lunes, febrero 19, 2007

Borracha y dinamitera

Decían que en la cuenca minera siempre había sido así, y que obviando el tema de la resistencia a los romanos y a los árabes, también había que tener en cuenta la revolución del 34, gestada en aquellas tierras verdegrises, y durante la cual la región se rigió durante dos semanas por las ideas socialistas y libertarias hasta ser aplastada cruelmente por un jovencísimo general Franco y sus hordas de soldados moros; y también la guerra civil posterior, influida y propiciada en gran medida por la resaca de la revolución primera, y que tuvo además uno de sus escenarios más notables en aquellos valles hermosos y tristes al tiempo donde mineros y burgueses se ensañaron en una lucha intestina y sangrienta. Después, durante los cuarenta años de paz impuesta con mano inclemente, hubo la gente escondida en los montes atacando por sorpresa aquí y allá a modo de guerrilla, y ya entrados en los años 60 todas las huelgas mineras y las luchas obreras que se desarrollaron en las puertas de aquellas minas, en los arcenes de las carreteruchas serpenteantes que se atrevían a penetrar en la cuenca y en las lindes de aquellos ríos negros de carbón que vertebraban la zona. Aquello era, sin duda y desde siempre, un polvorín. Decían que la solución había llegado finalmente no de la mano de la represión y la violencia sino de la mano del placer, que siempre resulta más convincente y efectivo: de esa forma nos somete el sistema ahora, no disgustándonos o alienándonos o marginándonos o esclavizándonos, sino ofreciéndonos todo tipo de paraísos y deseos que actúan sobre nosotros al modo de una zanahoria colgando delante del hocico de un burro. Así la droga campó a sus anchas por la cuenca entrando en todas las casas y en todas la familias, con el beneplácito del gobierno y de la guardia civil, el eterno enemigo que acechaba dentro de los cuartelillos diseminados por toda la geografía minera como modo de representación del poder, y entonces toda la juventud descontenta, prejubilada, hija de años de ignonimia y grisú, cayó en las dulces manos de la heroína, que borró de sus cabezas todo propósito de cambiar el orden de las cosas al menos en lo que se refería al exterior de los cuerpos, las mentes o las venas repetidamente atravesadas por la aguja. Por fin se había establecido el orden.

Esto es la teoría, digo, lo que pude oír de la boca de los líderes sindicales y los intelectuales, lo que muchas veces se podía ver representado en las obras de los artistas o en las letras de los cantautores progres, era éste el discurso que se articulaba en muchos de los libros que llegaban a mis manos, pero lo que a mí realmente me llegó de todo el asunto, la forma en la que todas estas interpretaciones de los hechos y especulaciones tomaron cuerpo ante mí, eran aquellas tardes en la que mi madre respondía al teléfono y se sobresaltaba ante la voz de mi tía avisándonos de que venía Manolo, que acaba de estar en su casa y que ahora se dirigía –tambaleándose probablemente- hacia la nuestra en su habitual y sutil recolecta de las limosnas de la familia. Nos faltaba el tiempo entonces para esconder el bolso de mamá y ciertas cosas de valor que había en la casa antes de que sonase el timbre y detrás de la puerta de entrada apareciese la raída cazadora de piel de mi primo Manolo, su rostro desencajado y sus ojos húmedos y enrojecidos, sobretodo eso, sus ojos húmedos y enrojecidos, sobretodo eso: sus ojos. Manolo venía de la cuenca y no venía solo, traía también al mono, la necesidad imperiosa de meterse algo, y se sentaba en nuestro salón a contarnos -como podía- que ya estaba mejor, que la rehabilitación iba bien y que saldría de ésta; lo más normal es que se hubiese fugado del centro de toxicómanos de nuevo pero nosotros preferíamos no mencionar ese punto. Luego mamá se levantaba a la cocina en busca de una bandejita con tazas de café y un azucarero y durante la ausencia de mamá los ojos de Manolo –húmedos, enrojecidos, perdidos- escaneaban minuciosamente la sala y se decepcionaban al encontrar que no había bolso, ni calderilla sobre las mesas, ni nada que mereciese la pena llevarse para cambiarlo por algo de efectivo. En aquellos instantes yo permanecía en silencio, era muy niño y muy tímido aún, y Manolo, que me inspiraba una mezcla de miedo, lástima y ternura, rellenaba el tiempo diciéndome, qué chaval, cómo te va, dedicándome algo lejanamente parecido a una sonrisa y perdiendo el mínimo tiempo posible en su examen de la sala. A veces me relató mi tía la necesidad que tuvo de coger un taxi con él –mi tía tan beata- y acompañarle a los barrios menos recomendables y más periféricos, sacar unos billetes de su bolso y entregárselos a la mano temblorosa de mi primo para que fuese a uno de esos bloques de ladrillo visto delante de los cuales habían aparcado, mientras ella esperaba pacientemente en el coche, contándole cualquier tontería al taxista o manteniendo simplemente el silencio, esperando, esperando, esperando a que volviese Manolo de nuevo, notablemente más tranquilo ahora, aliviado, también ido, tras haber mezclado la sangre de la familia con otras porquerías.

