Como de la tragedia, no somos conscientes de las dimensiones de las cosas. Giramos en una esquina del Universo y pocas veces miramos al cielo alucinados y pensamos más allá, las distancias son, de todas formas, insondables, no se agobien (o agóbiense, dice Kant que lo sublime viene cuando la imaginación no alcanza la magnitud de las cosas). Pero no hay que irse tan lejos: caminamos por la ciudad mirando el culo de quien tenemos delante, las zapatillas del que cruza, los titulares en los televisores, pero una ciudad es mucho más que el laberinto de calles al que nos han constreñido (ni siquiera somos conscientes de que vivimos encerrados en líneas urbanas que se cruzan, que sólo nos dan opción a ir hacia delante o hacia detrás, salvo que tomemos la libérrima decisión de cruzar la calle, ¡oh, libre albedrío!).
La ciudad es una bestia compleja, nos parece muy normal encender la luz y que se haga la luz, abrir el grifo y que salga el agua, como pequeños dioses orgullosos, pura magia. Para que eso ocurra, para que se haga patente el sortilegio, hay cientos de miles de metros de cable y tubería, centrales eléctricas, pantanos, grises funcionarios en la sombra, montañas de papeles burocráticos, cientos de interruptores en los que jamás pensamos. La ciudad también está llena de gente: vemos edificios sólidos e inertes, pero dentro, en cada uno de ellos, como colmenas, moran minúsculas vidas, en minúsculos salones, con sofas desvencijados, pósters, manteles de encaje, Playstations, figuras de Lladró de gondoleros, galanes y prostitutas. A mí, cuando camino y anochece, me gusta mirar las ventanas de las casas en las que se adivina luz: pocas veces se ve algo interesante, techos, mamposterías de escayola, la parte alta de ciertas estanterías, sombras, alguna cabeza que se cruza y se asoma a la ventana, y te devuelve, desafiante, la mirada. Entonces: sí, hay gente ahí.
Y la comida, ya lo dice el Lorca de Poeta en Nueva York, en unos versos casi periodísticos: “Todos los días se matan en NY cuatro millones de patos, / cinco millones de cerdos, / dos mil palomas para el gusto de los agonizantes”. No somos conscientes del volumen de animales que comemos, ni sabemos de dónde vienen, debe haber en algún sitio enormes naves industriales llenas de bichos hacinados -aterrorizados por el olor de la muerte- listos para nuestro consumo. De niños nos enseñaron lo que era la gallina, la vaca, el cerdo en bonitos libros de colores, sin embargo, llegamos a adultos viendo hermosos filetes de añojo, lonchas de lomo adobado rojo infierno, o pollos rotando eternamente al calor de las rosticerías. No tendríamos lo huevos a matarlos con las manos, pero para eso ya existen matarifes (¿alguien conoce a un matarife?). Por lo demás, los mataderos que había dentro de la urbe, su arquitectura modernista, los convertimos en exclusivos centros de arte avant garde donde programar macroeventos de música electrónica avanzada en los que, eso sí, disfrutamos como animales.
Se me viene a la cabeza que tal vez el matadero es ahora la ciudad entera y nosotros aquellos agonizantes lorquianos, ya lo dijo Dámaso Alonso en los primeros versos de los Hijos de la Ira: “Madrid es una ciudad con un millón de cadáveres / (según las últimas estadísticas)”. Nota: ahora somos más de seis, incluso en primavera.
miércoles, abril 14, 2010
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11 comentarios:
Mi vegetarianismo contribuye a que la ciudad siga agonizando, pero al menos no se muera (tanto) por mi culpa.
pero algunos todavía intentamos disfrutar de la ciudad, de sus colores, olores, terrazas, risas, amigos, gentes, parques, espacios físicos y emocionales que nos brinda a todos incluso en primavera.
por aquí tb, claro
"Y entonces llega el granjero y le da con una maza en la cabeza. Y de ahí salen las hamburguesas". Tiene usted en esta ocasión una suerte de paralelismo con Phoebe en ese episodio de Friends en el que les explica a los niños de dónde sale lo que se comen o porqué no deben tener sexo por compasión.
Que, por cierto, en ese episodio salía Chris Isaak, que estará por España en junio, teloneado por ya sabe usted quién. (Si es que al final todos los caminos llevan a Arizona).
http://www.youtube.com/watch?v=QFAUA8_mfXs
pues a ver si veo a los Arizona de una vez.
Qué hardcore el video.
En viernesanto comí carne. Ternera estofada, picando las verduritas muy finas y con mucho amor para mis huéspedes, 3 niños saturados de pescado la noche anterior. Se miraron entre sí y me preguntaron cómo se había matado a la vaca. No lo sé -yo no sabía-. Pero, ¿le cortan la cabeza entera? ¿le hacen sólo una raja en el cuello? En cualquier cosa, seguro que no dicen la oración que hay que decir, concluyó el mayor. Seguro que los que trabajan en el matadero son españoles y no saben árabe, así que no pueden decir la oración...
Y no se la comieron.
Un tema sublime sobre el que discuten los dioses, la carne y sus formas de llegar a la mesa.
Por otro lado, mirar a la terraza del 4ºB (donde antes había un burdel que al final cerró) vi ropa tendida. Nuevos vecinos, pensé. Pero ya me he resignado. La ropa tendida eran cuatro juegos de sábanas. Grandes. Otra vez.
Perdona que me extienda. Un beso
eso SÍ es un comentario, conica. poesia en la red.
... y llegó el día en que la ciudad me asfixió, los edificios dejaron de tener ventanas y asemejaron pequeños nichos. Emparedados vivos entre safalto y hormigón. Desde la calzada miraba hacia arriba con la angustia de quien teme descubrir la verdad; en cualquier momento asomarían la cabeza los gusanos intentando escapar de su caja?
Presencié matanzas como acto festivo en mi niñez. Los matarifes eran parientes cercanos y campaban a sus anchas por las casas de mis abuelos, la sangre corría en regueros mientras los niños nos peleabamos por meter las manos en el mondongo.
Hoy soy urbanita y no me espanta la carne envasada, lo demuestra el hecho de de nada me gusta más que asomarme a la ventana y observar curiosa las celdas vecinas... ¿quién las habitará?
De tus últimas publicaciones me quedo con ésta. Es visual, ritmica, poética y desasosegante...
Me imagino a los peces alimentados con pienso en granjas marinas, a los pollos inmóviles comiendo compulsivamente para suicidarse...
... a los cerdos y a las vacas haitos de medicamentos... Uf, se me cierra el estómago.
"...No es el infierno. Es la calle.
No es la muerte. Es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibeles
en la patita de ese gato quebrada por un autómovil,
La ciudad es una bestia compleja, tienes razón.
Me encanta el texto.
Un beso, Txe
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