jueves, enero 03, 2013

Un detective domesticado



 Los detectives privados también existen en la vida real, sea eso lo que sea, pero, como ustedes sabrán, sus aventuras no tienen ni por asomo el glamour de las que nos presenta el cine. Este, su humilde blog, ha tenido acceso a un informe de un detective privado que había sido contratado por una gran empresa aseguradora para demostrar que una mujer que se decía lesionada, y demandaba una indemnización a la compañía, realmente no estaba lesionada. Es decir, que mentía para embolsarse un dinerito.

En la portada del informe aparece una fotografía del edificio en el que vive la “lesionada” (así la tratan durante todo el documento), es un edificio urbano muy feo, de ladrillo y hormigón, y lo plantan ahí, en el frontispicio, igual que se planta en la portada de Drácula una imagen del castillo del sangriento conde. Ignoramos qué información relevante nos da esta imagen más allá de que el avieso detective nos quiera decir que ha encontrado el lugar donde vive su vigilada. Lo cual no resulta muy difícil, pues la compañía aseguradora le facilitó la dirección. Pero en fin, hay que hacerse valer. La segunda foto, ya en el interior, es del buzón postal de la lesionada, donde figura su nombre, el piso y la puerta. Con esto el audaz detective nos quiere decir que ha puesto el pie en la puerta del portal después de que entrase algún vecino, que ha conseguido colarse y que, jugándosela, ha fotografiado el buzón. Bueno, ya ha justificado parte de su sueldo.

A partir de este punto, una vez ya hemos roto el hielo conociendo el edificio y el buzón de la lesionada, comienza la investigación de su vida cotidiana. Un día, a las 18.45, la mujer es observada por primera vez:

18.45. Sale del portal una mujer rubia, de unos 45 años de edad, delgada, con el pelo corto, que responde a la descripción de la lesionada. Se dirige a la Mercería Puri, en la calle aledaña. Después de unos minutos en el interior, sale con una pequeña bolsa de plástico y entra en la cafetería Turandot, a unos veinte metros. Después de 17 minutos en la cafetería sale y vuelve a casa.

Así trascurre la vida de a susodicha, de casa al banco, del banco al supermercado, del supermercado a casa. Algunos días el ingenioso detective la sigue a su negocio, una boutique de ropa en otro barrio. Allí describe el detective cómo la lesionada habla con los clientes y cómo, incluso (sic), se sube a una silla para colocar los adornos navideños. Hay que aclarar que la lesión de la lesionada era una lesión ocular, lo cual no impide subirse a sillas o ir a mercerías. En cualquier caso, el detective, como un buen mandado, va siguiendo el día a día de esta mujer, una como otra cualquiera. 

Los más inquietante no son las observaciones, algo monótonas, sino las fotos que el detective incluye. Fotos sacadas rápidamente, de mala calidad, por un fotógrafo con miedo a ser descubierto, muchas de ellas capturas borrososas y pixeladas de un vídeo que existe en DVD pero al que este, su humilde blog, no ha tenido acceso por el momento. En las fotos se ve a la lesionada ensimismada mirando unos papeles en su tienda, o caminando distraída por la calle. Montando en un coche con unos amigos el día que el detective les siguió hasta el cine de un centro comercial y les dejó viendo la peli “después de que comprasen, en el vestíbulo, un botellín de agua mineral”. El detective muchas veces, a falta de información relevante, se recrea en los pequeños detalles, cosa que, por una parte, justifica su observación, y por otra, le da cierto suspense al asunto. ¿Quién sabe si en ese botellín no hay una pista decisiva? Pero como decimos, esto no es una película y, por los demás, las fotos, aparte de malas, son solitarias, y un poco sombrías.

A mí no me gustaría que me siguiera un detective privado si luego tuviera que ver las fotos de mi vida. Pasamos la mayor parte del tiempo solos, callados, realizando actividades inanes como abrir y cerrar puertas, comprar pan, llenar vasos de agua. En nuestro  fuero interno tenemos el run run de nuestra mente, pero desde fuera todas nuestras vidas se parece a un cuadro de Hopper. Vivimos, sin saberlos, en el medio de una desolación extraña.

Una vez sin querer me espié a mi mismo, como si fuese yo mismo el detective y la lesionada. Fue cuando me dejé la grabadora encendida unas cuantas horas tras una entrevista. Ahí pude oír como suena mi vida cuando nadie, ni yo, la oye: los pasos contra el asfalto, la recepción de una anodina llamada de trabajo, el tableteo del teclado del ordenador durante un buen rato, un canturreo, una mínima tos. Mi vida me pareció triste, vacía, insignificante, llena de momentos absurdos que no recordaré cuando pasen un par de días. Vivimos flotando en medio de un espacio interestelar, con mercerías.

Al final del informe el detective explica, de forma un tanto apasionada, que no ha encontrado nada más, nada extraño, nada fuera de lo normal en la vida de la lesionada, y se ha pasado algunos cientos de horas esperando a que aparezca de una puerta o espiándola a través de un escaparate, con su cámara. Nosotros, tras inspeccionar su informe, tampoco hemos encontrado nada reseñable en la vida de este audaz sabueso, de este detective espiado salido de un cuadro de Hopper.