Nápoles es sucio, ruidoso, cutre y caótico, como mi chabolo, como los escenarios que venían apareciendo en mis sueños hace tiempo, como la vida misma muchas veces. “Es como en los años 40” dicen algunos, “es como La Habana” (en el peor sentido de la palabra), dicen otros, “es la primera ciudad de África”, dicen los de más allá. Algunos italianos dicen “no contéis en España cómo es Nápoles”: se avergüenzan.
El barrio chungo aquí, muy pintoresco, se llama barrio español, un intrincado laberinto de callejuelas atravesadas de tendales de ropa húmeda por el que se matan los camorristi que fue construido en su momento para albergar a las tropas ibéricas, pues esta ciudad fue española durante dos siglos. “Más nos valía ser españoles”, dicen algunos napolitanos, porque, al parecer, cuando se fundó la República Italiana, Garibaldi y todo aquello, aquí empezó el declive. Las fachadas están llenas de desconchados y pintadas políticas: de los comunistas, de los camorristas, del movimiento de insurgencia civil que lucha contra las desigualdades entre el norte y el sur de Italia. Por el empedrado irregular y lleno de socavones de las calles se caen las viejas, y eso que aquí las viejas son muy duras. Un señor con tres dientes pincha y vende discos piratas de Renato Carosone, de canción napolitana, de tarantela, y las caóticas pizzas (aquí se invento la pizza, chavales) se desmoronan cuando la agarras de un extremo.
Es como una peli del neorrealismo italiano (por cierto, antes el neorrealismo imitaba a la realidad y ahora es la realidad la que imita al neorrealismo). La napolitanas (y no me refiero a las napolitanas de crema o chocolate, o a la pizza napolitana) son todas iguales y tienen el pelo rizado, la mirada felina y la piel bien requemada por el sol. Los napolitanos son vivarachos y llevan la camisa abierta hasta la barriga. Hay un viejo aire heroico en esta ciudad, en los edificios que fueron magníficos y ahora son ruinosos y decadentes. Huele a sal, huele a mar, gritan y venden pescados por las calles. Y la birra se llama birra, pero de verdad.
No sé, creo que me gustaría vivir aquí.
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7 comentarios:
Mola, sí, dan ganas de quedarse. Como en Palermo. El orden, la limpieza y la pintura están sobrevalorados.
y la realidad de aquí (Madrid) qué movimiento cultural social imita?
el castizismo posmoderno
chipén!
Bagdad no está nada mal tampoco.
Una ciudad todavía no reinventada para los turistas y 'erasmus'...
;)
si, tiene un espiritu salvaje que invita a quedarse....un rato.
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