Parecen de otro planeta: llega uno a las fantabulosas nuevas
salas de exposiciones del Espacio Fundación Telefónica, tan diáfanas, tan
modernas, después de tomar un ascensor trasparente que tiene el tamaño de mi
anterior vivienda, y, zasca, se encuentra con estos alienígenas que le miran
desde las fotos de Virxilio Vieitez (1930-2008), y que no sabe uno si le
resultan tan marcianos porque son gallegos, porque son (no solo están) en
blanco y negro, o porque nos miran desde el pasado, el pasado franquista de la
España Cutre. ¿Por qué nos resultan tan extraños?
Se muestran aquí 250 fotografías de Vieitez que, salta a la
vista, era un fotógrafo de pueblo, de la comarca gallega de Terra de Montes,
Pontevedra, que, de 1953 y 1980, fue por
las casas, por las comuniones, las bodas y los bautizos fotografiando a estas
personas en sus días más especiales, porque durante los 50 y los 60 la
fotografía era algo exclusivo y caro que se reservaba a los momentos más
señalados. Es todo muy Fellini: las instantáneas que el artista toma de los
artistas del circo ambulante, con sus ropas mugrientas y sus caras pintadas,
tienen algo macabro. Salen hasta los muertos, muy tiesos en sus ataúdes,
rodeados de la familia, que ahora tenemos aquí, revividos, en el centro del
centro del muy moderno y cosmopolita, aunque algo venido a menos, Madrid. Y
esto todo muy austero, pero de la austeridad de verdad, de la de entonces, la
del plato de cristal, el camino de barro, el mantel de cuadros; no las
macroausteridades que nos dictan ahora desde no se sabe dónde, aunque las
últimas puedan conducir a las primeras. En 1962 se hizo obligatorio incluir
fotografía en el DNI: Vieitez retrató entonces a todos los vecinos: si estos
señores con traje de domingo, si estas viejas cejijuntas de luto, si este niño
que posa con un rifle, si esta familia cabalgando una precaria moto, incluso si
este roquero pionero y periférico (que ya se pone la chupa de cuero y el jersey
de cuello vuelto) salieran de las fotografías y se materializasen en carne y
hueso, tantos años después, lo fliparían: el mundo ahora es en color.
También, al fondo de la exposición, llega el color a las
fotos de Vieitez, no crean, a partir de los 70, aunque da la impresión de que
las imágenes pierden algo de su gravedad: ahora tenemos los pantalones de
campana, los tejidos a cuadros o de colores chillones, barbas progres e incluso
una joven muy atrevida y algo ingenua que posa ¡fumando! sobre el capó de un
coche, mirando desafiante a la cámara del artista (que, por cierto, nunca quiso
ser artista). Ha llegado el pop y
algo de la contracultura: en una gasolinera varias jóvenes, muy modernas,
gustan de posar delante de un anuncio con una rueda Pirelli en una gasolinera
de la zona. Con estos nuevos aires de libertad, y también con la popularización
de la fotografía, las poses se relajan, se pierde el entumecimiento de aquellos
que posaban en el altar o a las puertas de las casas, ahora solo posarían ya
rígidos lo muertos, pero es que también los muertos dejan de aparecer: nadie
quiere verle el color a un muerto.
¿Por qué estos seres nos resultan tan extraños?, decíamos al
principio. No deberían parecérnoslo, al fin y al cabo, lo que fotografió
Vieitez, yendo de lo local a lo universal, como tanto se dice ahora, son los
grandes momentos de la existencia, la de antes y la nuestra, que es, en
esencia, la misma: cuando uno nace, cuando uno se casa, cuando uno se muere (o
cuando llega el circo -del Sol en nuestro caso). Son los mismos ritos de paso a
través de los que circulamos nosotros, rampantes habitantes del presente. Sin
embargo, ahora lo fotografiamos todo: cuando vomita el gato, lo que cenamos
anoche, mi outfit para el sábado
noche reflejado en el espejo del baño. Desde luego, como decíamos también, la
fotografía ha perdido gravedad. Y tal vez no deberíamos sentirnos tan
contemporáneos porque no está claro que hayamos sacado los dos pies de los
lodos del subdesarrollo. Quién sabe, tal vez las fotos que saquemos dentro de
diez, veinte o treinta años se acerquen cada vez más a lo que Vieitez retrató,
con tanta maestría que hasta se puede oler la cuadra y el alcanfor. Seremos
cutres.
5 comentarios:
Eso es así, la cutrez la marca el tiempo, y una cosa, me flipa la foto del muerto.
y a mí, había varias, se conoce que era una cosa habitual
No es que lo diga yo, es que es cierto. Galicia cuenta con grandes fotógrafos aunque no se prodiguen mucho por PHE.
Así eran nuestros padres o nuestros abuelos, así podemos ser nosotros. Cuestión de tiempo, porque la diferencia está en el dinero y como sigamos así...
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