Ayer, después de invitarme a un cocido madrileño, a Tere se le ocurrió visitar el edificio Windsor; así que allí nos plantamos con el frío que hacía, en Nuevos Ministerios. Y la verdad es que así, visto al natural, no es tan impresionante como en la tele: se ve más pequeñito, porque, además, está rodeado de edificos tan o más altos que él. Lo que si es interesante es la parte exterior derretida, cayendo como la cáscara de un plátano a medio pelar, y en la parte superior sólo la estructura interna. Es bonito, se pueden ver las cosas chamuscadas, el churrasco de cables, vigas, ordenadores, de todo lo que tenían allí dentro...
Me enteré que existe una inicitiva ciudadana para evitar su desmantelamiento, a la que me voy a unir. Se trataría de apuntalar todo, tal y como está ahora, y dejar el cadáver de la torre como monumento a nuestros tiempos, tiempos de caos, cuando la humanidad ha visto que debe dejar de confiar en la razón, la ciencia y el progreso, ideales que se iniciaron en la Ilustración y que trajeron tecnología y democracia pero también guerras mundiales, bombas atómicas, destrucción del medio ambiente, terrorismo global, el miedo, la confusión y el Gran Hermano en todos los sentidos. Así que dejemos el Windsor como monumento al caos posmoderno, a la era Bin Laden, a los maremotos, al terrorismo internacional, a los trenes que explotan, a la desconfianza. Además en las plantas de abajo, intactas, podríamos habilitar un centro cultural con exposiciones y cosas de esas y evitaríamos que alguien se lucre si en realidad el incendio ha sido provocado para sacar beneficios.
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