Tras una vida de leves recuperaciones y profundas recaídas recurrentes Manolo murió afectado de lo evidente; el entierro se celebró una tarde de invierno nublada y gris, que es como son en la cuenca minera siempre las tardes de invierno, en unos de esos cementerios de la zona que se agarran desesperadamente a las empinadas laderas del monte y en donde las tumbas están tan apiñadas que se hace difícil seguir los caminos que –dicen- hay entre ellas. Miradas desde lejos, desde lo más profundo del valle parece que todas las tumbas, los nichos, las cruces, las estatuas de mármol están apiladas desordenadamente las unas sobre las otras. En esos pueblos la muerte siempre anda cercana y rondando, y los cementerios, tan cercanos a las casas de los vivos, hacen que los que se fueron sigan estando presentes muy vívidamente en las existencias de los que dejaron atrás. Aquel entierro fue especialmente opresivo y daba la impresión de que el peso de aquel aire plomizo sobre el pecho dificultaba la respiración y llegaba uno a sentir la tragedia que ocultaba la tierra, los miles cadáveres que debajo de nuestros pies, en cementerios o en fosas perdidas, aún clamaban por la historia de aquel lugar, las guerras, los asesinatos, los accidentes mineros, la enfermedades que volvían negros los pulmones, la depresión permanente de las mujeres que se quedaban en casa temiendo que sus maridos e hijos no volviesen esta vez del trabajo, el alcoholismo, la heroína, la muerte.

El hijo de Manolo, un adolescente con cara de malas pulgas, se quedó, como quien no quiere la cosa, a las puertas del cementerio, fumándose un porro acompañado de unos chavales que debían formar una especie de pequeña banda liderada por él. Su pose era, según me confirmaron más tarde algunos afectados miembros de la familia, de rechazo total hacia nosotros y a todo lo que allí estaba ocurriendo, negaba la realidad entera, aquel lugar, aquellas montañas y aquel río negro, negaba a Dios y a la muerte si hacía falta. Al parecer el chaval ya había comenzado a trapichear con hashís y decía provocador que estaba orgulloso de su padre y que deseaba en el futuro ser como él. A mí me pareció un dislate comprensible dadas las circunstancias y el desamparo en el que se sumía su vida y todas las vidas de aquellas gentes que poblaban la cuenca. Y que faltaban todavía muchas generaciones por venir y sufrir en una rueda absurda y obsesiva las mismas contrariedades, como si aquel pequeño mundo hubiese sido condenado, hace ya mucho tiempo, por un dios iracundo en busca de venganza.

23 comentarios:

gaia56 dijo...

Txe has escrito un duro relato, tan magníficamente como siempre. La vida es dura muchas veces y la falta de luz y expectativas para ver más allá de las negras montañas del carbón (ya casi inexitente) hace que algunos se empeñen en hundirse y no saltar.

Nathalie dijo...

Qué historia más dura,uff... y qué bien contada además...

un abrazo

Bea dijo...

Duro el contenido, bella la forma

Yayo Salva dijo...

Una historia tremenda. Ignoro qué tiene de autobiográfica y qué de narrativa literaria. En cualquier caso has retratado con trazos vigorosos una situación de drama familiar que, con variados escenarios, es por desgracia demasiado frecuente.
Un cordial saludo.

Absurdo Rutinario dijo...

Joder.

Trapi dijo...

Tristemente, esta historia me es muy familiar.

Anónimo dijo...

He tenido que leer dos veces tu historia. En la primera lectura he recordado algún trágico episodio que se ha dado en mi familia y que tus líneas han evocado indirectamente, nublándome el relato. En el segundo repaso me he dejado llevar por la trama que describes desgarradamente, sin adivinar bien que tiene de biográfico o de polaroid de la realidad.
Un abrazo Txe.

