En los últimos días, con el furor rampante de la Gloriosa
Eurocopa conquistada a sangre y fuego por la Selección Española, ha sido común
oír la cantinela de que ya vale de alegrarse de tal menudencia cuando este país
está siendo financieramente rescatado y buena parte de los bosques valencianos
han sido reducidos a cenizas, de manera idéntica que los servicios públicos,
también conquistados a sangre y fuego durante décadas de luchas diversas y de
los que poco parece que va a quedar. Tanto que un usuario de Facebook (intuyo
que futbolero y de izquierdas) se quejaba de que algunos izquierdistas
denuncian la actitud de los futboleros como banal y, lo que es peor,
derechista. Extremo que, visiblemente indignado, rechazaba de plano. La
cuestión que se plantea es interesante, y también algo estúpida: ¿es el fútbol
de derechas?
Vaya por delante que a mí el fútbol me resulta harto
indiferente, aunque a veces me desespera saber que tendrá una presencia
constante en mi vida hasta el día en que muera, y otras veces, en grandes (y
heroicos) eventos como ante el que nos encontramos hace unos días, vea los
partidos, aunque solo sea como excusa para obtener una dosis de adrenalina o
para beber (como si faltaran excusas para beber). El argumento de que no se
puede disfrutar del fútbol en esta coyuntura de crisis me resulta algo
calvinista: a mí tampoco me agrada el fútbol en demasía, pero siguiendo tal
regla de tres tampoco saldría por las noches a pasármelo teta o dormiría la
siesta después de los trágicos telediarios, sino que dedicaría todos mis
esfuerzos a luchar contra la recesión o, al menos, a reflexionar sobre ella. Y
ya le echo mi tiempo…
Bueno, entonces deberíamos empezar definiendo lo que es
izquierda y lo que es derecha, pero como ustedes habrán visto Barrio Sésamo o
alguna peli española sobre la Guerra Civil y, además, esto no es un sesudo
tratado filosófico o un blog de crítica literaria, nos saltaremos este paso.
Por lo demás, supongo que el balompié es tan de derechas como el badmington, el
curling o el tennis: o sea nada de derechas, simplemente es una actividad
deportiva, los tan cacareados “22 tipos que corren en calzones detrás de un
balón”. Músculo, hueso, cuero, y una miguita de cerebro para coordinar los
movimientos. Ni siquiera el pádel es intrínsecamente de derechas, y ya es
decir.
Por lo demás, ¿qué se puede objetar a la práctica deportiva?
Mejora la salud y el estado de ánimo, alarga la vida, fortalece las vísceras y
es un buen modelo para nuestra juventud. La selección española está formada por
un grupo de buenos chicos, esforzados y empáticos, sin ningún ego sediento de
protagonismo, como bien se han encargado los medios de comunicación de
grabarnos en la cabeza. Son como los grandes castigos: ejemplarizantes.
Trabajo, sudor, humildad, así es la Selección Española, ¡qué diferente a
España! ¡Si parecen suizos! Así que nada, a este respecto todo está OK con el
fútbol.
Lo que puede ser banal, o de derechas, en todo caso, es la
“cultura” del fútbol (por decir algo), o su “espectáculo”, todo aquello que lo
rodea: las masas enfervorecidas, los periodistas deportivos, las caras
pintadas, los UltraSSur, el Butanito o, qué se yo, las juntas directivas. Desde luego el mensaje del fútbol es más de confrontación y rivalidad, por mucho
que se empeñen algunos, que de emancipación y fraternidad universal. Así
que… ¿qué se le puede objetar al fútbol?
Que es irrelevante, en el sentido de que no tiene ninguna
trascendencia palpable en la situación de la sociedad o de las personas. La
economía o la política, incluso la cultura, emana de, e influye en, los
individuos y en la sociedad en su conjunto, cambiando las condiciones de vida,
para bien, para mal o para lo mismo. Los resultados deportivos son triviales:
nada cambiará en la vida de un ciudadano de a pie o en un país porque gane un
equipo u otro una competición u otra. Habrá quien diga que los triunfos de un
equipo pueden insuflar coraje y ánimo en una sociedad, que me expliquen
entonces como una sociedad tan derrotada y ninguneada como la española puede
albergar una selección nacional tricampeona.
