Me acuerdo mucho de aquel programa de la tele titulado Supermarket. No se si ustedes lo recuerdan: en un plató que era la réplica exacta de un supermercado (¿cuál es la diferencia entre una réplica exacta y el original?), los concursantes tenían que pasar varias pruebas a los mandos de un carrito de la compra. Ejemplos: buscar cierta colección de productos, o uno secreto escondido, o sumar en caja cierta cifra exacta de pesetas, porque entonces el mundo era joven y todavía gastábamos pesetas. Fomentaba el consumismo exacerbado, pero, in the other hand, lo presentaba Enrique Simón, que tenía una esplendorosa sonrisa llena de dientes y una voz como sintética (por cierto, ¿qué fue de Enrique Simón?).
Siempre que voy por Mercadona fantaseo con que soy un concursante de Supermarket y trato de encontrar mis objetivos con la máxima rapidez posible, eligiendo los mejores itinerarios en los pasillos, esquivando a los otros clientes, recortando en las curvas. La operación cotidiana de la compra se convierte en una misión fascinante.
Por lo demás, los supermercados me interesan mucho porque son una visión distorsionada de la realidad, es como la realidad vista a través de un caleidoscopio plastificado. En los supermercados no hay pollos, sino bandejas con muslos o pechugas o contramuslos, tampoco hay vacas, sino bandejas con filetes y bricks de leche, no hay gallinas sino cajas de huevos y no hay huertas, ni bosques, ni montes, ni naturaleza, sólo una sección de fruta y vegetales bien refrigerada. Un supermercado es una reducción demente del Cosmos. ¡Venden peces congelados!
Ahora, de niños, nunca conocemos la naturaleza de primera mano. Siempre a través del supermercado, que es la naturaleza hecha a imagen y semejanza del hombre, o, mejor, a imagen del capitalismo (¡oh!) occidental. Por eso, cuando vamos a la guardería nos enseñan los animales, y las plantas, y el sonido que hace cada uno de los bichos que pueblan la tierra, todo en videos y bonitos libros desplegables y coloreables, o en juguetes Fischer Price o peluches. La naturaleza está muy lejos, y, de no hacerlo así, las próximas generaciones pensarían que en los campos y en las granjas lo que pastan no son animales sino bandejas de poliestireno plastificadas con un precio puesto, en pesetas y en euros.
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14 comentarios:
Contaban unos amigos este fin de semana que su hija había traído una planta pensando que era cannabis, con unas hojas de aroma fuerte. No es cannabis, decía la madre. Creo. Añadía. Resultó ser una mata de tomates. Y quedaron tan sorprendidos.
Por mi parte, veo últimamente un calabacín o unos pimientos colgando de otras matas. Mis amigos, algunos, tienen huerto. Debe ser laborioso, comprar la bandeja de pimientos en el Mercadona e irlos colgando de esas plantas tristes uno a uno para que los vean las visitas, como se hace con los árboles de Navidad.
creo que la expresión que buscabas era on the other hand
el inglés y sus traiciones.
las ingles a veces traicionan también.
si, realidad deconstruida sin duda alguna...
qué son biscotelas? viscoelásticas?
gracias por la correción Jota
Antes el hombre aún sabía lo que hacían los animales -lo que necesitaba el castor y los osos y el salmón y todas las demás criaturas- porque se casaba con ellas. Adquiría ese conocimiento porque se casaba con sus mujeres animales.
Eso lo decían los indios Hawaianos en el pensamiento salvaje.
No somos nadie.
malinowski?
Compre en tiendas pequeñas. De barrio.
Adapta la realidad y altera así los mercados.
Yo tomé el consejo de una buena amiga. Lo noto en el bolsillo, que cada vez llega a menos; pero la charla de la dependienta bien merece la diferencia.
Supongo que estarás al tanto de que hoy sales en un suplemento cultural de la prensa asturiana, al lado de otros dos. Me hizo gracia.
Por cierto, Enrique Simón es un actor que hizo más de 20 obras de teatro, cuando tú bien poco has hecho, hijo mío, aunque seas tan inteligente, tan ingenioso, tan perspicaz y tan sabio.
umpf! no se que decir
pero no se haga mala sangre, coñe
Lévi-Strauss
los vaqueros? :)
jaja
El pensamiento salvaje
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