iglesia...
El miedo hace malas a las personas. Quizás aquella mujer necesitase ayuda.
No me parece divertido el mal ajeno.
El tratamiento de las enfermedades mentales es, en este país y en muchos otros, más que deficiente y ciertas actitudes, como el chismorreo, sólo contribuyen a seguir estigmatizando a las personas que la sufren.
La próxima vez, invite a su vecina a unos langostinos. Y no tema, no creo que se haga un vestido con su piel al estilo silencioso de los corderos. ¡Cómo nos asustan siempre estos americanos!
Estás un poco carnívoro últimamente, no? aunque claro, algo de culpa tendrá tu abuelo. A mí, que soy casi vegetariana, me han dado ganas de comerme un buen filete leyendo esto... ñam! Me gusta mucho el cariño con el que hablas de tu familia. 1 beso!
hay veces que ustedes me dejan perplejo: ganas de comerse un filete? burla del enfermo mental? polonio?
gracias anyway y saludos ;)
pd. claro quepueden mostrar el relato, es copyleft!
Igual era parte de alguna performance navideña...
Más que esquizofrenia, parece síndrome de Diógenes. En cualquier caso, bien está quitar un poco de hierro a los asuntos serios, ya sean de salud, de política o de familia.
Me alegro que todo esté OK.
Feliz Año y esas cosas...
Kissxxx
Yo también me quedo, con la historia del abuelo, eso de tener un abuelo con una fabrica de embutido debe ser lo mas, a mi me produce también una alegria indescriptible, la posibilidad de comer embutido en cantidad indecentes.
En cuanto a la historia de la vecina, me parece realmente triste,la soledad puede ser muy muy mala.
Saludos
...redodeado de sus ochos hijos -mis ochos tíos-... ¿No serían siete tíos?
umpf!
planeta imaginario? había un programa precioso que se llamaba así y la música era el arabesco de debussy,
es por eso?
Es extraño como vidas aparentemente normales y felices se acaban conviertiendo en sombras extrañas y dementes.. La vida me acojona, la verdad...
Desde hace algunos años espero encontrar algo que cambie mi navidad, porque tienen la capacidad de provocarme el mayor de los vacíos cuando me encuentro entre la familia, y lo peor de todo, es que estoy rodeado de ella.
Es el miedo por el miedo. Gracias a todo porque tengo alguien de quién quejarme.
GATO NEGRO
UN GRAN ABRAZO PARA TÍ Y EXITOSO 2007!!!
¡qué buen relato Txe! Ah, la ternura de las comidas familiares que todos llevamos en el recuerdo, recurres mucho a ellas y te dan mucho juego.
me he quedado pensando en el contraste con la soledad que relatas en las vecinas.
muy buen 2007 para ti y los tuyos, es mi deseo.
suele pasar... en este tipo de reuniones familiares, si se habla, cotillea o critica a un tercero no presente todo el mundo esta más contento y la comida se desarrolla sin problema alguno, pero si se empieza a hablar de los presentes en la mesa es probable que al final la tensión aparezca, ains...
por cierto, feliz año!
besines
^^
Vaya historia!
Me ha enganchado...
me ha encantado!!!
un beso
... y es que suele suceder, que ante la desgracia ajena a uno le entran ganas de abrazarse...
Primeros pasos por aquí, volveré a menudo.
Siempre consigue intrigar con sus escritos...
Bueno, ya sólo quedan los Reyes, si se pasan volando las Fiestas!!!
Que historia más tórrida, dura, desgarradora, que miedo y pensar que vivenen el mismo edificio!
Feliz 2007!!!
y felices fiestas
bueno miedo miedo no, la verdad
feliz año a todos
y santifiquen las fiestas
Ahora que he vuelto al Madrid de Baroja, leo y releo esta entrada llena de buen ritmo, excelente narración y olores varios.
Yo quiero más historias de esa torre de ocho pisos, please.
Salu2 Córneos.
Aparte de la soledad o la enfermedad, me gustaría poder descifrar el citerio que utilizó la vecina para tal despliegue. Me intrigan esos giros que es capaz de dar la mente sin previo aviso ni dirección.
Esa parte del cerebro que no conocemos, pero que está ahí al acecho...
Y me gustaría ver esa escalera tan transitada de langostinos y butifarras arriba y abajo.
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