miércoles, junio 13, 2012

La Esperanza es una puta que va vestida de verde


 El hombre verde del semáforo no siempre estuvo ahí, tan quieto. Los dioses, enemigos del movimiento, le condenaron a esta cárcel urbana, porque el hombre verde del semáforo, en los albores del mundo, traspasaba las fronteras, los márgenes del aire, traspasaba las ramas de los sauces. Cruzaba las calles por donde le venía en gana, incluso cuando aún no había calles. Pero los dioses albergan en sus divinas mentes todo el futuro y el pasado, y ven el mundo todo de una vez, y lo supieron.

Al hombre verde le condenaron para siempre en una doble ironía: ser verde, como la esperanza, y estar yendo siempre hacia otro sitio, sin moverse.

El hombre rojo, en cambio, era temeroso de los dioses, y nunca transgredía, nunca conoció límite o frontera, estuvo siempre inmóvil y los dioses le premiaron también en el semáforo, vigilando al hombre verde, justo encima, para que no escape.

Ahí siguen ahora, muchos eones después, ambos petrificados en cada paso de cebra, regulando los pasos de los hombres, diciendo: Detente ahora, oh mortal. Camina ahora. O juégatela a vida o muerte. (Debajo de las ruedas de un camión los sinsentidos de la vida pierden su sentido y todo brilla y huele a caucho).

Pero los dioses son traidores, porque ¿quién vigila a quién?

Cruce de frente y sin mirar. Que no le engañen.

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