Lost in Translation dijo...

no tengo palabras, es acojonante.

nosue dijo...

Sin duda, sin duda... creemos que hemos avanzado, creemos que ahora elegimos, nos creemos más libres, más autónomos, más listos... y lo único que ocurre es que hoy, en lugar de obligarnos, nos guían para que elijamos de “forma voluntaria” lo que ellos ya han elegido previamente por nosotros... Es la misma mierda, solo que encima ahora, no nos damos cuenta, así estamos todos más contentos...

Parece que a los que nos tocó vivir de cerca las consecuencias de aquel desarraigo, los que sufrimos la progresiva destrucción de aquellos a los que queríamos, que nos pilló siendo niños y que nadie supo explicarnos el porque de aquella “epidemia”, hoy, con treinta y tantos años a la espalda, empezamos a comprender que, a muchos de ellos, fue la salida “más fácil” que les dieron.

Gracias a todos aquellos mineros que resistieron y que aportaron lo que pudieron para cambiar las cosas.

Anónimo dijo...

Una historia triste y dura. Una de esas pequeñas historias que nos dicen mucho mas que la Historia con mayúsculas. Ojalá aprendiéramos... O nos dejaran hacerlo.

Un saludo desde el agua

Paula dijo...

Pero qué bien lo has contado


uffff

Laura Pando dijo...

Joder, Txe...

la cónica dijo...

Una cosa es decir que nos están quitando las ganas de tener ideales. que nos crean necesidades nuevas, que nos domestican así. Otra, muy distinta, es enfangarse en las consecuencias personales, cercanas, concretas, durísimas... Tú haces las dos cosas. Yo leo y aprendo.

Txe Peligro dijo...

enfangarse! que palabra más fangosa, más gangosa, más loduna, más nasal y más guarra!

me la apunto, gracias cónica!

Enebro dijo...

Tremenda historia, yo por más que lo intento no consigo escribir nada parecido, siempre termino poniendo alguna patochada frívola.

pazzos dijo...

¿Eres una leyenda urbana?

Una historia muy bien narrada que supongo habrías preferido vivir desde más lejos.

Batiscafo dijo...

lo leí el otro día, y ahora no tengo tiempo en decir mi opinión
simplemente recuerdo a un gran amigo mio, cuando me dijo q había nacido en vilagarcía de arousa, y, hablando de su infancia, a principios de los `80, sólo decía, muy duro, demasiado duro para hablar...
sin más, q estoy borracha y digo sandeces
bicus!

andrés dijo...

hay muertes en vida, la mina sabe mucho de eso. En época de bonanza estaba la silicosis, con la depresión, la otra depresión, el alcohol y la heroína (en los casos más sofisticados). La imagen del futuro, por su cínica desesperanza revolucionaria, está en el chico que bien dibujaste al final del relato.

salud

Aprendiza de risas dijo...

Es por la mañana; mientras tomo café leo tu post y me quedo como abobada mirando la pantalla, sin gesto en mi cara.
Dura la realidad que nos dibujas con hermosas palabras. Eres un artista de las letras.
Recoges con sabiduría el sentir de los miembros de una familia y describes muy bien la generalidad de la época.
Aunque el final podríamos decir que es anacrónico; para quien cae en esa mierda, siempre es la misma historia, normalmente con el mismo final.
La diferencia, que a algunos su propia realidad les ha llevado a caer en la droga como medio de evasión y otros eligen momentos de evasión para caer en la droga.

Besos,

Andrés dijo...

Se puede aplaudir???

Clap clap clap!!!

Saludos

A.-

Anónimo dijo...

El comentario que le ha sdejado a "aprendiza", me ha movido la curiosidad de visitarte.
No leo mucho, pero me lo he tragado de arriba abajo.
Muy buen relato
Un saludo

P.D.no activará mi página ¿ ?

Anónimo dijo...

Me he comido parte de la P.D.
Quería decir que mi página es www.entuinterior.info. No se que ha hecho Bloger, que julio debería aparecer en azul y verse mi dirección ¿ ?

sb dijo...

¿sabes? algo de todo aquello me tocó de cerca, y no tengo palabras para haberlo contado mejor.. Quizás unos miraron hacía otro lado, y los otros ahogaron la falta de futuro, abrazaron las drogas como única salida.. No lo sé, pero cada vez que pienso en todo aquello lo veo así, dias grises, gente triste, sin futuro, soledad...