El futbol es, además, gregario y arbitrario. No hay razones
para ser de un equipo u otro. Lo normal es que uno sea del equipo del sitio en
el que nació, aunque luego la mayoría de los jugadores sean de fuera. Cuando tu
equipo local no se come una mierda, pues nada, se hace uno de otro y listo. En
España todos somos o del Madrid (estos, según la sabiduría popular, son más de
derechas) o del Barça. Hay quien dice que el Real Madrid de Mourinho es
intrínsecamente de derechas, por su forma de jugar, y el Barça de Guardiola, de
izquierdas. Algo de esto dijo también Vázquez Montalbán antes de morir. El
fútbol es la continuación de la política por otros medios. Y la política es la
continuación de la guerra por otros medios. Luego, el fútbol es la continuación
de la guerra, en pantalón corto. Pero en fin… La mayoría de las personas son de
un equipo porque lo “han mamado desde pequeños”, porque su familia era de ese
equipo de toda la vida, la abuela, el abuelo, el tío Alberto, que en paz
descanse. Esto es también irrelevante, la verdad, lo preocupante es cuando se
eligen religión o tendencia política de la misma manera, porque sí y sin
atender a razones o neuronas. Como si fuera el fútbol.
Otra crítica que se le hace tradicionalmente al deporte rey
es que ocupe el papel de circo actual en aquel “pan y circo” con el que los
emperadores romanos narcotizaban a las masas. Lo cierto, y esto nadie lo puede
negar, es que aquí se presta demasiada atención a las cuestiones balompédicas.
El espacio que se le dedica en los informativos es completamente
desproporcionado (recordemos que el fútbol, en realidad, solo influye realmente
en las cuentas de los clubs de fútbol y en los negocios periféricos, de los que
forman parte, claro, los propios medios de comunicación), y no deja de ser algo
descorazonador que el diario más leído de este país sea el Marca. ¿Qué coño
importa la actualidad futbolística de un martes? Lo peor es que también ocupa
demasiado espacio en la mente de los ciudadanos, ya de por sí bastante estrecha.
Si la vía correcta es la del dominio de las bajas pasiones,
el fútbol tampoco parece muy ejemplar: frecuentemente se ve violencia verbal o
física en los estadios, o fuertes disturbios después de los partidos, además,
sin ningún sentido, por puro, nunca mejor dicho, “deporte”. Además, la pasión
futbolística se le suele atribuir a la gente inculta, cosa del todo falsa pues
futboleros, desgraciadamente, se hallan hasta en las mejores familias. El
escritor Javier Marías, el periodista Enric González o el líder de Los
Planetas, J, son reconocidos futboleros y no son en absoluto sospechosos de
indigencia mental. Pero se me hace raro ver como se le saltan las lágrimas a
personas inteligentes cuando su equipo (luego “ellos”) han perdido un partido o
un título, qué quieren que les diga.
Pero bueno, como digo, no seré yo quién le quite el disfrute
al personal. Si les gusta el fútbol disfrútenlo con mesura y moderación. Que ya
saben que el fútbol es asín. Como un toro.
4 comentarios:
Buena reflexión chaval. Me ha gustado especialmente la hipotesis de que el fútbol puede ser una continuación de la guerra. Hace meses le plantee algo parecido a un aficionado al furgol típico (rebelde, culto y con coco) y por poco me descuartiza verbalmente (vamos, que me llamó gilopollas sin emplear la palabra ). Supongo que este asunto tiene diversas explicaciones sociológicas, pero he terminado hasta el coño de justificar mi antipasion futbolera y de jucios por colgar informaciones en facebook que pudieran ensombrecer el triunfo y a los héroes.
Pequeña corrección : quise decir aficionado ATIPICO
héroes con pies de barro, nunca mejor dicho
Por un lado me gusta tu artículo, y por otro, vergüenza y pena de que medio país sea del Barcelona y medio del Madrid, cuando lo bonito es ser del equipo de tu ciudad, y de esta manera todo estaría más repartido, las televisiones, los ingresos, y no este puto monopolio a repartir entre dos clubes que yo personalmente detesto.
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