Juro y perjuro que nunca más. Prometo que esta ha sido la última vez que me doy una fiesta así. Siento mi cerebro frito y mis emociones son esta semana como una montaña rusa. En la cama y en la biblioteca he experimentado extrañas sensaciones de desvanecimiento acompañadas de un aumento de presión y zumbido en los oídos muy intenso y desagradable. He tenido un sueño lúcido horrible del que no podía escapar: creía estar despierto y todavía estaba soñando, una y otra vez. Me desperté gritando como en las películas, pero sin tanto sudor: hacía frío. He estado a punto de ponerme a llorar súbitamente en dos ocasiones: mientras leía un artículo sobre Vicente Ferrer en un periódico universitario a la hora del almuerzo (con un bocata de tortilla con pimientos entre las manos) y al hacer la lista de la compra durante una clase y escribir la palabra "lechugui" en vez de "lechuga". Me sentí como un niño abandonado. Mis labios están agrietados, la piel de mi cara reseca, tengo las ojeras tatuadas y la boca llena de mordiscos autoinflingidos.
La tormenta química. La tormenta química me atormenta.
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